“Hace apenas medio siglo en la mayor parte de las universidades latinoamericanas, era rara avis la existencia de una cátedra o equipo de investigación que se dedicara al estudio de las ideas filosóficas de la región o del país en cuestión. En Europa o Norteamérica tampoco era común que existieran, con ese grado de especialización, cátedras sobre la filosofía de sus propios países. No eran muy necesarias, pues era lógico que los profesores se viesen precisados, de una forma u otra, a incluir dentro de sus estudios y lecciones a los representantes de sus respectivas culturas por su condición de clásicos imprescindibles; y hasta los filósofos de menor talla eran nombrados o se les dedicaba alguna que otra atención para demostrar que los gigantes también tenían subalternos y dejaban discípulos mayores y menores…”