Con la partida de Ricardo Alarcón, Cuba pierde uno de sus políticos más capaces, y el campo de la cultura y el pensamiento a un intelectual excepcionalmente dotado para analizar los problemas del mundo actual.
Ricardo colaboró con Temas durante muchos años. Incluso siendo Presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, presentó números de la revista, y siempre respaldó y defendió nuestro trabajo.
Las palabras que aparecen a continuación fueron pronunciadas en un panel de Último Jueves dedicado a problemas de la Geopolítica, ante un público de más de cien espectadores, que colmó la sala Fresa y chocolate, el 29 de octubre de 2015.
Siete años después, su clarividencia nos sigue alumbrando.
Cuando inicié mi experiencia neoyorquina, a mediados de los años 60 del pasado siglo, como embajador en la ONU, los embajadores, por tradición, iban siempre a la primera Comisión: Desarme y Seguridad. La primera vez que escuché el informe de la Secretaría General, hace cincuenta años prácticamente, el volumen de armas nucleares existentes entonces, era suficiente para destruir el planeta tres veces. Estoy seguro de que esa tremenda amenaza sobre la humanidad ha seguido creciendo; con una diferencia: en aquellos tiempos la discusión del desarme giraba básicamente alrededor de las negociaciones entre las dos superpotencias, y llegaban a acuerdos de limitación, de reducción, etc. Los países no alineados, que estábamos fuera del club nuclear, tratábamos de lograr que se avanzara en la destrucción de las armas nucleares y en el desarme general y completo, cosa que jamás se ha logrado, pero por lo menos había ese equilibrio. La impresión que tengo del mundo de hoy, es que en este momento nadie sabe cuántos locos extremistas pueden acceder a determinadas armas no personales; después de todo los famosos Stinger que destruyen un avión en pleno vuelo empezaron a regarse por Afganistán, y después salieron hasta Angola.
El nivel de inseguridad por la desaparición de aquel equilibrio entre dos superpotencias que más o menos negociaban, obligadas por la realidad del terror, desapareció; pero prácticamente no se ha eliminado ni una sola ojiva nuclear.
No me gusta que pensemos en términos de Guerra fría y post Guerra fría, como dos períodos claramente identificables. La Guerra fría comenzó con un mundo bien estable en el que había dos superpotencias, pero una ejercía una hegemonía indiscutible sobre la parte del mundo que no estaba en la esfera soviética; o sea, la hegemonía norteamericana era casi absoluta en los años 50 hasta los 60. Al finalizar ese período, la situación no era igual. Durante la Guerra fría se produjo el proceso de descolonización, hubo grandes batallas internacionales en las que participó muy activamente el Tercer mundo, a veces coincidiendo, a veces no, con el bloque soviético, y hubo muchas cosas que se apartaban de aquel mundo ideal occidental. La Revolución cubana es un ejemplo de eso.
Yo me acuerdo que, en los años 70, un intelectual y diplomático norteamericano, Daniel Patrick Moynihan, en un famosísimo discurso muy divulgado y comentado entonces, denunció y condenó lo que denominó “la tiranía de la mayoría”, que éramos los del Tercer mundo, que logramos que China recuperara sus derechos en la ONU y un montón de cosas en el proceso de descolonización. Después se derrumbó el llamado campo socialista. Coincido con Rafael en que eso de la multipolaridad o la unipolaridad es absurdo; pero hay una sola gran superpotencia, a la que le cae sobre los hombros ese papel, en un momento en que su poder relativo estaba en declinación, y en cierto sentido continúa estándolo, pero es la gran superpotencia militar, en la industria cultural, en la producción de imágenes, en la influencia sobre las mentes de la gente, etc., pero no es, ni mucho menos, la única potencia del mundo capitalista, ni del mundo en su conjunto.
Yo diría que sobran motivos para seguir teniendo miedo de la guerra nuclear. Pero acabada la Guerra fría, hay razones para tener otros miedos, y uno de ellos es el destino y la evolución de esa única superpotencia. Si se sigue el debate electoral norteamericano y lo que está pasando allá adentro, hay razones de sobra para estar preocupados, no por lo que vaya a pasar en 2016; no creo que vayan a elegir a ninguno de los locos esos, que sin embargo, tienen el respaldo de millones de norteamericanos; pero sí está indicando lo que puede ser una tendencia, nos está apuntando hacia lo que puede ser un futuro no distante, en un mundo en el que los mecanismos multilaterales, Naciones Unidas sobre todo, han perdido, hasta cierto punto, el papel de equilibrio que tuvieron en aquellos tiempos en que ejercíamos la “tiranía de la mayoría”.
A mí me impresiona muchísimo, cada vez que lo releo, en el ensayo que me publicaron en Temas sobre Mills, cómo ese hombre, en 1958, empezó a hablar de eso. Previó lo que él llamó “la convergencia de los dos sistemas”; en aquella época el mundo era bipolar, existía el campo socialista, los dos bloques, y él sostuvo la teoría de que la lógica del tipo de desarrollo que estaban siguiendo los Estados Unidos y la Unión Soviética, y la de la Guerra fría, los llevaría inevitablemente a coincidir, a que uno se viera reflejado, como en un espejo, en el otro. Y fue, en esencia, lo que sucedió.
Hemos hablado muchas veces, desde el campo revolucionario cubano, de la tragedia de la desaparición de la Unión Soviética, de las consecuencias que tuvo para Cuba y para otros países, lo cual es cierto; pero también hay que reconocer, en el plano del análisis, que ello no trajo solamente maldiciones para la izquierda; también fue el fin de un modo de practicar la diplomacia, la política, las relaciones internacionales, que estaba deformado, como expresión del estalinismo y de la Guerra fría.
El fin de ese período le plantea un reto tanto a la izquierda como a la derecha; después vino el terrorismo y toda esta historia más reciente, que ha servido para enredar las cosas y ocultar los temas. Yo diría que si uno medita sobre lo que está pasando en el mundo occidental, más acá y más allá de toda la retórica antiterrorista, de todo lo que la publicidad nos oculta, sabe que hay que pelear con agudeza, con inteligencia, con capacidad, porque es mucho lo que hay en esa esfera de desinformación, de confusión y de engaño, incluyendo la famosa Primavera Árabe. Lo digo con respeto para los que piensan diferente.
Hoy, en el mundo occidental, hay un debate sobre el capitalismo; curiosamente donde más se está dando con más claridad es en los Estados Unidos, el país donde la socialdemocracia prácticamente desapareció, o no existió; mientras que en los países europeos esta discusión está todavía demasiado atrasada, aunque hay signos muy interesantes (…)
Del lado del mundo progresista, vemos nuevas condiciones creadas con el fin de la Guerra fría, de la disciplina bloquista, del modo de pensar y de razonar durante medio siglo, cuando la lucha ideológica estaba pervertida por el miedo a la destrucción nuclear; era muy difícil realmente discutir, razonar, o defender posiciones clasistas en Occidente o en Oriente, sin verse en la situación de ser percibido como un agente del bloque que nos quería destruir.
En Estados Unidos, por lo menos mucha gente joven, sobre todo blancos de clase media, están buscando cómo encontrar una mejor situación que la del capitalismo que ganó la Guerra fría.
Desde el lado de la izquierda, me parece que hace falta algo semejante, o sea, cómo administrar un gobierno de izquierda, cómo administrar la realidad económica en este mundo neoliberal, globalizado.
Por supuesto, no puede ser tratando de aplicar patrones de un mundo que ya no existe y que no hay por qué ver su inexistencia como algo especialmente negativo; se trata de desarrollar nuestra capacidad de iniciativa, de aprovechar todos los resquicios.
Quizás haya varias posibilidades de relacionare o construir concertaciones con potencias mayores: Reino Unido, los Estados Unidos, Francia, China, Rusia, quizás Alemania, aprovechando que, después de todo, ya no hay que ejercer la izquierda aplicando los patrones que otros inventaron o concibieron en otras épocas o en otros lugares.
Creo más en otras posibilidades, aunque desde el punto de vista del poder, el mundo de hoy no da prácticamente mucho espacio a los pequeños países. ¿Pero lo daba antes? ¿Cuándo fue la última vez que todos los actores, independientemente de su dimensión física, de su poderío económico, militar, etc., ejercían sus derechos en igualdad de condiciones? Eso hace mucho tiempo que desapareció.
Sí me parece que hay algo que nos falta hoy. No puedo hablar con autoridad, porque no estoy siguiendo esos asuntos detalladamente, pero quisiera que hubiera un protagonismo mayor de instancias como los países no alineados, por ejemplo, ese que en los años 70 le hicieron decir eso que cité aquí, al embajador Daniel Patrick Moynihan.
Tratar de rescatar las Naciones Unidas. Creo que hay que defenderla por encima de todo, a pesar de todas sus limitaciones y sus deficiencias. Pero los países pequeños carentes de organización, carentes de un movimiento, como los No Alineados deberían ser, no han estado en capacidad de utilizar las posibilidades que la ONU les ofrece. Por ejemplo, todos los días se habla de la reforma del Consejo de Seguridad, está, incluso, como tema permanente en la agenda de la Asamblea General; hay quien plantea que hay que eliminar el derecho al veto,
ampliar su membresía, etc. Cualquier reforma del Consejo de Seguridad implica una reforma de la Carta de Naciones Unidas, en la cual existe el poder del veto. Es un círculo vicioso del que nunca se puede salir. Pero, durante mucho tiempo, Cuba abordaba el asunto desde otro ángulo; obligar a que la Asamblea General ejerza su facultad de supervisar y controlar al Consejo. Eso está en la Carta y se cumple formalmente: todos los años hay un informe del Consejo de Seguridad a la Asamblea, que podría aprobarlo o no, criticarlo, etc., como órgano superior que se supone que es. Pero puedo asegurar que ese tema no demoraba ni cinco minutos, llegaba la resolución, se tomaba nota del informe, y se acabó. Alguna vez algún representante, generalmente cubano, pedía la palabra para criticar al Consejo de Seguridad, y todo el mundo lo miraba como a un extraterrestre, porque se supone que eso no se hacía.
Ese es un ejemplo de un camino, si “la tiranía de la mayoría” se propusiera transitarlo; y más practicable, más realizable, que el sueño de lograr que los miembros permanentes, generosamente, renuncien a su privilegio del veto, lo cual difícilmente ocurra.
[Panel «Otra geopolítica. Poderes en el sistema internacional,» Último Jueves. Los debates de Temas, vol. 12, 2020].