jueves, 21-11-2024
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Rafael Hernández: En el contexto de esta frase, cuál es para usted el significado de la cultura y cómo se debe interpretar la defensa de la nación? ¿Qué sentido tiene la defensa de la nación desde una perspectiva cultural?
Aurelio Alonso: Considero que el uso concepto de defensa, como el de cultura, admite con legitimidad dos connotaciones, una restringida y otra ampliada. Existe hoy un consenso en que al hablar de cultura aludimos a la universalidad de la creación humana y no sólo a la espiritual, aunque en la práctica no podemos evitar referirlo a la artística y literaria (y a otras expresiones de la espiritualidad creativa), Corre ya más de un siglo de debate al respecto, como sabes. Visto desde el sentido amplio del concepto el hecho mismo de defender la nación es un hecho cultural, aunque es válido igualmente plantearnos también, desde la perspectiva estrictamente cultural la defensa de la nación. De modo análogo en cuanto al concepto de defensa no se puede limitar su connotación al plano militar, sino que la defensa comienza por la palabra y las ideas. Desde la paz antes que con las armas – por suerte – la nación debe ser defendida prioritariamente. Y este sentido de la defensa se extiende desde el terreno de la política hasta el la propaganda comercial. La defensa de la nación –que no es solo una cuestión de estado– tiene una vertiente cultural, tan relevante como cualquier otra, se haga claramente visible o no.
RH: ¿Qué distingue el espacio propio de la cultura en la defensa de la nación? ¿Cuál es su alcance respecto a otros campos –estratégico-militar, político, económico, ideológico?
A.A.: Dicho lo anterior, y en sintonía con tus precisiones, me atengo a los quehaceres propios del oficio de la escritura y de las artes, en un contexto contemporáneo, asentado en la fuerza que el desarrollo de los medios de comunicación han dado a la imagen. Hoy, para decirlo con brevedad, el desafío de autenticidad de la creación propia pasa por su capacidad de hacerse competitivo mediáticamente, frente a dispositivos orientados a alejar la nación de sus intereses legítimos, que son los que definen el bienestar accesible de sus pueblos. Y con la recolocación del desafío crece a la vez el riesgo de sucumbir que plantea al intelectual el refinamiento de los resortes hegemónicos, ya sea que lo haga por desorientación o por inmovilismo. Me cuento entre los que piensan que el concepto de cultura provee de contenido a todas las prácticas restantes a que te refieres, y es lo que nos permite utilizarlo como sustantivo cuando nos referimos a cultura económica, cultura militar, cultura política, sin limitarnos a las siete musas.
RH: ¿Hasta qué punto la amenaza de la neocolonialidad cultural representa un desafío mayor para Cuba que en etapas anteriores? ¿Son más desfavorables las circunstancias globales? ¿La sociedad y la cultura se encuentran más expuestas? ¿Qué es diferente hoy?
A.A.: Te confieso que no sabría ponderar cuantitativamente el momento de mayor desafío. La nación cubana ha vivido durante sesenta años el desafío de esta amenaza, que ha sido bordado poco a poco, desde los tiempos en que los propios presidentes de los Estados Unidos no calculaban la influencia que alcanzaría en la política el complejo militar-financiero-industrial. Hasta volverse el más refinado y cruel de los cercos en todos planos, también en sentido de las obras del espíritu, y no solo en los planos económico, tecnológico, financiero y diplomático. En esa historia la nación también ha sufrido de sus errores de imprevisión y pecados de inmadurez y de inmovilismo dogmático, pero las rectificaciones han tributado a la edificación una resistencia que se renueva. Lo vivido hoy en Cuba es la resultante de un acumulado perverso de hostilidad imperial y en este sentido el desafío se muestra mayor. Pero también es distinto –creo que siempre va a ser distinto y no sólo mayor en términos de tamaño – y creo que ello exige de nuestra creatividad una información, un aprendizaje y un ejercicio crítico constante. Se hace clave que, como país, sepamos tomar el pulso del cuadro global en que nos desenvolvemos. No solo en el terreno de la política y de la economía, sino también en el de la cultura. En cuanto a las circunstancias globales yo creo que no quedan bien precisadas al decir que son ahora más desfavorables. Prefiero decir que son más complejas, o más complicadas, si me atengo a aquella finísima distinción conceptual que hacía Lezama Lima entre “complejo” y “complicado”. La concentración de poder de los Estados Unidos en el plano global le ha llegado a permitir un nivel de impunidad sin precedentes, y en lo bilateral, su intransigencia hacia la soberanía efectiva de un vecino tan cercano, tan pequeño, tan estratégico, tan emblemático, y tan respondón. Desde esta perspectiva la situación se hace muy desfavorable. Pero en el plano global la aparición en el Mundo de modelos alternativos que, a diferencia del soviético, les aventajan en el plano económico (tasas de crecimiento y desarrollo) y en el social (disminución de la desigualdad y mejores condiciones de vida), es un elemento esperanzador, no solo para esta isla. No menos importante es que el mundo se ha convencido de que la “causa de Cuba” no se ajusta al “tiro al blanco” diseñado en Washington, sino que se acumulan las pruebas dadas, desde seis décadas de resistencia del pueblo cubano, de la legitimidad de un proyecto nacional. La nación cubana es la que ha sido capaz de resistir. La autenticidad de la definición de esta imagen como nación ha sido reconocida de manera inequívoca en las Naciones Unidas (y fuera de ellas), contra las deformaciones enemigas, que perdieron credibilidad mundial. Es el lado favorable. Yo diría que las “circunstancias globales” son aun desfavorables, pero con balances distintos. Resulta arriesgado cualquier pronóstico
RH.: ¿Qué papel les atribuye a los artistas e intelectuales frente a estas amenazas? ¿En el seno de la sociedad cubana? ¿En su proyección internacional? ¿Se comportan así realmente? ¿Cómo facilitarlo?A.A.: Yo pienso que, en este orden de cosas, un reto importante para nuestros intelectuales es el de saber tomarle el pulso a esa complejidad. La exterior y la interior, que no nos son dadas por separado, sino la una a través de la otra. Y descubrir cómo la complejidad de cada día difiere del día anterior, cómo se alteran connotaciones, cómo son vaciados unos conceptos y potenciados otros, cuándo las libertades aluden a valores reales y cuándo apuntalan la desigualdad social, con la cual el liberalismo carga como pecado original; cómo moldea el mensaje mediático valores falsos o equívocos. Pero, a la vez, parejamente, interiorizar sin temor nuestros errores, develar las lagunas de nuestras acciones, impedir que nos paralice la complacencia formal. El hecho cultural supone una inteligencia de las situaciones que no admite reacciones mecanicistas. La banalización es traducida por la historia, en el mejor de los casos (o sea cuando se logra superar críticamente), en manchas trascendidas por sucesivas generaciones. Cuando no, se convierten en lastres, y “las culpas de los padres las pagan los hijos”. Yo pienso que tenemos ya suficiente conocimiento de nuestros errores, y que haríamos bien en preguntarnos porque percibimos una y otra vez su recurrencia, y nos comprometiéramos más en esa dimensión de la autocrítica que tendría que alcanzar el plano institucional y no solo reclamarla a la persona.
R.H.: Si la cultura nacional abarca rasgos diversos y cambiantes, ¿reconoce usted identidades culturales diferenciadas y en movimiento? ¿Qué importancia tiene esta distinción para representar la cultura nacional actual que debe defenderse? A.A.: Por supuesto, diversidad y movimiento son conceptos indispensables cuando tratamos de definir nuestra identidad cultural. La diversidad denota la presencia de lo contradictorio como fuente de desarrollo (para decirlo desde la dialéctica
más ortodoxa) y nos obliga a encontrar diferencias en la formación de una identidad nacional. Prefiero pensar así lo diverso para no reducirlo a identidades diferenciadas entre sí. En cuanto a la importancia de estos elementos, que creo que siempre estarían presentes en la definición de identidad, cuando se trata de la cultura cubana actual debemos tener en cuenta la sacudida radical generada por la Revolución de 1959 y sus efectos en el legado sobre el cual se formó la República. Junto a la esencial vindicación de la tradición independentista que produjo el cambio político (y de la cual los historiadores han dado cuenta), queda en pié el desafío del rescate de valores en la historia más cercana que solo desde años reciente se ha emprendido.
R.H.: Si la cultura cubana no está limitada al territorio de la isla, ¿en qué medida la protección de la nación rebasa sus fronteras? ¿Qué implicaciones tiene este enfoque para el planteamiento de una estrategia de política cultural eficaz?
A.A.: Por supuesto que no es posible comprimir la cultura cubana en las fronteras geográficas de la Isla. Ni en el plano de un pasado centenario ni mucho menos en el de una realidad en la cual la emigración ha crecido y crece, produciendo en el extranjero comunidades cubanas de más de una generación. Ante esta pregunta yo insisto, ahora como necesidad, que me mantengo en el plano de lo espiritual cuando hablamos de cultura, porque la geografía impone fronteras objetivas al sistema económico social, la institucionalidad, el ejercicio político, las relaciones como Estado. Pero los vasos comunicantes en el plano que subrayamos como esencialmente cultural no deben ser obstruidos; más bien deber ser fomentados por las políticas culturales que el país debe seguir. Hacen parte de la identidad nacional: como afirmaba Cintio Vitier en Resistencia y sociedad, frente a una visión esquemática de los “balseros” de 1994, aun si son antisociales son nuestros antisociales. Tales vínculos no son de naturaleza impositiva, sino biunívocos, y solamente se logran en una interacción que sepa exaltar valores reales de uno y otro lado, una absorción constructiva recíproca, y una comunicación que se haga consistente sobre las bases del entendimiento y el respeto.
R.H.: Tomando en cuenta la historia de la Revolución, ¿qué recomendaciones haría usted para la aplicación de una estrategia cultural en defensa de la nación? ¿De qué manera precaver contra el folclorismo, el populismo, el elitismo, el provincianismo aldeano, como representaciones de una cultura nacional que se procura defender?
A.A.: La verdad es que cada pregunta tuya me resulta más difícil de responder que la anterior. Para ser del todo sincero, comenzaré por decir que tal vez no sea un ministerio la estructura ideal para diseñar y aplicar una “estratega cultural en defensa de la nación”. La diversidad de los lenguajes de la creación y de la institucionalidad que requiere su entramado social me lleva a pensar que la idea de un consejo de cultura integrado por instituciones independientes y con sistemas de promoción de talentos, educación artística, apoyo estatal a las expresiones creativas, y otras necesidades, como se concibió en 1961, es más efectivo que un ministerio. No estoy pensando en el pasado sino en el horizonte. Con el experimento cubano sucede que, lejos de consolidar las virtudes que debían serle propias, el Consejo se deformó (el CNC), generando un cuerpo con predominio de tendencias sectarias, cuya etapa madura (en sus vicio) recordamos como “quinquenio gris”. Su sustitución por un ministerio pudo neutralizar la onda represiva que había dominado gracias a las capacidades y la proyección del ministro escogido. De haber caido la nueva estructura en manos inadecuadas, las posibilidades que daba la centralización de las funciones podrían haber llegado a calificarse de “décadas grises”, o peor. Es una situación paradójica que yo pienso que algún día será resuelta para dar más vuelo a la cultura nacional. No obstante, con la estructura institucional que tengamos –llámese consejo o ministerio– pienso que lo primero a tener en cuenta es que la política cultural no puede responder a un patrón impositivo sino partir del caudal creativo acumulado de las formas de expresión y de los valores con los que cuenta el país. Que el debate debe prevalecer y que el talento debe contar con posibilidades de desarrollo. Que cuando se piense en políticas de selección cultural, respondan a las exigencias que las musas inspiraron y se erradique el burocratismo, y la decisión vertical, además tomar en cuenta los otros lastres que señalas, con acierto, en tu pregunta. No es que se pueda decir que no ha existido una estrategia cultural en la Revolución; por el contrario, he sostenido y sostengo que la nuestra es, en primer plano, una Revolución cultural, pero no siempre ha sido gracias a las instituciones sino, incluso a veces, a pesar de ellas.
R.H. ¿Cómo evitar que la defensa de la nación desde la cultura se confunda con atrincheramiento y proyecte vulnerabilidad? ¿Cómo fomentar una cultura nacional que acepta el reto del intercambio, desde una conciencia cultural más cierta y segura de sí?
A.A.: El soldado que se mantenía en la trinchera se sentía protegido (en el pasado, quiero decir, pues ya la trinchera protege muy poco). El atrincheramiento en el terreno de las ideas genera una imagen de protección tan equívoca como en la logística. El experimento socialista que fracasó en Moscú dejó hábitos en todas las izquierdas, los cuales ha costado mucho superar. Un maniqueísmo de signo propio, típico de los sistemas estamentarios, que supone una posesión absoluta de la razón (y el bien) y, a la vez, la concentración de la sinrazón (y el mal) más allá de mi territorio ideológico. La sospecha de toda idea distinta, la reticencia hacia el cambio, la identificación del acierto con la probación, la sacralización de las citas como principios, la confusión de la retórica con la política. Esas reglas torcidas del pensamiento pesan como obstáculo del reto del intercambio en los términos en que te lo planteas. Sus raíces se aferran más allá de los organismos específicos de la cultura y, en mi criterio, constituyen la base del peso muerto que buscamos superar.
La Habana, 9 de diciembre de 2019
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Rafael Hernández: Eduardo, cuando se habla del papel de la cultura en la defensa de la nación, qué significan la cultura y la defensa de la nación; cuál es el sentido de esa defensa en el ámbito de la cultura.
Eduardo Torres-Cuevas: Ante todo, hay que precisar los conceptos. El de cultura se ha usado en muy diversos sentidos, y hay muchas formas de percibirlo. Para mí la cultura tiene que ver con el modo de ser y hacer de un pueblo, esa es la base de todo proceso cultural. Puede expresarse en las calles, en el modo de pensar, de actuar, de decir, lo que lleva después a la elaboración de esa cultura, en sus expresiones intelectuales, artísticas, musicales.
Si tomamos toda la evolución histórica de Cuba puede señalarse cómo se van creando esferas que van naciendo del propio proceso interno de la Isla. Llegan de muchas partes del mundo —España, África, de otros países de Europa y de Asia en diversas etapas del proceso histórico— grupos, etnias, nacionalidades, de muy diversos tipos, que convergen en el proceso que yo llamo de acriollamiento. Criollo quiere decir criado en casa; no nacido, sino criado, pues puede tener cualquier origen, pero nació ya aquí. Eso lleva a un proceso, primero, de creación de cultura, de tradiciones, de hábitos de todo tipo —alimenticios, de vestir, modos particulares de hablar. Cada ciudad, cada pueblo, cada villa, va creando sus tradiciones internas, y de ahí va naciendo una tradición más nacional, sin que exista aún la nación. La cultura precede a la nación, que será el resultado de un proceso cultural.
Fernando Ortiz tiene una frase que siempre me ha gustado mucho. «¿Qué es lo cubano? Es un ajiaco», dice él, con muchos ingredientes, y al final tiene una calidad propia, diferente a los componentes que originalmente lo formaron. Y agrega: «Nuestra cultura es la calidad de lo cubano». O sea, se trata de una calidad propia, la cualidad de ese pueblo.
Esa mezcla de elementos, en la medida en que se van identificando y creando ese criollo y ese reyoyo, ya no son una mezcla, sino una combinación, que crea una propia expresión, como característica definitiva de las naciones. Se puede ver, por ejemplo, que de África vinieron ochenta y cinco etnias, muchas de las cuales eran rivales allá.
RH: ¿¡Ochenta y cinco etnias africanas!?
ET: Esas ochenta y cinco etnias aquí fueron identificadas solo por una característica: que eran negros. Pero en África, como todos eran negros, no existía ese factor de identificación. Igual pasa en España, que se formó en la misma medida que en la América española. En el siglo xvi, lo que te vas a encontrar es una unión de reinos y de dinastías, donde convergían los títulos de rey de Aragón, de Castilla, de León. España fue un concepto que surgió después, cuando de verdad hubo una visión de la hispanidad, igual que surge la americanidad en ese mismo proceso, desde los siglos xvi, xvii, xviii.
Nuestra cultura nos identifica por esa cualidad del modo de ser, hacer, decir, con los hábitos, tradiciones, costumbres, que fueron generándose durante esos tres primeros siglos, sobre todo después del xix, que es el que le introduce una racionalidad a ese proceso. Antes se trataba más de sentimientos, que no siempre podían describirse o narrarse; mientras que en el siglo xix, con el predominio de la era de la razón y de las ciencias modernas, a finales del xviii, de una filosofía nacida en las Enciclopedias francesa e inglesa, se le puede dar una estructuración racional.
RH: Cuando se habla de defender la nación, se piensa sobre todo en el enfrentamiento con los factores hostiles, negativos, enajenantes, que vienen del exterior, en particular de los Estados Unidos. Es el contexto en que esa frase suele utilizarse.
Ahora bien, cuando hablamos de la defensa de la nación, no en el terreno militar, económico, político-diplomático, sino en el de la cultura, se implica que estamos defendiendo una cultura con ingredientes provenientes del Norte. ¿Cómo esta relación cultural afecta la defensa de la nación?
ET: Cuando te decía que la cubanidad es todos estos ingredientes que se transculturan, estoy incluyendo el factor norteamericano también. En el siglo xviii y en el xix, y en el xx, sobre todo ya con un carácter político, la relación Cuba-Estados Unidos fue estrecha, tanto comercial como cultural, en todos los terrenos.
Cuando Martí dice que nosotros estamos en el fiel de América, que la independencia de Cuba era una lucha por el equilibrio del mundo, tenía en cuenta el factor norteamericano sobre todo, porque esta amplia América Latina, esta americanidad de la que te hablé inicialmente, tenía que ver con las características del imperio español. Pero todo el siglo xix es un nexo constante entre Nueva York y Nueva Orleans con La Habana. Esta última no está en la costa sur, no es una ciudad caribeña, es una ciudad que da al Atlántico norte, está frente por frente a la Florida, tiene el puerto de Nueva Orleans ahí, donde están criollos franceses y criollos españoles. Por eso cuando vende Napoleón la Luisiana a Estados Unidos, muchos de esos criollos franceses vienen para acá, y son los grandes cafetales de Occidente; otros vienen cuando la Revolución de Haití, pero esos se asientan más hacia la zona oriental, y ciudades como Cienfuegos, que es fundada por don Luis de Clouet, un francés criollo.
Ahora, ese nexo con los Estados Unidos le permitió a Cuba muchas cosas, sobre todo el estar justamente cercana a los procesos de desarrollo que se iban dando no solo en Europa sino en la América anglosajona. Eso, incluso, crea el movimiento anexionista, la discusión de Saco con El Lugareño, que es la misma de hoy, no hay ninguna diferencia. El Lugareño le dice: «Cuba anexada significa quinientos mil yanquis, diablos y demonios, pero diablos y demonios blancos con capital que haría adelantar la Isla. ¿Qué te esperas de España, que te introduzca quinientos mil negros luquinos?» Y Saco le contesta: «Comprendo que sí, que es verdad que tendríamos todas esas ventajas, pero me queda [y lo dice con ironía] una pequeña contradicción con ese proyecto, y es la pérdida de la nacionalidad cubana». Es cierto que Saco la ve como nacionalidad blanca, pero al mismo tiempo estaba marcando el hecho de que este era un país que se había formado en la religión católica, y cuando digo la religión lo menos importante en este concepto es ella misma, sino todo el elemento cultural, ético, e incluso artístico que implicaba la visión católica del mundo en un origen; esa es una base muy importante. En el otro lado, está el blanco anglosajón y protestante. Por eso él habla de «la pérdida de mi nacionalidad», y dice: «si he podido vivir extranjero en el extranjero, no podría vivir extranjero en mi propia patria, nunca inclinaré la frente ante las rutilantes estrellas del pabellón norteamericano». Está diciendo que lo que no puede permitir es que se pierda su cultura. De manera que todo el esfuerzo económico tiene que ser para preservar la independencia y la nación cubana.
Por eso cuando hablamos de la nación el problema no es solo político, sino algo más profundo. Se trata de quiénes somos y si podemos dejar de ser lo que somos, y ahí es donde está el intríngulis del factor cultural.
RH: El presente es historia también, y todos estos antecedentes que mencionas son claves para poder entenderlo. Pero si miramos a la Revolución enfrentada con los Estados Unidos, reivindicando la cultura nacional y la nación como parte de su proyecto, ¿tú dirías que este momento en el que vivimos es el más desafiante, el más amenazante para la defensa de la nación, en relación con lo que fue en los años 60? ¿O es que esa nación y su cultura no han estado agredidas, hostilizadas, desde el principio de la Revolución? Si estamos de acuerdo en que es así, ¿qué hay de diferente en el momento actual?
ET: La pregunta es muy amplia, pero sí te diría que nunca antes ha peligrado la nación y su cultura como ahora. Te voy a citar a alguien que no es precisamente un simpatizante de la Revolución cubana, Mario Vargas Llosa, y su excelente libro, La civilización del espectáculo. Esto se asocia también a lo que ha significado la postmodernidad como desmontaje de todos los proyectos racionalistas de la modernidad, entre ellos el propio concepto de nación, el de patria, el sentido de los deberes del ciudadano. Hasta estos últimos treinta años, existía una discusión racional, entre argumentos que incluían los usados por la reacción en su discurso político, de manera que se podía discutir sobre la base de una racionalidad del discurso. En la actualidad, no se necesita esa racionalidad del discurso, porque son otros los elementos que la postmodernidad pondera, sobre la ética y la estética, que no afecta solo a la ética revolucionaria, sino a la propia ética religiosa, digamos, católica. El fenómeno es mucho más grande y global, no se limita a una región determinada ni es el problema de Cuba, sino se trata de algo universal.
Por otra parte, en los 60, los medios de comunicación eran, vistos desde hoy, primitivos, radio, televisión, prensa escrita, los cables que se mandaban de una agencia a otra. Hoy se puede enviar un mensaje que tiene un alcance mundial desde un celular. Hay ejemplos sobre todo de lo que se ha llamado la guerra de cuarta generación, como fue la Primavera Árabe, al final de la cual vimos efectos muy diferentes a lo que esperaron muchos de los millones que se lanzaron a las calles.
Los conceptos, por otro lado, han variado o han adquirido contenidos diferentes. Hoy todo el mundo habla de democracia, pero el problema es saber de cuál estás hablando y hasta dónde funciona esa democracia, y cuáles son sus mecanismos y grupos de poder, que en cierta medida existieron; sin embargo el control sobre los medios de comunicación es absoluto, es decir, en La Habana de los años 50 había once periódicos nacionales, lo mismo estaba el periódico Hoy, de los comunistas, que el Diario de la Marina, pero esos son los dos extremos. Estaba El Crisol, Prensa Libre, El Mundo, El País, y había una discusión visible y donde se ganaba el terreno día y día, y se perdía también; hoy el nivel de dominio de los sectores más de derecha, o de derecha, o de centro, tienen mucha más fuerza en los medios que las izquierdas por un problema incluso económico; en ese sentido, no tiene nada que ver con la lucha de los años 60, era otra la discusión, otro el modo en que se discutía y para qué se discutía; había múltiples opciones, pero siempre buscando algo mejor, hoy hasta lo peor puede servirte como lo mejor, solo depende del discurso, de que seas capaz de convencer; por otro lado, los discursos que más convencen son los simples, mientras más teóricos sean menos entendibles por las grandes masas; el de los líderes semifascistas y de extrema derecha, etcétera, son oraciones, frases, incluso sin verbos, es decir, una afirmación, y la gente lo acepta; pero el principio de decir algo que pueda ser absolutamente falso descansa en aquel viejo principio de mentir, mentir y mentir, que algo quedará, después cuando tú vas a la defensa, ya saliste tarde. Todos estos factores hacen bastante compleja la época.
Ahora, el movimiento de izquierda en el mundo tuvo una fase de confusión de criterios, se atacó la izquierda contra la izquierda, a partir de la crisis del campo socialista, la Unión Soviética, etcétera; no voy a valorar los partidos comunistas, pero estos después de eso decayeron enormemente, y los partidos socialistas, que pensaron que iban a ascender a costa de la caída de los primeros —así sucedió en los primeros momentos—, hoy están en desventaja, el discurso que está primando ha echado abajo a algunos de los partidos tradicionales fuertes en América Latina, eso está pasando en Costa Rica, en Perú, partidos que históricamente fueron de izquierda o de centro, e incluso de derecha, se ven ahora ante una crisis tal que no tienen un programa estratégico, ¿cuál es el único programa estratégico que está sobre la mesa?, el neoliberal, el neoconservador, las dos fuerzas que están discutiendo, y la izquierda tiene un discurso de respuesta.
RH: Defensivo.
ET: Sí, mientras hay una propuesta yo doy una respuesta, entonces nos falta en estos momentos un discurso de izquierda coherente capaz de decir cosas en un lenguaje sencillo, que llegue a todos pero basado en un pensamiento teórico sólidamente elaborado.
RH: ¿Esa posición defensiva o esa emisión de un mensaje defensivo nos pasa a nosotros también?
ET: Claro que sí. Una de las cuestiones más interesantes es que no estamos totalmente a la altura de la propuesta que tenemos que hacer; somos excelentes dando respuestas, sean más o menos elaboradas. Nada más hay que picarnos para que respondamos, puede ser recordándole a la progenitora o con un discurso elaborado, etcétera. Nuestro problema es, en mi percepción, que nosotros estamos generando en estos momentos una nueva propuesta, pero todavía no está articulada ni probada; la propia dinámica del proceso lo puede dar.
En otro sentido a tu pregunta. El nivel de ofensiva que tiene hoy el pensamiento no es neoliberal, sino neoconservador; hago una diferencia en ese sentido, Obama puede ser la expresión del neoliberalismo, Trump, la del neoconservadurismo, que incluso está atacando elementos del neoliberalismo; esa ofensiva neoconservadora, es como si fuese una respuesta de la extrema derecha históricamente en los momentos de crisis del pensamiento de izquierda, y de agresividad en cuanto a los movimientos económicos; o sea, se va dando cada vez que hay un movimiento de crisis y de necesidad de organizar los procesos de avance del gran capital.
RH: Si se trata de defender la nación en el campo de la cultura, y de defender la cultura que nos representa, esa nación hoy está más extraterritorial que en otros momentos, no es la primera vez, cubanos en otras partes del mundo durante las guerras de independencia, etcétera; esos otros cubanos que están fuera de Cuba y que son parte de la nación, que no son enemigos, que no se comportan como tal, y que no colaboran con el enemigo, ¿desde el punto de vista estratégico, el incluir a esa parte de la nación que está afuera qué plantea a una política cultural o a un pensamiento de defensa de la nación en la cultura?
ET: Ser cubano no determina en qué parte del planeta tú estás, en el Polo Norte, o en Hawái o en Burkina Faso, y algo que es muy importante, vuelvo a Fernando Ortiz, hoy estoy…
RH: Orticiano.
ET: Sí, Fernando Ortiz decía: «¿Qué es ser cubano?», o sea, la conciencia y la voluntad de serlo; uno escoge si quiere ser o no cubano, pero eso implica una definición cultural, no una política, aunque tiene una consecuencia política detrás; ante todo, yo quiero ser como el otro, no como soy, me quiero aculturar, pero en la emigración cubana —los dos conocemos muchas personas así—, realmente hay muchos con un descubrimiento de quiénes son ante el diferente, es decir, yo me doy cuenta de que soy cubano porque actúo, pienso, distinto a este, y a lo mejor me tengo que comer los frijoles negros escondido, pero ese es el plato que yo quiero, arroz con frijoles; como, en cualquier parte, la música cubana que inmediatamente te levanta, y tú dices, ¡esa música! La cultura nos mantiene siendo cubanos dondequiera que estemos.
RH: Si la defensa de la nación incluye no solo a la que vive dentro sino a la de afuera, y si la cultura es lo que nos une, ¿qué recomendaciones tú le harías a una estrategia cultural en defensa de la nación que no caiga o que no sea presa de populismo, de folklorismo, del provincianismo aldeano que Martí criticaba?, ¿cómo precaverse frente a esos peligros?
ET: El problema también es complejo, es decir, está lo que uno pudiera racionalizar en el problema, y lo que irracionalmente está dentro de los conceptos y de las actitudes que tienen que ver con este. Ante todo hay que identificar esos valores dondequiera que estén y colocarlos en el lugar que deben estar; ahora bien, significa que tú tienes que tener todos los medios de divulgación y sensibilizar a las esferas, ya sea política, social, o económica.
Es un modo en el cual nos identifiquemos con ese sentimiento y ese pensamiento que tiene que ver con la evolución de lo cubano, que, por otro lado, ha ido evolucionando, y evolucionará porque siempre tendrá una época histórica diferente; Martí escribió muchos de sus mejores trabajos en los Estados Unidos —el grueso de su producción—, independientemente de todo lo anterior.
La solución es entender que esos espacios que se abran irán creando o creciendo en la medida en que seamos capaces de irlos aumentando; es un trabajo inteligente, lento, del que no se puede esperar sus resultados en un solo día. En todas partes, hay muchas personas, muchos cubanos que pueden contribuir a ello; los conocemos que están en los Estados Unidos, incluso desde la época de los Peter Pan, y son excelentes como productores de un pensamiento integrador, como productores de la cultura cubana desde afuera de Cuba, y eso no se puede obviar, sería absurdo, pero tiene que ser conocido, como ellos tienen que conocer muchas cosas.
RH: Mi última pregunta, que se relaciona con la anterior. Defender la cultura nacional y defender la nación reforzando los medios de la cultura que pueden hacerlo y evitando caer en actitudes de trinchera o que proyecten que tenemos miedo sobre todo a la hora del contacto con lo externo, ¿cómo desarrollar esa defensa robusteciendo y potenciando el intercambio y no cerrándonos a él, y cómo logramos por esta vía fortalecer una conciencia cultural más segura de sí?
ET: Tú última frase es importante. El problema es la seguridad que tengamos de nuestra conciencia, y eso no son trincheras de piedra, ahí sí no estás avanzando ni estás defendiendo realmente lo que tienes que defender. Las ideas no tienen fronteras. La cultura no tiene fronteras. Nuestra cultura es nuestra pero también es universal, porque es un componente más, no es una cultura de aldea. Si algo tiene la cultura cubana que la hace tan rica, —quizás por eso que tú me preguntabas anteriormente, por esa ubicación de Cuba cercana a los Estados Unidos, más cercana a Europa que otros lugares, el mar como comunicador, no como aislador, más difícil es llegar a caballo al centro de América que en barco a Europa—, es ese carácter que tuvo siempre la cultura cubana, si tú no le das ese hálito, ese ambiente, se empobrece, y en la medida en que lo empobrezcas te vas haciendo más susceptible a ser, a perder espacios, y al final a verte en una triste situación.
Es necesario el diálogo, el espacio, el entender todo lo que el mundo ha elaborado y ha hecho. En otros países, tienen a los cubanos trabajando en primer lugar, porque tuvieron una formación, desde todas estas aristas que llegaban del mundo más desarrollado. Y aunque digas, «Yo no quiero que me llegue», te va a llegar por cualquier vía, porque el mundo de hoy no tiene fronteras en ese sentido, y de forma tal que no siempre se sabrá —si no se tiene una política clara de ello— qué es lo válido y lo no válido; tienes que abrir el diálogo para que lo válido también entre, pues si no abres esos espacios te estás condenando a morir.
RH: Muchas gracias, te agradezco mucho.
El nombre del dossier La cultura en la defensa de la nación incluye al menos un par de términos diferenciables: defensa de la nación y cultura. En ese sentido, ¿cuál es la mirada que tienes respecto a la cultura, la amplitud o estrechez que le das; y al mismo tiempo cómo conecta con la defensa de la nación?
Israel Rojas: Se puede ser cubano desde una perspectiva estrecha o cubano desde una perspectiva más amplia. Lo cubano integra desde una manera de caminar, de comportarse, de alimentarse, una cosmovisión muy particular incluso dentro del contexto caribeño –en el cual no siempre se reconoce, pero sin duda alguna no puede salir porque somos caribeños; lo caribeño visto como lo mestizo, como lo integrado, como lo insular también– y no necesariamente tener un compromiso con la nación. Lo ideal es que fuese así pero ya sabemos que no siempre es así. Con lo cual la cultura en sí misma tiene una vida propia. Aunque parezca contradictorio, no necesariamente la cultura tiene siempre una posición de defensa de la nacionalidad, aunque parezca en sí misma una contradicción porque, cuando tú eres portador de esos valores y no te los puedes quitar de arriba porque son parte inherente de ti, sin querer la estás defendiendo.
La nación es algo mucho más abarcador, desde mi punto de vista, que integra lo cultural –sin duda alguna– pero también sobrepasa eso. No soy exactamente un especialista en etnología ni en sociología, pero digamos que en mi visión estrecha de qué cosa es cada uno quizás no podría explicarlo con palabras técnicas, pero sí sé diferenciarlo en mi interior. Creo que hay una manera de profundizar en la propia cubanía particular de uno como ser humano en la medida que uno conoce más al país, en la medida que uno está más al tanto de todas las diversas emociones que generan los diferentes estratos sociales que componen esta manera de ser cubanos… Es lo mismo y a la vez es muy particular el baracoeso comparado con el pinareño, somos distintos también un cubano negro y un cubano blanco, un descendiente de taínos como yo y uno que no se reconoce como tal y, por supuesto, un cubano que hoy reside en Cuba y otro que no, e incluso –¿por qué no?– los que se sienten culturalmente cubanos aunque no hayan nacido en Cuba y sean hijos de padres cubanos. En la medida en que uno profundiza y se entera de toda la policromía que conforma eso que se le llama «cubanía», creo que se vuelve un poco más cubano; incluso en la medida que conoce comidas que son nuestras y tú no sabías que podían ser nuestras, que las incorporas, que las saboreas, que las vas integrando a ti.
Por otro lado, creo profundamente que una nación como la nuestra que ha estado tanto tiempo bajo asedio, ha estado tanto tiempo tratando de existir, de ser una nación en resistencia, eso en sí mismo provoca también una manera de ser cubano, impacta más temprano que tarde en la manera en que somos los cubanos.
Creo también que ese país que nos inventamos, que soñamos, que se dibujaron en la cabeza cada uno de los que en el pasado formaron parte de una vanguardia que imaginó, que soñó y preconfiguró un país en el que, siento yo, el socialismo puede ser un sistema para que no quede nadie desamparado, y no quede nadie fuera de la ecuación del «con todos y para el bien de todos» martiano –que no fue un hombre socialista pero lo conecto con la vocación que él tenía de echar su suerte con los más desfavorecidos–; esa manera de preconfigurar el mundo, esa cosmovisión como cubano también nos define y nos hace ser como somos.
Entonces, yo creo que definitivamente Fidel tenía razón cuando dijo que la cultura era el escudo y la espada de la nación. La cultura es parte de ese entramado que conforma la defensa de la nación. Es mi humilde punto de vista.
Me parece muy interesante que al hablar sobre la nación, un concepto amplio, un concepto unificador, hayas insistido en la diversidad. ¿Por dónde se articularía eso: la diversidad de cómo se piensa lo cubano desde diferentes puntos de vista, desde diferentes formas de existir, con un proyecto mucho más amplio como el nacional?
IR: Creo que esos conceptos patrióticos, que vienen de la historia cubana, son elementos bastante fuertes a la hora de conformar y de articular esa diversidad. Para mí es muy ilustrativo, aunque pueda parecer casual, que la historia tejió con hilos de gloria el propio azar de que Martí haya caído en Oriente y que Maceo haya muerto en La Habana. Cuando tú metes la mano y sientes que cuando se habla de Aponte puede ser un negro de Santiago de Cuba, de Songo La Maya, de Guantánamo, construidas en el imaginario de la gente como regiones de alta densidad de población negra, y que Aponte que era habanero, occidental, puedes hacerlo parte de tu propia historia. Encuentras ahí sedimentos muy fuertes de unidad nacional.
La formación de la nacionalidad cubana ha estado muy vinculada a esas aspiraciones de ser libres, a esa realidad de siempre tener un antagónico que te confronta, un antagónico que te impide, un elemento externo que te reta, y eso se fue insertando en la propia manera de ser cubanos: el virus de pensarnos cómo seríamos si… No sé cómo expresarlo mejor: lo aspiracional. Siempre hemos tenido una manera de concebirnos: cómo seríamos si no fuese de tal o mascual manera. Yo no sé si todas las naciones serán iguales, pero en el caso cubano, que los principales próceres, que las obras literarias, que nuestras obras musicales más trascendentales –las de esa vanguardia cultural, política, filosófica incluso, en fin, de pensadores– no solo hayan recreado su tiempo, sino pensado la Cuba del futuro… Fíjate que un hombre como José Antonio Saco que era tan proespañol hizo tanto por mejorar su propio entorno, hizo tanto por la Cuba que podría ser que hasta él, siendo un español todavía, es parte fundacional de la Cuba que vino después.
Yo creo que ahí existe un elemento muy unificador. Esos elementos aspiracionales están en nuestra propia historia, en nuestros propios cimientos como nación. Quizás por ahí venga la cosa, porque es realmente muy interesante, incluso geometralmente somos distintos: los pinareños tienen un tumba´o, los orientales tenemos otro tumba´o, la gente de aquí de la sabana Habana-Matanzas, incluso hasta Villa Clara, tienen otro tumba´o que no tiene el habanero, en el propio Oriente los tuneros, granmenses y holguineros no hablan igual que el santiaguero, el guantanamero o el baracoense. Somos distintos en eso, tenemos unas cuantas particularidades que nos distinguen. Sin embargo, y a pesar de que esos propios factores de regionalismo llegaron –como todo el mundo sabe– a ser definitivos para la derrota de aquellos primeros intentos libertarios, yo creo que fue bueno que se reconociera que esos provincialismos estériles nos desunían y no nos hacían bien.
Creo que aquí hemos estado más separados por estamentos de clases que por temas regionales. A la larga, digamos, los temas económicos han sido y siguen siendo más definitivos a la hora de enfocar la unidad nacional que, por ejemplo, el tema de dónde naciste. A tal punto que se puede reconocer a un cubano, a alguien que se diga que es cubano aunque sea extranjero, aunque sea nacido en otro sitio, siempre y cuando respete, se parezca y actúe conforme a como lo debe hacer un cubano. Fíjate tú qué cosa tan tremenda y qué cosa tan bonita. Un guanabí [wannabe] podemos decir nosotros perfectamente que es tan cubano como el otro, sencillamente porque quiera serlo. Y lo asumimos, lo abrazamos y lo acogemos. Eso me parece tremendo. Lo veo así. Puede estar por la historia, y en esa capacidad de soñarnos cómo seríamos todos si fuese de otra manera, si fuésemos lo que todavía no somos.
Tú manejabas la idea de en qué medida ha sido un elemento unificador, en qué medida ha calado en nosotros, la condición de ser una nación bajo asedio, una nación en resistencia. Me parece que hay una arista que tiene que ver con la resistencia desde el punto de vista cultural a los intentos de imponer una cultura hegemónica a nivel internacional. ¿Tú crees que hoy somos más o menos vulnerables frente a estos intentos y por qué?
IR: No sabría precisarte si somos más o menos vulnerables. Lo que te puedo decir son las fortalezas y las debilidades que yo veo.
Las fortalezas que tenemos parten, en primer lugar, de la educación. Yo siempre digo que nuestras pirámides de Egipto y nuestro Empire State, las grandes obras, no siempre son tangibles, son espirituales. Que del 1ro. al 5 de septiembre, dependiendo del año y el día que caiga, comience en este país el curso escolar para todos los niños, de San Antonio a Maisí sin importar credo, raza, región, y que sea como algo ya natural que un niño aquí a lo siete años sepa leer y escribir es una fortaleza. Cuando a mí se me ocurrió hacer Pi 3,14 fue con la absoluta convicción de que un muchacho en este país, de 15 o 16 años, sabe qué cosa es Pi 3,14; incluso los que están poncha´os en Matemática manejan el término, tuvieron que pasar por ahí. Entonces, un país que tiene esa fortaleza está un poco más preparado para tener conciencia.
Este es un país también muy politizado. Es un país que tiene todavía estamentos importantes de la sociedad cubana que son muy politizados, que les gusta la política, que les gusta la reflexión política, que le gusta la filosofía, que le gusta explicarse el porqué del mundo. Creo que todavía tenemos una masa crítica muy importante que es la que sostiene, por ejemplo, el teatro. Me resulta increíble, maravillosamente positivo, que una obra como Hierro sea un éxito de taquilla. Me parece fabuloso. Como me parece fabuloso que los festivales de jazz gocen de una tremenda salud; con todo y los problemas que tenemos en la lectura que se mantenga la Feria del Libro; con todo y los problemas que tenemos aquí con el mercanchinfleo que la Bienal de La Habana siga siendo un convite de las bellas artes, que el Festival del Caribe sea en Santiago una fiesta de pueblo. Que incluso hayan surgido eventos regionales como las Romerías de Mayo, que ya sean tradiciones, nuevas tradiciones o al menos eventos culturales ya tradicionales de cada uno de los territorios, habla muy bien de nuestras fortalezas.
No así, siento yo, en asuntos como la política de cuadros que en este momento es fatal. No diría que fatal, pero sí bastante alejada de las necesidades que tenemos. Una política de cuadros que no está priorizando a nuestra mejor gente en los mejores lugares. Eso, un país como Cuba no debía permitírselo, porque la guerra que nos hacen es demasiado fuerte y grande como para permitirnos seguir creyendo que la gente aquí es reciclable: «no te preocupes, sácalo, mete la mano y saca otro ahí». No es así. No funciona así.
Hace poco escuchaba una de las pocas cosas que me pareció objetiva, muy objetiva en ese sentido, se la escuché decir a Alejandro Gil el ministro de Economía cuando decía que los empresarios en Cuba debían tener un margen de riesgo, y un margen de riesgo equivale a un margen de error. Entonces, si reconocemos que en la economía es imposible no tener un margen de error, por qué pensar que en la política un político arriesgado, un político que intente cambiar las cosas, un político o un funcionario, no se va a equivocar en algún momento. Y nosotros muchas veces creemos que tenemos una fábrica de cuadros ahí y la vida nos está demostrando que no es así. No es así. No tenemos a la gente más idónea ocupando los puestos donde son más útiles, o cuando los ponemos dejamos que se achicharren ahí y después: «es que no teníamos a quién poner».
Nos ha pasado factura. La generación histórica por supuesto ha hecho una labor inconmensurable, pero eso también ha tenido una parte no siempre tan positiva, y es que tenemos compañeros que llevan demasiado tiempo en posiciones que posiblemente evitaron el surgimiento de nuevos cuadros y de gente que podía ejercer esa función con pericia.
Con esto de la nueva constitución y de los términos que ha puesto a las fechas y duración de los mandatos, yo creo que hay mucha gente que todavía no se da cuenta que la presidencia de Díaz-Canel tiene los días contados. Tiene los días contados porque tiene un término a su mandato. Deberíamos estar pensando y evaluando quiénes son los funcionarios que mejor lo están haciendo. Porque no sé si nos damos cuenta de que a Díaz-Canel nos lo propuso Raúl, además con bombo y platillo, diciendo que era el que había sobrevivido, pero esa política del espermatozoide no nos va a funcionar toda la vida. Además, a mi juicio, es suicida porque quizás en ese proceso hubo gente muy buena que desechamos porque supuestamente se equivocaron, pero esto no es una carrera, no podemos aplicarle a la dirección en cada uno de los estratos de nuestra sociedad una política del espermatozoide. No funciona así. Tenemos que formar gente, tenemos que preparar gente, pero debemos tener en cuenta que somos responsables, que en cualquier momento la vida da una vuelta y eres tú, si eres el que está preparado, el que va a asumir esta tarea por mandato popular público.
Ahí tenemos una deficiencia no tan valorada para los retos enormes que enfrentamos como nación, porque una nación la salva o la mata su mejor o su peor gente. Este país tiene muestras de eso. Este país fue uno con Martí y otro con Estrada Palma. Y yo no tengo nada en contra de Estrada Palma desde el punto de vista moral, fue presidente de la República en Armas, está el mito –no sé si documentado o no, no soy historiador– de que fue un hombre que no robó, pero la claridad de sus ideas no era la de Maceo, no era la de Martí, no era la de esa primera generación que luchó por la independencia.
Esto para mí es importantísimo para cada teniente y cada capitán, cada Intendente y cada Gobernador, cada hombre que ocupa una responsabilidad en una dirección de cultura, en la radio, o en la televisión. Porque lo que está pasando es que nuestra mejor gente ya tiene hoy maneras de cómo destacarse en otros frentes y después, casi siempre, cuando se destaca en otro frente lo hace fuera de como nosotros hemos concebido que se debe organizar la sociedad para el bien de todos. Y después lo que se forma es un cortocircuito porque tenemos a Fulano que es súper capaz generando una actividad determinada y otro, que no siempre es tan capaz, de hecho no es el más capaz, en una función de dirección y ahí se forma un cortocircuito.
Yo creo que es utópico eso de que el hombre no aspira, eso suena muy bonito pero está fuera de toda lógica de la psicología social y de la psicología personal. Es importante reconocer que ahí tenemos un problema: en cómo nos organizamos con nuestra mejor gente, gente preparada, gente de 100. Ya tenemos gente de 100 que se nos va del país, ¿significa eso que vamos a construir el país con la gente de 60 puntos? ¿Somos los que nos quedamos los de 60 puntos? No, aquí hay mucha gente de 100 que se quedó. Lo que no puede ser es que la gente de 100 que se quede no esté en los puestos en que verdaderamente podían hacer que este país avance. Todo el mundo sabe aquí que eso marca la diferencia. Ese es un problema que tenemos y esa es una debilidad, para mí, importante que tenemos.
Y otra debilidad importantísima que tenemos en lo político, porque en lo económico tenemos muchas debilidades empezando por el bloqueo que nos hace un daño tremendo, otro problema que yo siento que hay es el de la revolución tecnológica que nos está impactando y nos va a seguir impactando. No podemos escapar de eso.
Así como la Revolución Industrial transformó el mundo, la tecnológica lo está haciendo. Este siglo cuando termine no va a ser el mismo después de la llegada de internet, la 5G, lo que venga detrás de la 5G, porque eso va a seguir para allá, esto sigue para adelante, no se detiene.
¿Estamos preparados para entender ese proceso? Hasta qué punto realmente aquellas barreras culturales que eran resistencia cultural, porque la información llegaba con calma, porque te daba tiempo a prepararte, ahora llegan más rápido, muchas veces científicamente elaboradas, muchas veces –como acabamos de ver en el libro de Illescas–[1] con la mayor cantidad de libras de ciencia para clavarte la hegemonía mundial bien estructurada, quirúrgicamente… O aprendemos esas mismas técnicas para salvarnos como nación, o sencillamente nos va a tragar. Es que cambiaron las circunstancias. Nos va a tragar como en su momento los fusiles de los yanquis acabaron con las tribus indias, porque no se puede defender una comunidad con arcos y flechas en tiempos de fusiles.
Por eso te dije que yo, honestamente, no sabría decirte hasta dónde estamos preparados para esto. Tengo confianza en las cosas que hemos hecho bien, de cómo llegamos a este momento de la historia; pero tengo profundas preocupaciones. Tenemos muchos problemas subjetivos que resolver entre nosotros primero. Esta es una nación que ha demostrado que ante la agresión externa se une, eso no me preocupa. Me preocupa que nosotros no somos capaces de organizarnos mejor y son muchas más las veces que, por organizarnos mal, nos ha ido peor que las veces que el enemigo externo nos coge la delantera.
Creo que hay un fenómeno demasiado grande, una revolución tecnológica demasiado grande con intereses hegemónicos, y nosotros debemos comprender que si no nos preparamos vamos a terminar siendo una bonita anécdota histórica: «una nación que se enfrentó al Imperio hasta que bueno, ya por fin, el gran Imperio venció». «¡Duraron cien años!, pero a la larga se jodieron». Eso espero no tener que verlo, al contrario, espero que esas maravillosas ideas en que ha terminado siendo Cuba cuna, la esencia de ese paquete de ideas maravillosas de solidaridad, de amor por el prójimo, de respeto a los seres humanos, a los seres vivientes no solo humanos, de cuidado por la naturaleza, de conciencia social, de ponerme en el lugar del otro, espero que esas ideas que son nuestra verdadera fortaleza, no solamente nos hagan invulnerables a todo este lío sino que permitan, quizás ser la chispa, que incendie toda esa hegemonía del capital y generar una contrahegemonía de la solidaridad.
Tú has hablado de diferentes manifestaciones artísticas. Mencionaste Hierro como un éxito de público, mencionaste algunos eventos artísticos, en ese sentido ¿cuál es el papel que tienen los artistas e intelectuales en toda esa batalla?
IR: Obviamente tienen una labor fundamental. Los artistas e intelectuales tienen una labor fundamental. Para empezar, no es por gusto que los congresos de la Uneac se han vuelto un congreso de la nación. Por fortuna. En un congreso de la Uneac lo mismo tú oyes hablar de transporte que oyes hablar de la natalidad, y obviamente de educación. Yo he escuchado hablar más en los congresos de la Uneac de educación que… no podría decir que en un congreso de educadores, pero casi con la misma fuerza. Ayudamos en ese proyecto de imaginar un país mejor y esa capacidad de imaginar un país mejor, como te dije, creo que es un elemento que –a lo mejor lo digo por ser creador– me parece distintivo del país que somos.
Cada vez que hay un artista de la plástica, del cine, incluso un artista culinario, remezclando nuestros sabores o generando una obra crítica del contenido que sea, profundamente cubana en esencia, humanista y enaltecedora, de esas obras que cuando tú te miras en ellas te puedes ver, te puedes ver como país y probablemente te puedan ver también tus hijos y tus nietos, estamos soñando ese país, estamos defendiendo ese país, estamos construyendo ese país, estamos generando un ideario, o estamos complementando ese ideario, estamos haciendo política, sin duda alguna, por eso yo defiendo que es imposible divorciar una cosa de la otra, aunque por supuesto con esto dé herramientas a los que me adversan para matarme, pero es que es imposible. O sea, yo no podría ser tan hipócrita de decir que el arte y la política no tienen nada que ver; por supuesto que tienen que ver, van de la mano como uña y carne. Uno es parte del otro y se retroalimentan. El papel de los artistas e intelectuales en Cuba no solo basta con reflejar, con denunciar, con soñar, me parece que es todo eso y además la posibilidad de dejar una huella a la generación posterior. Es como pasarse un batón enriquecido.
Así lo veo, así me parece. Porque además es difícil que hoy alguien pueda decir que salió así de la nada. Nadie viene de la nada. Todos somos herederos de una obra riquísima, de todo lo que se hizo antes. En la música, por supuesto, yo me considero obviamente un heredero del movimiento de la Nueva Trova, un heredero de la generación de Santiago Feliú, de Carlos Varela, de la «Generación de los topos» y de otros que no eran tan topos como por ejemplo Mezcla, Síntesis, con esas primeras experimentaciones cuando yo era un chamaquito, pero eran experimentaciones que yo escuchaba, más el rock y todas esas cosas. Eso termina más temprano que tarde influenciándote.
Y otra cosa importantísima es que Cuba, al ser una isla tan caribeña, tiene la capacidad de procesar lo que viene del exterior que no es inherente a nuestra cultura y hacerlo nuestro. Lo mejor de lo que viene de fuera… bueno, a veces también lo peor, pero a la larga queda lo mejor. Incluso lo mimético puede tener un éxito de mecha corta, puede ser funcional en un momento, pero fíjate que hasta los artistas que en su momento han defendido con más radicalidad un género determinado terminan dándose cuenta que seguir por ese camino de lo funcional, la mecha corta, es suicida. Y casi siempre sucede que hay una búsqueda, una experimentación, que hay una fusión con toda la herencia cultural que está ahí, que te está tocando la puerta y te dice «¿ya disfrutaste tu momento de fama? Este es el momento de virar para atrás, de remezclar». Si quieres de verdad trascender, ya no trascender en el mercado o en las grandes industrias culturales, trascender con tu arte, que cuando pasen los años la gente vuelva a poner un disco tuyo en un mp3 y diga «eso se diferenciaba de aquello»… Por eso NG La Banda es un clásico y, aunque reconozcamos que tuvo mucho éxito, no es un clásico El Médico de la Salsa. No es un clásico, no va a ser un clásico de la cultura cubana. No estoy hablando de una posición ideológica, estoy hablando de una obra, de hechos. Todavía tú pones los discos, comparas, a lo mejor estoy siendo injusto porque son fechas que convivieron pero no son exactas, pero esa es la misma época de Y qué tú quieres que te den de Adalberto… cuando tú pones esas obras parece que mientras más pasa el tiempo mejor suenan, y tú pones las otras y te ríes, «ahhh, ¿te acuerdas?», pero no pasa de lo anecdótico. Porque lo hermoso que tiene lo artísticamente bien elaborado es que es imperecedero, y lo tremendo que tiene lo elocuente de mecha corta es lo rápido que otro dice algo más elocuente que tú y lo tuyo caducó, murió, expiró porque el tiempo lo devoró.
Hay una cosa que me llama la atención y quisiera escuchar tu opinión. Tú has hecho énfasis en el sentido común de las personas y en la subjetividad de la gente, y al mismo tiempo has hablado de una herencia cultural en los artistas y los intelectuales. Se viene de una herencia cultural pero hay un cambio de contexto, de condiciones, ¿cómo tú logras conectar desde esa herencia con el sentido común de la gente, con la subjetividad, que al final es una cosa que se busca también de alguna manera?
IR: Claro. Tú no vives del pasado. El pasado está ahí para revisitarlo, para aprender de él, para sacar las lecciones. Había un spot que tenía Radio Rebelde que a mí me encantaba, decía «los autos tienen el parabrisas grandes para ver lo que viene, y los retrovisores pequeños para ver el pasado». Aquí es importante que nunca perdamos de vista que el futuro, el ahora y el mañana, están ahí para vivirlos, para sufrirlos, para pensarlos, para preconfigurarlos desde el arte, desde la imaginación como te decía, pero también para acompañar a la gente en su día a día. Esa es la fuente nutricia creo que fundamental de cualquier arte que se pretenda serio. La herencia está ahí para que tú, en lo formal, en lo referencial, lo uses y probablemente lo revisites en su contexto con la técnica creativa que tú uses para decir cosas nuevas. Pero lo nuevo tiene que estar ahí, porque los comportamientos sociales de hoy, la sociedad cubana contemporánea, tiene varios impactos: tiene el impacto de una crisis económica prolongada, tiene el impacto –por supuesto– que ha provocado esa crisis prolongada en un descenso en algunos niveles de la calidad de la educación; bueno, el impacto también de las grandes industrias culturales que termina llegando con sus productos y nosotros no estamos aislados del mundo; tiene el impacto de las nuevas tecnologías, el cubano de hoy se parece al de los años ochenta pero no es igual que el de entonces.
Además, los resultados de nuestras propias políticas educativas y culturales ya están aquí, y esos resultados a veces son maravillosos pero no siempre son maravillosos. Te pongo un ejemplo. Mira todo el esfuerzo y la labor tremenda que hemos hecho en el sentido de la liberación de la mujer, en el sentido de darle a la mujer toda la dignidad, toda la libertad; y resulta que muchas veces hoy se enfrenta con la sexualización excesiva, por ejemplo, de la industria cultural. Cuando tú mezclas una muchacha liberada, una muchacha que ha crecido en un hogar liberado, que no tiene esos prejuicios de virginidad, que tiene derecho al aborto –que son cosas súper positivas– lo mezclas con la sexualización excedida que tiene este mundo de los videoclips, estos productos, estos contenidos, le pones Internet al lado y lo que puede salir es una bomba. Estás reproduciendo un patrón machista y de cosificación de la mujer. Parece una contradicción. Eso lo estamos viviendo. No es nada que esté diciendo yo que no esté pasando. Está pasando ahora mismo.
Entonces, las ecuaciones no siempre salen como tú las esperas y eso te cambia la dinámica de cómo son los comportamientos. Eso modifica los comportamientos en que se relaciona la gente, en que se enamora la gente, cuáles son los conceptos de familia, de sexualidad, de fidelidad, de moralidad; si no lo estudias a diario, si no lo palpas a diario, si no lo sufres a diario, no lo vas a poder cantar consanguíneamente, te va a ser muy difícil que ese país que estás contando tenga que ver con el país en que estás viviendo. Y eso es muy importante: que la cultura proyecte, imagine, pero sobre la base concreta de lo que se está viviendo, desde la vida verdadera. Es como un árbol, sus raíces deben estar bien profundas en la tierra para que verdaderamente pueda crecer, dar flores, y cuando venga un ciclón no se caiga. No sé si respondí su pregunta, pero lo veo así, que es muy importante ese compromiso con el día a día porque además, yo siempre lo digo, uno como creador no puede parar.
Yo una vez le escuché decir a Alfredo Guevara que él no concebía a un artista, digamos un cineasta, que no tuviese un nuevo proyecto. Yo como creador sí sé que muchas veces no tengo un nuevo proyecto. Lo que no me puede pasar es que como creador, si no tengo un nuevo proyecto no esté preocupado por eso, estudiando, investigando, para armarme un nuevo proyecto.
O sea, debo estar en algún momento de la creación: la concepción, o puede que incluso el estudio. No estoy creando nada pero estoy estudiando, y estudiar no es solamente meterse en un libro, es ver el nuevo cine cubano que hacen los muchachos de la Famca, tratar de entender por qué hacen ese cine, tratar de entender qué pasa en diferentes zonas de este país, no solamente en La Habana o en tu barrio, y eso lleva un trabajo, eso lleva una inversión incluso, eso lleva un preocuparte por leer la prensa, por leer los medios alternativos que hoy por fortuna luchan por tener su propio impacto, por tener amistades que vivan en otro contexto y te cuenten la realidad desde su perspectiva –que siempre será subjetiva– pero vas a tener más claridad de lo que ahora está pasando en Camagüey, por ejemplo, si conoces a alguien que vive allí y te cuenta cómo se está viviendo la escasez de combustible en Camagüey, o el precio que tienen los camiones que van para los municipios… o sea, tú tienes que vivir preocupado por eso. Si no estás preocupado por esas cosas que parecen minucias, tu arte no se va a parecer a la gente y ahí estás muerto, ahí tu arte comienza a perder contacto con la vida, con la realidad, y te puedes quedar en una etapa reciclando las viejas temáticas que te dieron éxito. Siento que eso es triste y es lo peor que le puede pasar a un creador.
Hace poco leí un artículo que criticaba un disco de un creador que quiero mucho, que decía que el disco no decía nada nuevo, que mejor se hubiera quedado callado o algo así. Yo trato por todas las vías que eso no pase, que cada disco sea un viaje nuevo, y que tenga nuevas historias y nuevas visiones, y sin dejar de ser los mismos ser otros, porque somos más viejos, somos más maduros, hemos sufrido transformaciones, soy padre, tengo nuevas preocupaciones; o sea, confronto la vida desde otra ventana de mi propia vida, de esta casa que es la vida, confronto desde otro balcón la vida. Entonces uno trata que cada disco sea un viaje. No siempre se logra, pero al menos intentamos que así sea. Y es lo que me parece que como creador nos compete.
Luego descubrí que la condición artística no es perpetua. Un libro que me estudié, un libro viejo de esos, El derecho al trabajo de un autor inglés, creo que Thomas Hobbes, ahí fue la primera vez que leí aquello. Cuando hablaba de los contratos laborales decía que todos los contratos laborales del artista deben ser temporales, porque la condición artística no es perpetua. El arte es sublime como no lo es la artesanía, pero no subestimemos la artesanía; la artesanía es un oficio, el arte no. El arte lleva oficio, obviamente, y el oficio del artesano lleva mucho de arte, pero el artesano viene de una tradición de hacer y el artista no necesariamente. Por eso al artesano hazle un contrato a cinco años y al artista cada dos, porque si no te va a trabajar los primeros dos años y los otros tres no te va a trabajar. En aquel momento aquello me resultó raro, escandaloso. Hoy lo entiendo perfectamente: la condición artística no es perpetua. Tú puedes seguir haciendo conciertos, pero como creador, no. La condición de creador hay que salir a buscarla, hay que salir a guapearla, hay que salir a concebir, a ir como investigador o como cualquier cosa que implique sintetizar, interpretar, como actividad creativa. Es un ejercicio de síntesis, de percepción, de apreciación, de cavilación, de documentación, si quieres hacer una cosa seria, y de emoción también, por supuesto, todo eso tiene que pasar en algún momento por la emoción. Entonces sale eso que después le vas a proponer a la gente. Esa labor es fundamental. El artista es un nervio social.
Finalmente, ¿tú sabes que el blog de Temas se llama Catalejo? Cuando repasaba el cuestionario recordé Catalejo, no solo por el nombre del blog de Temas, sino por la canción. Hemos estado hablando de la idea de la defensa de la nación, pero esta última pregunta va en el sentido de ¿cómo podemos evitar que esa defensa de la nación desde la cultura se convierta en atrincheramiento?
IR: Yo creo que en la medida en que tiren de nosotros más ese pequeño grupo de verdades que caben en el ala de un colibrí, como decía Martí. En la medida que ese pequeño grupo de verdades tiren de nosotros más que la defensa a ultranza de una posición, en la medida en que no olvidemos que la dialéctica es una herramienta no solo para el pensamiento sino también para la construcción social, en la medida en que tengamos claro que cualquier defensa de lo que tú quieras pasa necesariamente por ese mecanismo de ponerte en los zapatos del otro, estaremos evitando eso.
No siento otra manera. Porque es cierto que muchas veces hay que atrincherarse, muchas veces hay que recogerse y decir «oye, por aquí no» porque como bien han dicho nuestros próceres cualquier proyecto tiene la necesidad de defenderse, tiene el derecho a defenderse. Eso lo tenemos claro. Pero no a costa de que la defensa se vuelva una leucemia. El sistema inmunológico de la sangre, los glóbulos blancos, está concebido para combatir las enfermedades que vienen de fuera y las que genera el propio organismo, pero no pueden superar en número a los glóbulos rojos porque lo que pasa es que eso te afecta a ti mismo. Tenemos que evitar la leucemia a toda costa.
La pregunta es, todos sabemos qué tenemos, ¿cómo se hace para enfrentar el problema? Para mí, repito, está en la ética que tanto defendía Cintio Vitier y de la que tanto habló Martínez Heredia, que hablaban de la ética como imprescindible en un proceso de construcción ya no solamente socialista, sino de construcción humana, una ética basada en valores como el humanismo; esas cosas para mí son fundamentales.
Obviamente no es tan fácil, la verdad es que no es tan fácil. Pero el día en que tú sepas que te toca, por ejemplo, decir un «No» en defensa de una mayoría, pero pierdas de vista que ese «No» también afecta a otros que estamos dentro de esa mayoría y tú no busques la manera de palear que ese «No» a lo externo, sea menos doloroso para quienes más lo van a sufrir a lo interno, porque te duele; el día que es un «No» y no te duela, ese día nosotros estamos fritos. Por eso es tan importante la sensibilidad, el escoger la gente que le va a tocar liderar esos procesos. Yo insisto en eso porque siento que somos un país de gente muy inteligente, y me entristece mucho cuando no tenemos a la gente mejor preparada en el lugar y momento correctos para liderar procesos que son fundamentales. Una gente preparada, motivada, en el momento correcto ante una tarea determinada te la resuelve rápido, te genera cohesión, te genera comprensión, te genera flexibilidad, en resumen, te resuelve el problema. Nos ayuda a todos a resolver el problema. Esos personalismos, «Fulano me va a resolver el problema», no pueden ayudar a que entre todos nos organicemos para resolver los problemas. Pero cuando tú promueves una gente que no es así, es retardataria, probablemente vuelve el proceso contra sí mismo. Ha pasado, hemos tenido compañeros que tratando de hacer una cosa bien la terminan haciendo muy mal y han terminado poniendo a la propia gente en contra de cosas que les pueden hacer bien a ellos mismos. Leyendo en estos días lo que pasó en Bolivia, vi lo que Evo Morales le confesó a Página 12 o a no sé qué periodista, le decía «Nunca valoramos del todo la necesidad de la creación de nuevos líderes».
Fíjate si es importante la formación de cuadros en una perspectiva nueva, en una perspectiva de cara al futuro, de cara a lo que estamos viviendo: hoy nuestros líderes no necesariamente son los que estamos formando en las escuelas y en los centros de capacitación de cuadros. La pelea hoy es a pensamiento. Debemos tener un equipo Alfa al rescate a pensamiento. No puede pasar que nos metamos dos o tres años para empezar a dar Educación Audiovisual en las escuelas, si eso es ya una realidad. Tener a un especialista hablando de las redes sociales con los padres en una escuela no puede ser una cosa de un sábado por la tarde, de un viernes a las cuatro de la tarde. Eso es una cosa que nos está preocupando ahora. ¿Por qué no nos damos cuenta? Porque la gente que está dirigiendo esos espacios no les da importancia. Son gente buena, con años de experiencia, pero no entienden, todavía no lo ven.
A mí me resulta interesantísimo cómo una cosa que puede estar postergada hace cuatro o cinco años pasa hasta el día que el tipo va, el tipo que tiene que ir, va, se sienta y hay fango; tres días después: pavimentado tal lugar. Está mal. Pero eso se elevó hace varios años, y reuniones, más reuniones, ahí se va perdiendo la cohesión social. Un delegado de circunscripción o un administrador de empresa lleva tantos años diciendo eso y no se resuelve, que cuando llega el tipo se resuelve, eso es desmoralizante. O crea ese falso espejismo de «trae a Fulano para que se arregle». Esto hoy, para nuestro proyecto, es un asunto grave. Porque yo creo que la gente para liderar esos procesos la tenemos. Alguien nos contó que una vez le dijeron a Martí: con ese saco de tareas que tú tienes, ¿cómo te haces para abarcarlo todo? Además, con gente refunfuñona, con gente que viene y te increpa y te dice que no entiende… Y Martí dijo: dale una tarea. Muchas veces lo que va a ocurrir es que se va a comprometer con la tarea, va a estar a todo lo largo del proceso y además lo vas a poder probar. Nosotros necesitamos eso, necesitamos darle tarea a nuestra gente más capacitada. Eso es de una importancia vital, ese proceso de repensarnos.
Esa idea de Díaz-Canel de convocar a pensar como país, eso está buenísimo, pero es muy difícil decirle a la viejita de allá abajo, del segundo piso, que piense como país. Yo no tengo la menor duda de que él está pensando como país, yo no tengo la menor duda de que hay un grupo de gente que todos los días llegan a sus casas con toneladas de problemas y que están preocupados por ver cómo los resuelven, pero yo digo: ¿y después? Tenemos que poner a los dirigentes en los lugares que van, porque esa es la polea que te trasmite y te hace generar de abajo, del agua que sube con vida y no con suciedad.
[1] Se refiere a La dictadura del videoclip. Industria musical y sueños prefabricados de Jon Illescas. El libro se publicó por Ciencias Sociales en 2019 y fue presentado por su autor en la Feria Internacional del Libro de La Habana en febrero del actual año.
Disamis Arcia: ¿Cuál es el significado de la cultura? ¿Cómo contribuye a la defensa de la nación? ¿Qué sentido tiene la defensa de la nación desde una perspectiva cultural?
Pedro Pablo Rodríguez: Tendríamos que clarificar si se está pensando en el plano de la cultura artística y literaria, porque ya hoy –al hablar de cultura– consideramos otras cosas desde una perspectiva antropológica y sociológica, y para los historiadores también es otra cosa.
Ahora bien, ¿por qué la cultura en defensa de la nación? Toda nación siempre tiene amenazas de alguna manera. Las naciones son –voy a usar lenguaje de moda– construcciones históricas que no son eternas, y hasta en plazos muy cortos tienen rasgos que se modifican, que cambian, que desaparecen, van apareciendo otros nuevos. Las naciones son procesos histórico-sociales, para decirlo rápido y en dos palabras, como lo son las identidades. Las naciones,para expresar una conciencia de ellas, no necesitan siempre –aunque sí en muchos casos– de un enfrentamiento con otras, pero sí de una diferenciación con otras. Por tanto, nación e identidad están muy unidas. Identidad nacional, conciencia nacional y nación casi que son cosas inseparables, al menos para mí. Y hay naciones de la misma manera en que hay una conciencia de nación y de identidad de nación, es decir, elementos que permiten que grupos humanos, colectividades diversas, sientan espiritualmente–y de alguna manera también con cierta elaboración en su conciencia– que constituyen una nación.
Estos son procesos histórico-sociales que cambian. Los cubanos del siglo xix eran tan cubanos como nosotros, pero no eran exactamente igual de cubanos que nosotros. Los de antes de la Revolución lo mismo, los de la Revolución igual, y posiblemente las generaciones que vivimos los inicios de la Revolución no sentimos la nación igual que la pueden sentir la gente que pertenece a otra época, a otra realidad, y ha vivido otros momentos. Sin embargo, yo estoy seguro que si tuviéramos a Carlos Manuel de Céspedes sentado aquí, compartiría muchas cosas con nosotros hasta en sus gustos y sus maneras de actuar; o si tuviéramos a José Martí también acá compartiría muchas cosas con nosotros.
Eso me parece importante porque Cuba ha estado, está, y parece que va a estar por un largo tiempo todavía, en el centro de un enfrentamiento sistemático, constante, y que no cesa, frente a los Estados Unidos. Eso les pasa a otros países. Ese problema lo tiene Irán, ese problema lo tiene ahora Venezuela, y quizás pudiera recrudecerse en los próximos años. Yo no creo que necesariamente, y se demuestra con el cambio tan aparentemente radical que hubo de Obama a Trump, la sociedad norteamericana esté mayoritariamente en la disposición de aceptar que ya no son la potencia hegemónica del mundo, que hay otras potencias rivales, y que la inteligencia indica que lo lógico es que hasta se pongan un poco de acuerdo entre ellas para repartirse el mundo. Esa falta de disposición no nos da espacios a los que no podemos pensar en repartirnos el mundo. Por eso pienso que estamos hablando de defensa de la nación.
Esta nación se conformó o se terminó de conformar, adquirir su plena conciencia y convertirse en una nación soberana no solo arremetiendo contra un poder colonial que la veía como parte de ella misma, de su propia nación, parte de España. Para los grupos y clases sociales, para los intereses españoles, Cuba era España, como lo puede ser Cataluña a pesar de todos los problemas, como lo puede ser Galicia. Ese proceso cubano se desenvolvió y terminó cuando se alcanzó la soberanía nacional, en un conflicto con Estados Unidos que dominó hasta el Estado cubano e inventó toda esa historia que hoy sabemos de la Enmienda Platt, y que además inició inmediatamente un proceso sumamente acelerado de control de la vida económica nacional, dominación de la política y subordinación de las clases dominantes en el plano interno a los Estados Unidos.
Todo esto trajo conflictos sociales, problemas en la Revolución del ‘30, en la Revolución de 1959, pero al llegar al poder un gobierno y crearse un sistema social que de un modo u otro choca con los intereses de Estados Unidos, se inicia un largo enfrentamiento que tiene ciertas altas y bajas pero que nunca ha terminado, ni siquiera en los momentos de cierto detenimiento, de cierta distensión. Eso es lo que implica que de un modo sistemático aquí estemos hablando de defensa de la nación, necesitamos defenderla.
Los franceses te hablan también de defensa de la nación. Desde los años setenta hay intelectuales en Francia que están hablando de la defensa de la nación frente a esa hegemonía mundial de los Estados Unidos, de su cultura –inclusive en el plano artístico y literario– y en el sentido civilizatorio, y como Francia jugó en cierta medida ese papel en Europa quizás la intelectualidad francesa ha sido una de las más lúcidas en comprender que Francia en primer lugar, y Europa con Francia adentro, pues debe de alguna manera sostener su propia cultura en todos los planos, incluido también el artístico y el literario, frente a los Estados Unidos. Son grandes y frecuentes los debates y la pelea del cine francés por no dejarse aplastar por el cine norteamericano, que hoy domina la cinematografía mundial.
DA: Además, proponen otro tipo de relato.
Pedro Pablo Rodríguez: Exacto. Lo cual indica también una cultura diferente.
Me parece que estas son cosas importantes a la hora de pensar el asunto, porque de alguna manera ya la entrevista me está llevando a la defensa de la nación. Yo creo que esta es una necesidad que se impone como parte del propio desarrollo de un proceso nacional cubano, que ha estado signado por la vinculación cubana con un régimen social opuesto al capitalismo, al que se le ha llamado socialismo, pero sin embargo en Cuba –como en todas partes– ha pasado por diferentes etapas. No fue lo mismo el socialismo en los años sesenta, en que la primera tarea –que ya se había iniciado desde el ‘59– era recuperar el control de la vida nacional y en primer término de los medios económicos del país de manos del gran capital de Estados Unidos. No es lo mismo en los sesenta que en los años setenta y ochenta, en que el país estuvo muy estrechamente vinculado con el campo socialista y donde tuvo que atenerse a las reglas del juego de actuación del socialismo en Europa oriental y la Unión Soviética; y lo que pasó después de la debacle de los noventa, en que de alguna manera el socialismo se mantiene sobre ciertas bases teóricas –por decir de algún modo– y normativas del período anterior, pero en el que se han dado múltiples intentos en la sociedad cubana de ver de qué manera se adaptan sus principios a las realidades que estamos viviendo. Lo estamos haciendo con bastante trabajo porque, en primer lugar, nos cuesta mucho a nosotros también admitir a veces la necesidad de ciertos cambios.
Estos también son problemas de la cultura porque indican además, cuando hablamos de socialismo, ¿de qué estamos hablando? Aquí tenemos deficiencias teóricas espantosas. Ya ni siquiera se dice ni se habla en Cuba prácticamente de marxismo, el marxismo ha desaparecido de la cultura cubana. Yo tengo un trabajo que empieza y termina con una pregunta: ¿somos marxistas? Y eso es importante. No porque yo crea que hay que estar repitiendo de memoria a Carlos Marx, sino porque hay que entender el funcionamiento del capitalismo para saber hasta qué punto algunos de sus mecanismos te pueden afectar la vida cotidiana en tu proyecto social, como se dice ahora, que no es exactamente igual en sus propósitos a los del capitalismo.
Todo esto incide sobre la cultura artística y literaria porque en la época del regimentalismo soviético vivimos la barbaridad aquella que fue el famoso Quinquenio Gris, que ni fue gris ni duró un quinquenio, duró mucho más y fue más que gris, para algunos concretamente negro.
Hay que hablar de defensa de la nación porque independientemente del régimen social que hay en Cuba, los sectores dominantes en Estados Unidos han pretendido históricamente tener a Cuba formando parte directamente de Estados Unidos o en un grado de confluencia en que de hecho esté dirigida prácticamente desde allí, y esto es un problema real porque no solo implica pérdida de soberanía para el Estado cubano sino también una pérdida de características de nuestra cultura, de nuestra manera de ver la vida, de nuestra filosofía, de nuestra identidad.
La cultura artística y literaria siempre ha jugado un papel importante en eso, y lo ha jugado en todas partes. El artista, en el sentido más extenso de la palabra, trabaja en un campo que no trabaja la política y que ni siquiera trabajan los estudios teóricos, que es la vida de los sentimientos, la vida de las emociones; y la identidad es también emociones. A la “hora de los mameyes” las banderas no son más que una tela organizada con determinados colores y determinado diseño, pero la gente se muere por las banderas, la gente se muere por los escudos, la gente se muere cantando un himno, porque identifican lo que para ellos es eso: la patria, la nación, su país, con estos símbolos, y los símbolos entonces adquieren un valor. El arte trabaja fundamentalmente con símbolos, y desde luego aporta al conocimiento, yo soy de los que cree que sí, pero su manera de trabajar no es desde el punto de vista cognoscitivo, es desde el punto de vista de lo espiritual, los sentimientos, las emociones; y los artistas suelen tener una mirada peculiarmente honda acerca de los conflictos sociales, muchas veces se dan cuenta antes que los propios políticos del espíritu que está flotando, y que la gente expresa muchas veces de una manera no elaborada. El artista por lo general no intenta ni pretende hacer de una manera teórica o conceptualmente elaborada, una novela, ni mucho menos un poema, ni una película por muy realista que sea en el tema que está tratando; está pretendiendo resolver un problema social, pero ahonda, presentando incluso la psicología de un individuo, presentando a una persona de un modo u otro, está reflexionando sobre los problemas sociales y levantando sentimientos, emociones. Por eso es tan importante para la cultura artística y literaria la formación de una conciencia nacional y de una identidad nacional.Por eso para mí, en una defensa de la nación desde la cultura, los artistas son parte decisiva de esta batalla, tanto como los políticos, tanto como la intelectualidad–me refiero a los que nos dedicamos a teorizar, a tratar de encontrar las explicaciones–. Los artistas no se preocupan de dar tantas explicaciones, aunque muchos se la dan, sino que tratan de expresar a través de los sentimientos esos asuntos que están viviendo.
Yo creo que aún en las circunstancias actuales, que son y han sido tan tremendas en los últimos treinta y cinco años, y en que además se ha producido un desmoronamiento de lo que era en gran medida nuestro sostén económico, ideológico, militar y hasta estratégico, en las confrontaciones mundiales. También se produjo la pérdida de prestigio en el campo intelectual del pensamiento marxista. De hace más de diez años a la actualidad todo el mundo me dice, y lo veo a cada rato, que en el campo de las ciencias sociales en los Estados Unidos Marx es hoy uno de los escritores más leídos, y en la propia Europa también más referido. Sin embargo ha habido una crisis también del pensamiento marxista, quizás no de Carlos Marx, pero sí de muchos que después se llamaron marxistas, empezando por el marxismo soviético; todo esto implica que de pronto hay referentes que no funcionan, hay referentes que la sociedad no admite, con los que ya la gente no se mueve.
Por suerte nosotros tenemos a José Martí, que nos salva mucho. Primero porque es nuestro y segundo porque no solo fue un político brillante sino que como fue un intelectual de primera línea, como fue además un gran escritor y un gran poeta veía también el mundo con poesía, y eso le daba la capacidad de expresar sus ideas en el terreno político y en el terreno estrictamente de ideas con una manera tal que se movía siempre a base de los sentimientos y las emociones. Esto es lo que yo creo que en buena medida le da actualidad, porque además era un conocedor muy profundo del ser humano, de las personas. Entonces no existía la psicología como ciencia, pero creo que Martí era un psicólogo nato: en conocer las bajezas y las alturas, los defectos y las virtudes, y a la vez siendo una persona muy crítica hacia el ser humano fue también una persona que supo comprender que había algo valioso en el ser humano, que era su capacidad de crecer y su capacidad de transformarse, su capacidad de levantarse de las caídas, así lo dijo en lenguaje bíblico, como se sabe, en muchas ocasiones Martí.
Eso ha sido importante para la cultura cubana, ya no solo para la nación sino particularmente para la cultura cubana, porque Martí ha creado un sentido de dignidad, de ética, de sacrificio y de entrega por encima de lo personal, pero sin olvidar lo personal, y yo creo que así ha sido asimilado en buena medida por los cubanos, hasta por los que en las esquinas te dicen cualquier cosa en torno a Martí. Esas cosas me ilustran a mí cómo ese pensamiento llega, y llega por eso, porque en Martí no hay teque, en Martí no hay descarga.
Creo que todo eso es lo que explica por qué hay que defender la nación, y cuál es la perspectiva que tenemos delante si la Revolución fracasa por cualquier motivo –bien porque se derrumba por dentro, o porque viene una agresión militar tipo Libia, tipo Irak, y acaban con este país–: no vamos a ser una república independiente por lo menos en muchísimos decenios porque los Estados Unidos, ningún grupo político de Estados Unidos va a permitir que se mantenga algo de lo que ha pasado en estos años. Hay que extirparlo de raíz, y eso quiere decir sacárselo de la conciencia a la gente, y si hay que matar un millón de cubanos los matarán con una tranquilidad espantosa como han matado a un millón de sirios, de eso no se habla; como han matado a un millón de gente en Irak, de eso no se habla.
Entonces, no es solamente defender la soberanía, es defender la propia existencia de una nación cubana, y eso es lo que yo creo que nos obliga a pensar y a hablar de este tema de la cultura como exponente y defensora de la nación. Defender la nación no solo está en la disposición de enfrentarnos a una agresión militar, es levantar conciencia, sentimientos, es levantar vida espiritual en torno a lo que es la nación, que va desde lo más simple y más sencillo, que es tu familia, tu entorno geográfico, tus valores locales, tus sentimientos individuales y locales, hasta los que de un modo u otro nos engloban a todos. No hay nada más diferente a un santiaguero que un habanero, pero todos somos cubanos, yo seguiré siendo de los Industriales aunque pierdan, y seguiré discutiendo con los partidarios de las Avispas.
El papel de la cultura artística y literaria es significativo porque la forma mejor de dominación es justamente crear divisiones por un lado, y por otro perder el sentido de nación. Estaba ahora en Costa Rica, y vi una cosa por televisión que me dejó aterrado, un canal de televisión presentando como un gran triunfo, que treinta y cuatro profesores de inglés costarricenses habían sido contratados para trabajar en escuelas norteamericanas. Ellos decían muy felices: “Tenemos treinta y cuatro profesores que les van a enseñar inglés a la gente de un país de habla inglesa”, pero en los quince días que estuve allí no vi nada hablando de Costa Rica, de los que pudieran ser logros de Costa Rica, de lo que pudiera ser de valor en la intelectualidad costarricense. Fui a un evento sobre Repertorio Americano, de Joaquín García Monge, una revista fabulosa que ese hombre hizo durante cincuenta años, que le abrió espacios a todos los latinoamericanos, que fue defensa de toda Latinoamérica, y los estudiantes universitarios de Costa Rica no saben quién es Joaquín García Monge. Los cubanos fuimos a hablarles a los costarricenses de García Monge. A la mayoría de los estudiantes –que los contamos– no les interesaban para nada las humanidades, no les interesaba para nada saber de Costa Rica, ellos querían ser buenos técnicos para ganar dinero y de ser posible buscarse un buen trabajo en los Estados Unidos. ¿Qué futuro tiene ese país, qué futuro tiene esa nación?, si la opción para la gente más joven y mejor formada es irse del lugar. Eso está pasando en Cuba ya, y creo que no hay una respuesta adecuada.
¿Qué pienso con todo esto?, que la responsabilidad de un artista es notabilísima. El artista es más cuestionador, si el arte no cuestiona no vale un centavo. Todavía hay aquí demasiada gente, sobre todo en los círculos políticos, que le tiene terror al cuestionamiento. El país está en una situación muy difícil, con un presidente que está, con la mayor delicadeza en medio de estas circunstancias tan difíciles, tratando de mantener la unidad entre la gente. Los políticos cubanos no están acostumbrados a admitir el debate, no están acostumbrados a admitir la discusión, no están acostumbrados a admitir la crítica, no están acostumbrados a admitir la opinión del otro, y eso es un problema real que nosotros tenemos, y eso nos trae dificultades. Yo creo que este es un momento en que tiene que haber unidad sobre ciertos principios, pero a la vez un amplio debate crítico.
Los años ochenta fueron momentos de gran debate crítico en Cuba, y el Período Especial a pesar de todo logró mantenerlo por lo menos en los planos teóricos y en los planos analíticos, la propia existencia desde entonces de la revista Temas así lo indica. Ahora la situación no es tan difícil como entonces, pero se aproxima bastante, y esto nos indica que cada vez que hay situaciones coyunturales difíciles la reacción de muchos políticos es de este tipo: no puedo admitir ningún tipo de señalamiento, no puedo admitir al que discrepa, y me lo quito de arriba. No eres capaz, si tienes determinada forma de pensar, de abrir un diálogo ni un debate, inclusive las posturas pueden ser cerradas, que la gente no se abra el uno al otro, pero que expongan, que discutan, de la discusión siempre sale algo. Creo que es un problema que afecta la unidad nacional cubana y afecta la defensa de la nación; lo mismo le puede pasar, y le pasa a veces, a los artistas.
Yo creo que la política cultural tiene que partir de estas bases, y creo que la política cultural se está afectando porque considero no hay madurez suficiente en buena parte de los cuadros de la cultura. Estamos perdiendo cosas que habíamos ganado antes, que es cierto espacio para ese debate y dejar tranquilos a los artistas.
DA: Quisiera preguntarle si la cultura cubana está limitada al territorio de la isla, ¿en qué medida la protección de la nación rebasa sus fronteras?
Pedro Pablo Rodríguez: Yo creo que es importante para esta defensa de la nación tratar de ganar cada vez más a esos emigrados cubanos a que la defiendan. Buena parte de esos emigrados la defienden, la defienden hasta muchos que no admiten el socialismo. Fidel Castro convocó dos reuniones con cada personaje de la nación y la emigración que tú dices: “¿Pero este personaje en Cuba y conversando con Fidel Castro?, esto es asombroso, esto nadie lo podía pensar”.
Y algunos se han convertido, unos cuantos realmente, en personas que se han mantenido con sus puntos de vista pero en las cosas fundamentales defendiendo a la nación cubana, porque se sienten cubanos, tienen cuarenta años viviendo en los Estados Unidos y no quieren una Cuba que sea una colonia de Estados Unidos. Entonces yo creo que esos son los límites, ahí están los límites del asunto y los puntos en que hay que buscar la defensa de la nación. Estamos defendiendo la nación, la nación es más que el socialismo en mi opinión, la nación no es un régimen social, ¿o es que no había Cuba en el capitalismo esclavista del siglo xix?, ¿no eran cubanos esos patriotas, los buenos de la película, que lucharon contra la esclavitud para eliminar uno de los rasgos de aquella sociedad cubana colonial? Eran cubanos, y había sentido de nación, por eso se peleó por la independencia.
Entonces yo creo que tenemos que dialogar sinceramente con esas personas, abrirles espacios. Fue Díaz-Canel quien dijo hace unos días que sí, que podían invertir en Cuba, eso no se había dicho, la ley lo permitía pero eso estaba cerrado, hasta ahora no se le había permitido a nadie si es que alguno había pedido invertir en Cuba.Por otro lado, surge el reclamo de gente aquí –acá no hay millonarios pero hay gente que tiene plata– ¿entonces por qué el de afuera sí y por qué el de aquí no? Tenemos que admitir y comprender las circunstancias en que se ha movido el país y las circunstancias del mundo de hoy, que es hegemónico y totalmente capitalista –porque China es un capitalismo socializado, y Rusia es capitalista, que no le interesa tanto ni siquiera socializar su sociedad como China.
Hay una cosa importante, no es sólo por un problema estratégico, no es sólo por un problema de política, no es sólo por un problema cultural en el plano artístico, es que esto es un problema de interés nacional, esa gente no están ahí para ser usadas, esas personas están ahí porque forman parte de nosotros, porque espiritualmente se sienten cerca de nosotros.
DA: Una última pregunta para cerrar, ¿cómo evitar esto de que la defensa de la nación desde la cultura se confunda con atrincheramientos y proyectos de vulnerabilidad?
Pedro Pablo Rodríguez: Tratando de educar más a los políticos, tratando de evitar la clonación de políticos incultos en el más amplio sentido de la palabra, tratando de impedir que crezca la burocracia, porque la burocracia es peligrosa, es muy peligrosa también en Cuba porque tiende a corromperse, y porque tiende a abroquelarse. Cuando tú te acostumbras al carrito todos los días y no tienes que quedarte en G como te quedaste para llegar hasta aquí, cuando te acostumbras a no pensar en que pasé por la esquina y compré las galletas, cuando vives en un mundo superestructural, por decirlo de alguna manera, que no es el de la cotidianeidad de todo el mundo, se te va creando una distancia quieras que no. Evitar eso es la única manera de que la política no camine por otro lado, que no se vaya, sin mala intención pero te va llevando a eso, a que tú piensas que tienes toda la verdad, o que tu equipo, tu gente, los que te rodean, son los que tienen toda la verdad.
Me sorprendió mucho Raúl Castro cuando habló del problema, porque Raúl fue presentado desde el principio de la Revolución como el extremista, el más comunista, a lo mejor no era así, pero lo cierto es que en algunas cosas que fueron públicas las posturas de Raúl eran hasta más cerradas que las del propio Fidel, porque él era el malo de la película. Fidel a veces cerraba y a veces era abierto, como buen político, por eso era un genio de la política, pero realmente Raúl representó una apertura en muchos terrenos, y cuando presentó a aquella mujer militante del Partido que la habían botado porque tenía ideas religiosas y la puso como ejemplo, cuando se paró y dijo que estaba ya cansado de tanta chusmería –Raúl, que además es en cierta manera formado con un pensamiento teórico dentro del comunismo ruso– Raúl Castro está demostrando que él en eso es más talentoso, quizás mejor político que buena parte de la gente de su generación.
Creo que el problema central está en los políticos, necesitamos políticos cultos en el más amplio sentido de la palabra. En lo que dijo Díaz-Canel sobre los profesores hay que incluir a los políticos, y culto no es solamente haber leído más libros que nadie ni ir a todas las exposiciones de arte ni verse todas las películas de Woody Allen. No es ni siquiera eso: es tener un espíritu verdadero de comprensión de que la unidad no significa unanimidad y que tú no siempre tienes la razón, que te puedes equivocar y tienes hasta que aprender.
Willy Pedroso: ¿Qué sentido tiene la defensa de la nación en el terreno de la cultura?
Viengsay Valdés: Proteger la esencia misma de la nación, contribuir a preservar los valores y los símbolos que la singularizan. La cultura de cada país también tiene que ver con la manera en que ve la vida la sociedad del momento, por eso en cada período histórico la cultura ha variado.
En mi campo particular –el del ballet–, existen múltiples ejemplos: cuando Alicia Alonso comenzó a tomar clases de baile, en la primera mitad del siglo XX, algunas madres de compañeras se le acercaron a la niña para pedirle que no subiera tanto la pierna, ya que aquello contradecía la supuesta moral de la época, no era propio de una dama. Y Fernando Alonso llegó a enfrentarse a la mentalidad machista, por su decisión de estudiar ballet en una época en la cual ningún varón lo hacía, probablemente por temor a la cultura social dominante.
Por suerte, unas pocas décadas después, ellos mismos contribuyeron a modificar para bien esa cultura y una Revolución social, cultural, política y económica lo hizo posible. Eso distingue a Cuba. Hoy nuestras bailarinas reciben los máximos elogios, y muchos varones compiten por estudiar ballet, sin ningún tipo de complejo.
Dentro de América Latina, este fenómeno es algo muy particular de Cuba, porque muchos países aún arrastran prejuicios de antaño como esos y otros que menoscaban la percepción de la carrera del bailarín o/y bailarina en tanto disciplina profesional. Se sigue viendo el ballet como un entretenimiento de la adolescencia que te aleja de la calle y favorece la buena postura física, la elegancia de modales, una educación apropiada.
Defender la nación en el terreno de la cultura es salvaguardar la identidad y en ella se incluyen conciencia, valores. Debería ser deber de todo cubano proteger la identidad propia, ya que incluye conquistas específicas que espero que nunca se pierdan.
WP: ¿Qué distingue sus medios y alcance propios, en contraste con otros –ideológicos, estratégico-militares, políticos, económicos?
VP: El arte es un medio y un mediador, con alcance inestimable. Refleja ideologías –una o varias–, lidia con las políticas y la economía, pero sus resultados no pueden cuantificarse o calcularse con precisión. ¿Pudiera cuantificarse el impacto de una canción icónica como Imagine de John Lennon o de una nueva versión del clásico El lago de los cisnes? Claro que no. El arte conecta emociones, enlaza sentidos, esgrime símbolos, aunque a veces también los crea o los recrea y, muy importante, aporta al conocimiento. El artista deviene una especie de traductor, un intérprete de las emociones del momento histórico que le toca vivir y aporta a través de sus experiencias, dejando un rastro genuino.
WP: ¿Está el país especialmente más expuesto hoy en este campo?
VP: En tiempos de globalización, por supuesto. En la era de Internet y las redes sociales, más aún. Las propuestas culturales ya no se limitan por la geografía, ni por lo que un canal de televisión cubana decida transmitir. Hoy las personas pueden elegir qué ver dentro de un amplio espectro de ofertas culturales, muchas no generadas en Cuba, y tal vez aquí debiera valorarse mejor el papel de la educación, del pedagogo, esa especie de guía que todos tenemos desde pequeños. La labor del maestro –en los distintos niveles de enseñanza– para sugerir, reflexionar, conducir los gustos, no solo hacia buenos productos de Cuba, sino a los buenos productos de todo el mundo, porque hay buenos en todas partes, como mismo, malos en cualquier país.
Pero se están dando casos de personas que solo escuchan música de un tipo y solo ven shows de un tipo; no van al teatro en busca de una obra diferente, no abren un libro, no van al cine –pues no saben cuán distinto se aprecia algo en la pantalla grande o cuánto nos nutre el cine auténtico de cada país. Ante toda esta exposición inevitable, las generaciones debieran estar mejor orientadas, desde los primeros años, y una vía fundamental de llegar a ellas para seducirlas, inquietarlas, aconsejarlas, invitarlas, me parece que es la educación.
WP: ¿Cómo precaver que una política defensiva en la cultura no tenga efectos colaterales contraproducentes?
VP: Las políticas en la cultura deberían elaborarse en pleno debate con protagonistas de la cultura, para que recojan inquietudes reales del gremio y reflejen su propio discurso. Deberían también allanar caminos, no sembrar obstáculos y, si contemplan una prohibición, tratar de que lo vetado sea prácticamente incuestionable. De ese modo, la mayoría la va a acatar y hasta defender.
WP: ¿En qué medida las fortalezas de la cultura cubana permiten adelantar esa defensa más allá de nuestras fronteras?
VP: Las fortalezas varían con las generaciones, con las épocas, por eso sería un error confiar en las fortalezas y no en cómo hacer que ellas evolucionen con el tiempo, se adapten y se prolonguen. Por supuesto, necesitamos también que crezcan y para esto deberíamos divulgar bien nuestra cultura, generar propuestas culturales de calidad –y competentes–, usar el arte para comunicar la historia de la nación de la forma más estudiada, respetuosa y humana posible, propiciar los vínculos con la cultura desde las edades tempranas. Estos son algunos de los elementos que permitirán adelantar la defensa más allá de nuestras fronteras.
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