viernes, 11-10-2024
Historia y política: usos y abusos
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* Panel realizado en la sede de la revista Temas, el 28 de marzo de 2024.
Panelistas:
Hassan Pérez Casabona. Profesor e investigador del Centro de Estudios Hemisféricos y de Estados Unidos de la Universidad de La Habana.
Rainer Schultz. Historiador. Director de la División cubana del Consorcio de Estudios Avanzados, en Casa de las Américas.
Tatiana Zayas Couret. Historiadora. Asesora de programas de TV, Instituto de Información y Comunicación Social.
Orlando Fonseca. Metodólogo de enseñanza secundaria. Ministerio de Educación.
Rafael Betancourt. Economista. Miembro del Consejo asesor de Temas.
Rafael Betancourt (moderador): En su ensayo La historia como arma, Manuel Moreno Fraginals sostiene que el único punto de partida para el estudio de esa materia es el presente. Siempre nos proyectamos desde hoy al ayer, sin que esto suponga la aceptación de la historia como presente, a la manera idealista de Benedetto Croce. A reservas de su circunstancia específica y validez actual, esta visión enfrenta la relación entre la política del momento y la reconstrucción del pasado, entre la ciencia histórica y la coyuntura. Eso, entre otros aspectos, abordaremos en este panel, cuyos miembros son un investigador de la Universidad de La Habana, un director de la Sección Cuba del Consorcio de Estudios Avanzados de la de Harvard, una asesora de programas en la Televisión cubana y un metodólogo de la enseñanza secundaria en el Ministerio de Educación cubano. Un equipo variado, como se aprecia, para enfocar el tema.
Las preguntas son cinco, de las cuales cada panelista seleccionó tres para responderlas. La primera es: ¿Qué factores contribuyen a la revisión de la historia?
Foto: Revista Temas.
Rainer Schultz: Muchas gracias por invitarme. Antes de contestar, quiero explicar que, aparte de ser director de ese programa del Consorcio, que es un proyecto de intercambio académico entre Cuba y los Estados Unidos, estudié en Alemania, y cursé un doctorado, en los Estados Unidos, sobre la historia de Cuba. Hemos invitado a estudiantes norteamericanos a pasar un semestre de estudios en La Habana, en la Universidad y en Casa de las Américas.
Respondiendo la pregunta, para mí no existe la historia, sino más bien una construcción, deconstrucción, reconstrucción, de las historias (en plural), de manera permanente, interminable. Pienso que este proceso tiene que ver también con relaciones de poder y de la producción de conocimientos; los factores que influyen en esto último son, por supuesto, las fuentes disponibles, la información, las metodologías que cambian en el tiempo, nuevas miradas hacia la historia, preguntas diferentes que hacemos a los objetos y sujetos, y el mismo material, voces que no se escuchaban antes y ahora sí. Voy a poner dos ejemplos para hacerlo más concreto.
Esta producción de nuevas miradas, criterios, cómo enfatizar diferentes aspectos de la historia que se manejan, y se podría decir también que una cierta forma de producir, diseminar o proyectar la historia, tienen que ver con estas relaciones de poder donde tiene lugar esta producción de conocimiento, de hacer o narrar la historia; por eso me parece que es normal que haya una revisión permanente de la historia vivida y contada, pero se hace más notable en momentos de cambios políticos importantes, que son expresión del cambio de la cultura política, o en términos gramscianos, de una nueva hegemonía cultural. Quiero hablar de algunos ejemplos en los Estados Unidos, y un ejemplo muy importante en la historia de Cuba también, porque, como decía, hice mi doctorado sobre la educación en Cuba, y hay un ejemplo fascinante en dos libros de texto de los años 50 sobre la geografía de Cuba, uno lo escribió Leví Marrero y el otro Antonio Núñez Jiménez, que seguramente el público conoce más el de Núñez Jiménez, con una mirada nueva, que se publicó en el año 54. En ese momento, Fulgencio Batista lo prohibió, lo censuró, y hasta se quemó el libro porque se consideraba nocivo para los estudiantes; tenía ideas a favor de la reforma agraria, que se consideraban, durante la Guerra fría, como comunistas.
En el año 59, en octubre, hubo una celebración en la editorial Lex en La Habana, donde estuvo presente Núñez Jiménez, Raúl Castro, Jorge Mañach, quien en el momento cuando se prohibió el libro, en el 54, defendía la libertad de expresión, el derecho de tener diferentes visiones de la historia, y en las aulas cubanas circulaban ambos libros de geografía, que tienen una mirada política, histórica, sobre el país.
Y luego llega un contexto nuevo, en el año 1960: el conflicto con los Estados Unidos, que empieza a tomar medidas drásticas contra Cuba, corta la cuota de azúcar, dejan de suministrarle petróleo; un conflicto político que todos conocen. Ante ese inédito escenario geopolítico, es muy interesante ver cómo cambian los criterios de cuáles son los ideales reflejados, según la nueva sociedad, en los estudios históricos. El liderazgo cubano se hace la pregunta de con qué libros se va a enseñar la historia a los nuevos alumnos, y una comisión del Ministerio de Educación, liderado por Armando Hart en ese momento, hace una revisión de los libros de texto, y se considera que el de Leví Marrero no está apto para el nuevo contexto, sobre todo por su visión sobre los Estados Unidos, y a partir de ese momento se deja de producir el libro y de circular en las escuelas cubanas. Es un caso concreto, una historia documentada; y no es la única, eso es normal en otros contextos; por eso quiero terminar con un ejemplo de los Estados Unidos.
Hace poco, un estudio demostró que en 2023 en las escuelas de varios Estados se prohibieron más de mil quinientos libros de texto porque su manera de narrar los conflictos de raza, el legado de la esclavitud, y temas de sexualidad, no se consideraron propios para el contexto actual del país. Hay un gran movimiento de la derecha que está influyendo sobre lo que es legítimo en la representación de la historia. Por eso abro estos asuntos a la discusión.
Rafael Betancourt: Gracias, Rainer. Me voy a tomar la atribución de hacer otra anécdota. Soy economista, no historiador, pero he incursionado en ello, específicamente en la historia del levantamiento del 24 de febrero de 1895 en el occidente de la Isla. Escribí un artículo que analizaba por qué esta acción fracasó en Matanzas, y acusé a Julio Sanguily, jefe militar del alzamiento en Occidente, de haber traicionado ese levantamiento. Se comprenderá que, como no soy del gremio, atreverme a escribir esas cosas debió preocupar a algunos. Nunca me llamaron la atención, pero hablaron con otros que utilicé como fuentes. Sin embargo, Eduardo Torres-Cuevas —no recuerdo si fue en el 95— publicó mi artículo en la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí. O sea, que todavía tenemos esperanzas de poder revisitar la historia y hacer otras interpretaciones, aunque sean un poco atrevidas. Pero también tal revisión tiene sus límites, Por ejemplo, mi nieta, que está en séptimo grado, debía hablar del 24 de febrero en el encuentro matutino de su escuela, y le dije: «Ni se te ocurra meterte en eso que te conté. ¿Te imaginas si dices ahora que el día del inicio de la Guerra de Independencia fracasó en Matanzas por culpa de Julio Sanguily, el del rescate y todo lo demás?».
Mi segunda pregunta es: ¿cuáles son los principales sesgos en la interpretación de la historia?
Orlando Fonseca: Para contar la historia, o para escribirla o pensarla, muchas veces la subdividimos en etapas, o períodos históricos, o delimitamos determinadas características de los hechos, procesos, fenómenos, de la sociedad, la naturaleza o el pensamiento, y no tenemos en cuenta esos elementos como áreas de la realidad. Como sugiere la pregunta, sesgar es fraccionar, dividir, otras veces tergiversar, o darle importancia al borde, al fenómeno o al proceso y no descubrir la esencia.
En este sentido, considero que existe un sesgo de confirmación; es decir, tenemos que ir a la esencia del hecho o del proceso, cuáles son sus particularidades, sus características, sus propiedades, y desde una visión total analizar el contexto histórico en que se produce.
De igual manera, hay el sesgo de anclaje, cómo los historiadores o maestros tenemos una visión parcial de aquello que ocurrió porque no lo vivimos, y nos hemos quedado en esa percepción de la historia, lo que obstruye un tanto nuestra propia interpretación del hecho.
El sesgo de observación selectiva explica cómo los historiadores podemos enfocarnos en ciertos aspectos o eventos, mientras pasamos por alto otros. Es bueno delimitar lo que obtenemos por las fuentes del conocimiento histórico o desde los propios descubrimientos, y deslindar qué nos aporta y cómo se puede traer hasta la situación actual.
El de negatividad indica cómo muchas veces absolutizamos lo positivo, lo que ha aportado una figura o un hecho, y obviamos analizar o comentar lo negativo; eso también debemos tenerlo en cuenta, si pretendemos mantener una visión holística, total.
Otro sesgo es el de resistencia reactiva, o sea, cómo los historiadores podemos reaccionar contra ciertas interpretaciones previas y corrientes dominantes, lo que puede llevar a una sobrecompensación en la dirección opuesta. En este sentido, tenemos que mantener un equilibrio y evaluar críticamente todas las perspectivas, sin perder la esencia del hecho. Esto, por supuesto, lo hacemos teniendo en cuenta algunos factores ideológicos, como el sentimiento nacional que, por lo general, destacamos al analizar la historia; cuáles son los sentimientos, las cualidades, los valores que nos trasmiten las tradiciones históricas que el pueblo cubano desarrolla, y que llevándolos al plano educacional tenemos que resaltar en nuestras clases.
Todo esto se puede relacionar con el campo de las ideologías.
Está la ideología de clase. Tenemos una función social, respondemos a los intereses de la clase dominante, aunque toda la sociedad necesita de esa educación integral, para poder aumentar su cultura. Y en eso tiene un papel la interpretación histórica. Algo así se puede decir de la ideología religiosa. La Ley general de la enseñanza dispone que nuestra educación es laica, pero existe la libertad de religión, y eso influye, de alguna manera en determinados enfoques de la historia. Las que se pueden llamar ideología de género y por el color de la piel también influyen en las actuales percepción y enseñanza de la historia.
Y finalmente, la ideología política que transversaliza la enseñanza de la historia no solo en la actualidad, sino en todas las etapas históricas de Cuba.
Hassan Pérez: Quiero, en primer lugar, saludar, particularmente, la presencia de una de nuestras grandes historiadoras, la doctora Leonor Amaro, Profesora de Mérito de la cuasi tricentenaria Universidad de La Habana, y que ha sido —junto con otros indispensables profesores, como María del Carmen Barcia, Oscar Zanetti, Constantino Torres, Sergio Guerra— una de las figuras que, durante décadas, en nuestro país han reflexionado, de una u otra manera, sobre los temas que hoy están a debate: qué es la historia, su teoría, su filosofía, para qué sirve, etc. A mí me gustaría, en esta especie de respuestas cablegráficas que las reglas del programa establecen, solamente emitir algunas consideraciones.
Voy a invocar aquella pregunta que le hace un niño a Marc Bloch y que está en la introducción de ese libro tremendo que es su Apología de la historia: ¿para qué sirve la historia? Hay una tendencia, quizás por enseñanzas del pasado, a circunscribirla exclusivamente a lo que aconteció, a solo lo que vemos por el retrovisor. Quiero decir, en síntesis, que me gusta adherirme a la idea del propio Bloch de entender la historia como la ciencia de los hombres en el devenir del tiempo, en todos los tiempos. Eso me lleva a una idea que también considero central: la historia es un terreno que siempre va a estar en disputa, porque no se analiza, no se examina, no se reconstruye, no se revisita, desde las condiciones asépticas del tiempo vacío, sino que, inevitablemente, se hace desde el presente, desde el parapeto de la cosmovisión, desde las conformaciones, las ataduras, y las subjetividades que el tiempo presente nos impone a todos en la realidad histórico-concreta en la que nos desenvolvemos.
Walter Benjamin, en Tesis sobre la historia, tiene una idea también muy interesante: el pasado se escabulle, tiende a desdibujarse, excepto cuando encuentra puntos de contacto con el presente, y la única manera en que ese proceso que se desdibuja en el horizonte pueda ser proteico es que se asuma desde su integralidad, porque la historia no es la sumatoria de fragmentos de acontecimientos y personajes. Desde mi punto de vista, es un proceso que tiene que ver mucho con una concepción dialéctica, de concatenación, donde importan no solo los grandes momentos, los grandes acontecimientos, las grandes figuras, sino —como para algunas escuelas de pensamiento— las mentalidades, la historia del hombre y la mujer común, de procesos que muchas veces van quedando relegados, porque en esa intención permanente de intentar aproximarse de la manera más objetiva a lo que ocurrió en la historia ha habido, creo yo, en muchas ocasiones el prejuicio de que si solamente se interpreta el pasado, lo que sigue evolucionando en el tiempo no es terreno de los historiadores, sino de la sociología, la politología, los economistas. Yo no estoy de acuerdo, la historia tiene instrumentos, arsenal, tiene también categorías; es una ciencia. Antes se discutía mucho si era una ciencia del arte o si el conocimiento enciclopédico la desmarcaba de un instrumental teórico, con el cual es posible acercarse de la forma más abarcadora, más integral, a ese proceso siempre insuficiente e inacabado que es la reconstrucción del pasado.
Muchas veces se dice que una de las maneras más efectivas es no contaminar lo que ocurrió, que si se quiere estudiar una época, tratar de despojarse de todo lo que sucedió a posteriori, porque se está permeando con lo que pasó después. Paco Ignacio Taibo II suele mencionar con mucha frecuencia —por ejemplo, cuando hizo la biografía de Antonio Guiteras y cuando se ha aproximado a hechos cubanos— que uno de los defectos que hay en Cuba es una contaminación muy frecuente, que si se va a estudiar una figura, para ver cuál fue su fin —no hablo del fin de su vida, sino analizando un momento particular—, ese momento hay que despejarlo. Creo que son reglas elementales que debe seguirse; repito que es un trabajo inacabado, imperfecto, que no se hace en el vacío, se hace desde el tiempo presente, y por lo tanto, la cosmovisión de este desde la ideología, desde la política, también tiene un efecto; es imposible obviarla, la historia tiene carácter subjetivo, porque por mucho elemento científico que queramos utilizar no está escrita por robots ni por inteligencia artificial; está escrita por la manera en que los seres humanos dialogamos con ese pasado, con los procesos, con los personajes, con la circunstancia y, sobre esa base, las presentaciones que hacemos con el objetivo de intentar dar un cuadro, un mosaico lo más abarcador, lo más completo de la historia.
Rafael Betancourt: Hasta ahora, los panelistas nos han ilustrado, dónde y por qué ocurren estos sesgos, cómo se manifiestan, lo que tienen que ver con la ideología. Los ejemplos que dio Rainer son muy ilustrativos de cómo en Cuba la forma de presentarla evolucionó, y cómo en los Estados Unidos se ha adecuado a las problemáticas actuales. Hassan habló de cómo manifiestan los historiadores el pasado, desde la perspectiva del presente; mientras Orlando Fonseca repasa los distintos sesgos y los relaciona con las diferentes ideologías.
Seguimos con otros temas: ¿Idealizar o satanizar momentos o personajes históricos responde siempre a causas políticas?
Tatiana Zayas: Yo también agradezco muchísimo que la doctora Leonor Amaro, de la que fui alumna, esté con nosotros. Realmente no soy una teórica, no me dedico a la epistemología de la historia, soy solo una asesora de la televisión. Rafael Hernández me pidió que estuviera en el panel, y tratara de llevar estos elementos históricos al quehacer de la televisión actual; no obstante, tengo que entrar en algunas cuestiones teóricas para argumentar mi análisis.
La historia tiene, a partir de la perspectiva que se pretenda tomar, dos significados: los hechos mismos del pasado, y el estudio y la interpretación de ellos; aquí, según entiendo, estamos hablando de este último aspecto. Para Marx, como es muy conocido y frecuentemente citado, la historia de la humanidad es la de la lucha de clases, sin embargo, pocas veces se dice que Engels acotó después que se refería a la historia escrita; es decir, que hay un claro deslinde entre lo que ocurrió y lo que se interpreta.
Otra cuestión que debemos tener en cuenta es que los factores religiosos, los culturales, los generacionales, no pueden ser pensados como realidades autónomas o independientes, aunque didácticamente se haga así; todas ellas constituyen el todo social. Dicen los teóricos que ese es el rasgo distintivo del materialismo histórico, aunque es válido acotar que en determinados momentos uno de estos factores puede alcanzar un determinado grado de importancia por encima de los otros.
Aquí estoy obligada a citar a Atilio Borón, en un trabajo que trata de la filosofía política marxista. Dice: «Si alguna originalidad puede reclamar la revisión marxista es su pretensión de construir una teoría integrada de lo social, en donde la política sea concebida como la resultante de un conjunto dialéctico de factores causales; lo que hay en el marxismo es una teoría integradora de la política, que combina una amplia variedad de elementos procedentes de todas las esferas».
Un tercer elemento que tener en cuenta para el análisis de esta temática es que la política se ejerce desde el poder del grupo o clase que lo ostenta, hacia la sociedad en general, por lo que entiendo que con esta pregunta se pretende escudriñar no en la relación historia-política de manera abstracta, sino en la sumisión de la interpretación de la historia al ejercicio de la política. Recordemos que el Estado es un instrumento político de dominación, sin que esto implique necesariamente un aspecto negativo para la verdad histórica. Solo pongo un ejemplo: cuando Fidel dijo que en Cuba, con la llamada Reconcentración de Weyler, se probaron los métodos de campos de concentración, fue una forma perfecta de utilizar la historia políticamente. La política necesita utilizar, para bien o para mal, la historia; esta es indispensable para generar consensos y mantener el sentido de los conflictos.
Si analizamos la realidad cubana, y en específico el tratamiento de la historia en la televisión, hay que tener en cuenta que es pública y estatal. Fidel dijo en alguna ocasión que la prensa es la artillería de la Revolución; lo dijo refiriéndose también a la televisión, que es hoy el medio de comunicación por excelencia, y muy útil para el poder político por la sensación de verosimilitud que ofrece, acuñada por la frase popular: «Es cierto, porque lo vi en la televisión». Esto ocurre hasta tal punto que un filósofo vienés apunta que la televisión se ha convertido en un poder político colosal, al que se escucha como si hablase Dios mismo.
En Cuba, un programa cuya ficha de contenido indique que es de divulgación histórica está puntualmente deprimido dentro de la programación general; sin embargo, el tratamiento de la historia está siendo excesivamente explotado en otros programas, como los informativos; algo que no siempre es conveniente pues el espectador espera recibir, desde esos espacios, noticias de actualidad. Así, fechas conmemorables, como el 26 de julio, se tratan en todo tipo de programas, algo que se convierte en un boomerang para la captación de audiencias. Habría que recordar a Vicente González Castro cuando dijo que la televisión no es una institución formadora, como muchos pretenden. Piénsese que difícilmente una persona atea acepte una misa televisiva, o viceversa, un religioso no aceptaría un programa de ateísmo científico. Solo pongo este ejemplo para dar cuenta de que muchas veces se tiene ese medio como formador de valores. La televisión no forma, más bien reafirma, puede coadyuvar a ello; pero también, con la repetición incesante, además de crear el efecto contrario en el espectador, no garantiza que asimile esa información en el mismo sentido en que es emitida.
La preeminencia o no de los contenidos históricos en la televisión cubana responde a las directrices de la política en ese sentido; pongamos ejemplos: el uso de contenidos vinculados con la religión católica es aceptado ahora porque políticamente también lo es esa Iglesia; algo que no ocurría con anterioridad. Ahora no habrá «pecado» en repetir la historia de la Caridad del Cobre o mencionar que tal héroe o personalidad profesaba esta o aquella religión, tal como acaba de suceder, para poner un ejemplo muy contemporáneo, con los numerosos homenajes, para mí bien realizados, a Celina González, en los que se narró la historia de la música campesina.
Evidentemente, existe un elevado interés por la historia, que parte de la connotación política, a falta de un presente entusiasmante y de cara a un futuro inquietante. Este fenómeno, que no es solo cubano, es conocido como el boom de la memoria, sin embargo, el presente autista, según Martín Barbero, se traduce en un debilitamiento del pasado al descontextualizar la historia reduciéndola a una cita, que generalmente es un adorno para colorear el presente, con lo que se ha dado en llamar la moda de la nostalgia.
Esta es la era de las conmemoraciones, y Cuba es muy fiel a ella. El pasado nos invade a través de infinidad de prácticas conmemorativas, generalmente con fines políticos; hoy, incluso los programas informativos son dedicados a diferentes efemérides, como está ocurriendo últimamente en la revista Buenos días, algo que redunda en el maltrato de la ciencia histórica, ya sea por el contenido integrado o por el exceso de información, ambas cosas muy perjudiciales para el televidente. A esto habría que añadir la dimensión de la subjetividad de los encargados de llevar los contenidos de divulgación histórica, y aquí entramos en el campo de su vulgarización. Voy a poner un ejemplo, que pensé mucho si lo traía o no, pero me decidí porque estamos entre colegas.
En alguna ocasión, asesoré una cápsula histórica, y no sé por qué motivo, el director puso una foto de Batista, la cápsula no era sobre él, pero su imagen aparecía, y me ordenaron quitarla porque «no vamos a poner un Batista bonito en la televisión»; es decir, que desde el poder se imponen determinadas premisas, eso transita también por la vulgarización de las individualidades que tienen que realizar ese producto televisivo. Por lo menos en el caso de la televisión, la vulgarización de la historia se debe a factores políticos, complicados, para bien o para mal, con otras variables que pueden ocupar indistintamente determinada importancia.
Rainer Schultz: A la pregunta de si idealizar o satanizar momentos o personajes históricos responde siempre a causas políticas, mi respuesta es no; por lo menos no siempre, y quiero dar dos ejemplos. Primero quiero recordar lo que decía antes y lo que decían mis colegas también, que la producción de la historia siempre es un proceso continuo, es normal que se revise, que cambie, que haya nuevas maneras de contarla, pero también otros han dicho que la historia —Rafael lo dijo también—, se usa para legitimar la política, las decisiones, para el momento y para el futuro, entonces creo que suele haber más consenso y participación en una sociedad cualquiera, no estoy hablando de Cuba, si se presenta la política con una ideología que está en armonía con su historia, que tiene una historia pensada, compartida por la mayoría, y eso es un elemento fundamental, por eso es tan importante la enseñanza de la historia en la escuela. Creo que no es casualidad que el Estado, en cualquier país, se preocupa por lo que se está enseñando y mostrando; pero como nací en Alemania, y conozco su historia, voy a poner dos ejemplos de este país.
El primero, como un ejemplo de que no siempre la narración de la historia está relacionada con eventos políticos. En los años 90, se publicó un libro de un historiador norteamericano, Daniel J. Goldhagen, que dicho en inglés es Hitler´s willing executioners; en español su traducción sería Los verdugos voluntarios de Hitler. Es un libro sobre la historia cotidiana del fascismo alemán; eso estaba de moda en esos momentos, ver la historia cotidiana de las sociedades; pero Goldhagen se pregunta cómo era posible que un pueblo tan culto como el alemán podía activamente participar y hacer posible un momento histórico tan monstruoso como el del fascismo alemán, porque hasta entonces la idea general era que los nazis eran unos monstruos en el poder, que tenían sus agentes y unos aparatos del Estado influyentes, pero la sociedad, la gente común, la vida de los ciudadanos normales, no estaba necesariamente incluida en esa narrativa. Este libro fue un parteaguas porque después se empezó a hablar sobre el comportamiento de cada uno de los ciudadanos alemanes, y a crear un enorme debate y a cambiar cómo ver esos doce años, desde la llegada de Hitler al poder en 1933 hasta la derrota del fascismo en 1945. Pienso que este libro y la historia que se produjo, no tuvieron nada que ver con una causante política en ese momento, sino más bien con la tendencia historiográfica, nuevas miradas, cuestionar las fuentes, la historia oral, y maneras de ver la historia.
Pero también quiero mencionar otro ejemplo que para mí es muy preocupante, que es la instrumentalización, en Alemania, del holocausto judío, para defender la política exterior, tanto de Israel como de Alemania; o sea, que la lección principal del fascismo en Alemania ha sido que nunca más haya una guerra y nunca más algo como el holocausto. Este aprendizaje histórico se convirtió, a finales de los años 90, después de la Guerra fría, en un instrumento de la política exterior, primero en la guerra de Yugoslavia, cuando Alemania por primera vez participó en el bombardeo de la OTAN sobre Belgrado, Serbia, con el argumento de que lo que estaba haciendo Milosevic y los serbios, contra los croatas y otras minorías étnicas era algo similar a un holocausto, y los alemanes estaban obligados a lograr que eso no se pudiera repetir; esta fue la figura legitimadora para que los alemanes aceptaran este involucramiento en la guerra de Yugoslavia.
Algo similar está pasando ahora mismo en los ataques de Israel contra Palestina. La manera de ver la guerra en la televisión y en la prensa de Alemania es muy diferente que aquí en Cuba y en otros países; prácticamente solo se ve el ataque de Hamás sobre Israel, el 7 de octubre y la «respuesta necesaria» de Tel Aviv para evitarles otro sufrimiento a los judíos, y los alemanes, obviamente, tienen que estar al lado de ese pueblo porque ya una vez fueron muy terribles con ellos. Creo que es un ejemplo perfecto de cómo se puede usar la historia para una causa política muy peligrosa y lamentablemente muy eficiente. Se ve mucha resistencia, se ve esa alternativa en Alemania, la vida allí está bastante suprimida, pero nada más.
Otro ejemplo es un movimiento muy interesante en los Estados Unidos, en los últimos años, de revisitar la historia, sobre todo la de la esclavitud y las relaciones raciales. Hay un gran movimiento, sobre todo a raíz del Black Lives Matter, de cuestionar los roles de las instituciones, universidades, personalidades de la historia y su vínculo con la esclavitud, y esto se está visitando a un nivel de manifestaciones, se están tumbando estatuas, se está exigiendo el renombramiento de instituciones, de edificios, de calles, y esto creo que es una lucha activa, presente ahora mismo, sobre la historia en un contexto político.
Hassan Pérez: Mi respuesta está en la misma línea de Rainer. No es exclusivamente por razones políticas, si bien son las predominantes; hay una convergencia en idealizar o demonizar en el otro extremo, en la cual confluyen elementos también sociales, ideológicos, culturales, y aun desde la perspectiva de la teoría de las relaciones internacionales. Muchas veces es necesaria la reivindicación, la exaltación de una figura o de un proceso, o lo contrario, a partir de un momento histórico concreto en que se tienden puentes. Me viene a la mente, por ejemplo, cuando la promulgación de la Ley de Seguridad Nacional en los Estados Unidos, el 26 de julio de 1947, y la irrupción de la Agencia Central de Inteligencia y del Consejo Nacional de Seguridad; ahí están los documentos doctrinales de la Guerra fría, el discurso de Winston Churchill, la doctrina Truman, el NS-68, el «telegrama largo», el artículo de Mister X en el Foreign Affairs, A partir de ese momento, la gran contradicción de la lucha entre socialismo-capitalismo, entre este-oeste, implicó también la demonización del enemigo, no solamente nos atacaban nuestra manera de pensar, nuestro modo de ser, nuestros valores, nuestros elementos identitarios, sino que en esa contrarrespuesta, en esa contraofensiva permanente, se incluía el manejo de los procesos; porque en la historia hay otra tendencia, otro fardo, otro lastre, probablemente de una enseñanza deteriorada en cualquier lugar del mundo, y es circunscribirla a lo memorístico, a lo repetitivo, casi a lo escolástico. La historia no es la sumatoria de hechos, no es la narrativa acrítica de tal fecha y tal cuestión; es un proceso analítico, creativo, fecundo, contradictorio; si es dialéctico, implica que el presente desde el cual la escribimos, no es solo para hoy, porque la historia también tiene un alto componente de legado; por lo tanto, los historiadores del presente, en la manera que revisitamos el pasado, lo hacemos también pensando en el futuro, que comienza a edificarse desde lo inmediato; y eso tiene que ver con la enseñanza, con cualquier elemento cultural, incluso desde la divulgación, desde la propaganda.
Con la historia pasa lo mismo que con la cultura, donde hay una tendencia negativa: reducirla a los elementos artístico-literarios. A mí me gusta aquella idea de Engels de verla como la huella, como el devenir de los seres humanos en el tiempo, la cultura no es solamente que un estudiante se pare en el acto matutino a hablar del Grito de Baire o a decir la poesía o la efeméride, o yo explicándole a mi hijo, que está en quinto grado, sobre Máximo Gómez, y oír «no le expliques eso porque eso no fue lo que le preguntaron en la escuela». La historia no es eso; tiene una dimensión de identidad, de memoria, de elementos vinculados, de atributos que distinguen valores. Creo que no hay que tener ningún temor a decirlo: la historia es precisamente la manera en que las personas se acercan, desde las edades más tempranas, al conocimiento de lo que ocurrió, pero como proceso, en lo cual lo culinario, lo deportivo, lo musical, están presentes. Tenemos una tendencia al compartimento estanco, como si la historia de la ciencia no tuviese que ver con lo que influyó en un momento determinado, o como si la llegada primigenia del beisbol a Cuba antes de que este se conociera suficientemente bien en los Estados Unidos, no estuviera conectado desde el principio con el danzón y con otros elementos que hicieron que aquí fuera diferente al de las ligas negras norteamericanas. Hay también una tendencia a la fragmentación utilitaria, pragmática, que corroe, en mi opinión, la esencia proteica del conocimiento histórico, en el cual que se plebiscite el pasado no solamente es constante, sino legítimo desde las nuevas preguntas que nos formulamos en un tiempo presente, que es también cambiante, que está en constante transformación.
Orlando Fonseca: Quiero puntualizar dos cosas: la primera, que no es lo mismo la formación de un pensamiento histórico-social desde el conocimiento de la historia, a ir implementando un modo racional histórico, porque depende de muchos factores, como se decía, tanto económicos como sociales, culturales, políticos, y en este sentido creo que los elementos de investigación hacia el plano económico nos obligan a movernos a lo largo del progreso humano, porque no podemos olvidar que estamos estudiando y enseñando el devenir de la humanidad, que es en definitiva lo que entendemos como historia.
Rafael Betancourt: Comparando las opiniones de los panelistas con las de una encuesta que se acaba de hacer aquí, vemos que 96% de los encuestados consideró que son causas políticas las que demonizan o idealizan los momentos y los personajes históricos; les siguen los factores sociales y culturales, 32%; causas religiosas, 25%; y económicas, 16%. Ese resultado me da pie para pasar a la cuarta pregunta: ¿Vivimos el auge de una reescritura de la historia que falsifica hechos y períodos?
Hassan Pérez: Sí, creo que hay un auge de eso. Hay una especie de empatía a lo largo de siglos entre la escritura de la historia y los vencedores, y eso, en la historia predominante en todas las latitudes, muchas veces tiene un altísimo componente de historia oficial. No está escrita la historia del derrotado, suele ser invisibilizada, por lo tanto, hay muchos ejemplos en ese tipo de narrativa histórica predominante. Betancourt mencionaba un libro que trata sobre esto, y me vino a la mente otro, casi con el mismo título: La otra historia, de Howard Zinn, con respecto a los Estados Unidos, que da otra mirada, una perspectiva crítica de hechos, procesos que se invisibilizan, porque también en lo relacionado con la historia, y no solo desde el ángulo editorial, hay como un consenso en esas relaciones socioclasistas de poder, que determinados tiempos van estableciendo, y que se concatenan para idealizar o satanizar. También pasa que se engavetan; hay determinadas cuestiones a las que se les coge temor, y muchas veces desde la perspectiva oficial se invisibilizan, no solo no se promueven, sino que no se generan espacios para debatir, desde la hondura de lo que sucedió, aciertos y desaciertos.
Creo que la historia es un constante aprendizaje, pero nos movemos en sociedades que cada vez más tienen memoria cortoplacista; hay grandes vacíos culturales. La historia entronca profundamente con todos los elementos de la cultura de la humanidad, y cuando hay grandes carencias cognitivas, analíticas, cuando parece que hemos descubierto el Mediterráneo ayer, y no hay la capacidad de hilvanar, de concatenar, de ver los procesos en el tiempo, es mucho más fácil caer en las falsificaciones, las tergiversaciones, los reduccionismos, las caricaturas, con una finalidad política. En Cuba hemos visto, en los últimos años, una especie de re-disputa —donde se mueven también los historiadores—, porque tampoco hay un terreno neutro, sobre la década de los años 50, incluso desde el punto de vista internacional. Hace poco conocí una tesis de doctorado, basada es una seria investigación sobre la política económica de Batista, y realizada en la Universidad de La Habana; pero constantemente vemos apreciaciones a partir de una memoria de corto plazo, muchas veces hechas desde el exterior, desde el adversario, desde el enemigo, también con una finalidad política.
Estoy de acuerdo con que de nuestro lado también hemos cometido errores; porque creemos que, en determinados momentos, los procesos complejos se deben engavetar. Yo creo lo contrario, cualquiera que sea su naturaleza hay que verlos, con todo rigor. Con el escalpelo del conocimiento, de la preparación, siempre van a arrojar luz. Hay una experiencia de la práctica de la propia dirección revolucionaria que fue emblemática, y que no siempre se cumple en instancias intermedias, que va desde el discurso de Fidel sobre la Zafra del 70 o de los Diez millones, hasta la Rectificación de errores.
Me uno a la idea de Tatiana sobre que hay marcos, pero también hay seres humanos concretos y, como hablamos muchas veces, las clases escolares no las da un ministro de Educación ni un director provincial; por eso hay muchos ejemplos muy positivos, y otros muy negativos. Parapetarse en dogmatismos, simplificaciones, en pintar todo en blanco y negro, en posicionamientos maniqueos, se hace daño a la investigación de procesos, porque lo que se tiende es a engavetar, y además, a complicar todavía más lo que se pretende esconder; porque todo lo que se encierra no solamente no aporta ninguna luz, sino que profundiza los elementos negativos, y esas cicatrices no cierran.
Tatiana Zayas: Sobre si vivimos en una etapa de auge de la reescritura de la historia que falsifica hechos y períodos, mi criterio es que eso y las nuevas definiciones son un proceso permanente. Ya hablamos de que estamos en un período de boom de la memoria, pero al mismo tiempo consumimos información histórica que vulgariza ese contenido o lo reduce.
Si hablamos de este tópico en la televisión cubana habría que aseverar que esta institución se mantiene al margen de las polémicas que genera este proceso de redefiniciones o reescrituras; seguimos muy apegados a la «historia oficial» (la entrecomillo porque no es un término que me guste mucho). La producción de programas de divulgación histórica está tan deprimida que vemos con añoranza el tiempo cuando cohabitaron en la pantalla espacios como «Huellas en el tiempo», un programa que ofrecía documentales; «Encuentro con Clío», de participación; «Orígenes», que exponía un tema a través de entrevistados, y «Como me lo contaron ahí va», el que, a pesar de que se trasmitía por un canal provincial —Canal Habana— fue el programa con mayor índice de gusto en la población. Era escrito y conducido por Ciro Bianchi.
Pienso que para los programas de divulgación histórica nunca podemos esperar que tengan altos niveles de teleaudiencia, incluso los de History Channel saben que no los va a ver la mayoría de los telespectadores, pero las personas que lo ven denotan un alto índice de gusto, y esto mismo pasaba con Como me lo contaron ahí va.
Ciro tuvo muchos detractores entre los historiadores, cuando empezó su programa; sin embargo, creo que había que asumirlo desde el campo de la comunicación, que es lo que hacía Ciro: trataba de explorar los huecos o las aristas desconocidas, y quizás ahí estuvo el éxito de este programa, porque al televidente le es muy difícil conectar con una información «hechológica», o sea, por ejemplo, en el 59 pasó esto, en el 95 pasó lo otro; y eso lo hace mucho la televisión. Al televidente le es muy molesto decodificar ese tipo de comunicación cronológica, porque las personas no nos comunicamos de esa forma, sino mediante una historia; por lo tanto, el televidente lo que asimila con mayor satisfacción es lo que hacía Ciro Bianchi: contar una historia. Me parece que eso debíamos tenerlo en cuenta a la hora de comunicar los fenómenos históricos desde todos los puntos de vista.
Hoy en la División de programas habituales solo ha quedado «Este día», que es de efemérides, y además, pertenece a la parrilla de cambios. Incluso nos fue muy difícil hacer una investigación social sobre este programa porque el Centro de Investigaciones Sociales del ICRT no lleva los ratings de las programaciones de cambio, pero bueno, se hizo, y obtuvimos resultados muy interesantes, porque la mayoría de las personas encuestadas dijeron que el programa debía extenderse, y que la programación de divulgación histórica en la televisión era necesaria. Tenemos eso a nuestro favor.
En otros canales tenemos, en este momento, «Entre cuentos y leyendas», «La historia en imágenes», y «Contar la Historia», todos con una ubicación muy desfavorable en la parrilla de programación, que es otro de los problemas que tenemos a la hora de analizar los programas de divulgación histórica en la televisión.
Sin embargo, como apunté anteriormente, otros espacios están dedicándose colateralmente a la divulgación histórica, como sucede con «Mesa redonda» y la revista «Buenos días», pero la polémica científica de la historia ha quedado fuera de los propósitos. Otros medios, no la televisión, han tratado con alguna profundidad sobre el negacionismo que se está produciendo en la interpretación de la historia; ahí está el del holocausto, el del genocidio en Ruanda, el de los efectos de las dictaduras en América Latina, el de los efectos de la conquista y colonización, el de los efectos de la dictadura de Franco, el de la participación decisiva de los soviéticos en la Segunda Guerra Mundial, entre muchos otros; pero realmente esas polémicas no entran, o no han entrado, en la televisión cubana.
Con respecto a la historia nacional, la televisión cubana presenta un desbalance en el tratamiento de temas, a favor de la historia política a partir del 68. La República se presenta como un bloque homogéneo, lo que impide asimilar las regularidades, las contradicciones y los contrastes entre la primera y la segunda República, según nos advierte Fernando Martínez Heredia, en un ensayo que apareció en la revista Temas, en el año 2001: «La falsificación de la historia también proviene de la omisión voluntaria o no».[1] Eduardo Torres-Cuevas aludió a este fenómeno cuando dijo: «Un extraño temor parece rodear y condicionar el acercamiento a las problemáticas republicanas, la mayor parte de las fuentes históricas que contienen lo más revelador de la época aún están por consultar, aun más, al repasar los estudios más conocidos acerca del período puede constatarse que la etapa que cubre del 40 al 58 es casi totalmente desconocida».[2] La escritura de la historia y su interpretación siempre están signadas por los condicionamientos sociohistóricos, por ejemplo, ser esclavista en el siglo xvi era natural, las cruzadas contra los infieles fueron guerras «justas»; pero a este condicionamiento habría que agregarle la pertenencia ideológica del que pretenda el análisis histórico. Hoy tenemos frente a nosotros corrientes que reescriben una historia muy diferente a la que defendemos; así, se somete a otro análisis la lucha contra bandidos, la batalla de Playa Girón, las misiones militares cubanas en África, etcétera.
A favor de la verdad histórica se nos presenta un amplio abanico de oportunidades en el análisis políticamente correcto para nuestra sociedad, si utilizamos los medios a nuestro alcance, partiendo del elevado nivel de instrucción de los cubanos, y además, si se cuenta con el reconocimiento de la necesidad del mantenimiento de este tipo de programación, según reconocieron los públicos de los que hablé.
El fin de la historia anunciado por Fukuyama no ha sido tal; y debemos seguir discutiendo esos temas.
Rafael Betancourt: Una de las razones que puede haber para que los programas sobre temas históricos no sean tan populares es que no hay polémica; o sea, hay una línea que todos siguen; en la «Mesa redonda», por ejemplo, no hay nadie que diga: «Estoy en desacuerdo con Fulano». Eso repercute en que no hay análisis verdaderamente críticos o desde diferentes puntos de vista en temas polémicos. Me acuerdo de cuando Eusebio Leal publicó El diario perdido de Carlos Manuel de Céspedes, cuántas dudas y cuestionamientos suscitó. Pero era Eusebio el que lo podía publicar.
No por ser economista, pero quisiera introducir un tema relacionado no tanto con la reescritura como con la escritura de la historia, y su relación con la industria editorial, tanto de libros como de revistas y que, de algún modo, determina qué se publica y qué no, y creo que en ese caso tendremos que analizarnos como país acerca de cuánto espacio se dispone para una visión alternativa de nuestra historia.
Si alguien hace un análisis crítico, por ejemplo, de determinados aspectos del Ejército Rebelde, o de la lucha clandestina contra Batista, cuestionando algo, se queda sin publicar. Hay tesis doctorales —Leonor seguro lo sabe— que se quedan en el mundo académico, inéditas. Me acuerdo que fue muy importante para mí, habiendo crecido con una visión oficialista de la historia de los Estados Unidos, leer un libro de Richard O. Boyer y Herbert M. Morais, que se llama Labor’s Untold Story, o sea La historia no contada de los trabajadores, con la mirada a la historia de los Estados Unidos desde las perspectivas de los trabajadores y los sindicatos, me cambió por completo mi visión sobre ella.
Rainer Schultz: Quisiera hacer un comentario sobre si vivimos una etapa de auge de reescrituras de la historia que falsifican hechos anteriores. Pienso, que debemos diferenciar cada parte de la pregunta, porque la reescritura, obviamente —ya hemos hablado de eso—, es una necesidad; porque la historia no es un texto sagrado como la Biblia, hay que reescribirla permanentemente. A nuevas preguntas, nuevas fuentes. Es algo normal y deseable; pero la otra parte de la pregunta es si eso conlleva falsificaciones e instrumentación política, y eso es un problema de otro tipo, y yo no tengo números, quizás hay estudios, pero mi impresión de lo que decía Betancourt es que hay un montón de revistas y libros con carácter comercial, en Cuba tal vez no es así, que se tienen que producir, porque las editoriales viven de eso, venden eso. Esa es una parte, y también por toda la expansión universitaria en el mundo desde los años 50 del siglo pasado, se podría entender que haya más diez o veinte más de estos errores que hace setenta o cien años. Es normal que la cantidad sea mucho más amplia.
Pero lo otro que creo que influye son dos factores, uno, la inmediatez de las redes sociales y del factor digital. Antes uno dependía de los editoriales de la televisión, hoy en día con Facebook, Instagram y X uno puede hacer una historia en minutos que se hace viral, como se dice, influyente, en conversaciones que antes a lo mejor tenían lugar en un bar, un café, en una casa, que hoy en día se puede reproducir por millones en unos instantes. Creo que ese es un factor importante.
Y lo otro que decían los colegas del contexto político, creo que vivimos una transformación geopolítica, social, económica, de gran nivel, y esto requiere nuevas miradas y relecturas, y obviamente se seleccionan y se usan elementos de la historia para justificarlo, y ahí están momentos muy peligrosos, creo, actualmente.
Rafael Betancourt: Nada, no hay peligro mayor que lo que está haciendo Donald Trump con la interpretación de la historia, con la propagación de falsedades y de mentiras, y también por lo que Rainer decía, por el poder que tienen las redes sociales; o sea, que estamos en un momento muy peligroso porque hay espacios para todo.
Hemos tenido muy interesantes comentarios de los panelistas, quisiéramos ahora pasarles la voz a los presentes y los conectados por Telegram, para que opinen, pregunten, hagan sus comentarios.
Manuel Orrio: Estaba recordando una entrevista que el gran historiador cubano, doctor Julio Le Riverend, concedió a la televisión cubana meses antes de morir, y la terminó con estas palabras: «Lo último que quiero decir es que el pueblo tiene derecho a que le sea contada una historia cierta». Para mí, eso fue una auténtica revelación en aquel momento, y lamentablemente, observo que en Cuba no se cuenta una historia del todo cierta, que el factor político está presente, como reveló la encuesta. En tanto periodista, yo he investigado, por ejemplo, sobre el Partido Ortodoxo, y me he encontrado con auténticas sorpresas, y me parece que hay que trabajar muy duro para que al pueblo le sea contada una historia de verdad cierta, no manipulada, porque la historia en Cuba se está manipulando, lamentablemente.
Leonor Amaro: Muy satisfecha por volver a estos encuentros de Temas. Muchas gracias por todas las informaciones que han dado. Quiero apuntar algunas cuestiones; soy simplemente una profesora, no una constructora de la historia, no tengo ese aval; pero sí he estado mucho tiempo explicándola, porque tengo ochenta años, y cuando uno tiene tantos años puede contar algunas cosas.
Solamente quiero decir, en primer lugar, que la historia es una ciencia social que se construye, pero no solo con lo subjetivo; se puede ser poeta, y construir una cosa bellísima pero, en sí, nadie se preocupa; pero si se construye una ciencia, y esa historia la hace el hombre, y el hombre no es perfecto, por lo tanto lo construye por su manera de ser, y realmente, creo que, después de ochenta años, me voy a morir con muchísimas cosas que no tengo aclaradas, porque alguien las contó de una manera, y otros las contaron de otra.
Estoy de acuerdo en que, efectivamente, la historia es el decursar del hombre, y por supuesto, no solo puede hacerlo con la historia. Un historiador que no estudie Antropología no va a entender al hombre de hoy, al joven de hoy, porque ese muchacho ve la vida de otra manera. También tiene que estudiar Sociología, y no siempre va a hablar de las fuentes históricas, sino también de la sociología, porque esta le permite entender por qué algo que era un gran valor para ayer, hoy ya no tiene el mismo sentido. Entonces hay que acudir a otras ciencias para poder explicar la historia.
Hay un elemento que sí se ha dicho aquí que quiero subrayar: uno tiene que contar la verdad. Hablaban de Le Riverend, empecemos por Martí, que hablaba de la verdad; recordemos al Che Guevara cuando dijo que la historia tiene que contar la verdad, y para eso hay que tener el valor de decir: «Esto ocurrió así». Otros tienen otra observación, pero yo, como profesora, lo único que tengo claro es que debo analizar, interpretar, esclarecer, y darles a mis alumnos la mejor respuesta; lo que no puedo es mentirles. La mentira no convence a nadie, y por supuesto, decirla a un educando joven es lo peor que se le puede ocurrir a un profesor.
Voy a poner un ejemplo que es casi sacrosanto, pero creo que es esclarecedor. Los medios, que tienen la posibilidad de difundir algunas ideas, sobre todo de historia, no creo que haya sido con mala intención, pero en aras de reforzar todo lo alcanzado por la Revolución no siempre la esclarecen. Yo soy profesora, y también defiendo lo que ha sido mi vida. La vida mía ha sido la Revolución, por lo tanto, voy a tratar de defenderla; pero tengo que defenderla desde la verdad.
Si tomamos algunas cuestiones, y algunos pasajes y algunas alusiones que aparecen en la televisión, da la impresión de que Fidel Castro lo inventó todo en este país, y yo creo que eso no es un tributo bueno para él, y estoy hablando de la figura máxima, porque para mí sí es máxima; es el líder aclamado de esta Revolución. Yo viví el 1 de enero, y él fue aclamado, y llorado cuando se fue. Pocos tienen esa experiencia. Pero cuando se va a hablar de Fidel, dicen que lo descubrió todo. ¿Por qué? Este país, en el siglo xix totalmente liberal, había poco de marxismo, hizo muchísimas cosas por la ciencia, por el arte, y hay que reconocerlo; pero además de eso, un muchacho joven puede pensar: Caramba, ¿Fidel es el líder de un país de hombres tan poco representativos, casi tontos? No, Fidel fue el líder de un país que tenía mucha gente con muchos saberes, con mucha inteligencia, con muchos valores, unos acertados y otros no, pero este pueblo tenía valores, y hay que reconocerlo, y hay que aclararlo; porque, además, el hombre no es una sola pieza, en él entran muchos componentes: su historia pasada, su vida presente, y hay que señalarlo de esa manera. Es un anuncio terrible adjudicarle todo lo relacionado con la agricultura a Fidel, porque ahí también van los errores, hasta ni por eso es bueno. Usted tiene que decir que condujo una Revolución donde hubo muchos hechos históricos que pueden dar explicación a los aciertos y a los fracasos; porque los fracasos también hay que indicarlos sin miedo, porque con cobardía, que yo sepa, no se hace una revolución, y mucho menos se defiende un país. Con esto voy a terminar.
Román García Báez: Soy licenciado en Historia desde enero de 1973, pero me dediqué a la economía política durante mucho tiempo; fui alumno de Leonor, ella era joven, yo también lo era, me gradué con veintiún años, pero me alegró enormemente verla, y he sido amigo y compañero de Hassan.
Comparto todo lo que se ha dicho, pero soy optimista con los cambios que se están dando por los líderes de la creación de esta historia. Tuve el honor de estar, durante casi dos años, en una comisión oficial, dirigida por Torres-Cuevas, Sergio Guerra —condiscípulo y uno de mis mejores amigos—, Joel Cordoví, Félix Julio Alfonso, Eduardo Vázquez, y otros, donde se elaboraron cuatro importantes documentos sobre la enseñanza, la investigación, la divulgación y el patrimonio, bien duros todos, y la conclusión fundamental es esta misma que ustedes están planteando: no se puede seguir explicando la historia como historia de santos, como se decía, porque, en primer lugar, no se cree, y el resultado es todo lo contrario de lo propuesto, y si se trata de una figura, mientras más problemas enfrentó, mientras se reconozca los errores que tuvo y se valoren por la sociedad y por los libros de Historia, más grande lo presentan. Un Fidel Castro ideal en un mundo puro, sin contradicciones, no tendría la grandeza que tiene como una de las figuras políticas más importantes de este siglo. Los que enfrentó no eran ningunos tontos; eran muy capaces. Esa tesis que puso Hassan de ejemplo mostraba determinadas alturas en el pensamiento económico de la época batistiana, que las posiciones revolucionarias tuvieron que enfrentar, y no siempre fueron victoriosas en el plano teórico, y después, la Revolución permitió asumir determinadas proposiciones.
Se están dando algunos cambios, todavía muy lentos. Yo trabajo en el Ministerio de Educación Superior, ocupo la plaza de asesor del ministro, pero durante un tiempo trabajé en la Dirección de Marxismo y en otros lugares, pero muy vinculado al Departamento de Historia, fui jefe del Departamento de Economía Política, y lo que yo estoy defendiendo desde hace años es darle el mayor peso posible a la historia de Cuba; nadie me puede acusar de lo contrario, porque sé que el centro de la ideología de la Revolución es la historia de Cuba, una historia, además, preciosa, y es importante que la gente la conozca para que la defienda, así como ustedes están planteando que se haga.
Cuba no es excepción, no hay país en el mundo donde la historia se forme como estamos aspirando que sea, pero tenemos que plantear cómo debemos cambiarla, pero no solo en los libros, no solo en los programas de televisión, sino, sobre todo en la mente de los profesores, no solo para la Historia, para todas estas asignaturas que mal llaman Marxismo, Economía Política, Filosofía. Lo más fácil es acomodarse, no indagar, no profundizar, seguir impartiendo la historia con el enfoque anterior para no buscarse problemas, porque son escasos los artículos y los libros que se han escrito en los últimos tiempos, o en ningún tiempo, donde la Revolución se mete en los problemas. Hay algunos, los de Sergito Guerra, Newton Briones Montoto y otros, pero pocos; pero aunque fueran muchos, si no se preparan y se cambia la mente de profesores y estudiantes en todos los niveles de enseñanza no hacemos nada, porque se llega a un nivel limitado de la historia cuando lo que debemos es llegar verdaderamente a los estudiantes para que empiece a cambiar la sociedad.
Consuelo Martín: (Universidad de La Habana). Mi área de especialidad es la psicología social, y he trabajado psicohistoria, y de familia me viene mucho la historia para poder entender no solo el presente, sino el pasado inmediato, y cuando hablo de pasado inmediato hablo de la Revolución cubana, porque cuando hablemos de la historia, ¿de qué período estamos hablando? Yo doy clases en la universidad, mis estudiantes tienen dieciocho años, para ellos la Revolución cubana es historia antigua. Entonces, creo que es importante entender los contextos históricos, culturales, concretos, y ahí necesitamos interdisciplina para explicar la historia, necesitamos la geografía para ver el cambio del panorama sociopolítico del mundo con la desaparición de la URSS, y entender las dinámicas de la vida cotidiana en Cuba antes y después de la URSS. Entonces, ¿vamos a hacer un corte para saber cómo vivimos, o nada más vamos a seguir diciéndonos que si la crisis de los 90 o la crisis actual?
Creo que no le podemos pedir a la historia lo que sale de su marco propio, que es contar la historia de las generaciones que ya no están. Las vivas no son historia todavía. Pudiéramos hablar de lo más inmediato, de los contextos, de la sociología, de la psicohistoria, de los elementos de historia oral que nos cuentan los protagonistas vivos de los hechos históricos, pero cuando les vamos a hablar a nuestros estudiantes de hoy de esos acontecimientos tenemos que partir de perspectivas generacionales para no solo comprender nosotros, sino que lo comprendan ellos, y no solo aprender de esas generaciones cómo se construye la historia. Si algo podemos trasmitir a las generaciones más jóvenes es cómo esta se construye, no darles la historia construida. Creo que para ello son básicos los medios, y no puedo pensar solo en la televisión, porque sobrecoge la cantidad, la inmediatez y la falta de posibilidad de un pensamiento histórico concreto que dé luz al presente a través de las nuevas tecnologías, pero ese es el reto de los historiadores, de la interdisciplina, de decir cómo podremos construir la historia cuando ya no va a haber legajos para leer, libros en papel en las bibliotecas.
Entonces, creo que el presente reta, y los historiadores que nos enseñaron y nos enseñan como construir la historia, para que se pueda construir la nuestra de hoy, la de una segunda etapa de la Revolución cubana, que yo siento que significa que ya Fidel no está, mínimamente para los jóvenes eso marca otra historia, pero sigue siendo nuestra. ¿Cómo entender la ruptura para que haya continuidad? Esa fue una de las primeras preguntas que me hice cuando me gradué en 1982, cuántas rupturas tiene que hacer la comprensión histórica de aquel momento para que mi generación garantice la continuidad, y cuál queremos garantizar. Eso sería, creo, el mayor reto que les tocaría a los historiadores, cómo enseñar, cómo trasmitir la construcción de la historia en un contexto actual para leer nuestra historia pasada, pero para dar luz en la construcción del presente, que va a ser la legitimidad de nuestra historia para el futuro.
Rafael Betancourt: Antes de plantear la última pregunta y devolverle el micrófono al panel, quiero señalar que creo que vale la pena reconocer la importancia y el valor de la revista Temas en rescatar la historia, la polémica sobre ella, las miradas alternativas, no solo en la revista, sino en los Último Jueves de Temas, el blog de Catalejo, la editorial. En todos los casos, Temas ha tenido esa misión, por decirlo de algún modo, y creo que es válido reconocerlo.
Entonces, la última pregunta es, ¿es deseable desideologizar las visiones de la historia?
Orlando Fonseca: Pienso que no es deseable, o sea, en este caso más bien hay que ideologizar y seguir fortaleciendo esa ideología desde la historia, claro, advirtiendo que siempre van a aparecer algunas contradicciones, y estas, insisto, generan el desarrollo.
La neutralidad y la objetividad implican separar las interpretaciones personales y políticas de los hechos históricos, mediante el esfuerzo por basar los análisis en evidencias sólidas, y presentar múltiples perspectivas que permitan hacer una interpretación objetiva, en el presente, de todo hecho, proceso, fenómeno que se desarrolle en el pasado, y podamos traer también soluciones que en un momento determinado sirvieron, y pudiéramos asociarlas al presente.
Entre contexto y perspectiva, mientras algunos sostienen que es imposible ser completamente neutral, otros historiadores están influenciados por su contexto, en este sentido hay que declarar las propias creencias y enfoques, permitiendo que los estudiosos diferencien las interpretaciones, y sobresalga ese análisis histórico-social.
Para no desideologizar la historia y no ideologizarla en demasía, hay que tener en cuenta las múltiples voces, y entablar debates, socializaciones con amigos, estudiantes, docentes, directivos, de manera que podamos consensuar opiniones y revisitas a la historia. Porque es válida una reevaluación crítica; hay que seguir volviendo a la historia, analizando las personalidades, cuáles fueron sus decisiones, a qué tuvieron que atenerse, amén o en paralelo a un orden normativo existente en sus épocas, y que pudiera trascender hasta el presente.
Por último, creo que debe equilibrarse la búsqueda de la verdad histórica, como se expresaba anteriormente, con la comprensión de que todos los relatos están influenciados por creencias y valores; la historia es dinámica y siempre está sujeta a reinterpretación y debate. Yo creo que hay que seguir resignificando los hechos esos que siempre nos convocan, que de amar las glorias pasadas se sacan fuerzas para las nuevas.
Tatiana Zayas: Coincido con mi colega, no solo no es deseable, sino que no existe interpretación de la historia depurada de ideología; las concepciones que avalan las interpretaciones históricas siempre están respaldadas por una ideología desde lo social y desde lo individual; para algunos filósofos que hablan de ideología total, se puede esbozar una interpretación de la reflexión que va desde la totalidad al individuo mismo, así cada sujeto, más allá de las concepciones ideológicas individuales, es un representante de la ideología total de su sociedad, con la cual interpreta la realidad histórica.
Consciente o no, cada historiador utiliza una ideología para explicar los hechos en la reconstrucción del pasado, por ello los hechos suelen tener numerosas interpretaciones y descripciones, cuestión que está mediada también por otros múltiples factores.
En la crítica a historiadores que tergiversan la historia bajo un signo ideológico determinado, Eduardo Torres-Cuevas ha dicho: «En el acercamiento netamente ideológico con que muchos intentan explicarse fenómenos que desconocen en sus esencias, adjetivos, afirmaciones sin muchas demostraciones, visiones abductivas que trasladan a un pasado la mentalidad de un presente, y juicios de la acción humana determinada por lo que se hubiese querido y no por la condición y las circunstancias de una época».[3] Aquí la ideología es solo el pretexto, lo que prevalece es una mala praxis que intencionalmente tergiversa, alejándose de los métodos científicos, con fines políticos. De esta forma, estaremos declinando la aspiración legítima de la ruta histórica para alcanzar un conocimiento cierto, y descubrir lo ocurrido realmente. Las discusiones acerca de la ideología se centran en dos dimensiones: la ideología en el conocimiento y la ideología en la política. Con respecto a la verdad histórica, la primera dimensión nos sitúa ante la disyuntiva que indica la posibilidad de que el conocimiento esté condicionado o intencionado en función de la ideología.
Si atendemos a este fenómeno, en la función de la televisión habría que tener en cuenta, por una parte, que la ideología está al servicio del poder, y vuelvo a reiterar que no necesariamente estas variables son desfavorables; la televisión en Cuba es estatal, por lo tanto, sin dudas, la ideología que se trasmite está dispuesta desde el poder. En las diversas contextualizaciones del poder, se incluye la capacidad del mismo de dominar al otro, por supuesto utilizando también los mecanismos ideológicos. De ahí proviene la reiteración de temas de divulgación histórica, como son la existencia del enemigo, la continuidad histórica del 68 y aquí habría que añadir que existen historiadores que opinan que dicha periodización deja fuera la sucesión de acontecimientos anteriores al 68 y que fueron esenciales para la formación y consolidación de nuestra nacionalidad. Así que podríamos polemizar incluso con respecto a eso. La exaltación de los héroes y mártires del proceso revolucionario es la de la más reciente guerra por la liberación. Así, la televisión contribuye a influenciar la conducta de los ciudadanos, de forma que se acomoden voluntariamente o no a los objetivos del poder. El interés evidente de todo poder, es que sus ciudadanos asuman el discurso y lo reproduzcan. La televisión en Cuba es un aparato ideológico del Estado.
La dicotomía ideología/historia, necesariamente vinculadas, no transcurre sin fricciones, por contraria a la historia, la ideología es un conjunto coherente y organizado de percepciones y representaciones, un sistema de ideas y de juicios destinados a describir, explicar, interpretar y justificar la situación de un grupo o de una colectividad, y que inspirándose en unos valores propone una orientación precisa a la acción histórica de ese grupo o esa colectividad. En el campo de la epistemología de la historia, esta contradicción aflora claramente pues en ocasiones, la fuerte impregnación de ideología logra pervertir el propio planteamiento de los temas de estudio contribuyendo a mermar la perceptividad de la representación.
Rafael Betancourt: Rainer y Hassan, ¿quieren hacer algunas últimas consideraciones?
Hassan Pérez: Sí, quiero decir algo, porque la ventaja de Último Jueves es que uno puede concatenar las preguntas un poquitico más allá. Creo que incluso estamos haciendo algo que está a desuso de la praxis internacional, porque dentro de ese proyecto de ciudadano global nosotros estamos a contracorriente. La historia se ve como una cuestión fósil, todo lo que implique pensamiento, capacidad crítica, retroalimentación, revisitar, refundar, está en desuso, hay grandes adelantos de la historia de la humanidad que habrá que hacerles un monumento, pero que también han implicado retrocesos siderales en la capacidad de pensar, y los elementos reproductivos están a la orden del día, entonces ante ese panorama, escuchando aquí a la profesora Consuelo —aprovecho para hacerle un homenaje de recuerdo a la querida profesora Áurea Matilde Fernández— tenemos que ver cómo hilvanar y cómo tratar de dar aproximaciones que no sean hechos consumados. Creo que toda buena clase, todo buen proceso de diálogo con la juventud, en cualquiera de sus espacios, no puede partir de la idea que va a darlo todo consolidado, acabado, como si el proceso estuviera concluido, tiene que generar indagación, búsqueda, tiene que generar la capacidad de discrepar, hemos estado, todavía no hemos logrado despojarnos de un tipo de enseñanza en general donde estamos más preocupados por lo que nos van a decir que por la aportación que el muchacho haga, y eso parte del momento; doy una clase y lo que quiero es que me digan tres ideas, si el muchacho no me dice tres, o es capaz de decírmelo en una sola, integrándolas o yéndose, es como que nada más que trabajásemos con el guion, y la vida no es un guion, la vida interactúa.
Hay otra idea que me parece central, que a estas alturas todos tenemos la madurez más impresionante para entenderla, las personas, excepto en una monarquía, no nacen para ser campeones olímpicos, ni para ser presidentes, ni para ser Premios Nobel, entonces en el proceso de formación, en esa fragua, en el proceso de lucha, los que se agigantan, los que se acrecientan, no lo hacen de manera lineal, son seres humanos, se enamoran, tienen amigos, tienen enemigos, les gusta una película, no les gusta otra; entonces, hay veces que, en esa idealización, creemos que cualquier cosita mancha, y es al revés, porque cualquier proceso que humanice, y ahí es donde también la historia concatena, es la historia-literatura, es la historia vinculada con el cine, y cuando vemos El mayor, de Rigoberto López, o las respuestas de Putin a por qué la cinematografía rusa ha tratado de rescatar lo mejor del cine soviético desde la modernidad, como La estrella o La fortaleza de Brest, todas estas cosas; porque habían tenido en cuenta, confesó, que 80% de los muchachos jóvenes creían que la Segunda Guerra Mundial se había ganado después del Día D, e ignoraban los veintisiete millones de muertos.
Entonces en ese constante escenario de disputa, por supuesto con rigor, nadie se puede despojar de la ideología, lo que pasa es que no se puede pretender que desde una formulación ideológica se ignore, o se desconozca, o se falsee lo que aconteció. Fidel tenía una idea: el historiador no debe decir frío o calor, mejor debe decir hay 18 grados o hay 34, y se está refiriendo a un hecho, y tratar de que sobre ese hecho se reflexione.
Y como el debate de Temas es para polemizar, quiero terminar con una idea de mi parte. Entiendo el comentario del compañero Orrio, pero también quiero opinar, con mucho respeto, que no estamos en un panorama desolador. El doctor Román dijo que en los últimos diez o doce años se han hecho muchas cosas muy importantes, no todas conocidas; se ha refundado la Academia de Historia, con más de un siglo de su nacimiento original, que está intentando asesorar, incluso en la toma de decisiones, con una perspectiva cada vez más crítica, con argumentos; y el hecho de que queden infinidad de procesos o de temas que no se hayan abordado no quiere decir, en modo alguno, que no se les dé importancia. Porque cualquiera podría estar de acuerdo en que la historia, como parte inseparable del alma de una nación, tiene que ser enriquecida; pero tiene que hacerse con toda la responsabilidad, sin temor.
Las redes sociales abren hoy un capítulo con cosas que muchas veces se reproducen acríticamente en las escuelas, porque los que tenemos hijos adolescentes en ellas sabemos que es más el facilismo, el no hacer pensar, que poner una película para que se debata, o estimular que se lea un libro. ¿Quién lee?, ¿Qué literatura se lee hoy? Tenemos una Feria del Libro en medio de condiciones muy complejas, generaciones de universitarios, pero a muchos jóvenes les parece que todo lo que ocurrió hace un quinquenio es historia antigua. Lo decía Fidel con el tema de Girón: nos hemos olvidado que 80% de los cubanos nacieron después del 1961, pero ya eso es aplicable a cualquier rama, porque hay también un profundo desconocimiento de la historia de las especialidades, y en las carreras de psicología, o de ingeniería industrial, o de telecomunicaciones, o la que fuera, y hay glorias de todas esas ramas que son absolutamente desconocidas por muchachos que las están estudiando, porque no se logra incluso dentro de la misma disciplina, no siempre hay la suficiente capacidad o interés. En la música pasaba que estudiábamos para tocar a Tchaikovski, a Chopin, a Bach, y no sabíamos del son, la rumba, el bolero, y no teníamos sus instrumentos, no había una cátedra. Se acaba de crear la Cátedra Juan Formell en el ISA para la música popular.
Ese tipo de dicotomías nos pasa en muchas ramas que no se pueden ver parceladas. En la medida en que se vean de manera integral se contribuye a esa significación proteica que tiene el conocimiento histórico como parte del alma de una nación, mucho más una como la nuestra, en la vecindad en la que nos encontramos, y en el contexto de las relaciones hemisféricas, en la que nuestro país lleva más de doscientos años en medio de porfías, de grandes combates, también desde la perspectiva ideológica.
Rainer Schultz: Voy a hacer solo tres breves comentarios, no conclusiones, de lo que aprendí hoy en este formidable panel. El primero es que parece que cambié de profesión ahora mismo; porque yo hice mi doctorado en Historia en la Universidad de Harvard, y cuando les dije a mis profesores que quería trabajar sobre la historia de la Revolución cubana me dijeron que eso era muy reciente e iba a ser muy difícil el acceso a las fuentes; bueno, hoy aprendí que eso es historia antigua.
Es verdad que es un reto narrar esta historia, hacerla interesante y relevante para todos, creo que la historiografía de Cuba es rica, y la de afuera también se puede socializar más, poner más en interacción, Temas es una revista que lo hace, creo que es un buen ejemplo.
El segundo: Aunque vivo hace más de quince años en esta sociedad y trabajo aquí en La Habana, por lo que conozco bastante bien la cultura política, me ha impresionado el espíritu crítico que predomina en este Último Jueves. Aquí hay profesores que enseñan en la Universidad, una asesora de la Televisión, asesores de ministros, y creo que todos han enfatizado en la necesidad y el trabajo que están haciendo para cambiar las miradas, para hacerlas más interesantes, para ser más críticos. Conozco a todos los historiadores que ha mencionado el doctor Román, son amigos míos también, y tengo una buena impresión, si ellos trabajan en ese Comité, de que se hará un buen trabajo en esa dirección. Hubiera querido traer a mis estudiantes estadounidenses, pero hoy se fueron de viaje a otra provincia, porque muchas veces desde fuera de Cuba uno tiene la idea de que aquí hay pocos cambios, poco espíritu crítico, y esto ha sido un buen ejemplo del necesario debate crítico.
Por último, y tal vez lo más importante, cómo hacer más relevante la historia para la nueva generación, para los jóvenes. Creo que no hay una respuesta única ni simple, ni es tampoco un problema solo de Cuba; el interés en la historia es difícil en cualquier lugar y, lo que se decía antes, que una parte importante es educar a los educadores, no es solo cambiar los libros de texto de Historia, sino también las mentalidades, cambiar lo que tiene que ser cambiado.
Rafael Betancourt: ¿Algún otro comentario de alguno de los panelistas, o del público?
Leonor Amaro: ¿Puedo hacer una sugerencia? Quisiera que a estas actividades se invite a algunas escuelas. Tenemos muchos preuniversitarios, y Temas tiene un lugar privilegiado; estoy segura de que si a algunos se les explica qué se va a discutir, aquí estarán. Esas voces jóvenes nos hacen falta, yo siempre digo que las iglesias lo hacen y se les llenan. Muchos van no solo porque son religiosos; van porque les interesa algún tema. ¿Por qué nosotros no lo hacemos? Yo sé que en Educación hay que pedir permiso, pero estoy segura de que si a una directora de un Pre, le dicen: «Vamos a discutir tal tema, queremos que invite a un grupo de alumnos», seguro que están aquí. Nuestros jóvenes quieren saber, lo que pasa es que lo quieren hacer libremente, no por indicación o por meta; no porque hay que tener diez alumnos en tal lugar para ganar la emulación. No; que vengan porque quieren.
Rafael Betancourt: Creo que la doctora Leonor nos ha dado una excelente sugerencia. Quisiera resumir diciendo que han sido muy valiosas las diferentes interpretaciones de la historia relacionada con la política, pero también influida por la ideología, la sociedad, el mercado, la economía. Y lo importante que es interpretarla y divulgarla con apego a la verdad, al espíritu crítico y a la libertad de expresión.
Muchas gracias a todos, al panel y al público presente en la sala y en la red.
[1] Martínez Heredia, F. (2001) «El problemático nacionalismo de la primera República», Temas, n. 24-25, enero-junio, 34-44.
[2] Editorial de la revista Debates Americanos, enero-diciembre, 2002.
[3] Ídem.
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