lunes, 06-10-2025
El blog de la revista Temas
Cuando no basta con paliativos
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En el encuentro de UJ de julio emergieron múltiples posturas en torno a los grupos sociales y las responsabilidades del Estado y del sector privado en relación con el incremento o la reducción de las desigualdades, el aprovechamiento de las rutas de ascenso en la sociedad, el retorno del bienestar material y espiritual.
Nuevamente Temas ha dedicado su espacio de debate mensual, Último Jueves (UJ), a analizar la movilidad social y la desigualdad. Según explicó Rafael Hernández, director de la publicación, a las decenas de personas reunidas el pasado 24 de julio en la sala Héctor García Mesa, del ICAIC, ambas problemáticas han ocupado en diversas ocasiones –ya sea de manera central o complementando cuestiones afines, por ejemplo, la marginalidad, la pobreza, las relaciones laborales– las planas de la revista y motivado a los participantes en UJ, desde hace alrededor de dos décadas.
Luego, el también politólogo y moderador del encuentro, presentó a los panelistas: Mayra Espina, reconocida socióloga e investigadora; Lucía Insua, médico, especialista en salud ocupacional, jubilada y ahora trabajadora por cuenta propia; Katia Pérez, jurista y socia de una empresa privada que ofrece servicios de acompañamiento empresarial; Geyne Tourón, ingeniero metalúrgico, profesor universitario, máster en ciencias y, a la par, en horario nocturno, contratado en un negocio particular.
Y les dirigió la primera pregunta: ¿Qué grupos identifica en la sociedad actual?
Espina, con amplia práctica en los estudios relativos a las estructuras sociales, resaltó la importancia de reflexionar acerca de la movilidad, entre otras razones porque esta “es un gran indicador, a mediano y largo plazo, de los resultados de las políticas” desarrolladas por cada nación. Tras afirmar que “siempre ha habido estratificación en nuestra sociedad, pero este es un momento casi de máxima desigualdad en la experiencia socialista cubana”, caracterizó cuatro niveles:
Una franja de capas medias (de 10% a 13% de la población), con ingresos de cinco a diez veces y hasta superiores, por encima de los ingresos medios. Sus individuos o grupos tienen diversos orígenes y filiación clasista, lo que los une es el rango de los dividendos. Engloba al sector privado urbano (en él se combinan inversiones provenientes del exterior y dinero generado en el país), los campesinos, cooperativistas de sectores no agropecuarios, trabajadores por cuenta propia, empleados con salarios elevados, artistas y deportistas vinculados a organismos externos; asimismo, a la gente que trabaja en instituciones de la cooperación internacional o para empresas extranjeras, y a la que recibe remesas abundantes. Ahí se incluirían nuestros ricos (cuyo estándar, no obstante, resulta inferior al de los calificados así en el mundo).
Entre sus características se encuentra el alto grado de autonomía respecto a las políticas sociales. En Cuba se viene conformando un grupo de capas medias visible, que suele moverse en el mismo circuito de restaurantes, bares; utiliza objetos simbólicos de su estatus (el carro moderno, la planta eléctrica o ecoflow...) y WhatsApp para informarse sobre qué sacan en las tiendas y farmacias privadas.
La franja de los cubanos “normales” (alrededor de 40% del conglomerado social). Sus ingresos se mantienen solo un poco por encima de la media, “resuelven su vida de modo oscilante, unas veces mejor y otras peor”.
El grupo de quienes subsisten en situación de pobreza abarca de 40% a 45% de los habitantes. Estos apenas consiguen satisfacer las necesidades básicas. Y en cuarto lugar, el conjunto que padece pobreza extrema; algunas estadísticas lo reducen a 1%. Sin embargo, la experta considera que la cifra real es mayor.
Por su parte, Lucía Ínsua mencionó a los ricos, la clase media y el proletariado. Geyne Tourón precisó los componentes de tres capas: “La media la integran individuos de cualquier ocupación (médicos, maestros, ingenieros, técnicos, obreros, campesinos)” y con ingresos disímiles. Por ejemplo, en la CUJAE es posible ver a “un profesor titular, doctor en ciencias, con un aporte enorme a la sociedad y con zapatos reparados varias veces, la ropa zurcida”; al vivir de un salario estatal, permanece en la parte inferior de ese escalón. En la baja encontramos “personas que duermen en las calles –lo observo a diario– o piden limosna: mujeres y niños, discapacitados, ancianos”. En la clase alta se ubican poseedores de abundante capital con el que pueden comprar automóviles modernos, caros, y abrir negocios en los cuales se aprovechan del trabajo ajeno para incrementar sus ganancias.
Aunque apoyó lo señalado acerca de la heterogeneidad de la sociedad cubana, Katia Pérez discrepó en cuanto a que todos los empresarios del sector privado únicamente buscan enriquecerse. De acuerdo con sus palabras, los hay de ese tipo, por supuesto, pero en el ámbito en el cual ella labora, existen interesados en ejercer la responsabilidad social, generar empleo, innovar, crear puestos donde los profesionales utilicen lo aprendido en sus carreras, ejecutar proyectos de desarrollo local. Si no fructifican muchos de esos propósitos es porque el objeto social asignado por el Estado a sus emprendimientos resulta en extremo reducido y no lo permite.
Rutas “estrechas y excluyentes”
¿Qué vías de movilidad social ascendente están configuradas hoy?, indagó Rafael Hernández.
Antes de comentar cómo en la Isla los ciudadanos logran introducirse en las capas medias, Mayra Espina puntualizó el concepto de movilidad social ascendente: “Es un mejoramiento del estatus en general, que conduce a un mejoramiento del bienestar material, espiritual, de cualquier tipo”. En el actual contexto, impera la idea de progresar desde el punto de vista material, mediante la obtención de dinero, como intermediario para adquirir bienes y relaciones. No es una ocurrencia fortuita. “En las crisis el bienestar material está tan agredido que pasa a ser casi lo único importante; la gente hace de todo para mantenerlo o recuperarlo, porque ese bienestar se halla muy vinculado a necesidades esenciales”. En circunstancias normales –agregó–, si cuentas con un nivel de vida aceptable, te es posible dedicarte a algo que te satisface, aunque no ganes tanto dinero con eso. En tiempos de crisis, a menudo la gente primero trata de combinar las dos cosas, su satisfacción material y espiritual, pero para la mayoría no es factible.
Durante los años 80, la principal propiciadora de la movilidad social en el país era la educación, prosiguió la analista. “Hoy es el acceso al mercado, o sea, la ocupación, en el sentido de cómo usted puede ubicarse en un lugar que el mercado valora. Ahora bien, la educación, el lugar de residencia, la edad, son particularidades relevantes que favorecen o no la entrada en esa estructura”. Las principales rutas de ascenso en Cuba son el sector privado, la emigración, la selección de la pareja, “es decir, con quién me emparejo, esto sucede tanto en hombres como en mujeres, aunque debido al patrón patriarcal se percibe más en ellas. Otra opción es la de los privilegios; el avance no depende de lo que haces, las relaciones te lo garantizan todo y te abren el camino”.
Profundizadoras de desigualdades, las rutas que viabilizan la inserción en las capas medias “son estrechas y excluyentes. Debes poseer un activo: una casa o un carro para alquilarlos o montar un negocio, dinero para invertir, conocidos y amigos (capital social) con información útil, ayudas para moverte por las instituciones y organismos”. ¿Cuál es el perfil de quienes las aprovechan?: “individuos blancos, jóvenes y adultos maduros, no quiere decir que no haya mujeres o negros, sin embargo, no es lo predominante”.
Katia Pérez proporcionó un testimonio de cómo la educación aún influye en el acceso a las oportunidades: “En mi caso, fue lo que me permitió moverme. Yo nací en un municipio de Las Tunas, a catorce kilómetros del asfalto, donde hay casas de tabla y guano. Fui la primera graduada universitaria de mi familia, en 2011. Terminé en Comercio Exterior, hice una maestría, me convertí en profesora, he viajado a más de diez países, tengo una empresa, vivo en Nuevo Vedado”.
Estatus e ingresos: un binomio inestable
Ciertas realidades expuestas por Geyne Tourón y Katia Pérez son apenas la punta del iceberg, o las consecuencias visibles, de un profundo desequilibrio económico estructural cuyas raíces llegan hasta los años 90 del pasado siglo. El ponente relató que el salario promedio de un médico del IPK –una de las instituciones clínicas más prestigiosas de la Isla– es de nueve mil pesos, mientras que el personal contratado para la limpieza (perteneciente a una MIPYME) gana un salario tres o cuatro veces superior.
Esa considerable diferencia de ingresos entre los referidos grupos sociales y entre el sector estatal y el privado, constituye factor decisivo en el incremento de la desigualdad y en la decisión, tomada por no pocos, de dejar atrás oficios, estudios, trayectorias laborales y reconocimientos morales, para desempeñar tareas mejor remuneradas –desde abrir un pequeño negocio, ofrecer servicios por cuenta propia o transformarse en simples empleados–, aunque sean ajenas a su preparación profesional. Así hicieron las manicuras del salón al que la joven emprendedora suele acudir: antes eran doctoras y enfermeras.
¿Dicho tránsito conlleva una subida o un descenso de estatus?, quiso saber el director de Temas.
“Hoy el estatus está dado por el ingreso”, manifestó Tourón. El pueblo lo mide por el exterior de los sujetos. A un profesor universitario con zapatos remendados y ropa zurcida no lo valora; “viene alguien que apenas aprobó sexto grado, en un carro de último modelo, y le hacen una reverencia”.
Ninguna contradicción ve Lucía Ínsua “en que las personas desarrollen su profesión, conocimientos, experiencias, en diferentes ámbitos de la producción y los servicios, ya sean estatales o privados, incluso pueden tener varios trabajos”. Sin embargo, jamás sus ingresos deben ser la medida para juzgarlas. “No es un asunto de dinero, sino de comportamiento humano”.
Apologías versus alertas
Tan acuciantes son en este minuto los problemas asociados a las carencias, a las desigualdades, y la urgencia de encontrar formas efectivas de revertirlas, que al llegar el turno de la concurrencia –momento habitual en los UJ–, la mayor parte de lo expresado por esta giró en torno a dichos aspectos. Una epidemióloga jubilada deploró la falta de estrategias gubernamentales exitosas para que el pueblo disponga de suficiente alimentación, vivienda, transporte; mientras que la burguesía ha resurgido en Cuba y, de hecho, crecen la enseñanza, la medicina y la estomatología pagadas directamente de su bolsillo por quienes las precisan. Un periodista preguntó al panel: ¿Qué impacto ha tenido la retirada del Estado, como garante de determinados servicios y productos básicos, en el proceso de movilidad y de empobrecimiento? La siguiente participante formuló una interrogante similar, e inquirió, además, por las intercepciones entre la movilidad social y las desigualdades de género y raza.
Dos de los asistentes criticaron la estigmatización del sector privado, alabaron su existencia, como solucionador de problemas comunitarios y transformador del espacio público en los barrios, refirieron ejemplos. Al respecto, también desde el auditorio, opinó un sociólogo: “No es una cuestión de demonizar, pero los criterios planteados aquí se parecen mucho a los del paquete neoliberal de América Latina. El Estado se retira y deja un millón de cosas que debe solucionar el sector privado. Pasó en México, donde yo vivo, tengo que lidiar con eso todos los días de alguna manera. La gran pregunta es ¿cómo el Estado cubano va a resolver los problemas?”. Porque si lo deja en manos de ese sector, “esto es restauración capitalista y numerosos grupos van a sufrir con tal restauración”.
El lado flaco de las políticas
Cuando el micrófono regresó a la mesa, Katia Pérez aludió en su disertación a estrategias sociales y económicas. Desde su posición de emprendedora, insistió en las bondades de ampliar las atribuciones del sector privado, para que este se integre con el estatal y enfrenten juntos las desigualdades y la pobreza. “Las alianzas público-privadas tienen que ser reales, no estar solo en el discurso. Aunque se recoge en la Constitución, la igualdad entre los actores públicos y los privados no existe”, recalcó. Similar énfasis puso en la urgencia de crearle incentivos a la producción y en flexibilizar los trámites exigidos para aprobar las solicitudes de las mipymes y de los trabajadores por cuenta propia.
Geyne Tourón razonó: “Lo primero debe ser restablecer el principio socialista de que cada trabajador reciba un salario y un beneficio de acuerdo con la calidad y el valor del trabajo aportado. Si alcanzamos esa meta, resolveremos los problemas”. La responsabilidad de modificar el actual panorama nacional “recae en los economistas, los políticos, los intelectuales”.
“Es una utopía pensar, como se creyó en un momento determinado, en una sociedad donde todos seamos iguales –admitió Lucía Ínsua–; sí hay que brindar equidad, oportunidades, y de forma que los ciudadanos tengan la posibilidad de acceder a ellas”.
Los vínculos entre igualdad de género y movilidad social fueron abordados por Mayra Espina. Pese a las tendencias emancipadoras presentes en Cuba, en la cotidianidad asistimos a “un retroceso claro” en lo relativo al empoderamiento femenino. Por tradición patriarcal, “prácticamente todas las estrategias ligadas al hogar como garantía de reproducción de la vida, recaen en la mujer” y en etapas de crisis esa tarea demanda mayor esfuerzo y la renuncia a otros intereses. Al mismo tiempo, “las mujeres están subrepresentadas en cualquier ámbito que signifique una ventaja: el sector privado, el cooperativo, como usufructuarias de tierras”.
Sobre las consecuencias de la retirada del Estado, la investigadora aseveró que este ha incurrido en una equivocación al “olvidar que un proyecto social requiere sostenibilidad económica. No estoy omitiendo el peso del bloqueo como una restricción de recursos enorme y que deja poco margen –aclaró–, sin embargo, el espacio existente para actuar no ha sido manejado de la mejor manera. En segundo lugar, ha insistido en políticas homogeneizadoras, las cuales ignoran el punto de partida de cada quien”; ¿su resultado?: determinados grupos sociales capturaron, acumularon el beneficio de tales políticas y otros han ido quedando relativamente fuera, “avanzaban, pero siempre con una distancia. Y cuando arrecia la crisis ocurre una caída precipitada, en especial, de la parte de abajo, del fondo del caldero. Ese error se ha prolongado demasiado. Ahora se intenta superar, en las peores condiciones para hacerlo; además, con mucha resistencia”. Ambos hechos, es decir, la no sostenibilidad y las citadas políticas, “han tenido como consecuencia que el Estado se va retirando” –aunque no quiere y se resiste–, porque no le queda más remedio.
Para cerrar su intervención, Espina se refirió al sector privado, al cual le corresponde “dinamizar, complementar”, no adjudicarse las funciones estatales; y debe comprometerse con la “economía social y solidaria”, asumir una “responsabilidad social”. Todavía carece de ese enfoque porque no hay políticas adecuadas de fomento e incentivos. A la par, resulta ineludible “un contrapeso”, dejar bien establecido qué le toca a él y qué al Estado. De lo contrario, incentivarlo es “una medida aislada, desintegrada de un conjunto de políticas esenciales, como las de equidad y las de movilidad social ascendente, de ciclos de vida, para los sectores en desventaja”.
Tras dos horas de intercambio, finalizó el Último Jueves. Antes de la despedida, Rafael Hernández compartió, la siguiente observación: “Nadie ha hablado de la cultura de los grupos sociales. Parece que únicamente se diferencian por el nivel de ingresos o la relación con los medios de producción. No es así. Ese acápite nos quedó pendiente, hubo un vacío en la caracterización cultural de lo que significa moverse de un lado para otro”.
Ergo, aún el tema de la movilidad social y sus múltiples implicaciones no se ha agotado, merece un nuevo debate.
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