jueves, 21-11-2024
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"No pretendo ofrecer una valoración integral sobre el antiguo Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana. Otros colegas pueden hacerlo con el rigor necesario, desde el análisis del escenario histórico y social en que se insertó, de su breve trayectoria, y de sus singularidades, tanto conceptuales como humanas..."
"I do not intend to offer a comprehensive assessment of the former Philosophy Department of the University of Havana. Other colleagues can do it with the necessary rigor, from the analysis of the historical and social scenario in which it was inserted, of its brief trajectory, and of its singularities, both conceptual and human..."
No pretendo ofrecer una valoración integral sobre el antiguo Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana. Otros colegas pueden hacerlo con el rigor necesario, desde el análisis del escenario histórico y social en que se insertó, de su breve trayectoria, y de sus singularidades, tanto conceptuales como humanas. Mi objetivo es solo referir algunas experiencias en las que participé, entre las muchas de aquella etapa. Me gustaría llamarles viñetas, si no fueran demasiado extensas para considerarlas en esta categoría; aunque así las pienso, porque responden a los recuerdos y enfatizan hechos, impresiones e impactos, apenas algunos destellos de la memoria. Ojalá puedan servir para contribuir a conocer mejor quiénes éramos, y cómo nos proyectábamos
El inicio
Fui parte de un grupo de recién graduados de la Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad de La Habana, la primera promoción de esta carrera dentro de la Revolución (1959-1963). Como presidenta de la FEU de mi Facultad, había desarrollado contactos en diferentes escenarios, lo que favoreció que me llegara la información sobre la convocatoria para seleccionar profesores en el nuevo Departamento de Filosofía. Esta se realizaría por concurso de oposición, organizado internamente. A partir de esto, promoví la presentación de varios egresados que aceptaron participar.
Nuestro grupo había recibido una sólida formación filosófica y artística, con profesores de la talla de Rosario Novoa, Adelaida de Juan, Justo Nicola, Vicentina Antuña, Roberto Fernández Retamar, entre otros. Pero poco sabíamos de filosofía marxista, y la versión que manejábamos era la que comenzaba a divulgarse en nuestro país.
La convocatoria exigía la presentación de una clase ante un tribunal, con un tema asignado.
Yo tenía una experiencia docente previa, siendo todavía estudiante, pues impartía clases a antiguas empleadas domésticas en la Escuela de Superación para la Mujer, y a estudiantes de la escuela de formación de maestros Makarenko; pero las temáticas y niveles de comprensión eran muy diferentes.
Las presentaciones fueron en la casa de la calle K # 507, local del Departamento. No recuerdo cuál fue el tema que me correspondió, pero sí el carácter riguroso del ejercicio, ante el grupo de profesores de más experiencia del Departamento, que realizaron un debate de cada sesión. Al finalizar mi ejercicio, caminando rumbo a mi casa, que no distaba mucho, me detuve por unos minutos en el Hotel Habana Libre. Me senté sola en un sofá del lobby, y bajo la tensión de ese momento y la sensibilidad de que mi primer hijo había nacido solo dos meses antes, no pude contener las lágrimas.
Un pequeño grupo, entre ellos, Marta Pérez Rolo y Josefina Mesa, fuimos aceptados. El desafío que enfrentamos para asimilar la teoría marxista, y el novedoso enfoque que se desarrollaría en aquel grupo de jóvenes investigadores, demandó grandes esfuerzos.
Cuando nos convertimos en docentes de nuestra universidad teníamos una edad promedio de veinte y tres años. Para establecer la diferencia con los profesores de larga experiencia y renombre de la UH, nos inscribieron como Profesores Auxiliares, pero solo contratados por quince horas, y un salario de trescientos pesos, monto muy conveniente para la época, aunque muy inferior al que correspondía a ese estatus. Recuerdo que al colectivo este arreglo nos parecía muy aceptable; lo importante no era ganar más, sino participar y aprender, y, por supuesto, el número de horas clase era muchísimo mayor.
Primeras tareas
Al poco tiempo fui designada como coordinadora docente del Departamento, responsabilidad que ejercí alrededor de año y medio. Era una tarea compleja porque atendíamos progresivamente la docencia de Filosofía marxista en toda la Universidad, lo que exigía disponer de muchos profesores que se iban sumando por diferentes vías de selección y cursos de formación.
Determinar qué profesor acudiría a cada facultad dependía de las características de cada carrera. La Filosofía marxista no era recibida igual en Matemática, que en Historia. Queríamos que hubiese alguna preparación particularizada, o al menos, cierta afinidad con los perfiles de especialización del alumnado, que facilitara la comunicación.
Progresivamente, se iban sumando nuevos jóvenes profesores, algunos de gran talento, como Pedro Pablo Rodríguez, Germán Sánchez, Eduardo Torres Cuevas, Ángel Hernández, José Bell Lara, Jorge Gómez, Leonel Nodal, Rafael Hernández, entre otros. Muchos de ellos convertidos después en destacados intelectuales, diplomáticos, investigadores, músicos y editores de importantes publicaciones.
Para formarnos se desarrolló un método de participación activa en seminarios semanales. Consistían en una intervención principal del profesor más conocedor del tema y, al menos, una exposición de uno de los de menor experiencia, con aspectos asignados, que conllevaban búsquedas bibliográficas, en el que debía asumir su contenido y discusión crítica. Cada exposición y debate posterior era una prueba de fuego para el ponente novel encargado. Los desaciertos no se consideraban fracasos, si se podía demostrar racionalmente en qué se basaban. Rectificar era el mejor modo de aprender entre todos.
Había otras vías de aprendizaje, mediante seminarios y conferencias, dedicados a temas como el joven Marx, o el estudio de El Capital, dirigidos por asesores calificados; además de encuentros con especialistas cubanos y extranjeros.
Por la responsabilidad de coordinación docente, integré desde temprano el Consejo de Dirección del Departamento. Ya no lo dirigía el hispanosoviético Luis Arana, a quien conocí solo parcialmente, y que dejó en todos una magnífica impresión. Lo presidió primero Gaspar Jorge García Galló, que trató de realizar su tarea con flexibilidad y sin autoritarismo, a pesar de que sus concepciones distaban de las que allí se estaban gestando.
Después asumió como director Rolando Rodríguez, que procedía de la escuela Raúl Cepero Bonilla, y sería posteriormente el primer director del Instituto del Libro, así como un destacado historiador.
Fue un privilegio para mi integrar ese Consejo, junto a Fernando Martínez Heredia, Aurelio Alonso, Hugo Azcuy, Jesús Díaz, Ricardo Machado, Isabel Monal. Los debates que allí se desarrollaban eran notables, y muchas de las medidas y políticas que se instrumentaron tenían sus orígenes en aquellas polémicas de alto vuelo.
Un ejemplo fue la discusión sobre cómo debía ser la especialización de los miembros. Recuerdo en particular una intervención de Machado, quien planteaba de manera muy gráfica nuestro dilema: formar especialistas de toda la filosofía, con un dominio de pocos centímetros de profundidad, o que poseyeran un pozo de conocimientos, pero ignorantes del contexto. Casi siempre los debates apasionados finalizaban con un acuerdo, donde era posible acoplar posiciones; primaba el respeto por la opinión diferente y la práctica del aprendizaje mutuo. Se trataba de promover diversos puntos de vista, apreciar sus certezas y descartar errores. Este método se extendió a todo el colectivo, para fomentar posiciones abiertas y flexibles, y al mismo tiempo sólidas y bien argumentadas. Mis primeras clases las impartí en la Facultad de Geografía, con muy buena acogida. Participé incluso como invitada especial en alguna de sus excursiones a cuevas poco conocidas. Pienso que para el alumnado éramos profesores diferentes, que tendíamos a romper con el tradicional comportamiento de uno consagrado. Uno de los mayores retos fue la misión de impartir clases de posgrado a experimentados profesores universitarios, con grandes reconocimientos en otros campos. Tuvimos la osadía de disertar para ellos, gracias a que nos acogieron con mucha amabilidad y cortesía, a pesar de nuestra juventud. Participamos enseñando filosofía a personalidades como Juan Pérez de la Riva, y muchos otros.
La Sierra Maestra
El grupo de la calle K, como algunos nos llamaban, había estado en contacto directo con Fidel Castro desde fines de 1965. A veces nos visitaba allí mismo, de forma sorpresiva, como también cuando aparecía en la Plaza Cadenas (hoy Ignacio Agramonte), en reuniones informales con los estudiantes. Por este nexo recibimos, en 1967, su invitación a acompañarlo a subir el Pico Turquino, con los primeros médicos que graduaba la Revolución.
Yo había vivido aquella experiencia antes. Fidel había convocado a la primera Milicia Nacional en el país, creada en la Universidad de La Habana, para acompañarlo a la ascensión al Turquino en noviembre de 1959. Éramos un grupo no tan numeroso de estudiantes, que aprendía a marchar militarmente en las calles internas del recinto universitario, y que apenas tenía formación militar ni, en la mayoría de los casos, ideológica. Solo éramos voluntarios inspirados por el reciente triunfo y la admiración al líder.
En la experiencia con los médicos graduados, tuvimos el privilegio de escuchar sus comentarios, tanto sobre la historia insurreccional, como sobre la situación del país en aquellos momentos, así como sobre el escenario internacional en que nos insertábamos. Sus palabras se caracterizaban por su lucidez y dominio de la realidad, y eran alentadoras, por la confianza en el futuro que nos transmitían.
Recuerdo vivamente una simpática anécdota: Se había preparado, por orientación suya, un pequeño cubículo refrigerado, traído en helicóptero, con helados, y se colocó justo al llegar a la meseta, antes de la última ascensión. Esta era una seductora sorpresa. Encima del improvisado mostrador de despacho había un cartel que decía: “Helados, 20 centavos”. Cuando el agotado y sediento caminante arribaba, soltaba su mochila y buscaba inútilmente la moneda en sus sucios bolsillos. Nos tocó a nosotros, al llegar a la meta, coincidir con Fidel; y fuimos testigos de su risa espontánea, con esta broma que atrapó a muchos, que no se percataron de que los helados no podían tener precio. Pudimos conocer otra dimensión de su personalidad, su sensibilidad, así como su alegría al compartir con compañeros más jóvenes las emociones de regresar al escenario de la victoria.
Nuestro grupo vivió una situación inusual. En el camino al Turquino, tomamos un camino equivocado, casi al salir de un lugar de ruta, por error del guía que nos conducía, y caminamos en sentido inverso durante todo un día. En ese trayecto agotador también aprendimos, y ganamos experiencias y conocimientos, al beber agua depositada en las hojas de ciertos árboles, cruzar con cuidado por zonas pantanosas, apoyándonos en ramas. Finalmente tuvieron que rescatarnos los soldados que conocían el terreno, y llevarnos exhaustos al campamento ya preparado para pernoctar.
Sabíamos que el esfuerzo del ascenso era un reto, pero también que se estrechaban los nexos entre todos, y nos hacía sentirnos más integrados a la Revolución. En el camino rumbo al Turquino tuvimos muchas otras situaciones nuevas; compañeros que caían al suelo en una elevación inesperada; o que se agotaban por la marcha. Algunos de mayor fortaleza física y sentido de solidaridad, como Aurelio Alonso, ayudaban a otros más débiles. Finalmente, todos avanzamos, en el espíritu de persistir y llegar a la meta.
Un momento inolvidable, y casi un símbolo de esta experiencia, fue el impacto espiritual de llegar a la cima, el privilegio de compartir una foto con Fidel, y ver su rostro emocionado junto al busto de Martí.
Lecturas de Filosofía
La necesidad de exponer nuestras ideas nos llevó a publicar un primer libro de texto.
Aunque ya había existido uno con las primeras aproximaciones, este tendría mayor amplitud y participación organizada. Se titulaba Lecturas de Filosofía, en dos tomos, y fue publicado por el Instituto del Libro en 1968. Fernando Martínez, uno de los más destacados intelectuales, y director del Departamento, me designó como organizadora ejecutiva de la edición.
El trabajo principal de concepción y de diseño de las posibles contribuciones fue colectivo, aunque Fernando fue el principal generador. Mi labor fue apoyarlo, elaborar la convocatoria para que todos participaran desde sus respectivas áreas de interés, promover la investigación necesaria para apoyar estos textos, y exigir que se cumpliera con los plazos acordados.
El primer tomo se concentraba más en la teoría y presentaba las ideas principales del marxismo que reconocíamos como guía. Recuerdo la presentación de las «Tesis sobre Feuerbach», y los textos de los compañeros que comenzaban a formar el equipo de Lógica matemática.
El título del segundo tomo era Materialismo histórico. En él trabajamos casi todos los profesores, en la indagación bibliográfica y en los primeros originales donde se presentaban ideas nuevas. En su primera parte, se abordaban los problemas de la Revolución en los países subdesarrollados. Dentro de este campo había una selección de discursos de Fidel; la Declaración del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, del 28 de mayo de 1967, sobre la lucha de liberación nacional en Venezuela; y el texto del Che Crear dos, tres, muchos Vietnam.
Entre otras contribuciones estuvieron la de José Bell Lara sobre el llamado Tercer Mundo, que antecedió a un texto de André Gunder Frank, con sus ideas sobre el desarrollo del subdesarrollo; textos importantes de diversos autores de otros países y formas de pensar: Jean Paul Sartre, con el prólogo a Franz Fanon en Los condenados de la tierra; Hanza Alavi, sobre Los campesinos y la Revolución; y Regis Debray con su texto El castrismo, la larga marcha de América Latina.
Tenían en común la problemática de la explotación, en particular de los países pobres, y la lucha por la emancipación, desde diferentes prismas. Resultaba evidente la intención de presentar un enfoque sobre la filosofía marxista en su condicionamiento social, como instrumento de lucha por la soberanía de los pueblos, y con la certeza de la necesaria Revolución.
En la segunda parte del libro se concentraron diferentes trabajos sobre el llamado período de transición al comunismo. Recopilamos textos que considerábamos esenciales para nuestro enfoque, como «El socialismo y el hombre en Cuba», del Che Guevara. Otros, elaborados por profesores del Departamento, exponían aproximaciones a temas poco tratados en aquel momento, como la naturaleza de ese período de transición, elaborado por un equipo de seis compañeros: Jorge Gómez, Ángel Hernández, Diana Abad, Hugo Azcuy, Marta Núñez y yo. Este texto respondía a una tarea solicitada previamente por la Junta de Planificación Física. Jesús Díaz, en ese entonces él mismo un combatiente revolucionario, escribió «Para una cultura militante»; y Ricardo Machado abordó el candente tema «Generación y revolución».
Muchos de estos textos podrían tener actualidad todavía hoy, aunque no necesariamente para coincidir con ellos, sino sobre todo para polemizar y disentir con argumentos.
En mi caso, además de contribuir al texto colectivo, incursioné junto con Josefina Mesa en un tema poco tratado entonces: «Sobre la situación social de la mujer», que dio inicio a mi interés de especialización permanente en la temática sobre género. Ese texto me permitió presentar una ponencia en el Congreso Cultural de La Habana, en enero de 1968, e incluso, tener la oportunidad extraordinaria de intercambiar brevemente sobre el tema con Vilma Espín, que tuvo la gentileza de recibirme antes del debate .
24 por segundo
El rector de la UH, José Miyar (Chomi), solicitó al Departamento que seleccionara a un grupo para asesorar al Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), cuyo presidente era entonces el comandante Jorge Serguera (Papito). Entre ellos fuimos designadas Marta Pérez-Rolo, como jefa del grupo, Norma Suárez y yo. Nuestra función era contribuir con el análisis de las programaciones existentes, intercambiar sobre posibles cambios, colaborar con debates y nuevos enfoques.
Varios compañeros aportaron ideas novedosas, y algunos se integraron a ese medio con especial interés, como Julio Puente, que fue después productor de la televisión. Algunos otros, como Marta, por su responsabilidad, participaban en la revisión de la programación.
Muchos tuvimos la oportunidad de intercambiar con Serguera, escuchar sus criterios y valoraciones. Sus anécdotas sobre la insurrección, la originalidad de sus ideas y su radiante simpatía hacían de estos encuentros momentos muy especiales.
En estas funciones conocimos a algunos jóvenes que habían terminado el servicio militar, y habían sido seleccionados para integrarse al medio. A algunos les facilitamos la tarea de introducirlos progresivamente en la esfera, entre ellos Rogelio Blaín, Manuel Porto y Serafín Sánchez, quienes después desarrollaron sus perfiles como destacados actores.
Marta y yo propusimos la realización de un programa especial, en colaboración con el ICAIC, para divulgar la programación de películas, caracterizada por su variedad y significación, así como promover el conocimiento sobre el cine y su cultura. Se exhibían filmes de todas las regiones del mundo, las mejores obras de grandes directores, el cine europeo, la nueva ola de Brasil, las películas de samuráis japonesas, las producciones de los países socialistas, el cine independiente de los Estados Unidos y la propia cinematografía cubana. Para hacerlo, el ICAIC designó a un colaborador inteligente y preparado, Francisco León.
Por nuestra parte, además de coordinar las sesiones y seleccionar las películas que se debatirían, invitamos a fungir como presentador a un profesor del Departamento que conocía mucho de cine. El aceptó, e incluso propuso el título de 24 por segundo, que nos pareció excelente. Pero el primer programa que salió al aire fue un total fracaso, pues nuestro profesor se expresó en términos tan sofisticados y desde un prisma tan calificado, que no logró el propósito que perseguíamos. El ICAIC nos trasmitió que el profesor debería ser más accesible en su lenguaje, para facilitar la comprensión a un público que no poseía antecedentes cognitivos en esa área.
Pero el siguiente programa resultó peor que el anterior, a pesar de que él invitó a un intelectual conocido, también profundo conocedor de cine. Ambos escenificaron un diálogo previamente acordado, en un lenguaje más complejo e inaccesible aún que el anterior, en respuesta de burla despectiva a nuestra crítica.
A partir de esta experiencia, el representante del ICAIC nos pidió a Marta y a mí que asumiéramos el reto de presentarnos ante las cámaras. Nosotras aceptamos, sin ser expertas, con el propósito de asegurar el objetivo del proyecto. Otro ejemplo de la audacia que caracterizaba la respuesta a cada desafío del camino. Aquel programa semanal incluía dos elementos: comentarios e información sobre una de las películas estrenadas recientemente y un invitado que seleccionábamos en cada ocasión, para debatir sobre la obra. Conversábamos y mostrábamos fragmentos del filme para profundizar en sus contenidos, o en la novedosa forma de filmación.
Durante casi un año estuvimos trabajando en esta programación, que se trasmitía los sábados por la noche, en vivo, como todo en la televisión de esa época, y contamos con el apoyo del entonces joven Enrique Colina, después destacado director de cine, quien extraía los fragmentos de la película que comentaríamos. Fueron nuestros invitados numerosos protagonistas de la vida cultural cubana, como Sergio Corrieri, entre otros. Cuando Marta y yo nos marchamos para la zafra de 1970, Colina se hizo cargo del programa y lo desarrolló con éxito calificado durante varios años.
Este es un singular ejemplo de cómo podíamos participar de diferentes formas en el complejo escenario social del país, e intentar contribuir al desarrollo cultural de la población. Lo hacíamos sin dejar de cumplir todas las tareas docentes e investigativas que nos correspondían en la Universidad.
Pensamiento Revolucionario Cubano
El Departamento había cambiado su estructura en 1967, en busca de una especialización. Nos organizamos en grupos temáticos. Yo fui designada para dirigir el grupo de Pensamiento Revolucionario Cubano. Lo integrábamos Diana Abad, Josefina Mesa, Germán Sánchez, Ramón de Armas, Pedro Pablo Rodríguez, Marta Pérez Rolo, Federico Chang, Marta Núñez, Delia Luisa López, Alberto Faya, Ilia Villar, Mayra Vilasís, Rubén Suárez y Leonel Urbino.
Nuestra tarea era investigar en este campo, diseñar un curso para impartir esta materia, y tratar de publicar un texto donde se plasmaran algunos de los avances. El proceso de estudio fue muy intenso. La selección de los temas que más nos atraían del complejo y amplio recorrido de este pensamiento se hizo respetando los intereses personales de los profesores y las afinidades con las etapas y personalidades descollantes.
Preparamos un proyecto de curso e incluso lo llegamos a impartir para pequeños grupos en calidad de posgrado, aunque fue solo una experiencia limitada. El resultado preliminar de nuestro estudio fue el volumen Pensamiento Revolucionario Cubano, publicado por el Instituto del Libro en 1971. El prólogo de Fernando Martínez alertaba sobre las limitaciones de aquel trabajo. Decía textualmente: «no basta con una selección más o menos coherente de producciones escritas o de materiales historiográficos dispersos, hay que periodizar, descubrir o reconstruir las coordenadas condicionantes de cada tiempo histórico, las correlaciones de los pensamientos y acciones».
Podría decirse que este objetivo era no solo una brújula para nuestro grupo, sino para todo el trabajo de investigación que se proyectaba. El nivel de profundidad de esta crítica, tomando en cuenta que la mayoría de los prólogos se dedican a ponderar lo positivo de la obra, no era excepcional, sino el estilo prevaleciente, con el que coincidíamos. También se reconocía que constituía un punto de partida, para un trabajo más sistemático y completo. Y no llevaba firma, así como tampoco se atribuía el libro a ningún autor o responsable de selección de textos, en la línea de anónima contribución que caracterizó al colectivo en muchas ocasiones.
El volumen constaba de tres unidades. La primera dedicada al independentismo, la segunda a la República, la tercera a la Revolución de 1930. La idea central que guiaba el texto era presentar la coyuntura histórica, así como apreciar las expresiones orgánicas de la ideología política revolucionaria, sobre todo a través de los autores más significativos y algunas de sus obras.
En la etapa de la República se incluían documentos medulares del período, como «La abolición completa de la esclavitud», por el gobierno de la República en Armas. Así como textos que identificaban el pensamiento y la acción de Máximo Gómez, como el Programa de Yaguajay, o la carta a Eugenio María de Hostos; y algunas cartas de Antonio Maceo.
La selección de los textos y el análisis sobre Martí lo habían hecho dos integrantes del grupo. Ramón de Armas, quien lamentablemente falleció temprano, y cuya obra «La Revolución pospuesta» revelaba un alto vuelo conceptual; y Pedro Pablo Rodríguez, quizás el mayor conocedor actual de la obra martiana, y un protagonista clave del Centro de Estudios Martianos.
La etapa de la República incluía a figuras como Manuel Sanguily, Juan Gualberto Gómez, Enrique José Varona, Salvador Cisneros, Diego Vicente Tejera y Carlos Baliño, con una selección preliminar de documentos relevantes, relacionados con sus vidas y obras.
La Revolución del 30 abarcaba las figuras de mayor significado revolucionario de la etapa: Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Antonio Guiteras, y Pablo de la Torriente Brau. Se incluían documentos que reflejaban su pensamiento y acción, y en algunos casos, se complementaban con síntesis biográficas y referencias.
El trabajo incluyó una investigación bibliográfica intensa, el ordenamiento de documentos, la copia de algunos textos no suficientemente divulgados, y cuando fue posible, entrevistas a personas que podían brindar información no disponible de sus vidas y trayectorias.
El estilo de trabajo anónimo que nos caracterizaba impide que pueda recordar a los autores que identificaron cada etapa y sus protagonistas. En mi caso, trabajé sobre Antonio Guiteras, y fue una experiencia excepcional. El cierre posterior del Departamento dejó trunco este trabajo colectivo, aunque pienso que el libro, a pesar de sus insuficiencias, logró exponer el enfoque que caracterizaba a aquel grupo de profesores.
Muchos de los miembros de este grupo dieron luego continuidad a las investigaciones sobre esta línea de pensamiento, o desarrollaron otras especialidades; por ejemplo, Josefina Mesa escribió sobre Varona; Diana Abad fue presidenta de la Cátedra de Estudios Martianos de la UH; Alberto Faya, destacado intelectual y músico se distinguió como pensador latinoamericanista; Ilia Villar desarrolló una significativa labor de especialidad en el conocimiento del Caribe; Mayra Vilasís fue una reconocida cineasta; Rubén Suárez y Leonel Urbino ocuparon importantes posiciones en el trabajo diplomático de solidaridad en América Latina.
Aunque fue un germen que logró reproducirse, pudo haber sido más fructífero y coherente.
La zafra de 1970
En enero de 1970, fue seleccionado un grupo numeroso de estudiantes y profesores de la Universidad de La Habana y del Instituto Superior José Antonio Echeverría, para incorporarse a tareas de organización y desarrollo de la zafra de este año, dirigida a alcanzar diez millones de toneladas de azúcar. Entre esos jóvenes participó un grupo grande del Departamento de Filosofía, con compañeros que se ubicaron principalmente en los centrales Antonio Guiteras y Jesús Menéndez, en la antigua provincia de Oriente. También se trabajó en centrales azucareros de Camagüey y otros se incorporaron al Ejército Juvenil del Trabajo. La labor consistía en ayudar a estructurar una organización de mayor competencia en los centrales, contribuir a chequear que se cumplieran las normas establecidas y ayudar en el proceso de crecimiento del Partido y la UJC en los diferentes núcleos y comités de base.
En mi caso, participé como segunda responsable del grupo que trabajó en el Central Guiteras, dirigido por Marta Pérez Rolo, y bajo la orientación general de Alexis Codina, destacado economista e investigador. Nuestro trabajo organizativo implicaba intercambiar con los trabajadores, los funcionarios que dirigían las labores, los representantes del Partido que atendían el central, y los propios profesores y estudiantes participantes.
Algunos desempeñaron tareas técnicas, para las cuales se prepararon en el terreno. Por ejemplo, contribuir a chequear el traslado de la caña cortada hacia el central, ya que este se había modernizado con nuevos equipamientos y al aumentar su capacidad de molida, abarcaba una extensión de cultivos mucho mayor que el previsto. Esta labor se realizaba en coordinación con las oficinas de Planificación Física. En muchas ocasiones, los conocimientos de carácter técnico u organizativo de nuestros profesionales se transmitieron a dirigentes y trabajadores, y adaptados para su uso, pero también fue extraordinariamente valioso aprender de ellos, de su experiencia de años y acumulación de saberes.
Al final de la Zafra, entregamos un informe sobre la experiencia, titulado Resumen de los resultados alcanzados y del cumplimiento de los parámetros establecidos.
El final
Cuando se tomó la decisión de cerrar el Departamento de Filosofía, me citaron a una reunión con el psicólogo Juan Guevara y con Armando Méndez Vila, entonces responsable del Partido Comunista de Cuba en la Universidad de La Habana. Ambos habían sido designados para proponer nuestras nuevas ubicaciones laborales. Para mí fue una discusión muy difícil. Cuando me ofrecieron el traslado a la Facultad de Historia, solicité incluir en esa opción al grupo completo de Pensamiento Revolucionario Cubano, cuya unidad consideraba importante conservar, en lugar de soluciones individuales. Mi propuesta no fue aceptada.
Aunque no nos pusimos de acuerdo, tampoco me impusieron ninguna decisión. Unos días más tarde, el entonces rector de la UH, Hermes Herrera, me invitó a trasladarme al Centro de Investigaciones de Economía Internacional (CIEI), de la Facultad de Economía. Junto a Ilia Villar, que se incorporó poco después, comenzamos allí otra etapa de nuestra vida profesional. Detrás dejamos una experiencia de la que me siento aún orgullosa. Pienso que conocerla y valorarla con mayor profundidad, tanto en sus aciertos como en sus errores, puede modestamente contribuir al complejo proceso social que vivimos actualmente, en el desarrollo del socialismo cubano, y en la defensa de nuestra soberanía.
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