miércoles, 03-07-2024
Este artículo critica los circuitos problemáticos de la enseñanza de la literatura africana en las universidades africanas, según los cuales las obras de escritores africanos suelen legitimarse primero en el Norte global. El autor, escritor senegalés que ha publicado, reflexiona sobre su propia experiencia docente en Senegal y Nigeria, y constata que, en ambos países, a pesar de las diferencias en las lenguas coloniales heredadas, se enseña el mismo número reducido de escritores africanos. No deja de ser irónico que las universidades africanas, al tiempo que ponen en primer plano a los escritores africanos, se centren en los más reconocidos en Londres, París y Nueva York. En definitiva, es la idea occidental de África la que se enseña con más frecuencia que la propia África. En respuesta, es necesario "recentrar" África. Para los estudios literarios africanos, esto implicaría, en parte, dar más espacio a los escritores que viven en el continente (sin ocultar la contribución de la diáspora africana). El propio autor, pionero en la enseñanza en algunas lenguas autóctonas de Senegal, aboga por una mayor utilización de las lenguas africanas. No será fácil, dados los aparentemente enormes obstáculos del legado colonial. Pero la descolonización de la mente sólo puede avanzar si las lenguas africanas se comprometen como conductos del conocimiento.
“A fines de 1949, algunos meses después de la aparición en El Nacional, de Caracas, de «Lo real maravilloso de América» (que luego constituiría el prólogo a El reino de este mundo), Alejo Carpentier dio a conocer en forma de folleto Tristán e Isolda en tierra firme, texto que nunca incluiría en su Tientos y diferencias, ni en alguna otra compilación de sus ensayos, y cuya republicación solo vino a ocurrir hace ahora una década, en la revista Casa de las Américas. Debo confesar que antes de la lectura de Tristán e Isolda en tierra firme, las elaboraciones teóricas de Carpentier en torno a la novela latinoamericana me parecían normativas, teleologizantes, luego insuficientes. Que la teoría de lo real maravilloso americano implica una mirada exterior, digamos, del centro a la periferia (a una zona periférica); mirada que entraña aún --y a pesar de que quien mira es un hombre de estas tierras--, cierto residuo colonial, me parece hoy, más allá de la obra admirable de Alejo (obra en sí misma descolonizadora, por cuanto nos enseña de nosotros mismos), una cuestión fuera de toda duda…”
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