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Mis amigos economistas me recuerdan siempre la importancia de los números y de sacar bien las cuentas. Ahora que muchos observadores comparan la migración actual con la de la crisis de los balseros (1994) y el Mariel (1980), habría que hacer algunas precisiones numéricas.
Como se sabe, por el Mariel se fueron 125 mil personas en poco más de 5 meses. Grosso modo, 25 mil al mes (aunque la mayoría se concentró en los primeros dos meses). Si en el año fiscal 2022 se hubieran ido al ritmo de aquella crisis del Mariel, habrían entrado en EEUU 300 mil cubanos.
En las balsas de agosto de 1994 salieron 35 mil personas, en solo 28 días, el lapso que duró aquella crisis. Si los que se han ido hasta septiembre de 2021 hubieran salido a esa velocidad, la cifra alcanzaría 420 mil. Es decir, casi el doble.
Eso explica que a las dos se les haya llamado crisis migratorias. ¿Tiene el actual flujo el carácter de aquellos? Volveré sobre esta pregunta más adelante.
Para seguir con números y cuentas, en la primera oleada migratoria (1959-62) salieron un total de 215 mil cubanos, casi todos de clase alta y media alta; y en el Puente aéreo Varadero-Miami (1965-73), 340 mil. Todos de manera legal y ordenada. Si se considera la variable tiempo, el promedio anual estuvo entre 48 y 50 mil, muy por debajo de este 2022, sin duda alguna. A pesar de su volumen total, tampoco fueron crisis. Ni al salir de aquí ni al entrar allá, como si fueron las de 1980 y 1994.
Más números: después que se firmó y se empezó a aplicar el acuerdo migratorio, en 1995, la cifra de migrantes que intentaron llegar por mar (y fueron devueltos) se redujo a un total de 26 mil entre 1995-2014. O sea, 1 370 como promedio anual. Muchos más fueron los balseros haitianos y los dominicanos interceptados en esos 19 años. De manera que, según esos datos, la aplicación del acuerdo tuvo un peso decisivo en reducir el monto de la migración irregular, o sea, sin visa, que es precisamente esa cifra de 2022.
Finalmente, para considerar números más recientes, entre agosto de 2017 y agosto de 2022 deberían haber salido de Cuba y entrado de manera documentada y ordenada, sin correr ningún riesgo ni gastarse una fortuna, 100 mil cubanos –si no se hubiera interrumpido unilateralmente la aplicación del acuerdo migratorio existente desde hace 27 años.
Habiendo aclarado esas cifras, si se trata de entender y comparar el flujo migratorio actual con los anteriores, un par de consideraciones resultan imprescindibles, más allá de los números.
La primera es que aquellos dos episodios se extendieron en una línea delimitada de tiempo, determinada por los dos gobiernos. El cubano inició y suspendió el Mariel; y ambos se pusieron de acuerdo para poner fin a la crisis de los balseros. En cambio, la salida actual ocurre en un contexto político totalmente diferente. Del lado cubano, la salida hacia EEUU y cualquier país se mantiene libre, no solo por la ley de enero de 2013, sino por la Constitución de 2019. De manera que el flujo irregular actual solo puede tener lugar en la medida en que EEUU mantiene abierta la entrada por la frontera mexicana, y no acaba de restablecer la aplicación del acuerdo migratorio bilateral.
La segunda consideración, para cualquier comparación, es que los del Mariel y los balseros salieron de manera «definitiva,» o sea, perdieron sus derechos como residentes en Cuba. Los que salen ahora, no. Es decir, no están en una situación de exilio ni de emigración sin retorno, sino de entra-y-sale. Aunque no volvieran, se van dejando la puerta abierta detrás de sí.
Estas dos diferencias son sustanciales para apreciar el carácter y la connotación del acto migratorio, del flujo y de sus condicionantes. Ninguna interpretación personal, sentimental, ética, ideológica, etc., las tome en cuenta o no, puede borrarlas. Ahí están.
Para finalizar, algunos expertos recientes dan por sentado que si mejoraran las relaciones con EEUU, y si se recuperara la economía, la visión sobre el futuro cambiaría tanto que la mayoría de esos que se quieren ir ahora dejaría de pensar en salir. Esta es una hipótesis tan válida como cualquier otra. De lo que se trata es de demostrarla.
Si la serie de datos migratorios que preceden a este flujo sirve de algo, miremos hacia atrás: ¿cuál fue el impacto del factor normalización de relaciones –desde el 17 de diciembre de 2014– sobre el flujo migratorio irregular, al margen del acuerdo para una emigración legal firmado en 1995 entre los dos países?
El flujo de cubanos que entraron sin visa a EEUU, al amparo de la Ley de Ajuste, se multiplicó entre 2014 (24 mil) y 2016 (56 mil), especialmente a través de la frontera de México (2/3 del total). En esos dos últimos años de Obama, hubo el mismo incremento en los intentos de entrada por vía marítima: el número de los que fueron interceptados saltó de 3 500 (2015) a más de 5 mil (2016).
¿En qué medida esos que saltaron a los botes y corrieron a la frontera mexicana en 2015-2016 estaban anticipándose a que la normalización llevara al fin de la distinción conocida como pies secos/pies mojados? ¿O incluso a la terminación de la excepcionalidad consagrada por la Ley de Ajuste Cubano desde 1966? Puede ser.
A reserva de que fuera así o no, la recepción del lado norteamericano ha sido siempre el principal factor de atracción migratoria, y resulta insoslayable en cualquier análisis, desde 1961. El fin de la política de pies secos/pies mojados, adoptada por Obama apenas una semana antes de abandonar la Casa Blanca, hizo caer en picada el número de quienes intentaban salir por vía marítima. Súbitamente, por obra y gracia de esa decisión de último minuto, el servicio de Guardacostas que patrulla el estrecho de la Florida se quedó casi sin botes que buscar y rescatar provenientes de la isla.
Absolutamente nada de lo que apunto arriba debe interpretarse como ignorancia ni subestimación de lo que significa la salida masiva de cubanos hacia EEUU o cualquier otro país, tanto para la sociedad como para la política cubanas. Es un reto y un problema insoslayable, agravado por la crisis económica, cuyo enfrentamiento no ha encontrado un cauce eficaz y sostenible, que permita restaurar la certidumbre y la confianza en el futuro dañadas por el prolongado deterioro del estándar de vida.
Ahora bien, ¿en qué medida esa incertidumbre es la que impulsa a los que se lanzan a alcanzar la frontera mexicana, en un itinerario y hacia un país desconocidos, adonde van a llegar en una circunstancia bastante más ambigua e incierta que la existente cuando se creó el Programa de refugiados cubanos en 1961?
Por último, si de analizar el flujo se trata, ¿es que quienes escriben reportajes al respecto tienen una idea acerca de su estructura? Como saben los sociólogos que lo han estudiado desde ambos lados a lo largo de décadas, esta no ha sido nunca homogénea. Los datos numéricos más importantes para un análisis comparativo de la migración cubana –edad, sexo, color de la piel, educación, ocupación, lugar de residencia– no están disponibles para el flujo actual, como sí estuvieron para los del Mariel y los balseros.
¿Quiénes se van? ¿Los sectores más golpeados por la crisis, es decir, los estratos con menores ingresos, la gente pobre? ¿O más bien la clase media urbana, los profesionales? ¿La inmensa mayoría son hombres, predominantes en el Mariel y los balseros; o una proporción mucho más alta de mujeres? ¿Los que no toman la decisión de irse, sino son arrastrados por los que encabezan la familia, como es el caso de los menores, adultos mayores y otros dependientes, serán tantos como en el Mariel, donde eran una tercera parte del total? ¿Acaso hay más negros que en el Mariel y los balseros? ¿O más campesinos?
Sin datos demográficos concretos no es posible una comparación entre los migrantes de ahora y los de 1980 y 1994, ni caracterizar sus estructuras sociales, lo que se requiere para explicar las causas del flujo, en lugar de las impresiones que cualquiera puede hacerse. Casi nunca las impresiones nos indican otra cosa que la experiencia personal, los vínculos sociales y la mentalidad de cada cual.
Está claro que los números citados al principio muestran un flujo actual considerable, pero al mismo tiempo no resiste comparación con los episodios anteriores. Ni en su carácter de crisis migratorias, su intensidad, su dramatismo, su efecto inmediato, su significación política. A diferencia de una situación de crisis económica, asociada a depresión, caída de indicadores, estancamiento, el Mariel y los balseros tuvieron algunos de los rasgos que los estudiosos de las crisis identifican como típicos: fueron acontecimentos inesperados y el tiempo para reaccionar ante ellos fue corto. El tercer rasgo, representar un peligro de seguridad nacional, solo podría considerarse en la medida en que EEUU estuvo involucrado. Pero no en el sentido de representar un foco de inestabilidad politica que se le fuera de las manos al gobierno. Quienes vivieron el Mariel y los balseros, y quieran recordarlo, lo saben.
Reducir la complejidad política del actual contexto, de todos los factores ya mencionados y otros más, a la ecuación de la crisis económica, resulta más bien economicista. Simplificar en esa ecuación las múltiples causas que concurren en este flujo solo puede atribuirse a ignorancia, o a esa tendencia del sentido común consistente en ideologizarlo todo.
Aunque la difícil situación económica, prolongada y agravada por la pandemia, sea un factor de expulsión innegable, ignorar o subestimar los diversos factores de atracción y expulsión ya mencionados resuelve de un plumazo esta complejidad.
Según las ciencias sociales, la mejor forma de comprobar la validez de un enfoque consiste en medir su capacidad para predecir el futuro. ¿Qué pasaría si los factores de atracción se atenuaran o desaparecieran? Si se restableciera la aplicación del acuerdo migratorio, según lo anunciado, y además se volviera a la cancelación de la política de pies secos/pies mojados, de manera que se acabara el privilegio de los cubanos para entrar por la frontera mexicana, ¿seguiría tan alto el flujo? ¿Incluso si la crisis económica se mantuviera?
Si el recién electo Congreso de EEUU decidiera, por ejemplo, cuestionar la vigencia de la Ley de Ajuste Cubano, y se cumpliera la profecía que le atribuye días contados, aun de parte de los republicanos, ¿seguirían tan altas esas cifras?
Y si, por el contrario, en algún momento la economía cubana empezara a recuperarse, se controlara la inflación, y las reformas acabaran de enrumbarse, ¿cesaría el flujo migratorio, por obra y gracia de esa prosperidad?
Parafraseando a Auguste Comte, si el sentido común, el de la calle o el de la redes, sirviera para contestar estas preguntas, bastaría con preguntarle a «la mayoría» y ya sabríamos lo que va a pasar, sin recurrir a tantos números, que ponen en duda lo que «todo el mundo» piensa y repite como la verdad.
La Habana, 14 de noviembre, 2022.