jueves, 21-11-2024
El humor: lo correcto y lo incorrecto
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* Panel realizado en la sede de la revista Temas, el 27 de junio de 2024.
*Puede descargar desde aquí el audio con la grabación completa del panel.
Panelistas:
Eduardo del Llano. Escritor, guionista y director de cine.
Laidi Fernández de Juan. Narradora.
Arístides (Ares) Hernández Guerrero. Artista gráfico.
Enrique (Kike) Quiñones. Actor y director de teatro.
Rafael Hernández. Politólogo. Director de Temas.
Rafael Hernández: El tema del humor es vasto, y la verdad es que no lo hemos abordado suficientemente en estos debates, la última vez que lo hicimos fue en 2007 en un panel que se tituló «El arte de reír, el humor en la cultura». Hemos publicado algunos ensayos sobre humor, pero realmente pocos, de manera que para nosotros este encuentro de hoy es especialmente importante. El tema no es todo lo que abarca el humor, sino en particular con lo que es correcto y lo que es incorrecto en sus manifestaciones.
Para hacerlo tenemos un panel muy especial, y lo digo porque hay dos médicos, un licenciado en Historia del Arte, uno en Educación; dos actores y directores de teatro y de cine, dos narradores, un artista plástico; un pinareño, dos habaneros y un moscovita; dos directores de grupos humorísticos y uno del Centro Promotor del Humor; un historiador del humor gráfico, un guionista de cine, dos profesores; un autor de cuentos infantiles, uno de libros de psiquiatría, un caricaturista con obra en cine de animados, una cuentista que empezó a escribir estando en Zimbabue; como ven, son muchos los talentos en este panel de cuatro personas.
Ellos son Luis Enrique Amador Quiñones, más conocido como Kike Quiñones, artista y director de teatro, actor de cine, de televisión, etc.; Adelaida Fernández de Juan, más conocida como Laidi Fernández de Juan, médico, narradora, con libros publicados dentro y fuera de Cuba; Eduardo del Llano, conocido como Eduardo del Llano, escritor, guionista y director de cine; y Arístides Esteban Hernández Guerrero, conocido como Ares, caricaturista, artista gráfico.
Tres de ellos nacieron entre el año 1961 y el 63, los años de Playa Girón, de la Crisis de Octubre, y diez años después nacería el más joven; o sea, hay dos generaciones aquí, y hay una diversidad que no tengo que subrayar. De manera que son probablemente la imagen mejor de que el humorismo y el humor no se contienen dentro de una actividad especializada y separada de las demás, sino que se alimenta de todas esas otras cosas que ellos son y que ellos han hecho.
Foto: Vani PG/Revista Temas.
La primera pregunta tiene que ver con la cuestión de la ruptura de la norma en el humor: ¿es la transgresión una cualidad inherente, inseparable del humor? No en el sentido de que no exista un humor que no necesariamente está rompiendo las normas, sino que la cualidad de apartarse de las normas, de transgredirlas, lo acompaña, es una cualidad inherente a su actividad, y que por eso mismo tiene que ver con en qué medida lo que él produce puede encerrarse en lo correcto o lo incorrecto.
Kike Quiñones: Muy buenas tardes. Yo creo que la transgresión es uno de los elementos fundamentales que caracterizan el humor. Se dice que es transgresor porque nos obliga, no digo nos conmina, nos invita, sino nos obliga a crear una imagen, una visión diferente de los fenómenos que nos circundan, y por eso tiene ese poder transgresor, esa mirada aguda que a otras artes quizás les cueste más trabajo sobrepasar.
Creo, con respecto a otras expresiones, que el humor tiene la virtud de ser capaz de ponernos (siempre lo digo, pero no está de más que lo repita) ante los ojos lo que la cotidianidad nos esconde; tiene también el potencial de ser un anticipador de fenómenos que están en el futuro inmediato, y que es capaz de traerlos ante la vista de la sociedad, y precisamente porque esta es su referente fundamental, el espacio del humor es precisamente la sociedad, y quizás eso es lo que le da ese poder transgresor, ese romper con lo preestablecido, ser arena y no aceite en las dinámicas sociales, y esa fuerza también se la da el apoyo que recibe por parte de los auditorios, del público que consume, en sentido general, las propuestas humorísticas.
El humor tiene, repito, esa habilidad única y casi exclusiva, no puedo ser absoluto, de traer los fenómenos más difíciles de tratar, y hacerlo con agudeza, con inteligencia, con respeto y con eficacia.
Eduardo del Llano: Buenas tardes igualmente. Coincido con lo que dice Kike. Yo no sabría hasta qué punto es exclusivo del humor, pero sí es cierto que ese carácter transgresor, subversivo incluso, está presente; y no solo, como podría pensarse, en el que es atrevido desde el punto de vista político, o de las costumbres sociales, de la ética, de la moral de una época, sino en todo.
Voy a hacer un par de anécdotas de momentos en que uno se esforzó en que el humor fuera blanco, e igual alguien se berreó. Cuando creamos el grupo Nos y Otros, allá por el año 82, y comenzamos a publicar cosas en periódicos, a crear una serie de personajes —éramos cuatro personas, dos de los cuales estamos aquí, José León y yo—, empezamos a buscar nombres que pudiéramos utilizar los cuatro; así surgieron varios, como Galimatías Pérez, que era el periodista; Armando Churrisco, que era un burócrata —después de que estuvo con nosotros en el grupo, Octavio Rodríguez lo tomó y lo convirtió en el personaje que todos recordamos—, y así otros personajes. Nos pasó varias veces que escribíamos algunos cuentos blancos, y siempre alguien protestaba. Una vez Aldo, uno del grupo que ahora vive en Uruguay, pasó en una guagua por delante de un sitio que se llamaba Empresa de Demoliciones, y al domingo siguiente, porque solíamos reunirnos los domingos para escribir algunos cuentos, escribe un texto que era sobre una empresa de demoliciones cuyos trabajadores se ponían a discutir sobre en qué iban a emplear el presupuesto. No era el cuento más original del mundo, pero es un recurso clásico, que se mete en los entresijos de la burocracia. Al final, les cae su propio techo en la cabeza a la empresa de demoliciones. Un cuento más o menos para el DDT. Unos días después, llega una carta de la Empresa de Demoliciones de La Habana diciendo que era verdad que ellos tenían algunos problemas, pero que estaban trabajando muy duramente este año para salir adelante y para solucionarlos; o sea, la gente siempre se siente aludida. También alguien dijo una vez que el humor siempre tiene que dolerle a alguien, lo que no significa necesariamente que sea hecho para eso; pero toda vez que busca lo ridículo, lo impostado o la mentira directamente en las actitudes humanas, siempre la gente que ha dicho esa mentira o ha tenido esa actitud ridícula se siente, por supuesto, reflejada.
Yo escribí, junto con Daniel Díaz Torres, el guión de Hacerse el sueco, una película cubana de hace unos años, y había un personaje (aquí voy a decir un nombre, cosa que normalmente no se hace, pero si no el cuento no tiene sentido) que se llamaba Leoncio Rocasolano, que era un policía, y después utilicé ese mismo nombre para un personaje que encarnaba nada menos que Yotuel en otra película, de Gerardo Chijona. Leoncio Rocasolano me pareció que era un nombre rimbombante, rotundo, para un policía. Yo había oído ese apellido en el ambiente cultural cubano, hay un poeta con ese apellido, pero lo que hago muchas veces al crear los personajes es buscar nombres que, más o menos, vayan con la actitud vital del personaje, y este sonaba realmente amenazador, y le puse ese nombre al personaje. Bueno, sale la película, y un tiempo después un día tocan la puerta de mi casa y era [Alberto] Rocasolano, el poeta, con su hijo, diciéndome: «Mira, tenemos algo muy grave que hablar contigo, ven con nosotros». Fuimos para su casa, que era a medio kilómetro de la mía, entramos, y el tipo de pronto me dice: «Tú y yo tenemos que fajarnos ahora mismo». Yo no soy exactamente un boxeador, pero bueno, este era un señor bajito y mucho más viejo que yo, y entonces yo era… «En serio, compadre, ¿qué pasó?», «Que yo sé que tú utilizaste mi nombre porque en determinados círculos se dice también que si soy policía, que si esto, que si lo otro». «Ese nombre yo lo inventé, nadie se llama así», dijo. Le dije. «Primero, yo no lo sabía, si tú te llamas Juan Pérez es problema tuyo, pero a mí me sonó; incluso tiene otro nombre, Leoncio, no el nombre tuyo, que ahora no me acuerdo cuál es, pero, además, mira, no tiene nada que ver contigo, yo no me voy a fajar contigo, de veras». Ahí la hija, que había estudiado conmigo en la primaria y que es muy gentil, y que estaba muy avergonzada de la actitud del padre, me dijo: «No te preocupes». Tiempo después, de hecho fue la doctora que atendió a mi mamá en sus últimos días. El punto de eso es que después me puse a averiguar, y la parte graciosa es que él no inventó ese nombre; resulta que incluso la mamá de Letizia, la reina de España, es de apellido Rocasolano, y me puse a pensar: «Coño, menos mal que fue el poeta y no el rey de España diciéndome: «¿Qué volá con la pura de la jeva?».
Entonces eso, hasta cuando uno utiliza cosas simples, tomadas de la realidad, siempre hay alguien que siente que va con él. A veces es directamente con alguien, a veces se hace un cuento o una historia para satirizar un fenómeno social, o una actitud política, o lo que sea, pero muchas veces la gente no soporta verse en contextos humorísticos.
Y voy a terminar esta parte diciendo que recuerdo cuando en otra película que estaba haciendo con Daniel Díaz Torres, había unos personajes que eran unos policías y tenían que salir vestidos de policías, y se pidieron uniformes y finalmente no los dieron. Hubo que usar uniformes verde olivo porque la policía dijo que los policías no podían salir en películas humorísticas, ni siquiera como personajes positivos, porque eso iba en desmedro de su prestigio social. Imagínate tú, entonces salieron unos compañeros de verde olivo, que no sé hasta qué punto era mejor.
Ares: Si es inherente al humorismo el pasar o transgredir los límites de lo correcto, no creo que sucede solo en él. Hay, por ejemplo, determinadas tendencias estéticas en el arte que son una agresión a lo correcto: el cubismo, el surrealismo, el expresionismo se van fuera de lo que se concebiría, o lo que en un momento se concibió, como correcto en el arte. Ahí hay una transgresión y no necesariamente provoca risa; por lo tanto, el humorismo no es el único que hace eso, y yo me pregunto cuál es la diferencia en relación con esas manifestaciones.
Lo otro que siempre trato de tener en cuenta es el concepto de qué es lo correcto, porque este varía no solo en las sociedades, sino dentro de los diferentes círculos en la sociedad. A veces hacemos chistes entre socios sobre cosas que están en lo correcto y todos nos reímos, y otras veces se hacen fuera de ese círculo, y los niveles o las concepciones de lo correcto para otra gente cambia completamente y, por lo tanto, lo perciben como una agresión.
En el caso de la caricatura, evidentemente hay una transgresión siempre, porque comienza con la deformación del rostro; lo que ahora llaman caricatura personal es transgredir esa imagen típica que tiene alguien o esa visión que tiene alguien de sí mismo, y después llegan los caricaturistas y se van por encima de eso sin perder la relación con ese personaje. Pero lo que concebimos como caricatura, desde hace muchísimo tiempo, sobre todo desde el siglo xix, es una mezcla de esa deformación de rostro con un contenido que inicialmente fue predominantemente político, y por tanto, desde que comienza la caricatura como expresión —que es lo que más domino en lo que tiene que ver con el humorismo—, siempre ha llevado una transgresión de lo correcto políticamente, porque llevaba la idea de ridiculizar a los políticos, o a determinadas zonas del pensamiento político. En Francia, en Inglaterra, es donde comienza. Ahí siempre hay una transgresión, una exageración y un choque directo con lo correcto, por lo menos en esos estratos de poder, o de ver a los políticos, al rey, a quien fuera que era una figura superior sobre la cual había que doblegarse, y ponerlo en ridículo; por lo tanto, eso lleva implícito una transgresión de lo correcto. Lo que pasa es que los conceptos de correcto son muy diferentes y muy variados, en dependencia de las culturas, de la situación política de algún lugar, del físico, de las condiciones culturales.
Yo recuerdo que en una Bienal del Humor hacíamos chistes con una caricatura que había ganado el premio. Era un hombre que iba desnudo, que llevaba su miembro detrás, y la mujer iba aguantándolo por ahí por el piso, y decía: «No me dejes, no me dejes». Era de un caricaturista mexicano, y nosotros estuvimos haciendo chistes todo el tiempo con eso, y Manuel hacía muchas caricaturas, con ese mismo chiste, entre los que estábamos de jurado, y cuando le hizo una al japonés, con el traductor enganchado, diciéndole: «No me dejes, Kosei», este se molestó mucho; y además se molestó porque le hicieron la caricatura vestido de samurái. Ahí nos quedamos fuera; no entendimos por qué un japonés se ponía bravo porque lo dibujaran con un traje de samurái. Se nos fue algo cultural que no entendíamos, porque para él eso era incorrecto, y nosotros no sabíamos el límite de la corrección.
En resumen, no pienso que transgredir lo correcto sea solo patrimonio del humor, ni que el concepto de correcto sea único; varía, en un mismo círculo de gente va cambiando, por lo tanto, puedes transgredir esto y parecerte normal y, con otra gente, convertirse en una ruptura de determinados cánones.
Rafael Hernández: Siguiendo con lo que es correcto y lo que es incorrecto, y lo que se adopta como válido al conceptualizarlos, supongo que son criterios que pueden definirse con precisión, pero que al mismo tiempo están condicionados circunstancialmente como lo que es normal, y lo que es anormal. En el caso del humor, no se trata solo, según entiendo de los comentarios de ustedes, de apartarse de la norma o de romperla, sino de la manera de hacerlo, es una manera que expone al otro al ridículo. Puede ser que para un japonés vestirse de samurái, o que lo vean vestido de samurái, sea una forma de subestimarlo, o de caricaturizarlo, o de burlarse de él, asociándolo con estereotipos, porque se trata de los estereotipos que tenemos nosotros de los japoneses.
¿Qué es lo correcto y lo incorrecto y qué factores inciden en construirlos, en relación con el humor en particular?, ¿qué carácter tienen esos factores?, ¿se podría hablar de algo que predomina en la definición de lo correcto y lo incorrecto?
Laidi Fernández de Juan: Quiero empezar por agradecer a Rafael Hernández este espacio y esta oportunidad; muchas gracias al público también por acompañarnos y por este panel de tan buenos amigos, y tan excelentes hacedores del humor correcto.
Esa interrogante es bien interesante, en el sentido de que todo depende del contexto; o sea, el humor está todo el tiempo siendo evaluado según diferentes contextos. No es lo mismo, por ejemplo, el que se hace en el cabaret que el que se puede hacer, digamos, en una sala de lectura de la UNEAC; no es lo mismo el que se hace en un área rural que en una zona urbana; por tanto, el contexto es fundamental, y en ese sentido, de eso va a depender que sea aprobado o no.
Esta pregunta sobre si hay factores religiosos, ideológicos, de género, de raza, es muy interesante y muy abarcadora. Yo respondería que todos estos factores influyen, en dependencia del contexto. Insisto en ello porque otra cosa importante es quién está evaluando el humor, ¿es correcto o incorrecto para quién? Porque, para mí, lo primero en el humor, lo que no puede faltar, es la movilización, ya sea a través de la risa, de una reflexión, de una abierta carcajada. Eso es lo primero para ver qué es lo correcto en el humor; o sea, lo primero es que tiene que movilizar algún sentimiento.
Ahora bien, no cabe duda de que todos estos factores que están planteados en la pregunta influyen en la aceptación o no del humor. Voy a poner un ejemplo: nosotros somos un pueblo que hemos sido criados como ateos, o en todo caso como agnósticos, por tanto, el tema religioso, en la mayoría de nosotros, no constituye un elemento clave, fundamental; sin embargo, yo recuerdo haber asistido a un espectáculo en el teatro Mella, con un humorista muy bueno, muy exitoso, que en un momento dado se burlaba de Dios; a todo el mundo le dio gracia, pero había una persona, evidentemente muy creyente, muy consagrado a su religión, y recuerdo la sorpresa que causó que se levantó en medio del espectáculo, insultó al humorista, pidió respeto a Dios y se retiró del teatro. Eso me llamó mucho la atención porque me di cuenta de que, en ese contexto, no pasaba nada si uno decía algo en contra de Dios, pero para ese individuo era muy incorrecto lo que estaba pasando.
Y el ejemplo más grave, más dramático que recuerdo lo analizamos con Ares en el año 2015 en el espacio Miércoles de sonrisas que teníamos en el Centro Cultural Dulce María Loynaz. Acababa de suceder el trágico evento de la publicación francesa Charlie Hebdo. Esos humoristas, que eran excelentes, muchos de los cuales eran amigos personales de Ares, se burlaban del Profeta, de Alá, se mofaban constantemente, y yo no soy quién para enjuiciarlos, pero lo cierto es que muchos creyentes les fueron advirtiendo que no insultaran al Profeta, que no se metieran con él. Ellos siguieron, y les pusieron una bomba, les explotaron el local; la gente de Charlie Hebdo siguió, hasta que dos hermanos, obviamente musulmanes y devotos de Alá, entraron y los ametrallaron a todos. Ese fue un evento muy trágico que da una idea no solamente de si es correcto o incorrecto, sino cuáles son las consecuencias de establecer un humor en un contexto que no es el adecuado.
Yo recuerdo que hubo mucha polémica alrededor de ese suceso trágico, y muchas personas opinaban que era un crimen, que era imperdonable, y yo decía: «Bueno, pero ¿qué otra actitud —poniéndose siempre en respeto a la otredad—, qué otra cosa podían hacer?, están insultando a su máximo líder, su máximo guía». Me dijeron: «Podrían haberlos llevado a juicio». Yo dije: «Ese es un criterio muy occidental, tú los llevarías a juicio, ellos no, ellos van, los matan, y se suicidan o se dejan morir, porque ellos creen en otra vida». ¿Qué estoy tratando de decir? Que ya sea por un factor religioso, o cívico, o de la política de un decisor, que después de todo es quien va a determinar si una manifestación humorística es correcta o no, depende de muchos factores; no es simple, la respuesta no es única; sería caer en una banalidad pensar que todo lo que nos haga reír es correcto.
Vuelvo a la pregunta inicial, ¿correcto para quiénes, incorrecto para quiénes? Todos estos factores, para mí, son válidos.
Kike Quiñones: Estamos hablando de lo correcto y lo incorrecto, y yo creo que también eso está condicionado por los límites. Algo puede ser correcto, pero tiene límites, y ahí es donde quizás pueda entrar a jugar lo que es correcto o no para ciertas personas; el galletazo de los Oscar es un ejemplo. El humor también tiene límites; creo que todo se puede abordar, el cómo se aborda es lo que determina el límite.
Toda vez que el humor va contra el uso y el gusto social, y eso es uno de los rasgos que lo distingue del resto, yo, sin absolutizar, decía al principio que creo que le es casi inherente ser transgresor, porque va contra las convenciones que puede establecer un grupo social determinado. Estas son transgredidas por el humor, y por eso es efectivo; reitero que lo que marca lo que es correcto o incorrecto en determinado contexto son precisamente los límites, y esto que explicaba Laidi ahora mismo tiene mucho que ver, o sea, hasta dónde se puede llegar. Ahí es donde quizás se pueda producir el conflicto entre lo que es correcto y lo que es incorrecto.
Por supuesto, aquí empiezan a jugar también factores políticos, y sobre todo morales, porque en ese trasiego, en ese intercambio de ideas, hay que tener en cuenta lo humano; cuando el humor deshumaniza, sobrepasa unos límites que deben ser inviolables dentro del humor.
Hay una anécdota tristísima, aquí en Cuba. En los días en que aquel avión que iba para Holguín se cayó saliendo del aeropuerto de La Habana, un grupo nuestro hacía un sketch en donde, en un diálogo, hablaban de un grupo de deportistas que viajaron y en el país en donde estaban hacían música por la noche y jugaban pelota por el día. Es un sketch muy bueno, pero hay un momento donde se meten con el tema del avión, que no tiene nada que ver con el que se cayó, pero lo hicieron en Holguín, justo unos días después de ese accidente sin percatarse de que era un problema grave para la gente de Holguín, y hubo muchas personas que se molestaron, que entendieron que se estaban burlando del caso del avión caído. Es un ejemplo de la importancia que tiene el humor en el tratamiento con los demás, con el público, con la sociedad en sentido general, para no herir, no deshumanizar.
Rafael Hernández: Aquí viene la tercera pregunta, que tiene como antecedente las cosas que ya los panelistas han comentado: cómo hacer humor cuando no solo se trata de lo políticamente correcto, que puede ser, y de hecho es, objeto de un gran debate, que tiene que ver con la cuestión de la censura, cómo hacer humor de manera que no hiera a un grupo social determinado. Si momentáneamente dejamos de ver lo políticamente incorrecto desde arriba, sino a nivel horizontal, cómo hacer humor sin ser culpable, por ejemplo, de racismo, donde aparezca la cuestión racial sin que ese chiste sea tildado de racista, que es una zona muy sensible de nuestra convivencia actual, y que forma parte también de las cosas que han emergido en los últimos años como temas públicos: el sexismo, los chistes con los gays, con las lesbianas, con los LGTB, que han estado presentes en el folklore, en el chiste popular, igual que los que tienen que ver con la condición racial o con los estereotipos de conducta de hombres machistas y de mujeres, la burla al campesino, el guajiro, el personaje, también estereotipado, que en todos los países se asocia con el más ignorante, con el menos educado. Yo soy de un pueblo donde hay más canarios por metro cuadrado que en ninguna parte de Cuba, y los chistes de mi pueblo, antes y después de la Revolución, se referían a los isleños como los brutos, y eran los hijos de isleños quienes hacían los chistes donde estos eran los tontos, los atrasados, los rústicos. Los chistes, por supuesto, abarcan a todos los grupos sociales de una manera o de otra, a los administrativos, a los políticos —que puede ser que sean más admitidos como válidos los que se burlan de los políticos que los que lo hacen con otros grupos sociales. ¿Cómo distinguir entre los medios legítimos del humor y las actitudes discriminatorias?, ¿cómo diferenciar entre un chiste legítimo, relacionado con el tema de la raza, o de la homosexualidad, o de la condición de rústico, y uno discriminatorio?
Eduardo del Llano: Yo recuerdo una vez que estaba en Austria, en un evento de cine, un festival donde, además de austríacos que obviamente serían la mayoría, había invitados de otros países, y a un delegado se le ocurrió la infortunada idea de empezar a hacer los chistes esos, que todo el mundo ha oído, de judíos, del cenicero y esas cosas. Los tipos del festival, que son gente abierta porque están acostumbradas a recibir personas de otros países, estaban mirando: «Asere, cállate», o sea, la intención era de: «No sigas, no sigas», porque claro, era un contexto en que eso todavía era una cosa delicada y despertaba culpas, y dolores. Al mismo tiempo, Benigni hizo una película como La vida es bella, sobre los campos de concentración. Es decir, no creo que haya límites claros, porque, además, todos nosotros (bueno, no sé si todos, yo, que ya tengo una edad, sí) hemos pasado por momentos en que algo era políticamente correcto y después dejó de serlo, y cuando digo políticamente, no me refiero solo en términos políticos; los chistes que uno hacía, o que oía, o que pasaba en el Pre sobre homosexuales y negros, e isleños, y lo que fuera, a lo mejor ahora son políticamente incorrectos. Basta con que vivas lo suficiente para que incluso en este mismo contexto, sin moverte a otros lugares, o a Japón, que ya es lo peor que hay, hayan cambiado.
Entonces creo que también la cosa está en el ingenio que haya detrás de la propuesta humorística, porque no se trata realmente, cuando haces un chiste ingenioso, cuando ejerces el humor, de que estés atacando a un grupo social, sino que estás atacando lo rígido, lo encartonado, lo aparentemente sacrosanto que puede haber en determinadas actitudes, y que tú como que empujas un poquito ese cartón y la gente se ríe de eso. Que no es lo mismo que, por ejemplo, reírse de alguien que se cayó en la calle, que ya ahí te estás riendo de un defecto humano, de una falla humana y de un dolor. Yo creo que tiene que ver con que el humor sea realmente un ejercicio del intelecto, un ejercicio elaborado, pero no creo que deberían existir temas tabúes. Repito que para mí está en la forma de tratarlo, es lo que decía aquí del cómo y el qué; la moraleja sería: no vayas a hacer chistes en Austria, pero puedes hacer una gran película sobre ese mismo tema y resultar divertida, porque una película como La vida es bella no solo va dinamitando toda la rigidez inherente al fascismo sino que paralelamente va mostrando el ennoblecimiento y los valores humanos de los que están bajo la bota del fascismo, y al final tú estás completamente metido en esa situación.
Entonces, yo creo que ese ingenio y esa capacidad de hacer arte a partir de la cosa hace que incluso si haces un chiste que tiene que ver con algo racial o con algo sexual, que son siempre temas delicados, el ingenio con que se haga lo convierte en humor o simplemente en un insulto.
Kike Quiñones: Este tema es bastante interesante. De hecho, si me lo permite, profe, hago la promoción: el próximo martes 2 [de julio] vamos a estar en el evento teórico «¿Piensas ya en el humor?», en la UNEAC, a las nueve de la mañana, y vamos a estar discutiendo algunas cosas sobre estos temas, sobre todo sobre el tema racial, que nos toca muy de cerca a todos.
Yo creo que el humor puede realmente reforzar el racismo, reforzar actitudes negativas, como también en el tema de género, el político, pero creo que también tiene el derecho, como manera de hacer, de acercarse a todos esos temas; o sea, no podemos limitar el tema gay a que existe una película que está hecha desde la comedia, pero de todas formas toca de una manera muy dura el problema de los gay, como es Fresa y chocolate, que parte de un dolor y de una situación muy compleja en las relaciones entre el poder, representado en una persona que es un militante comunista, y el otro, que tiene otra manera de asumir la vida y otra manera de vivir las dinámicas sociales, en un contexto también complejo.
Al humor también le toca llegar a esas zonas. Cuando hacía mi programa El humor se piensa, siempre decía que este debe visitar todos los lugares, pero el cómo, y reitero, lo hago ex profeso, el cómo es muy importante. Ejemplos: yo tengo un monólogo, un espectáculo que se titula Gente en black y negro, donde, desde mi persona, hago una defensa con respecto a los derechos raciales; lo que pasa que no lo hago como si estuviera en una discusión con la Comisión Aponte de la UNEAC, porque para discutir de esa manera está esa Comisión; lo hago desde la perspectiva de un creador que es capaz de utilizar un tema muy complejo, y desde su propia vivencia, que no es la del racismo de mi mamá ni la de mis abuelos, ni es la de mi hijo, que tiene nueve años, que es totalmente distinta. Desde mis vivencias trato el tema y logro un efecto en la gente, que es capaz de reírse, y como decía Eduardo, reflexionar, de mirar ese fenómeno de otra forma.
Parapetarse es lo que no nos lleva a ninguna parte en los temas que se tocan desde el humor. Y vuelvo a los límites: tratar de limitar ideas que se tratan desde el humor es lo que puede ser incorrecto en este sentido, o sea, puede ir contra la propia naturaleza humana, porque usted se puede burlar de la muerte, más no de los muertos, usted se puede burlar de actitudes racistas, más no del que es víctima del racismo, usted puede tratar el tema de los gays desde una mirada que es capaz de naturalizar esa convivencia, exactamente, y no burlarse de alguien que tiene ciertas características porque son las suyas. En ese sentido, el humor se pone en ese filito, en ese hilo tan delgado donde si usted no es capaz de analizar, de profundizar, de saber la responsabilidad que tiene como creador, puede pasar de ser alguien que está señalando un problema, un fenómeno social, a ser quizás un verdugo de las personas que sufren ese tipo de discriminación, ese tipo de vejación, en sentido general.
Rafael Hernández: Hemos llegado bastante rápidamente al momento en que le toca al público hablar, así que les doy la palabra a quien quiera.
Manuel David Orrio: El gran escritor Chinguiz Aitmátov, autor, entre otras, de la novela El primer maestro, apuntó que el estado de salud mental de los pueblos se mide por su capacidad de autosátira. De ahí puede deducirse que cuando no hay humor o este es objeto de censura previa, más allá de las normas éticas internacionalmente aceptadas, se estaría ante sociedades patológicas o con rasgos patológicos. Se sabe, por ejemplo, que en tiempos del estalinismo hubo condenados a prisión por contar un chiste.
Yo observé que en la encuesta de este Último Jueves, 66% de las causas que podrían afectar el humor son las políticas, y 37% las imputables a los empleadores del humorismo; no son datos de valor sociológico porque realmente participaron pocos, pero sí es un índice. Para mí, el humor en esencialmente transgresor. En Cuba yo haría énfasis en lo político en primer lugar, y en lo erótico en segundo; en ambos existe una tradición, pero, a mi entender, obstaculizada por las censuras que nada tienen que ver ni con Martí ni con los padres del marxismo.
Le pregunto al panel, ¿hasta qué punto las censuras estarían perjudicando al humor cubano como manifestación de la cultura nacional?
Yo tengo una anécdota, como periodista: en diciembre del 96, tras un año de muchos triunfos, pero realmente agotador, me tomé un descanso, y por pura casualidad descubrí el festival Aquelarre, y les puedo garantizar su total ausencia, en aquel año, en los medios públicos cubanos, hasta que uno del exterior, pero con real impacto en Cuba, publicó mi crónica: «Cuba se burla de Cuba», que estaba dedicada a Aquelarre, no la voy a citar, solamente voy a señalar que en 90% de las actuaciones de aquel evento había humor político desembozado. Tres días más tarde, Pedro de la Hoz, años después gran amigo personal, que en paz descanse, publicó en Granma un artículo sobre Aquelarre; ya de amigos, años después me confirmó que era una respuesta al mío; o sea, fue necesario que un medio ajeno a la Revolución publicara algo, para que lo hiciera la prensa criolla.
Nuevas preguntas: ¿murió el silencio sobre Aquelarre, recibe adecuada publicidad, cobertura y crítica?, ¿qué decir del resto del humor de Cuba, presente en tan numerosos escenarios?
Benigno Iglesias: Sobre este tema de en qué medida el humor es transgresor, estaba recordando una anécdota de cuando se estrenó la película Una novia para David, que tenía un contenido humorístico muy fuerte de principio a fin, y tuvo un éxito tremendo en todas partes. Al equipo de programación que en aquella época trabajaba conmigo, que era un grupo de jóvenes, se le ocurrió hacer una cosa en la etapa de preparación del lanzamiento de la película, que no era nada novedoso, pero que pensaron que podía ayudar. Inventaron una especie de cómic muy cortico, que se llamó Fotoavances, donde aparecían imágenes de la película, y en globitos los diálogos de esos momentos. En uno de los cuadritos aparecía la parte de la película en la que Gattorno le decía al otro muchacho: «Oye, hay que acostarse con la novia porque lo dice El manifiesto comunista». Se estrenó la película y aquel Fotoavances, sorprendentemente, tuvo un éxito tremendo, hicimos una cantidad grande, lo repartimos por toda Cuba, y todo el mundo quería tener el famoso folletico. Cuando la película llevaba dos o tres semanas en cartelera, un día me llaman de la oficina de Armando Hart, ministro de Cultura, y voy allá y me dice Hart: «Oye, Benigno, hemos recibido una queja de alguien de la provincia de Pinar de Río que dice que ustedes se están burlando de El manifiesto comunista». Entonces le digo: «¿Y qué hago, ministro?». Me dice: «No, nada, hazte la autocrítica». Le digo: «No, no me voy a hacer la autocrítica». Entonces, el concepto de transgresión, en buena medida, está relacionado precisamente con la persona que interpreta si realmente se está transgrediendo algo o no; una cosa tan elemental como esta.
Vani Pedraza: Soy de la revista Temas, y hoy tengo una pregunta, si queda tiempo después de todas esas preguntas que les hizo Rafael. Yo quisiera que alguno de ustedes que tenga opinión sobre esto me diga si teniendo en cuenta el tradicional culto al choteo que caracteriza a los cubanos, es correcto o incorrecto que los políticos cubanos usen el humor como herramienta de comunicación o identificación con la gente, o incluso si es necesario, útil, inteligente —el que sea capaz de hacerlo, no es cosa de hacerlo porque está en El manifiesto comunista—, que lo usen, cosa que yo no veo que haga nadie de alto nivel aquí. En este sentido, me viene a la mente el uso que hizo Barack Obama de nuestro propio humor, cuando estuvo en Cuba. A ese tipo de cosas me refiero.
Francisco Blanco, Jr.: No quiero dejar pasar la oportunidad de hacer una anécdota, ya que se han hecho algunas que creo que grafican muy bien el tema. Esta la contaba mi padre, el autor de «Ay, vecino», para los que no recuerdan, fundador, y después director de Palante.
En aquellos primeros años, él cuenta que en algún momento tuvieron una reunión con César Escalante, que era el jefe de la Comisión de Orientación Revolucionaria del Partido en aquel momento, o sea, de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI), porque estas situaciones se repetían mucho: por un chiste donde había un campesino, protestaban los campesinos, por un chiste donde había un maestro, protestaba Educación. Es verdad que el humor tiene, como decía Kike, que acercarse a todos los temas, no puede dejar nada sin cubrir. Pero entonces era verdaderamente difícil hacer humor, y la anécdota en concreto es que César les puso un ejemplo muy definitorio; les decía: «Miren, hay una línea invisible que es de alta tensión; es invisible, pero está ahí, ahí es donde está el profesionalismo del humorista, y el instinto ese profesional, en llegar lo más cerca posible de la línea, sin tocarla, porque te incineras». De alguna manera, mientras más te acercas, mejor humor vas a hacer, vas a ser más incisivo, más crítico. Vas a llegar, como decía Laidi, vas a provocar esa sensación en el público, vas a dejar esa huella en él, pero la transgresión tiene límites que no pueden traspasarse, porque el efecto puede ser contraproducente.
Rafael Hernández: ¿Alguna otra pregunta, comentario del público antes de continuar? Volvemos al panel.
Eduardo del Llano: Me pareció muy buena la pregunta de Vani. Yo recuerdo que vi en España, hace años, unos títeres que hacían humor político. Eran muñecos no solo de políticos; había uno de Enrique Iglesias, por ejemplo. Se satirizaba todo el tiempo, no siempre, a lo mejor, dentro de lo más ingenioso, pero siempre pensé por qué no hacemos en Cuba lo que ella decía: ¿por qué no se utiliza el humor? Claro, también decía que hay políticos que pueden potencialmente ser graciosos y que tienen ingenio, como en el caso de Obama, y hay otros que no, para eso hay que asesorarse, hay que tener empatía, pero como siempre lo hemos tomado todo demasiado en serio… Para mí, la respuesta sería enfáticamente sí; o sea, se debería utilizar el humor no solo en el DDT, o en Palante, o en las publicaciones periódicas, sino por los políticos; esa es un arma poderosa, y aquí los temas políticos se tratan como con demasiada trascendencia, demasiado en serio, y siempre con el temor ese de que te estás metiendo con esto o con lo otro. Yo creo que lo que no se ha aquilatado bien es el potencial del humor como recurso comunicacional.
Laidi Fernández de Juan: Me gustaría responder al primer compañero que participó. Vuelvo a la importancia del contexto; hoy en día es extremadamente difícil ejercer una verdadera censura sobre el humor, porque estamos en la era digital, cuando todo se hace viral, donde todo se reparte, donde existen los memes, por ejemplo. Yo recuerdo, ¿te acuerdas, Kike?, en un evento teórico, los memes sobre la pandemia de la COVID; ahí había muchos políticamente incorrectos, por ejemplo, la chinofobia, la discriminación a los más pobres, etcétera, sin embargo, eso hoy en día, a través de las redes sociales, es imposible de controlar —léase censurar—, es muy difícil la censura.
Yo soy escritora y tengo mi concepción y mi guía sobre la literatura humorística, pero él preguntó directamente sobre el humor que se hace en las tablas. También diría que es extremadamente difícil censurarlo hoy en día, cualquiera de nosotros puede ir a un teatro y lo mismo ve un espectáculo de Rigoberto Ferrera, que ve un stand up comedy, de Otto Ortiz, donde se hacen fuertes críticas a la realidad. No veo esa censura que sufrió, por ejemplo, Eduardo, hace muchos años, cuando él era muy joven, con la película Alicia en el pueblo de Maravillas. Aquella época terrible también fue superada, y vuelvo al contexto, a los momentos históricos: no es lo mismo los años 80, que los 90, que los 2000, que en la actualidad. Hoy en día hay una apertura evidente, y yo diría más, inevitable. Lo vemos en las redes.
Sobre la pregunta de la compañera de la revista Temas: sí, sí, sería muy bueno que nuestros dirigentes lo hicieran. Hay uno que casi resalta por eso, que es Abel Prieto, que tiene mucho sentido del humor, lo utiliza mucho incluso para comunicarse. Ahora bien, el talento es imprescindible, o se nace o no se nace; ese es otro tema para discutir. Lo fatal es tratar de ser gracioso y terminar no siéndolo, entonces es preferible que no lo hagan; ojalá nuestros dirigentes tuvieran ese talento. Obama, por ejemplo, se caracteriza por eso; es una de sus características, él iba a los programas humorísticos de su país, participaba mucho. Najib Bukele, por ejemplo, que es tan querido por nuestro querido Fernando Ravsberg, y valga la redundancia, también hace muchas cosas con humor. Nosotros no tenemos esa dicha; nuestros dirigentes tienen otras virtudes, digamos. Ya mencioné a Abel Prieto, los demás no me parece, francamente, que tengan ese talento, y es preferible que no lo intenten porque el resultado sería fatal.
Kike Quiñones: A partir de lo que decía el amigo Manuel Orrio, diré que el tema de la censura ha sido una invariante en el humor cubano desde el teatro bufo, pasando por el vernáculo y hasta hoy, de la cual los artistas se han servido para ser más ingeniosos y para desarrollar otras habilidades, no solo desde el punto de vista del creador sino también de los públicos; hemos aprendido a reírnos manejando referentes y códigos que entendemos tanto los públicos como los creadores, porque si hablamos de la censura de los 90, que era durísima, por ahí pasamos unos cuantos. Yo recuerdo cuando se estrenó Marketing, por ejemplo, en el año 95, que fue tremenda la manera en que hubo que hacer eso, o cuando se estrenó La muerte de la mentira, o mi espectáculo Gente en black y negro con «El barrendero», y ni hablar de Alicia… Pero es bueno recordar que ya en el bufo existía alguien que se sentaba en los ensayos a decir qué se podía decir y qué no; ya había una censura planificada; en el vernáculo ni qué decir con el tema de la famosa mordaza y que los creadores buscaron la manera de burlar la censura mediante alusiones. Ejemplos como La isla de las cotorras, del teatro Alhambra, están recogidos incluso en el cine, La bella del Alhambra es un ejemplo maravilloso. En el caso nuestro igual, los humoristas cubanos no hablan directamente.
Sí hay que hablar de que en Cuba el humor que se hace en el escenario, y esto lo defiendo a capa y espada, siempre es humor netamente político; o sea, nosotros le decimos humor social, pero es humor político, manejamos ese término con guantes de seda, pero la realidad es lo que él decía, porque en los años 90, antes de los Lineamientos, se hablaba de muchas cosas. Eso lo dice muy claro Doimeadiós en el documental que hizo Jape, quien, por cierto, está aquí en esta sala. Él hizo ese documental maravilloso, Aquelarre veinte años después, y ahí Doimeadiós dice: «Las cosas que salieron en los Lineamientos ya nosotros veníamos diciéndolas desde los años 90, mucho antes, desde los escenarios», y por eso es que digo siempre que el humor nos trae ante los ojos los fenómenos que la cotidianidad nos esconde. No es que los artistas veamos más, sino es que vemos mejor, porque precisamente la agudeza está en descubrir las cosas que la gente, en ese diario trajín, no ve, la vida pasa muy rápido.
Por otra parte, hemos buscado también el resorte heredado; eso no lo inventamos los humoristas contemporáneos, es heredado del bufo, del vernáculo, y de muchos humoristas del siglo xx, para tratar los temas sin tener que mencionar santos, pero manejando los recursos, las variantes, los referentes, de manera que el público sabe muy bien de qué se está hablando. Creo que es una característica del humor escénico en Cuba.
Rafael Hernández: Alguien del público quiere intervenir.
Carina Pino Santos: Yo estaba recordando que el mes pasado fui a ver una obra en el teatro Karl Marx que se llama La vida es vieja, y vi que es políticamente muy fuerte y muy hilarante; lo que quiere decir hay una apertura bastante aceptable, aunque quizás no toda la que se quisiera. Lo que me preocupa, en cuanto al humor, no es tanto estos ejemplos de transgresión, dado que estoy viendo obras que, además, tienen muy buena calidad dramatúrgica, y unas actuaciones excelentes, con Doimeadiós, etc., sino, desde el punto de vista de la cultura popular, de algo que hablaba Eduardo, que es su sentido del gusto a través del humor, que esté dado a través del arte propiamente dicho. Él se refería a La vida es bella, y hay muchos ejemplos sobre eso, desde Chaplin con El gran dictador, etc. Yo noto que la cultura popular está muy deteriorada, quizás como nunca antes, y ese deterioro también incide lógicamente en todas las esferas, incluyendo la humorística propiamente dicha.
Y me estaba acordando de un texto que analiza, por ejemplo, las diferencias entre la pornografía y aquella obra que pudiera verse como tal y no lo es, sino artística. Hay matices que tienen que ver con el nivel de calidad desde el punto de vista formal, conceptual, de la obra como arte, que son las que hacen que una obra que a alguien pudiera parecerle pornográfica no lo sea, como la obra de Mapplethorpe, el fotógrafo, o de otros artistas, y que desataron grandes repulsas en los Estados Unidos, sobre todo en aquella etapa de los 70 y los 80, cuando era muy mal vista la cultura sadomasoquista, gay, etc. Eso, llevado al humor, tiene determinadas semejanzas, en el sentido de que cuando una obra es más pedestre cae en esto, y sin embargo puede ser una obra extraordinariamente crítica. Yo considero que La vida es vieja lo es, y esa crítica, a veces exacerbada, está hecha a un nivel de elaboración tan exquisito, que yo diría que a casi nadie le molestó, aunque vi gente preocupada, muy seria, que casi no se reía; pero bueno...
Entonces, lo que me preocupa de la cultura nuestra, más que en términos de transgresión, es cómo lograr a través de los medios —aunque ya es muy difícil porque ya estamos con las redes, etcétera— la calidad, llevar el humor a un nivel que implique un mejor gusto.
Rafael Hernández: Hay una pregunta relacionada con la censura cuya respuesta, de cierta manera, los panelistas y el público han ido anticipando. Evidentemente, como se ha dicho, no estamos en los años 90, ni en los 60. Hablando de los años 60, la película más taquillera del ICAIC fue Aventuras de Juan Quinquín. Si la vuelven a ver ahora, quizás se percaten de que está haciendo humor con la teoría del foco guerrillero en América Latina, cuando no había nada más serio en el discurso político cubano que la revolución latinoamericana, no había nada más sacrosanto que eso, y Juan Quinquín está diseñando un movimiento insurgente, y jugando con lo que dice la teoría del foco guerrillero en un tono absolutamente satírico.
Las circunstancias en las cuales determinadas obras humorísticas se han hecho populares pueden ser muy diferentes, como las que mediaron en el tratamiento de una misma cuestión relacionada con el humor, entre una película como Alicia en el pueblo de Maravillas, y muy poquito después Fresa y chocolate, dos comedias, una simbólica, donde cada escena pudiera tener, supongo que deliberadamente, más de una lectura; y otra que no tiene múltiples lecturas, que dice lo que dice directamente y no se puede entender de otra manera. Sin embargo, esa otra fue recibida con aclamación, en circunstancias muy cercanas, de manera que una generalización puede resultar difícil.
De todas maneras, pensando en el presente, en donde estamos, aquí y ahora, ¿qué limitaciones, cuál es la naturaleza de las restricciones que tiene la producción de humor en Cuba? Les podemos llamar censura o no, pero son restricciones para el trabajo humorístico desde la perspectiva de los artistas. Como tenemos a los artistas sentados en el panel, quiero que me contesten eso.
Ares: En la pregunta que nos hicieron llegar previamente se enumeraban varias posibilidades de su naturaleza: si política, religiosa, social, etc. A mí me parece que el asunto es esencialmente político, y no me voy a referir solo al caso cubano, porque si vas a hablar del tema religioso, en los países islámicos es un tema político; o sea, esa predominancia de la religión islámica en esas naciones está conectada completamente con la política; si vas a hablar de otras religiones, por ejemplo las protestantes, que tienen mucha influencia ahora en la política estadounidense, estás tocando también un tema político, por lo tanto, pienso que el político es el tema más directo, que tiene que ver con esos límites en relación con el humor, y que abarca a todos los demás.
Los temas han ido variando, ya se ha dicho acá, y en el caso del humorismo gráfico cubano, eso es evidente. En el siglo xix, las marquillas cigarreras tenían una línea temática, y una buena parte de ella era esencialmente humorística. Los chistes podían ir, por ejemplo, de la caricatura de dos hombres negros cayéndole atrás a una gallina, y la frase «¡Ataja!» hasta la visión de un homosexual con la frase «¡Qué manera más aristojáibica!». Chistes sobre la mulata como objeto sexual, los homosexuales, los negros era lo común, porque, además, se consideraban políticamente correctos.
Los temas han ido variando en dependencia de las variaciones de la política. A nadie se le ocurre ahora ponerse a hacer chistes de negros; pero han existido en la prensa cubana, en Palante, en DDT, en los años 60 y los 70, chistes con el tema de la raza, o con el de los homosexuales; pero la política de la sociedad ha ido cambiando, y hay temas que empiezan a dejar de serlo para el humorismo.
Para tocar otra parte también, la de la censura, voy a decir que yo no creo que haya un humor único o una censura única. En los medios digitales lo que se consume predominantemente son chistes malos sobre todos esos temas, igual que la música que se consume es, por lo general, la más mala que hay en los otros medios. Ahora bien, ¿qué pasa con los chistes en la prensa cubana, en la televisión? Esos medios son parte de las instituciones que forman la estructura de un Estado socialista, por lo tanto, están vinculados también con el Partido. Yo recuerdo una crítica que apareció en el periódico Granma, en relación con la actuación de un músico, y a partir de ahí empezaron a cerrarle contratos. El músico envió una queja al Granma, de que el Partido —porque el Granma es el órgano oficial del PCC—, con esa crítica, le había afectado toda su economía. O sea, si sale un chiste en estos medios que critica determinada cosa de la sociedad, la gente va a decir que fue el Partido, o el órgano partidista que tiene que ver con ese medio.
Es una visión —a lo mejor estoy errado o me perdí en el camino—, pero yo pienso que es esencialmente en el tema político de donde van saliendo las otras cosas, incluyendo lo social. A algunos colegas no les han publicado chistes en los periódicos ahora, que eran muy elementales. Lázaro tenía uno de un vikingo que iba dando brinquitos, y el texto dice: «¿Ese no es Erick el Rojo?», «No, ahora le dicen Erick el fucsia», pero el periódico le dice: «No». Porque, desde la concepción política, hay temas que deben desaparecer; sin embargo, están en las redes.
Yo pienso que el público mayoritario no está consumiendo buen humor, está consumiendo el humor más banal y más elemental. No dudo de que hay memes geniales, y mucha gente maneja muy bien el humor en las redes sociales, pero no es lo que más se consume.
Aquí tenemos muchísimos temas que no se pueden tocar, pero no somos los únicos que tenemos ese problema. Yo se lo he dicho a mucha gente, el caricaturista de cualquier lugar del mundo que haga un chiste diciendo que Zelenski es fascista no se lo van a publicar en ningún lugar de Europa. Lo que pasó con los colegas de Charlie Hebdo, donde me vinculaba una amistad con Charb y con Wolinsky: el humor de ellos contra el Islam era como defensa de la libertad de expresión, pero también está conectado con una visión política europea y francesa en contra del Islam, que es ahora como la guerra sagrada de los cruzados contra eso que significa la otra cultura, el otro, el diferente, entonces estaba insertado dentro de un pensamiento político en el cual eso funcionaba muy bien. A nadie se le ocurre publicar en El Nuevo Herald un chiste a favor de los médicos cubanos que están brindando servicio en el extranjero; entonces, la política de cada región va definiendo determinadas cosas. También la parte económica la meto en la política, porque te dicen: «No te puedes meter con los tipos que hacen publicidad en este periódico»; eso también es política, porque los medios pertenecen a alguien, porque esa es la estructura política o social de ese país, en la cual los medios pertenecen a un dueño, y que, además, vive de vender la publicidad de esa gente, no te puedes meter con esa gente.
Entonces todas esas aristas de los posibles temas tabúes, los temas censurados, lo que sea, pasan por el matiz político. La encuesta decía 67% contra 33%, o sea, el 100% se da en diferentes matices, en lo social, en las políticas sociales, en relación con el racismo, en estas políticas, pero al final es un tema esencialmente político el que pone los límites.
Ahora, muchísimas de las mejores obras de humor que yo he visto, han sido las que se han creado para vencer la censura, que han buscado códigos para decir las cosas, y también he visto publicaciones de humor o caricaturistas que son fascistas, y en otros medios los han tenido que eliminar, entonces siempre hay un límite. Claro, algunos de los límites están bajos y otros tan altos, que no te dejan llegar.
Pero también los humoristas logran crear herramientas para irse por encima de eso, Kike comentaba algo de eso, en las cuales se crean códigos, y el público está entendiendo por dónde andan tus códigos, y tú estás diciéndolo en esa manera y refiriéndote a la realidad que te rodea.
Foto: Revista Temas.
Rafael Hernández: Volviendo a la encuesta, claro que no es representativa, pero a mí no me sorprende que la mayoría diga que es la censura política; es más, automáticamente, sin pensar mucho, tendemos a juzgar que todo, al final, es político. Lo que me resulta interesante es la de los empleadores del humorismo, término malévolamente elegido con vistas a no dejar fuera a los lugares privados, porque no siempre son los teatros estatales los que emplean humoristas. Más de la tercera parte de los encuestados cree que esos empleadores privados ejercen censura. Yo no sé si es verdad, pero tienen esa percepción. Lo que viene detrás no son los medios, ni la ley, ni la policía, ni lo religioso, sino los propios grupos sociales discriminados, que reaccionan de una manera que tiene un efecto de censura sobre la producción de humorismo. A eso se han referido ustedes, pero quisiera que comentaran un poco más sobre esto. ¿Cómo podríamos leer esos altos resultados de esas dos respuestas?
Laidi Fernández de Juan: En primer lugar, hay que tener bien claro que existen distintos públicos, como decía Carina. Hay un público, como yo apuntaba al principio, «de cabaret», y otro que consume lo que pudiéramos llamar humor chatarra, que decía Ares, lo más elemental, lo más básico, incluso que raya con la grosería, con lo pedestre. Existe un público para el reguetón, por ejemplo, que estéticamente no nos parece bien, pero es indudable que ese público existe.
Con respecto a los empleadores pienso que Kike pudiera abordar mejor esto, pero es cierto que esos empresarios, gerentes, o como se llamen, imponen determinados gustos porque saben que les van a dar más dinero, y por tanto lo exigen. Recuerdo a una humorista —el tema mujer y humor requiere otro panel porque es bien complejo— que se presentó en uno de esos locales y el gerente, o en este caso el empleador, le preguntó: «¿Tú vienes a cantar, no?», «No, yo soy comediante», «Bueno, pero tú vienes acompañando a alguien», y no la dejó actuar; o sea, él no concebía que una mujer pudiera hacer stand up comedy como cualquier hombre.
Estoy muy de acuerdo con lo que decía Ares, al final todo es político; pero hay muchas maneras de ejercer censura o presión sin que sea evidente o sin que eso actúe en menoscabo de la función per se. Me voy a explicar: ocurre un espectáculo, un evento teórico del humor, o yo escribo, por ejemplo, o Eduardo, una crónica, cualquier cosa que es, digamos, «autorizada»; se publica, se proyecta, se manifiesta públicamente, pero acto seguido puede ocurrir, y de hecho ha ocurrido, una reacción virulenta por parte de un público que no estuvo presente, pero, como Rashomon, escuchó el rumor del rumor, y reacciona violentamente en contra de esa manifestación humorística que se dio en un momento dado. Eso es una forma de censura porque es una forma de violencia, y la censura siempre va a ser violenta. Eso me ha ocurrido a mí personalmente, le ha ocurrido a Kike. Recuerdo que una vez le pregunté, en un Miércoles de sonrisas, «¿Tú has sentido racismo en tus presentaciones?», «No». Claro, también depende —y aquí está Ravsberg— de la teoría de la comunicación, o sea, está el emisor, está el mensaje y está el receptor. Eso es fundamental para entender estos intríngulis, estas luchas intestinas que pueden darse, ya sea una censura abierta o una crítica que suele ser feroz, y que ocurre siempre después del espectáculo. Pienso, por ejemplo, en un espectáculo de Miguel Moreno que se llama El muro, que fue excelente, y Corina Mestre —que lamentablemente ya no nos acompaña—, Magda González Grau y yo, le dimos el Gran Premio Aquelarre, y eso motivó una crítica feroz. ¿Por qué? Bueno, porque eso tiene mucho que ver con la interpretación del censor, y nada con lo que el artista quiso expresar. Entonces, El muro, que es una obra excelente, porque Miguel Moreno es uno de nuestros grandes humoristas, y Corina Mestre, cuya filiación ideológica no tenía duda ninguna, fueron atacadas ferozmente, porque un censor la interpretó como que eso quería decir que el gobierno, etc.
Lope de Vega decía que los chistes son avanzadillas de la verdad, entonces hay chistes que como según lo interprete el receptor será la consecuencia que va a tener. Hay un chiste muy viejo que tampoco es muy bueno, pero que ilustra esto que estamos tratando. Un borracho que va por la calle ve una cola de gente esperando el pan y todo el mundo protestando, «¿cuándo va a llegar el pan?»; y el borracho dice: «Yo sé, yo sé quién tiene la culpa de esto»; y pasa por una lechería y está una pila de mujeres protestando: «¿cuándo va a llegar la leche de los niños, ya no tenemos?», y el borracho: «Yo sé, yo sé, yo sé quién tiene la culpa de esto». Entonces hay un hombre que empieza a seguirlo, el borracho pasa por una parada de guagua, llena de gente: «No pasan guaguas, no pasa nada, el transporte es una mierda», y cosas por el estilo, y el borracho: «Yo sé, yo sé quién tiene la culpa», y entonces ese señor que lo está siguiendo lo apresa, se lo lleva para una estación de policía y cuando llegan un policía le pregunta: «¿¡Qué es lo que tú estás diciendo por la calle!?», y él dice: «¿Que qué?, yo lo que digo es que yo sé quién tiene la culpa de esto que está pasando aquí», «¿Y quién tiene la culpa?», y todo el mundo rastrilla las armas: «¿Quién tiene la culpa?». Y él dice: «El bloqueo, ¿quién va a ser?». «Bueno, bueno, te puedes ir»; y cuando el hombre va llegando a la puerta se vira y dice: «Pero yo sé en quién ustedes estaban pensando». O sea, es la interpretación del censor la que era incorrecta. Muchas veces al que hay que censurar es al censor.
Kike Quiñones: Bueno, yo sé en quién estaban pensando. Laidi comenzó hablando de los públicos y después de los empleadores, y es que estos son también público en determinados momentos, y tienen su propio ideal estético, su propia manera de ver el humor, y tristemente, la mayoría, o una gran parte de ellos, para decirlo bien, no tienen la menor idea de dónde está la elaboración del humor, es a partir de un gusto muy particular, y que saben, además, como bien ella decía, que les va a significar más ingresos. Esa es una «política cultural» paralela a lo que debería ser realmente promover el humor en un circuito de consumo determinado.
Ahora que estoy involucrado en la academia y todo eso, la doctora Raquel Carrió me ha enseñado a equivocarme a favor del otro, y entonces yo tengo que pensar también que esa otra persona en nuestros medios, en nuestras redes oficiales, en nuestros niveles de acceso a la información, tampoco consumen las críticas, las cosas que también pueden educar, de alguna manera, su percepción con respecto al fenómeno humorístico, por tanto, es un resultado también de lo que nosotros hemos sido capaces de hacer en materia de apreciación del humor y de apreciación de las artes en sentido general.
Yo soy de los que en ese sector privado tienen muy poco espacio. Soy muy censurado en esos espacios porque mis propuestas tienden más hacia lo teatral, hacia lo más elaborado, que soy un “negrito fino”, para no decir que casi no se rieron conmigo. Y eso es importante.
Hay una anécdota con Iván Camejo, que fue a trabajar a Ciego de Ávila en un lugar determinado, a las doce y tanto de la noche hace una stand up comedy, y cuando iba por media hora, su esposa que estaba parada detrás, en el público, estaba sufriendo con Iván, que no sacaba una sonrisa a aquella hora de la noche, y oyó a una pareja delante de ella y la muchacha le dice al marido: «Fíjate si ese humor es inteligente que la gente no se ríe».
Rafael Hernández: Ya casi todo ha sido tocado tangencialmente, pero no quiero dejar de hacer esta pregunta: ¿hasta qué punto los estándares de lo correcto y lo incorrecto, de la eficacia del humor, dependen de culturas políticas o cívicas predominantes en cada contexto social o país? Por supuesto, los cómicos en los Estados Unidos hacen humor con la cultura y los referentes de los Estados Unidos; pero el experimento interesante es ver qué les pasa a los humoristas cubanos cuando se van a hacer humor a otro país, en el sentido de caer en un contexto social, cívico, cultural, diferente. ¿Cómo cambia cuando la producción humorística se traslada de contexto o país? Como insistimos, y nunca está de más insistir, en que la cultura cubana está fuera de las fronteras, cuando esta se expresa a través del humor, ¿qué rasgos, qué características podemos atribuirle o podemos identificar en esa cultura, igual que la música, que la literatura, que el teatro cubanos que se hacen fuera de Cuba?, ¿el humor cubano emigrado es espejo, o no lo es, del contexto en el que se desarrolla?
Laidi Fernández de Juan: Creo que Ares es el experto en la materia. Yo quería decirlo, pero al revés, o sea, cómo nosotros recibimos el mensaje de un humorista que no es cubano cuando lo consumimos. El ejemplo non plus ultra es Les Luthiers, o sea, ese humor tan exquisito, tan profundamente intelectual, y que sin embargo moviliza muchísimo, porque es lo que se conoce como humor universal.
Ahora bien, la mayoría de los humoristas, como bien decía Ares, nos introducimos en los intríngulis de la política, cosa que no hacía Les Luthiers, cuyo humor es plenamente de juego de palabras, de figuras universales, muy intelectual, pero no político.
Yo pienso, por ejemplo, en el humorista venezolano George Harris. Tiene un carisma especial, el don de la comedia, y nos produce mucha gracia, porque nosotros no somos venezolanos y no somos chavistas, al menos como un partido quiero decir; podemos ser simpatizantes de Chávez, pero no es lo mismo que ser un venezolano militante chavista, y George Harris constantemente se está burlando de eso. Incluso dice: «Nosotros no aprendimos de nuestros hermanos cubanos», pero tiende a engrandecer la figura del cubano. Por supuesto, tiene un público que aunque es mayoritariamente latinoamericano, muchos son cubanos, porque enaltece la figura del cubano: “los cubanos fueron los que inventaron Miami”, “los cubanos vinieron con un palo y echaron a los cocodrilos para atrás”, “los cubanos inventaron la Calle 8”, “los cubanos hablan como nadie”, etc. Y todo el mundo tiene su corazoncito, y hay una especie de orgullo nacional, que a pesar del sacrificio, digamos, de oír que habla mal de Chávez, nos parece muy gracioso, eso es inevitable.
Cuando un humorista sale de Cuba —me imagino que Ares y Eduardo tienen más experiencia en eso— debe aplicar códigos más internacionales. O sea, un finlandés nunca va a entender qué cosa es “pollo por pescado», por poner un ejemplo. O como decía Kike, sobre esa gran obra que es La muerte de la mentira, de Miguel Moreno, que en su momento fue un escándalo, y hoy en día integra La vida es vieja, y pasa perfectamente. Volvemos a caer en el contexto, en el momento histórico. Si esa misma obra, con una excelente puesta en escena y unas excelentes actuaciones, se pone en un país como México, digamos, a lo mejor no entienden la parte de la mentira, que dice: «Mira, por ahí vienen los gordos, aplaude, aplaude, que son nuestros gordos». Todo el mundo en Cuba entiende quiénes son «nuestros gordos», ¿pero un mexicano lo puede entender? Es decir, hay que aplicar códigos, y se puede hacer perfectamente. Por ejemplo, yo he tenido la experiencia de tener que leer textos humorísticos y cuando no estoy en mi zona de confort, y no estoy en mi frontera, por supuesto, escojo un cuento, una estampa, una crónica, que pueda tener una interpretación internacional. El artista tiene que ser maleable, adaptarse al público, porque insisto mucho en la importancia del público. Pero, bueno, repito: Eduardo y Ares son quienes tienen más experiencia en este sentido.
Eduardo del Llano: Uno de los referentes del humor para la gente que tiene cierta edad fue, por ejemplo, Un hombre en casa, la serie inglesa, que aquí fue muy bien recibida; sin embargo, cuando Monty Python hizo la película La vida de Brian, que toca un tema religioso, eso fue una candela internacional; de hecho es una película satírica, que sigue la historia de un tipo que nació en el pesebre de al lado del de Cristo, y que los tres Reyes Magos primero le llevan las cosas por equivocación, y cuando se dan cuenta de que no es él, se las quitan y se las llevan al otro niño. Entonces ese tipo siempre está como en la periferia de la historia. El filme fue muy rechazado, protestas masivas en los Estados Unidos y en Inglaterra; eso aumentó su popularidad, sobre todo después que se convirtió en una película de culto. Pero en su momento hubo en la televisión británica —lo pueden buscar en Internet, en YouTube—, debates de dos integrantes de Monty Python con el obispo de no sé dónde, o sea, con tipos de la más rancia aristocracia religiosa inglesa, y fue bastante fuerte y definió muchísimas cosas. A la larga, todo el mundo se acuerda de la película y nadie del obispo de marras; pero es uno de esos ejemplos de cosas que a lo mejor en otro contexto, en Japón probablemente también hubiera sido una candela, pero quizás no hubieran sido tan duros, ya que no tienen un componente religioso tan fuerte, como nosotros mismos.
Otro ejemplo que me viene a la mente es —creo que fue en el año 2017— que en España un dibujante hizo una caricatura sobre el entonces príncipe de Asturias, un chiste que era una onda como de: «Ahora vas a tener que trabajar», algo así; y se le armó tremenda candela, lo llevaron a juicio y todo; finalmente libró con una multa de tres mil cabillas, pero se manejó en un momento que fuera preso y todo; esta cosa también de los límites en cada contexto. Eso aquí no hubiera pasado porque nosotros no tenemos rey, si no, estaría preso todavía.
Y el tercer ejemplo que quiero poner fue en algún momento a fines de los 80. El DDT publicó una caricatura de Fidel. El dibujo es de Ajubel, es evidente, pero lo firmaron en colectivo, porque ellos sabían el riesgo. Eso lo lleva a uno a preguntarse muchas veces por qué el humorista se mete en candela, y la respuesta es: porque no puede dejar de hacerlo, porque, como decía Kike, el humorista ve lo que está detrás, lo que está en la esquina, lo que está escondido, y no puede dejar de hacerlo porque siente que está aportando algo, que está contribuyendo a mover un poquito lo rígido, porque les hubiera sido mucho más fácil no hacer esa caricatura; pero ellos la hicieron, y sabedores de lo que estaban haciendo la firmaron como un colectivo. Fue como: si caemos, caemos todos. En otros países probablemente no hubiera sido tan grave porque en otras tradiciones, como los Estados Unidos y tal, burlarse del presidente, hacer caricaturas, o —¿cómo se dice?— hacer un impersonating, o sea, imitarlo en televisión, es muy frecuente, pero aquí fue candela, esa gente durante dos o tres días no sabían muy bien lo que iba a pasar.
Entonces, todo eso, trasladado a un contexto no solo de otros países, sino como decía en una intervención anterior, de otros momentos, lleva a veces a otro fenómeno muy negativo, que es tratar de negar la cultura precedente. La historia del cine, por ejemplo, está llena de películas que si uno las mira desde la óptica actual son machistas o son lesivas a la comunidad LGTB, o son racistas, etc.; pero no se puede hacer una limpieza, no étnica en este caso, sino ética, con unos criterios muy estrechos de la ética, sobre toda la historia, porque estamos aquí porque pasamos por ahí, pero mucha gente lleva eso hasta el extremo, y por eso hay muchos chistes por ahí de que hoy día los chistes no son tanto sobre los homosexuales sino sobre los hetero, porque es casi lo políticamente incorrecto. Entonces, quiero decir que los bandazos, el llevar a los extremos una idea justa, son los peligrosos en política y en casi todo,
Y el humorismo, que siempre ha tenido esa mala fama, yo decía al principio que es un género que a todo el mundo le gusta, pero que no todo el mundo asume como serio, en el sentido de trascendente. Ha sucedido alguna vez que, por ejemplo, mandas una obra humorística a un concurso y premian a otro, pero después todos los jurados se quedan con una copia del libro humorístico para leerlo, «Porque está gracioso, pero si vamos a dar un premio tiene que ser a este, que es serio, que es dramático». Esa especie de recolocación del humor en un lugar menor también ha hecho mucho daño.
Entonces todos estos factores conjugados hacen que, según el contexto, ya decía no solamente geográfico, sino también epocal, el humor siempre sea transgresor, siempre sea un problema, y lo que en un sitio o en un momento sea perfectamente aceptable en otro no lo sea.
Ares: Yo entendí la pregunta desde otro ángulo, y voy a tratar de responderla desde ahí. Entendí qué pasa con un humorista que se forma aquí, que trabaja aquí, cuando sale y empieza a trabajar en otro lado. Lo primero es que hay alguna gente que no lo entienden, pero, por ejemplo, la cultura de Miami, de la Florida, no ha dejado de ser cubana, por lo menos hasta ahora. Es una extensión de la cultura cubana, y de hecho está influyendo mucho en la de Cuba ahora. Lo vemos en muchas cosas, en expresiones culturales, en celebraciones, en palabras: «Hice un car porch en la casa», por ejemplo.
Como yo entendí la pregunta desde otro ángulo, voy a responderla desde ese ángulo y en relación con lo que más domino, que es el humor gráfico. Los caricaturistas que han hecho su obra acá, que se han formado acá, y que después viajan y están trabajando fuera, ciertamente son muchos. La gente me dice en el barrio: «Oye, cómo hay artistas que se han ido», y les digo: «Sí, y panaderos, y plomeros, y médicos, lo que pasa es que los artistas se notan más».
Los caricaturistas cubanos, los que conozco, que son todos, no pueden definir una manera única de trabajar después que se van de aquí; hay unos cuantos, puedo citar a Osmany Simanca, Alberto Morales, Ajubel, o Boligán, en México, que crearon una manera de hacer que tiene que ver con las tradiciones cubanas, después han llegado a otro lado y han impuesto su estilo que crearon aquí, apropiándose también y aprovechándose las cosas que vieron allá, por ejemplo, Boligán, en México, con las influencias de Naranjo. Elio Flores, que se ha convertido en uno de los caricaturistas más importantes de México, hace una caricatura editorial que no es la de dibujar al presidente, y está colocado ahí, una cada semana en El Universal, y hace un trabajo excelente; Ajubel lo mismo por España, y Osmany Simanca, que es uno de los más interesantes, que vive entre Brasil y Portugal, con el mismo estilo que había creado acá, ahora publica en muchísimos lugares y mantiene una línea, en la que le da a todo el mundo, pero con una elegancia total en la caricatura.
Otros de los que se han movido hacia España o hacia Miami, lo que han cambiado, más que el estilo, es el contenido. Muchos de estos, algunos muy jóvenes, comienzan a hacer caricaturas en los espacios que sirven para eso, en contra esencialmente de la política del gobierno en Cuba, y mucho más incisivas en los temas esenciales de Cuba, el hambre, los apagones y eso. Está Garrincha, Lauzán, que vive en Chile pero trabaja mucho ahí.
Pero hay un grupo que esencialmente hace una caricatura, que esa es la parte que yo veo diferente; son cubanos humoristas que viven fuera, pero que están trabajando esencialmente para el público cubano que vive aquí; es una cobertura que les brindan las publicaciones, que todo el mundo sabe que están hechas para venir acá, pero que les brindan un espacio de diálogo con el público cubano completamente diferente al que tenían acá.
Por lo tanto, el humorismo gráfico cubano tiene esas dos variantes una vez que un humorista gráfico es formado acá y sale fuera: unos que aprovechan lo que hay acá, aprovechan la manera de hacer del lugar adonde llegan y logran un discurso que se parece mucho a lo que hacían acá, pero que logran meterse con otros temas; y otros que cambian esencialmente la perspectiva y comienzan a hacer caricaturas cuyo contenido es esencialmente contrario a lo que aparecería aquí en los medios de prensa cubanos.
Ahora, la caricatura cubana ha tenido muchas ventajas también, porque ese estilo que se ha creado aquí, que tiene que ver con la estética del DDT, alguna influencia del cartel polaco, que viene desde el Pitirre de los años 60, hay una predominancia en la gráfica, y eso ha hecho que muchas maneras de hacer del humorismo gráfico cubano tengan resonancia internacional y puedan ser publicadas en muchísimos espacios. Así es como veo yo las características del humor que se hace aquí, y qué pasa cuando traspasan fronteras.
Y voy a hacer un chiste racial ya que es familiar porque tiene que ver con un bisabuelo. Durante la pandemia, empecé a investigar sobre el árbol genealógico de la familia y descubrí, por carambola, un mambí en ella. Teníamos un grupo familiar donde intercambiábamos fotos y detalles, y quién es Fulano, etc.; y ahí yo hice el chiste, les dije: «Bueno, les tengo que avisar a mis familiares que estamos embarcados y completamente contra la corriente, porque todo el mundo en Cuba está buscando un abuelo español, y yo lo que encontré fue un bisabuelo negro mambí; así que relájense con las búsquedas esas».
Rafael Hernández: Jape pide la palabra.
Jorge Alberto Piñero (Jape): Redactor del DDT. Hoy no pensaba hablar, pero bueno, al final pudo más ese bichito que dice la gente que uno tiene por dentro. Sobre el tema del humor cubano en el exterior puedo decir que sigue siendo un problema político igual, y en el caso del humor gráfico es mucho más fácil. Nuestros humoristas de la actualidad que viajan al exterior, los que van por misiones oficiales, van a trabajar con públicos cubanos, no a públicos extranjeros porque nuestra realidad, de alguna manera, lo ha condicionado de esa manera. Puedo decir que uno de los humoristas cubanos que se fue hace muchos años y que sin dudas es un gran humorista es Alexis Valdés, estaba en España, y de tan bueno que era, tuvo que emigrar a Miami porque ahí era donde realmente iba a tener un mayor desarrollo profesional, porque era donde había un público que realmente entendía ese trabajo, que yo lo considero bueno, amén de que tenga otro discurso, o sea, es un gran humorista, no se puede negar.
De alguna manera, hubo un intento de vincularnos a ese circuito profesional del humor, particularmente al latinoamericano, cuando en los años 80 Virulo creó el Conjunto Nacional de Espectáculos y trajo aquí a humoristas como Antonio Gasalla, el propio Les Luthier, Luis Pescetti, el grupo Moño Suelto, que era venezolano, Leo Maslíah; o sea, se creó un vínculo y hasta un gusto del cubano por ese tipo de humor. Pero eso se perdió, literalmente, no vino nadie más a Cuba, y de Cuba no salió nadie más que no fuera para irse para Miami o para donde fuera, a trabajar para públicos cubanos, la mayoría también emigrantes, que estaban relacionados con la realidad cubana, o sea, que políticamente también se condicionó esa manera de trabajar el humor cubano en el exterior. Ahora mismo no sé si el panel conozca a algún cubano que haya sido humorista emigrado, que siga siendo humorista y que haga el stand up sin tratar la problemática cubana. No creo que exista.
Kike Quiñones: Yo lo estoy haciendo ahora en Perú.
Jape: Bueno, Kike lo está haciendo en Perú, allá las llamas lo sabrán, pero hasta ahora no hemos recibido noticias. Pero incluso un humorista cubano como Conrado Cogle, Boncó, fue a Viña del Mar, donde recibió halagos, y premios y todo, pero fue por hacer lo mismo que hacía en Miami, no fue por hacer otra cosa que fuera universal, sino por reflejar, desde una posición crítica, la política cubana; o sea, que es algo que también está politizado.
Para mí todo esto que hemos hablado tiene, si lo vamos a ver de una manera matemática, una fórmula muy simple, humor sobre censura, igual a inteligencia. No me da otra cosa.
Ahorita hablaban de Juan Quinquín, yo creo que aquí la mayoría conoce quién fue el autor de Juan Quinquín: Samuel Feijóo, una gente relevante, un cerebro. Yo creo que hay películas de los años 60 que son mucho más críticas, mucho más polémicas; por solo citar, están La muerte de un burócrata, Memorias del subdesarrollo, que no era concretamente una comedia, pero había humor, Las doce sillas… (desde aquí vemos el cartel), Los sobrevivientes, o sea, un poco más para acá, pero que sigue siendo fruto de la inteligencia, así seguimos navegando por películas; aquí tengo a Eduardo, con Alicia… aunque para mí el mayor fruto de su inteligencia es su serie de Nicanor. Es muy inteligente, es una forma de abordar el humor de crítica social, aunque a lo mejor no ha sido promovido todo lo que yo pienso que merece, pero aquí todos sabemos de qué estamos hablando. Mira tú cómo funciona a partir de referentes.
Por ahí podemos seguir, ahorita hablaba Kike de Marketing, que pertenecía al grupo Humoris Causa, un grupo referente intelectual notable. ¿Qué pasó? Que al final Marketing fue asumido por el propio Ministerio de Cultura como una obra tipo para poder demostrar esos cambios que estaban sucediendo en los años 90, cuando empezó todo lo de la gerencia, las diferencias esas, que sí había diferencias sociales, de alguna manera se estaban marcando, y creando un modo, un referente de pensamiento diferente.
Si seguimos hablando, ahora mismo para mí no hay una obra mejor que La vida es vieja, pero ahorita se habló de la vulgaridad, los que la vieron saben que ahí se dicen más malas palabras que la que puedan decir Pantera y El Habanero juntos en un espectáculo. Sin embargo, están abordadas de una manera inteligente, en una puesta en escena genial. ¿De dónde viene? De Miguel Moreno y Doimeadiós.
No quiero extenderme porque ejemplos sobran: el trabajo de Nos y Otros, de Salamanca, durante toda la historia, del propio Como tú. O sea, que la mejor manera de ver la censura, volvemos a lo de la política, yo lo decía ahora en los eventos de humor gráfico, ¿alguien me puede decir que lo que hace Manuel el caricaturista no es político, no es humor político o crítica social?, como le queramos llamar, como Kike ahora defiende, pero todo se mantiene a partir de un solo denominador, la inteligencia, y también, y la contrainteligencia.
Para cerrar, yo creo que ha sido muy bueno, de verdad, felicito a la revista Temas por convocar a este conversatorio.
Rafael Hernández: Se nos acabó el tiempo, llegamos al momento justo, muchas gracias, Jape, por esa intervención final. Este panel ha sido un desastre si lo medimos por las discrepancias que ha generado entre los panelistas y entre los participantes en el público; sin embargo, ha sido extraordinario, pues realmente ha dado lugar a una cantidad de reflexiones en tan poco tiempo, a un abordaje tan ameno, y tan interesante, y tan profundo, de los problemas tratados, hemos barrido con todas estas preguntas y todos estos problemas, y hemos ido más allá.
Yo les agradezco mucho, en primer lugar, a Kike, que hizo suyo este panel, y de hecho habló con los panelistas para convencerlos de que vinieran aquí a sentarse, le agradezco mucho por haber organizado este panel.
Les agradezco mucho a los asistentes por haber llenado esta sala. Yo pedí sillas adicionales porque esto se iba a llenar, y si ustedes no vienen me hubieran sancionado administrativamente. Muchísimas gracias por estar y por intervenir de manera inteligente, gracias, gracias.
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