Se ha hablado muchas veces, y con sobradas razones, del papel que en la gestación del grupo Orígenes tuvo el asfixiante clima político, moral y cultural de la república frustrada. Se ha mencionado específicamente el impacto de la fracasada revolución antimachadista, y también, aunque con menos frecuencia, el auge de la penetración cultural norteamericana en la Isla y la consiguiente erosión en los hábitos, costumbres, valores, y en los principios mismos de la nación, y la «resistencia» que opuso Orígenes a estos procesos. Este trabajo subraya dos componentes en la percepción origenista de la condición neocolonial de Cuba: la superficialidad, propia de la teatralización de la independencia en un país que ha seguido siendo colonia, y la carencia de finalidad, como expresión de la subordinación y frustración nacionales y del culto a lo exterior. Llama la atención, además, sobre las formas peculiares de rechazo que acompañan a esta percepción, centradas en el esencialismo y la teleología insular.