*Publicado originalmente como «Knowledge Network for Sustainable Local Development», Sustainability, v. 13, n. 3, 2021. Disponible en <https://bit.ly/3jqBQ1x>.
El desarrollo local sostenible se refiere a un conjunto de transformaciones que pueden llevarse a cabo en un territorio, una vez que se han equilibrado las dimensiones económica, social y ambiental. Impacta positivamente a una localidad determinada y la suma de estos cambios o acciones acumula, extiende y genera bienestar de sus habitantes y organizaciones.
Para que estos cambios sean equilibrados, deben construir y aplicar el conocimiento social, resultado de la implementación de programas de inversión ambientales, económicas y políticas; estrategias, y decisiones, en los sectores que propician las dinámicas territoriales, además de interconectarse sobre la base de objetivos comunes y el intercambio de diversos recursos (Mauser et al., 2013).
La cooperación intersectorial se ha estudiado científicamente desde el siglo xx. Uno de sus antecedentes es la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible, celebrada en Río de Janeiro, en 1992 (Giedrė y Baranauskaitė, 2018). En ella se acordaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible (guía de los de las cumbres posteriores). Uno de ellos plantea la urgencia de articular acciones conjuntas de todos los sectores y esferas de la actividad humana, necesarias para alcanzar la equidad social, salud ambiental y riqueza (Berkes et al., 2007; Montalbán-Domingo et al., 2020).
Según Maher et al. (2018), la ciencia de la sostenibilidad se consolidó como un proyecto internacional de política científica en los preparativos de la Cumbre celebrada en Johannesburgo en 2002. El concepto articula una nueva visión de la ciencia y una transición hacia la sostenibilidad, y es, por tanto, un intento de fortalecer el diálogo entre ciencia y sociedad (Mukhopadhyay et al., 2014).
La intersectorialidad promueve mejorar el nivel de vida de las localidades y los territorios rurales o urbanos. En esta relación, el conocimiento se produce como expresión de procesos sociales y actividades de producción, por lo que es identificado como capacidades endógenas que promueven el desarrollo económico sostenible (Weichselgartner et al., 2010; Cunill-Grau, 2014).
En este sentido, existe una fuerte demanda de conocimiento en los diferentes sectores involucrados en el desarrollo local (Scheunemann de Souza, 2006; Weichselgartner y Kasperson, 2010; Maher et al., 2018).
La ciencia y la aplicación de políticas de desarrollo en las comunidades se complementan en la medida en que el conocimiento científico se utiliza para mejorar las condiciones de vida. Para su fortalecimiento, es necesario articular las relaciones entre científicos, gobernantes o decisores, y la sociedad en su conjunto (Weichselgartner y Kasperson, 2010). Diferentes disciplinas pueden ser integradas, bien desde un enfoque común a un problema complejo, o desde la aplicación de métodos de investigación o técnicas que merecen enfoques interdisciplinarios. También es posible que los miembros de la comunidad participen en ciertos procesos como las consultas para la aprobación de proyectos para la sostenibilidad de su territorio; en tales casos, el conocimiento generado se considera transdisciplinario, dados los diferentes puntos de vista e intereses de las partes involucradas (Lang et al., 2012; Kaiser et al., 2017).
Esta generación de conocimiento fomenta la formación de redes de cooperación (Holmes et al., 2015; Safak, 2016), definidas como una representación abstracta de las relaciones que existen entre las personas, organizaciones o sectores para el desarrollo local sostenible, que involucran procesos colectivos de aprendizaje, como de normas, valores, vínculos y puentes que facilitan la acción en beneficio de todos (Newman y Dale, 2007; Juhola y Westerhoff, 2011). Las redes están destinadas a ser compartidas entre comunidades, ONGs y el sector gubernamental, pero son útiles para gran parte de los sectores.
Conocimiento para el desarrollo local
El conocimiento sobre el desarrollo sostenible se basa en el principio de renovación y permanencia en el tiempo, teniendo en cuenta los límites impuestos por el contexto medioambiental (Mensah, 2019). Así, en 2016, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) creó la estrategia de desarrollo sostenible como continuación de los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
El desarrollo local se entiende como un proceso de mejora y crecimiento económico, social y ambiental de un área determinada, basado en el uso de recursos endógenos con el fin de mejorar el bienestar y la calidad de vida de su población. El elemento más sobresaliente es la endogenidad, y se basa en la acción colectiva pública y del sector privado (Antonescu, 2015).
El conocimiento sobre su sostenibilidad se genera a partir del intercambio de bienes y servicios entre los sectores productivo, gubernamental, social y universitario. Sus relaciones favorecen el crecimiento económico local, teniendo en cuenta la demanda y la oferta de servicios y productos hacia y desde cada sector (Weichselgartner y Kasperson, 2010). Los vínculos que se establecen están en dependencia de las características de cada región; algunos son fuertes y duraderos, según las relaciones e intereses compartidos por los sectores, y se apoyan en la confianza. Otros serán más débiles y menos duraderos; sin embargo, todos deben coincidir en la búsqueda del desarrollo sostenible. El conocimiento también puede ser explícito, por el grado de formalización y la naturaleza de los conceptos implicados (Kaiser et al., 2017). Finalmente, esta red es resultado de la participación colectiva, la identidad territorial y la acción social de los sujetos que abordan los problemas de desarrollo (Meisert y Böttcher, 2019).
En respuesta a la dinámica descrita, el conocimiento inter y transdisciplinario circula y se socializa en escenarios organizativos o territoriales, fuera de la academia (Thorén, 2015); y se puede transferir, por ejemplo, a través de la difusión en contextos sociales de aplicación, dominios académicos, disciplinarios, multidisciplinarios e interdisciplinarios (Walker, 2002; Burawoy, 2010).
En la medida en que aumenten las relaciones entre sectores, se generarán capacidades y conocimientos para la sostenibilidad local, el desarrollo, la confianza y la solidaridad; y se fortalecerán los valores ciudadanos y comunitarios, e igualmente aumentará el capital social (Berkes et al., 2007). Para cumplir con este propósito, los sectores deben definir mecanismos que permitan un acuerdo conjunto acerca de la visión del problema u objeto de estudio, los fundamentos conceptuales, el enfoque de las metodologías, el uso de los resultados, el seguimiento y la reflexión sobre la forma en que las relaciones entre ellos y sus productos se manifiestan (Fritz y Binder, 2018). Esta dinámica se caracteriza por el aprovechamiento de las potencialidades y (Ziervogel et al., 2016).
La configuración de un cuerpo de conocimiento inter o transdisciplinario, basado en las relaciones entre los sectores, implica la organización de grupos de investigación, para que conformen equipos locales de acción, integrados por científicos, gestores políticos, emprendedores y gerentes comunitarios en general. Estos deben tener una perspectiva flexible para apartarse de los propósitos de su propia disciplina o sus objetos de estudio particulares, teorías básicas, métodos y técnicas de la ciencia (Weichselgartner y Kasperson, 2010).
Una visión del capital social desde la perspectiva de las redes intersectoriales
La definición de capital social tiene múltiples perspectivas, según su uso. Puede entenderse como la densidad del tejido social en una localidad (Putnam, 1993); como un nexo, vínculo o puente que conecta a los sujetos con objetivos comunes; o como normas y redes, que es el que hemos asumido en el presente artículo: la integración del concepto en el de red de conocimiento para el desarrollo local sostenible. Sin embargo, a pesar de no ser de reciente aparición, no existe consenso sobre su definición; más bien se asumen los tres significados (Righi, 2013; Thorén y Persson, 2013; Safak, 2016).
Esta situación no ha impedido que sea considerado un concepto clave en estudios de desarrollo, intersectorialidad y redes organizacionales, de manera que, a pesar de las dificultades teóricas, se aplica en el sentido de establecimiento de vínculos y relaciones en los territorios (Newman y Dale, 2007) y personas determinantes para mejorar sustancialmente la calidad de vida y aumentar la competitividad. Esto explica el interés que despierta para los implicados en el desarrollo (Berkes et al., 2007; Safak, 2016). Según el concepto acuñado por H. Putnam (1993), dado su enfoque relacional, el capital social consiste en «características de las organizaciones, como redes, normas y confianza, que facilitan la acción y cooperación entre sus miembros».
En resumen, la definición de capital social que hemos asumido es la siguiente: «la suma y la integración de los recursos actuales y potenciales que se ponen a disposición de la comunidad, y que se derivan de una red de relaciones propiedad de un individuo o grupo social. Por tanto, […]incluye a la red y a los activos que podrían movilizarse a través de ella» (Nahapiet y Ghoshal, 1998). Por esta razón, el capital social de una entidad requiere, específicamente, de un análisis estructural dirigido a identificar y cuantificar la configuración de su red, y otro relacional que determine la naturaleza de las relaciones que puede mantener con otras entidades (Blasco-Bocigas et al., 2010).
Sobre esta base, el capital social, a su vez, está compuesto por un conjunto de recursos –como vínculos y valores– naturales, financieros o de infraestructura (Righi, 2013; Thorén y Persson, 2013), que se pueden clasificar en tres tipos, como se muestra a continuación.
Capital estructural, que ofrece andamiajes, organización, niveles y dominios que constituyen el flujo de información dentro de una red (Pesch et al., 2019). Se dice que recrea la matriz que difunde el contenido en el interior y exterior de la red (Kim y Yang, 2017). Esta estructura se sostiene y se construye a partir de unidades o bloques, como los sectores productivo, universitario, gubernamental y social, que representan nodos de una red intersectorial con respecto al resto, y representan colectivamente una superestructura multinivel que es característica del desarrollo local (Tovey, 2009; Wilbanks y Wilbanks, 2010; Brink et al., 2018). Según B. Ortiz, et al. (2016), las conexiones sólidas dentro de las organizaciones proporcionan relaciones de confianza, mientras que las débiles dan lugar a nuevas oportunidades, incrementando, por lo tanto, la diversidad y las capacidades de desarrollo (Borgatti y Foster, 2003; Newman y Dale, 2007). Una red extensa también puede actuar como enlace, en particular para quienes están fuera de toda actividad.
Capital relacional, que se caracteriza por el intercambio que se produce entre los nodos o sectores. Los eslabones fuertes o débiles, a través de los que se evidencian los diferentes tipos de flujo de información, muestran la naturaleza reticular de la intersectorialidad. Este capital social se refiere a la cohesión en las comunidades o en grupos socialmente conectados (Safak, 2016). Incluye la revitalización y articulación del conocimiento convergente intersubjetivo; comparte recursos; promueve la identidad y la autoestima colectiva; y crea entornos favorables para la innovación basada en relaciones de cooperación, alianzas, interrelación e interdependencia (Borgatti y Foster, 2003). Todo esto desempeña un papel estratégico en el intercambio de recursos críticos dentro de la red (García Diez, 2013; Righi, 2013). El capital relacional es una unión-puente, que vincula la sociedad en su conjunto para promover relaciones sinérgicas fuertes, cercanas y duraderas que, a su vez, propicia relaciones externas o el establecimiento de lazos de conexión que comparten códigos y visiones del mundo con una perspectiva sistémica interrelacionada (Ortiz et al., 2016).
Capital cognitivo: describe zonas de circulación y aplicación del conocimiento que forma la base de la generación de tecnologías sociales, sistemas y esquemas de acción o planes que se encuentran en zonas de saber empírico (Righi, 2013), cuyo origen es científico, extracientífico o una complementariedad o integración de ambos. Este conocimiento sigue la lógica de los modelos mentales que prefiguran a los sujetos, y su validación es factible en contextos de organización social o colectivos comunitarios (Carrillo Álvarez y Riera Roman, 2017).
La integración de los tres tipos favorece los procesos de gobernanza de los bienes comunes en la red, y está asociada a la capacidad de acción colectiva, por lo que las normas y valores que la fomentan la también pueden definirse como capital social (Righi, 2013). Ese vínculo representa las relaciones intersectoriales entre los sectores productivo, gubernamental, comunitario y universitario.
Desde un punto de vista operativo, la red, se considera un producto complejo donde se produce el intercambio recíproco de recursos estratégicos, dado su grado de importancia para el funcionamiento de cada sector (Weichselgartner y Kasperson, 2010). Los enlaces y la información que contiene representan recursos sociales que favorecen la integración, así como capital social y procesos de desarrollo. La información sobre los aspectos cruciales de este debe estar disponible y ser utilizada para abordar los problemas y necesidades de las localidades (Armitage et al., 2012).
Los componentes de la red
Los componentes de la red son las condiciones empíricas o materiales en términos de propiedades y recursos formales que agreguen valor, incluidos los del conocimiento sobre el desarrollo local, los generados a través de la implementación de políticas, o aquellos relacionados con la agencia de recursos de naturaleza científica, técnica o política. La disponibilidad de ellos establece desigualdades de poder e influencia en la red, por lo que este es un aspecto que considerar para mantener la equidad social y la participación (Meisert y Böttcher, 2019).
En cuanto a la disposición de los componentes, el nodo de la sociedad proporciona mano de obra, dinero (autogestión y cogestión), y organización y liderazgo sociales. El nodo gubernamental contribuye como sector público, y proporciona un marco institucional regulatorio (leyes normativas y servicios públicos responsables), así como financiamiento parcial (fondos para proyectos, programas e iniciativas especiales). De la misma forma, comparte recursos para la implementación a gran escala de programas, subvenciones e infraestructura (Safak, 2016).
Asimismo, el nodo del sector productivo privado intercambia bienes y servicios; se comporta de acuerdo con la lógica del mercado; ejerce la responsabilidad social, y contribuye al empleo, la generación de riqueza, el emprendimiento y la inversión (Ziervogel et al., 2016). El del sector universitario proporciona trabajadores especializados (científicos, consultores e innovadores), diseña metodologías y procesos, y valida información e infraestructura para el despliegue de procesos de I+D+I, tales como conocimiento validado en forma de publicaciones científicas, experiencia, laboratorios, centros de investigación, institutos, contactos nacionales e internacionales, patentes y consultorías (Fritz y Binder, 2018).
En términos generales, los requisitos de los nodos, teniendo en cuenta su constitución y fines, establecen la disposición dentro de la red, a su vez que implican el tipo de influencia o poder que tienen o pueden ejercer sobre el resto.
Desde esta perspectiva, es posible afirmar que cuando los nodos comparten la información o los mismos flujos de recursos, y tienen iguales componentes dentro de sus sectores, pueden formar estructuras especializadas, con características comunes y fuertes relaciones, denominados clusters o hubs, según su composición (Safak, 2016).
La relevancia o ubicación de los nodos en la red está asociada con la interacción y distancia entre ellos, así como con la posición ocupada; por lo tanto, sus vínculos favorecen tipos o relaciones de asociaciones y definen el contenido de los flujos, principios y valores construidos dentro de los sectores (Zou et al., 2018), considerando que tienen un propósito en su constitución, que determina la relación de poder.
Operabilidad de la red
Es necesario tomar en cuenta tanto la densidad o cantidad de vínculos de las redes, como su cohesión y naturaleza, y su representación en términos del grado de relación o participación en la matriz (García Diez, 2013).
Si asumimos enfoques anteriores, se puede decir que el conjunto de relaciones (como asociación, cooperación, ayuda mutua, filantropía, altruismo recíproco, cooperación, colaboración, interdependencia y conexión) y la naturaleza de la red, es decir, sus propiedades epistemológicas, ontológicas y metodológicas, la caracterizan y orientan su propósito (Berkes et al., 2007).
En este sentido, la proximidad y distancia entre nodos y sectores hacen posible establecer la posición (participación) de cada sector en los procesos de desarrollo local (Berkes et al., 2007; Kim y Yang, 2017). Las operaciones se refieren a los enlaces y la conectividad entre los nodos, así como la intensidad en el marco de las relaciones, determinando, al mismo tiempo, la frecuencia en la que surgen; mientras que la direccionalidad, tanto directa como transitiva, se refiere a la orientación de los flujos de información, favorece su intercambio y moviliza recursos, así como su articulación, y potencia procesos constructivos de conocimiento inter y transdisciplinario (Brink et al., 2018).
Las de participación entre sectores, rendición de cuentas o auditoría social y los juegos de poder, forman parte de los procesos de gobernanza de las redes intersectoriales, en términos de la toma de decisiones, para abordar necesidades y problemas del desarrollo (Opdam et al., 2018). Por lo tanto, la eficacia y la eficiencia social dependen, como premisa fundamental, de la toma de decisiones sobre la base de la disponibilidad del flujo de información (Berkes et al., 2007). La gobernanza de la red confiere legitimidad al desempeño de sus sectores líderes durante la articulación y coordinación de los esfuerzos materiales y simbólicos dentro de la matriz, ya que ofrece su propio espacio dialógico de participación para la toma de decisiones desde una posición dialéctica, en medio de conflictos y tensiones provenientes de la red gubernamental horizontal, donde las jerarquías se reducen a la lógica del entorno que la rodea.
Conclusiones
Sobre la base de los hallazgos presentados, es posible inferir que las redes de conocimiento para el desarrollo local facilitan la intersectorialidad y ofrecen una estructura de apoyo a sus procesos. Mediante el establecimiento de relaciones entre varios sectores, promueven la mejora en la calidad de vida de la población. Ello está asociado a la resolución de problemas ambientales, económicos y sociales. Estos enfoques se relacionan con la aplicación de políticas en cada una de las áreas. Como resultado, se genera conocimiento (existencia de capacidades de la población), y surgen nuevos prácticas e ideas para abordar los problemas de la localidad que afectan la vida de sus habitantes.
La red de conocimiento para el desarrollo local no cuenta con una forma rígida, sino que está formada por componentes que determinan su estructura y que, al mismo tiempo, promueven operaciones y procesos para el cumplimiento de los objetivos.
Los cambios en las propiedades formales (densidad, centralidad e intermediación) influyen en las oportunidades que tienen los miembros de la red para encontrar aliados adecuados; por tanto, la confianza es un aspecto fundamental, tanto para el aumento del capital social como para la sostenibilidad de las relaciones entre los sectores. Así, las redes cambian en la medida que cambia el entorno; es decir, se autorregulan, a fin de adaptar y transformar sus prioridades y objetivos, mantener enlaces, establecer relaciones entre sectores y fortalecer alianzas estratégicas para producir nuevos vínculos de comunicación que amplían los horizontes de la red. La cohesión en su núcleo refuerza la cooperación, al tiempo que agrega o gana nodos, diversifica las relaciones y fortalece la heterofilia.
De esta manera, surgen nuevos lazos entre sectores que promueven el cambio cultural dentro del espacio intersectorial, lo que provoca un aumento de sus competencias para trabajar con nodos de diversa índole, en medio de tensiones y conflictos, e implicarlos, necesariamente, en la negociación y el diálogo horizontal.
En este sentido, es fundamental para la gestión de la red tomar en consideración la proximidad con que operan los sectores productivo, social, universitario y gubernamental, así como la mediación, que está determinada por el acceso y control de los flujos de información-conocimiento. Las relaciones intersectoriales tienen implicaciones positivas para el desarrollo local, ya que tener un alto grado de interdependencia y densidad puede generar ambientes favorables.
Sin embargo, no basta con la formación dentro de los sectores; es necesario que estos se interrelacionen en función de la cooperación y la competitividad.
En consecuencia, se afirma que la red de conocimiento para el desarrollo local está determinada por el conocimiento acumulado y compartido interna y externamente por las organizaciones que integran los sectores involucrados, que se relacionan a través de los flujos de información que comparten en la red; de tal manera, que la interacción entre estas partes se asocia con sus componentes, operaciones, cultura y entorno en el que se encuentran.
Ante esto, la creación de redes de conocimiento intersectoriales favorece el desarrollo local, al mismo tiempo que se beneficia del despliegue de capacidades en un territorio, reduciendo la incertidumbre y promoviendo el capital social de la localidad.
Traducción: Miguel Ángel Pérez.