domingo, 22-12-2024
Memorias del subdesarrollo (Tomás Gutiérrez Alea, 1968), película paradigmática del cine cubano, discute varios de los conflictos fundamentales que emergieron en la cultura insular tras el triunfo revolucionario de 1959. El presente ensayo propone un análisis del personaje protagónico del filme. A través del estudio de su diseño caracterológico y, especialmente, de su relación con el espacio físico de la ciudad, se explica el conflicto existencial que supuso para el sujeto burgués su exclusión del mapa identitario nacional que la Revolución inauguraba.
Estas páginas examinan la existencia o no de un tipo de comportamiento habanocentrista en la historia social y cultural de la nación cubana. El asunto es espinoso, pero se asume desde el diálogo, porque tal contingencia no impide su tratamiento. Llama la atención la carencia bibliográfica que existe al respecto. En la historiografía cubana apenas unos pocos lo han tratado de modo colateral más que puntual.
En el presente artículo se valoran los aspectos estéticos del filme Últimos días en La Habana (2017) de Fernando Pérez. El objetivo es dilucidar sus aportes esenciales a la cinematografía del autor y de qué modo canaliza sus inquietudes autorales en las formas de representación de las problemáticas sociales, políticas y culturales de la sociedad cubana, en particular de La Habana como metonimia de una insularidad conflictuada.
“Si bien durante el siglo XIX se habían producido considerables mejoras, estas no eran suficientes para considerar como buena la situación de la Isla, particularmente después de una guerra en la que ambas partes habían sufrido un considerable desgaste: la agricultura se había deteriorado, la economía se encontraba estancada y las necesidades mínimas generales de la mayoría de la población estaban insatisfechas. El gobierno español había promovido desde los años 20 de ese siglo, la inmigración extranjera, ya de por sí considerable, a la que se había unido la intensa corriente migratoria del campo a la ciudad. Esta gran cantidad de nuevos residentes en las ciudades —y en particular en La Habana— agudizaba la precaria situación en todo sentido, pero también constituía una considerable mano de obra, lista para emprender la reconstrucción…”
Este trabajo explora los debates culturales y significados sociales que adquirió la visita del boxeador argentino Luis Ángel Firpo a La Habana, durante 1923, en el pináculo de su carrera. A partir de este suceso se indaga la compleja construcción de la identidad de los cubanos de la época, mostrando las ambigüedades étnicas y las subordinaciones y las rebeldías de los sujetos implicados en dicho proceso. Los relatos de integración social de la cultura masiva y la identificación de Firpo como representante de la “raza latina” se cruzaron con otras filiaciones y sentidos de pertenencia de la clase trabajadora afrocubana. Estas tensiones mostraban las expectativas de los propios pugilistas en la construcción de sus trayectorias profesionales, así como las sinuosas identificaciones raciales, de clase y de género que desafiaban a los discursos homogeneizantes en torno al deporte cubano. En la larga duración se llama a reflexionar sobre la supervivencia de complejas polarizaciones y sobre la idea de una conflictiva transculturación.
“Pensar una ciudad como La Habana a la distancia de una generación, supone un doble reto: de una parte, imaginar el contexto cubano dentro de unos decenios y, de otra, conjeturar cómo la ciudad, es decir, sus ciudadanos, van a sufrir, asumir o liderear esos cambios. La primera reacción es intentar entrever o construir un contexto a partir del cual se pueda derivar un escenario urbano como su expresión ciudadana. Pero el abanico que se abre es lo suficientemente diverso como para merecer un estudio aparte, puesto que puede ir desde los más locos sueños a los más angustiados temores. Desde La Habana deseada, añorada, esperada, defendida y reconstruida, a La Habana destruida, abandonada, asaltada y vendida por piezas al mejor postor…”
En 1859, Eusebio Leal era el empleado más joven del Museo de la Ciudad. Allí conoció a Emilio Roig de Leuchsenring, el Historiador de La Habana. En 1967, debió asumir la responsabilidad de continuar el sueño de su maestro: reconstruir y conservar todos los bienes de la zona antigua de La Habana, en la Plaza de la Catedral, y convertir el edificio que hoy ocupa la Oficina del Historiador en un museo. En esta entrevista, Leal conversa, entre otras cosas, sobre la ciudad, la enseñanza de la historia y la restauración.
“Cuando La Habana celebre sus quinientos años de fundada, podrá enorgullecerse de su amplio patrimonio construido, que va más allá de la actual Habana Vieja y comprende una variada colección de estilos y épocas. Para esa fecha, la ciudad contará también con una de las poblaciones más envejecidas del continente. La Habana será entonces una ciudad toda vieja. Alrededor de 80% de la actual ciudad se construyó a un ritmo acelerado durante los primeros cincuenta y ocho años del siglo xx, lo cual determinó su crecimiento, más por la adición de nuevos espacios que por la reedificación de lo existente. Este proceso solo se detuvo a partir de la Revolución. Esto le otorgó a La Habana un aspecto de ciudad congelada en el tiempo…”
“A partir de 1554 surge y se desarrolla Guanabacoa como pueblo de indios —aunque muchos de estos permanecieran dentro del núcleo jurisdiccional—, y puede argüirse la compleja y cambiante situación que enfrentaron aquellos aborígenes que sobrepasaron los límites temporales de la situación de contacto, para incorporarse, así como sus descendientes, a la situación colonial, como miembros de una sociedad explotadora y controladora. Se hace imprescindible reconocer el término indio, para el caso particular de Las Antillas, como caracterizador de aquellos que, nacidos bajo el régimen colonial, se alejaron progresivamente de sus rasgos culturales ancestrales…”
Se explora algunas de las estrategias discursivas que establecen una relación orgánica entre la memoria cultural, el paisaje urbano y la ficción narrativa en la tetralogía Las cuatro estaciones, de Leonardo Padura. A partir de figuras como la metáfora y la metonimia se establece una relación entre la representación de La Habana propuesta por Padura y algunos procedimientos tradicionales de la narrativa cubana.
“El advenimiento de una nueva estructura socioeconómica, de radicales cambios, no podía dejar de tener incidencias, también notorias, en el festejo popular capitalino por excelencia. La primera etapa del carnaval revolucionario (de 1959 a 1966) fue la más rica y genuina en el devenir histórico del festejo, teniendo en cuenta la amplia participación mancomunada de todos los componentes sociales de entonces: intelectuales, artistas, obreros, empleados, militares, niños, etc.; y en su condición de detonante por excelencia contra los prejuicios raciales heredados del período colonial. En la década de los 70 se van introduciendo cambios que laceran las tradiciones carnavalescas, al modificar elementos que habían permanecido durante mucho tiempo en el imaginario popular. Algunas de estas distorsiones estuvieron muy vinculadas con la propia instauración del modelo socialista, en un período de radicalización que marcó todos los aspectos de la vida en el país…”
En los primeros días de enero de 1968, se desarrolló el Congreso Cultural de La Habana (o Congreso Mundial de la Cultura), en el que se reunió medio millar de intelectuales de distintas tendencias de izquierda del orbe. La coyuntura en la que se realizó este evento fue un momento de muchas tensiones políticas dentro del ámbito de la Guerra Fría y en un país, Cuba, enfrentado a las múltiples agresiones de los gobiernos de los Estados Unidos, con la muerte reciente de Ernesto Che Guevara, como telón de fondo. El Congreso fue la expresión de una posible tercera vía de comunión de las fuerzas revolucionarias mundiales, un nuevo frente internacional, que no llegó a cristalizar. El texto analiza estas circunstancias.
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