jueves, 21-11-2024
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Antonio Aja: Gracias a la revista Temas por invitarme a conducir este espacio. Me acompañan en el panel una socióloga, una psicóloga, una jurista y dos politólogos. Todos han incursionado, desde sus especialidades, en el estudio de este fenómeno. Por lo tanto, estamos bien apertrechados para debatirlo. Gracias a todos por estar aquí.
Hoy tenemos unas cinco cuestiones relacionadas con el tema; sin embargo, vamos a comenzar por los asistentes, para que hagan preguntas a los panelistas, y a partir de eso y de las preguntas que ya hemos preparado comenzaremos el análisis.
Leandro Hernández: Siento curiosidad por saber si hay algún estudio, algún estimado, del impacto que tendría en la vida económica cubana que un por ciento relativamente alto de las personas que se han ido participara en ella. No puedo dejar de pensar, habiendo pasado por esa experiencia, hasta qué punto ese potencial económico que hay ahí está por explotar, además del cultural y todas las demás ramas.
Carlos Alzugaray: En un debate reciente en un grupo de WhatsApp se discutía si esta ola migratoria, para llamarla de alguna manera, es la peor que hemos tenido, la más impactante. Yo creo que más allá del estudio de las estadísticas, hay un problema espiritual. La emigración en esta etapa se está produciendo en un momento político muy complejo, muy difícil, y eso explica un poco el comportamiento político de los emigrantes hoy en día; se dicen «me voy porque no puedo más, porque no veo salida». Es como si hubieran ensayado muchas cosas y pensaran que esto ya no tiene remedio. Creo que eso explica el fenómeno de la emigración actual y, además, nos hace imaginar un futuro no muy bueno.
Yo siempre pensé que en algún momento las cosas se revertirían y la gente empezaría a regresar o a practicar la emigración circular, pero no está pasando: la gente se va, y se va disgustada. He oído decir a mucha gente: «Me voy porque no me queda más remedio», o «este gobierno me ha obligado a irme». Entonces, la primera pregunta es qué piensan los panelistas de esta apreciación, y la segunda qué políticas públicas se pueden implementar para revertir eso. Soy de los que piensan que hay que buscar soluciones, y francamente no las veo por ahora.
Antonio Aja: Voy a lanzar la primera de las cinco preguntas que hemos elaborado: ¿Qué connotación social, política, ideológica, cultural, económica, tiene hoy el hecho de irse o quedarse?, ¿contrasta o no con el pasado? Le doy la palabra a Jorge Domínguez, que está conectado por Telegram. Encantado de que estés con nosotros, Jorge.
Jorge I. Domínguez: Es realmente un placer estar contigo en primera instancia, y con todos los colegas en este momento. De alguna manera, lo que se me había ocurrido decir sobre esta primera pregunta tiene que ver con la pregunta de nuestro amigo Carlos Alzugaray; es decir, hay un berrinche, y una manera de verlo es mediante las encuestas que ha venido haciendo Guillermo Grenier, de la Universidad Internacional de la Florida, (FIU), a través de los años, sobre los criterios de cubanoamericanos que viven en la zona metropolitana de Miami.
Una característica de muchas encuestas anteriores era la diferencia de criterio entre quienes habían emigrado hace muchas décadas y los que lo habían hecho después de 1995. Los que habían emigrado más recientemente por lo general no apoyaban la política de sanciones económicas del gobierno de los Estados Unidos hacia Cuba, y sí una gran apertura en temas afines, como permitir los viajes a todos, no solamente a los cubanoamericanos, y favorecer las remesas. Eso parece haber cambiado, creo que una razón importante de ese cambio fue la pregunta-comentario de Alzugaray.
Comparando las encuestas más recientes, la de 2018 y la de 2022, en la primera, la formulación de la pregunta era el embargo de los Estados Unidos hacia Cuba; quienes lo apoyaban era solamente 40% entre los emigrados más recientes. En 2022 —no es una comparación estrictamente técnica, pero es lo que más se aproxima—, entre los llegados de 2015 en adelante los que apoyaban esa política representó 68%. De 40 a 68 es un brinco muy grande. Otro grupo que solía no apoyar las políticas del gobierno de Washington hacia Cuba eran los jóvenes menores de cuarenta años; en efecto, en 2018 solamente 35% apoyaba el embargo, mientras que en 2022, otro brinco, ya era 55%.
Un detalle igualmente importante es que en 2022 se hace, por primera vez, la pregunta: «¿Apoya usted que el gobierno de los Estados Unidos ejerza máxima presión contra el gobierno de Cuba?». Los llegados más recientes dijeron que sí (64%), y 77% de los jóvenes menores de cuarenta años la aprobaron. Los de mayor edad, y los que habían llegado anteriormente, lo apoyaban más, pero me refiero a estos grupos que aparentemente han cambiado de criterio. Sin embargo, los más recientes siguen apoyando los viajes, no hay cambios notables entre 2018 y 2022; participan enviando remesas; en la del 2022, más de la mitad. Entre los jóvenes, 70% apoya los viajes por parte de todos, de nuevo sin cambios importantes entre las dos encuestas.
Nos encontramos, por tanto, una población recién llegada de Cuba realmente con un gran berrinche con el gobierno cubano, pero que quiere seguir participando y relacionándose con los cubanos en la Isla. Ese cambio en la diáspora tiene una dimensión importante, pero es igualmente importante esa continuidad. Este es un giro político con posibles consecuencias sociales y económicas.
Ana Niria Albo: Creo que hablar de connotación siempre implica que pensemos un poquito en cómo la gente percibe un fenómeno como la migración en Cuba, y pienso que no se puede iniciar un panel con una pregunta como esta sin tratar de ubicarnos en los antecedentes investigativos sobre el tema. Cuba y los cubanoamericanos, de Jesús Arboleya, es un libro importante para entender cómo esa connotación ha ido cambiando, así como Al cruzar la frontera, de Antonio Aja. Más recientemente, en el número de 2021 de Novedades en Población, hay un texto específico, de la doctora Consuelo Martín, que habla de las connotaciones del proceso migratorio post COVID-19. Yo me atreví a hacer una pequeña encuesta, donde les preguntaba a diez amigas emigradas, que no estaban únicamente en los Estados Unidos, sino también en Europa y en el sur de América. Me interesaba saber qué pensaban al respecto, y todas confluyen en dos ideas fundamentales: por un lado, una especie de naturalización de la idea de emigrar desde Cuba, que pasa no solo por lo que ocurrió en la década de los 90, de cambio en la connotación por un sentido económico o por la búsqueda de un proyecto de vida que en un momento se pensaba únicamente económico, sino por lo que me refieren estas personas con las que estuve dialogando, y aparece también en el texto de Consuelo: que hay una especie de levantamiento real de la multidimensionalidad que es el proceso migratorio. Creo que por primera vez en Cuba se está hablando de que la gente emigra por disímiles razones, no únicamente por lo político o por lo económico; el proyecto de vida, la incertidumbre de qué se va a hacer con él es un tema que sale en las investigaciones, y salió también en estas conversaciones. Sin dudas se habla siempre de que los años 90 son un parteaguas en esa connotación, y creo que el Decreto de 2013 también lo es en la «naturalización» de ver a la gente emigrar de Cuba.
Alzugaray hablaba de la circularidad, ¿es real o no? Pienso que es lo que quisiéramos, pero indiscutiblemente no está ocurriendo del todo así, aunque está en el proyecto de vida de la mayoría de los migrantes, como decía Jorge Domínguez. Recientemente tuvimos como invitado en Casa de las Américas a Guillermo Grenier, y él lo decía también. Hay una especie de dicotomía en el discurso de los recién llegados a los Estados Unidos, pero también de los que llegan a Europa y a América del Sur: por un lado, hay una disconformidad política, con la crisis económica sostenida de Cuba, etc., pero por otra parte, sí quieren mantener una circularidad, hablan de su intención de participación.
Me parece que esa es una palabra clave para entender también el cambio en el concepto de migrante. Hay algo que Consuelo señala, con lo que estoy de acuerdo: si bien en las décadas de los 60, los 70, incluso hasta los 80, la palabra exiliado era lo que utilizábamos para connotar a esa persona que salía del país, ya hoy ni siquiera decimos emigrado sino migrante, porque en la trayectoria migratoria cada vez más hay una evolución de movimiento que se parece más al resto de los migrantes latinoamericanos; por decirlo de alguna manera, la gente ya no va directo a un destino, va como que tanteando.
Lo otro que creo importante es que en esa idea del cambio, de la connotación, la Cultura, con mayúsculas, no solamente las manifestaciones culturales, ha sido, en general, como una especie de abanderada en ese cambio de connotación, sobre todo de cómo vemos al emigrado desde Cuba. Sin dudas, el Diálogo del 78 fue fundamental, pero quiero ir un poquito más allá, en la idea: por ejemplo, en el 97, Casa de las Américas premia un libro como Las historias prohibidas de Marta Veneranda, de una emigrada cubana del 66; luego, en 1980, invita a María Magdalena Campos Pons, de la generación del 80 de los artistas plásticos, quien realizó una exposición importante para el cambio de connotación y para la percepción que se tiene sobre la emigración, porque Magdalena está hablando de su interacción, como migrante en los Estados Unidos, con sus orígenes africanos y asiáticos, y cómo eso la lleva a ubicarse en una posición transnacional.
Ese es otro tema que deberíamos poner sobre la mesa: ¿se puede hablar ya de una migración de cubanos que tiene un carácter transnacional? Es una problematización que tal vez debemos exponer. Muy recientemente, tuvimos el concierto de Arturo O’Farrill, un hijo de migrantes que se siente cubano, y que incluso estaba implicado en las protestas contra el muro que Trump quería seguir construyendo.
O sea, la Cultura ha sido un punto importante de flexibilización de la percepción del emigrado cubano, del migrante cubano, sobre todo desde acá.
Jany Bárcenas: Yo sentí esta invitación de Temas como una provocación. Soy psicóloga, y trabajo el tema de la migración de retorno para la investigación de mi doctorado, y siento que para muchos es como nadar a contracorriente. «¿Qué estás investigando si todo el mundo se está yendo?», me preguntan. Pero estamos hablando de múltiples formas de retorno, no solo de la percepción tradicional de volver a vivir en Cuba definitivamente.
Están descritos muchos tipos de retornos que la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) reconoce, que los países latinoamericanos aprovechan, y que nosotros desestimamos, los deslegitimamos, como si no nos hicieran falta; y es todo lo contrario.
Desde la psicología, me parece que el título del panel establece una distinción entre los que se van y los que se quedan. Claro, es desde el pensamiento cotidiano como se habla, es el lenguaje coloquial; pero desde la academia —y eso se demuestra con la investigación del Grupo de Estudio de Migraciones Internacionales, de la Universidad de La Habana (UH)—, está cada vez más potenciado ese vínculo, esa participación, esa implicación de ambas opciones. Me gustan más otras etiquetas, otras categorías, como «cubanos por el mundo», que hablan de ese flujo que realmente estamos viviendo, porque pareciera que aquellas etiquetas nos separan más, y realmente es todo lo contrario a la transformación de la subjetividad que queremos para el tema migratorio en Cuba.
Entonces, por ahí puedo hablar un poco del sentirse cubano, que es un tema de identidad, de cultura, que va más allá de la dimensión geográfica. Los niños, para mí, lo ven desde su ingenuidad, y deberíamos aprender más de ellos, que evidentemente están viendo ahora en sus escuelas lo que está pasando. Dicen: «Mi amiguito se mudó a Nueva York». Para ellos es muy sencillo, su amiguito se mudó, pero no deja de ser su amiguito, no deja de ser cubano. Entonces, si hablamos de la migración interna, del traslado de provincia, o de municipio, ¿por qué no llevarla también a la migración internacional? Eso es algo que quisiera rescatar.
Siguiendo lo que decía Ana Niria, la frase «los que se van y los que se quedan» deja fuera unas importantes prácticas transnacionales, la circularidad migratoria, esa idea de flujo que es por lo que se aboga desde 2013 en el Decreto de la reforma migratoria, donde por primera vez se establece el procedimiento oficial para las personas que desean retornar al país, en el que hay mucho que trabajar, pero antes no se podía, no estaba en ley cómo se hacía; eran casos excepcionales los que podían volver. Pero todavía hay mucho que hacer.
Por ejemplo, no tenemos programas de retorno. En países latinoamericanos, con condiciones similares a Cuba, se están haciendo muchos, y tienen más o menos éxito. De ellos pudiéramos aprender, ajustándolos a nuestro contexto.
Por supuesto que depende del momento histórico esta connotación de la que hablaban los panelistas que me anteceden. Ahora mismo, el movimiento está dado por la búsqueda del bienestar, que ya no se percibe en Cuba, que se piensa como imposible de lograr en la Isla. Y ello, desde las generaciones más jóvenes, hasta las de mediana edad y adultos mayores.
Evidentemente, pasamos desde el rechazo hasta la aceptación, pero ya estamos en un momento de necesaria integración de los migrantes cubanos donde quiera que residan a la vida del país, porque ellos lo quieren, lo demandan. Una y otra vez, en las entrevistas que hacemos a esos cubanos migrantes, lo están diciendo: «Yo quiero».
Recuerdo un caso que puede servir de ejemplo y de advertencia. Mediante un grupo en Facebook, las personas que habíamos estudiado en Ciudad Libertad nos manteníamos vinculados. En una oportunidad, sus instalaciones estaban recibiendo una reparación capital, y nosotros queríamos contribuir. Llegamos al Ministerio de Educación y dijimos: «Tenemos esta propuesta, y esta suma de dinero aportada entre todos». Nos contestaron que no se podía hacer. Como ese tenemos un millón de ejemplos, de los peloteros para los estadios, de artistas, etc. Una vez más el deseo está, la intención está, y lo necesitamos más; entonces, ¿dónde están las trabas, dónde están los miedos?, ¿por qué seguimos deteniendo la integración, más que necesaria para pasar a ese otro momento de connotación, donde los cubanos dondequiera que residamos queramos construir y queramos hacer por Cuba?
José Ramón Cabañas: Saludos a todos; también al profesor Jorge Domínguez, lejos en la distancia, pero cerca en el corazón. Aquí habría que apuntar muchas cosas, y coincido con los demás participantes en varias de las que se han dicho.
Precisamente, con el profesor Guillermo Grenier estábamos, en el CIPI y el CEDEM, intentando investigar más estos temas, tener más información de ciencia sobre ellos, porque todos tenemos la percepción de que es prácticamente imposible que una familia en Cuba no tenga al menos un integrante en el exterior. Y también otras percepciones: lo que dice un cubano sobre el tema en los Estados Unidos o en España, no es exactamente a lo que dice uno en Argentina o en México, o sea, hay muchas percepciones.
Hay un rasgo que no se ha mencionado hasta ahora; es el cambio que ha habido en las comunicaciones, que define el cómo se comunica el que se va con la familia y con el entorno que abandonó. Si algo tiene de distinto la actual ola migratoria es que el migrante, a los cinco segundos de llegar a su destino le está diciendo al que se queda: «Llegué bien, mira una foto», o sea, hay una reconexión inmediata. El avance tecnológico funciona también en otro sentido: antes, el migrante se presentaba cuando llegaba al país escogido, ahora se está presentando por adelantado, o sea, antes de viajar ya está haciendo un expediente del otro lado, para ser aceptado o rechazado, y esto a veces tiene que ver hasta con las oportunidades de empleo.
Entonces, son muy importantes los antecedentes, porque hay que verlo todo cuando hablamos del contexto. Le propusimos a Grenier hacer una lectura, como hacía el profesor Domínguez, de lo que dicen los números tal cuales, pero también una contralectura, porque si en una de esas encuestas el apoyo, digamos, a lo más positivo, bajó de 60% a 40%, ese último porciento es muy importante después de cuatro años del gobierno de Trump, y de una polarización política en los Estados Unidos no solo en cuanto a Cuba, sino a su propia situación interna, donde las cosas llegaron a ser en blanco y negro, en verdadero o falso, no había medias tintas.
Hay países cuya población está muy desesperada y opta por la emigración para sobrevivir y dónde sobrevivir. Las mejores esperanzas de vida condicionan esa posición. Entonces habría que ver esos números en el contexto de esa polarización.
Es cierto que hay una cantidad, difícil de precisar, de migrantes con críticas a lo que dejan atrás, pero también mantienen la memoria de momentos anteriores. Hay distintas gradaciones, distintas posiciones, en cuanto al fenómeno de lo que se deja atrás y también las hay según dónde se radica. Si está en la Florida, dice: «estoy en la Florida, pero no en Hialeah», y si está en Luisiana, por ejemplo: «Estoy en los Estados Unidos, pero no en la órbita de Miami».
El CEDEM ha demostrado, en reiteradas ocasiones, la característica de la circularidad en la emigración cubana; ahora bien, entendamos que hay más posibilidad de ella cuando están creadas las condiciones, y tienen un papel tanto el país de acogida como el de origen.
Antonio Aja: Antes de pasar a la segunda pregunta, voy a sintetizar un grupo de elementos que ya tenemos. Se ha hablado de circularidad, de retorno, de cambio de política del gobierno cubano materializado en lo legislativo, de percepción, pero quiero llamar la atención de que estamos centrados, por supuesto, en el principal destino de la emigración cubana, que son los Estados Unidos, pues más de 85% de los migrantes cubanos radica en ese país. Según las estadísticas, y la confianza que les podemos tener, Cuba tiene actualmente casi 11% de su población, de once millones de habitantes, fuera del país; y una parte importante no radica en los Estados Unidos. Incluso los temas del retorno, la circularidad, y sobre todo la repatriación —me refiero a ese procedimiento en que se viaja a Cuba, se legaliza la situación y se vuelve a salir—, todo eso no se da solo en el caso de los Estados Unidos; sería muy interesante, que es lo que hemos estado hablando con Grenier, estudiar estos mismos procesos y aplicar estos mismos instrumentos en otros asentamientos de cubanos. Pongo todos estos escenarios porque si no, no tenemos completo el asunto.
Una última cosa: ¿es el mismo berrinche el de hoy que el que se tuvo con el exilio de los años 60?, ¿tiene la misma magnitud?; porque no son los mismos actores. Creo que ese es otro punto interesante que ver.
Paso a la segunda pregunta: más allá de la decisión de partir en busca de una vida mejor, ¿qué retos presenta la adaptación a la sociedad de destino?, ¿cuán diferenciado o peculiar es el flujo de los que se van ahora respecto a la idiosincrasia de la sociedad ya emigrada?, ¿cuántos se han ido en los últimos años?
Jorge I. Domínguez: Una primera observación en este proceso de adaptarse a la sociedad de destino es que, a diferencia del pasado, la política de los Estados Unidos sobre la aceptación de migrantes cubanos ha cambiado con una rapidez vertiginosa. Es algo así como el estado del tiempo: a quien no le guste, que espere un poquito, está por cambiar. Recordamos que «pies secos, pies mojados» no es historia antigua, eso duró hasta el final de la presidencia de Obama, por el acuerdo migratorio entre ambos países, en el que fue una figura importante el embajador Cabañas. Luego llega la presidencia de Trump, quien, a diferencia de todos los anteriores, impide físicamente el ingreso de los cubanos, sobre todo de quienes venían por tierra, desde Centroamérica y México, hasta la frontera suroeste, y los obliga a quedarse en campamentos en México; eso continúa, en parte, bajo Biden, y ahora está la nueva política de tener que solicitar con anticipación una petición de asilo para llegar a la frontera y ser entrevistado, solicitud que puede ser aceptada o negada. Son cuatro momentos muy distintos de la política de los Estados Unidos hacia la migración cubana en un período de tiempo muy corto, con cambios importantes y radicales.
El segundo punto que quiero mencionar es simple: entre enero de 2022 y el pasado mes de junio de 2023, en dieciocho meses, son capturados en la frontera de los Estados Unidos 368 000 cubanos, que es un montón de gente. Algunos de esos lo intentan más de una vez y son capturados dos veces, de manera que este número está un poco abultado, pero aun descontando esa duplicidad, el número de los que intentan ingresar a los Estados Unidos excede la suma de quienes lo intentaron, y en muchos casos llegaron, a mediados de los 90, o por El Mariel en 1980. Es una gran cantidad de gente; su perfil es principalmente de individuos que llegan solos, son tres veces más que los que llegan en un grupo familiar.
Otro aspecto que se encuentra, y esto ya el embajador Cabañas lo mencionó muy bien, es una polarización no solamente entre demócratas y republicanos, entre izquierdas y derechas, sino dentro del mismo Partido Republicano, y en la misma comunidad cubanoamericana, y en el mismo centro político-social y económico que antes de Trump venía apoyando la aceptación y el ingreso de los cubanos. Es Trump quien adopta las medidas más duras, más radicales, contra la emigración cubana; al mismo tiempo, es el que recibe más votos de la comunidad cubanoamericana en la elección presidencial de 2022. Esta polarización dentro del mismo Partido Republicano, donde hay quienes apoyan la emigración y quienes no, y la decisión que necesariamente esta comunidad cubanoamericana tendrá que tomar, individuo por individuo, frente a la postulación de Donald Trump como candidato republicano en 2024, va a ser, supongo, un proceso importante, con grandes consecuencias, inclusive para las relaciones entre amistades y parientes, que quedarán, a su vez, polarizados entre sí por no saber qué hacer. La incertidumbre no había sido parte de la política de los Estados Unidos sobre la aceptación de cubanos. Ahora sí lo es.
Ana Niria Albo: Cuando pienso en cuáles son los retos fundamentales que tiene el migrante cubano en este caso, creo que, a pesar de las diferencias en la aplicación de las políticas migratorias, comparte muchos de los mismos que el resto de los inmigrantes latinoamericanos respecto a los Estados Unidos; pero en cuanto al idioma, por ejemplo, como dice Aja, indiscutiblemente existe una diferencia entre aquel que decide quedarse en el enclave tradicional de los cubanos, que es Miami, donde el español es cotidiano, y los que se mueven a otros lugares, donde hablar inglés es el gran reto.
Hoy sabemos que los recién llegados están subiendo, se quedan en La Florida pero tratan de moverse de ese enclave tradicional, pero de alguna manera el idioma no termina siendo el gran desafío, a diferencia de la comunidad cubana en Las Vegas, por ejemplo, o en Texas, enclaves que están creciendo.
Creo que el principal reto es de índole cultural, porque hay aprendizajes que hacer en la cultura laboral que no tienen nada que ver con la nuestra, y en la cultura económica, como tratar de convivir con débito y crédito, que es algo del que los cubanos no tenemos la menor idea de cómo funciona. Otro reto para la comunidad cubana en los Estados Unidos —que tiene que ver con lo que estoy investigando para mi doctorado—, es el enfrentamiento con la retórica etnorracial. Algunos amigos me dicen: «Me he enterado de que no soy blanco» —o blanca, según el género— y yo les digo: «Claro, ahora eres people of color»; es decir, hay una retórica etnorracial totalmente diferente a la que nosotros vivimos en Cuba, y es un tema que me parece importante.
Hay otros retos para los que se están yendo recientemente. Estamos viendo familias prácticamente completas, mamá, papá, nené, abuelos incluso, que hicieron, por ejemplo, «la ruta de los volcanes», y ya se está hablando de lo que están pasando con el proceso de escolarización en los Estados Unidos. Hay una especie de boom de niños en edad escolar, y eso no es un reto solamente para ellos y su familia, lo es también para la política educacional de los territorios a donde esa población migrante está llegando.
En general, y esto tiene que ver no solo con los cubanos que deciden residir en los Estados Unidos sino con los que viven en Europa y en América del Sur, donde también hay una comunidad cubana importante, por ejemplo, en Uruguay y en Chile, creo que los llamados teóricamente mecanismos de control, como racismo, xenofobia, jerarquización cultural y restricciones a la ciudadanía, son elementos a los que los cubanos no estamos adaptados del todo a enfrentar, y llegar a un nuevo lugar donde esos mecanismos están circulando y forman parte de la vida cotidiana, debe ser, sin dudas, un choque importante para los que ahora mismo están ubicándose fuera de Cuba.
Jany Bárcenas: Yo diría que ahora estamos viendo una forma de salir de la crisis estructural que estamos viviendo en Cuba, porque son muchas crisis en una expresión muy grande. La migración es una salida, las personas se mueven con la idea de satisfacer sus múltiples necesidades de manera inmediata, y aun los que tienen conciencia de que será un proceso paulatino, lo contrastan con la desesperanza de que aquí en ningún momento lograrán satisfacerlas. Siento que esa noción de resolver necesidades en otro lugar sigue movilizando la emigración, y es un reto grande que tienen los más recientes migrantes, porque en las redes sociales digitales todas las publicaciones son de éxito, y la imagen que se da es que todo ha sido maravilloso, un paseo, y que ya tienen trabajo. Nadie dice: «Llevo un año, y aún no tengo permiso de trabajo». Esas cosas no están en las redes, y es algo con lo que también chocan las personas que llegan.
Por supuesto, ello habla de un proceso de adaptación difícil, con muchas dificultades, que no todo el tiempo se comparte con los que quedan del lado de acá, sobre todo con el resto de la familia. Siempre se da esa buena imagen porque el proyecto del que se va no puede fracasar pese a todo. El no aceptar la idea de regresar en ningún momento, persiste en esa noción de fracaso entre los migrantes, y también en los que nos quedamos aquí.
Hemos entrevistado a muchas personas cuya motivación para retornar es la inadaptación a la cultura, el difícil acceso a los servicios, a la educación, a la medicina; también al empleo idóneo, el idioma, la cultura, incluso al clima. Esos estados emocionales desfavorables que se asocian a la migración, la soledad, la depresión, sobre todo en tiempos de pandemia, lleva a muchos a regresar, aunque sea temporalmente, para recuperarse aquí en Cuba con la ayuda de la familia e incluso de especialistas.
Para mí, lo fundamental sobre los que se van, y lo que más me preocupa desde el punto de vista psicológico, es la crisis de expectativas, y en ese sentido me resonó la palabra berrinche. Recuerdo dos casos de potenciales migrantes que entrevisté. Un joven balsero devuelto, del centro del país, me dijo claramente: «Me fui en una lancha porque mi mamá no tiene cómo tener una tarjeta MLC, y en el pueblo donde yo vivo, en el centro del país, casi todas las tiendas son en MLC; esa es la razón, no tengo otra; yo soy del CDR, yo hago guardias, toda la vida he estado con esto». Eso es un impacto, porque su descontento es con las políticas: «Yo no entiendo por qué el gobierno hizo eso». Esa es su razón y lo dice con una claridad extrema.
El otro caso es el de una mujer que me explica: «Me pusieron el parole, ¿cómo no lo voy a aprovechar? Es una gran oportunidad que si la desaprovecho es como si yo estuviera loca; ya veré cómo me va; después puedo regresar, cuando tenga mis papeles». El valor instrumental de esa documentación la hace sentir con una libertad de estar donde mejor pueda, de ir y volver, de moverse.
Antonio Aja: Quiero hacer una aclaración sobre lo que estaba señalando Jany. Cuando ella se refiere a la entrevista a un balsero es porque en Cuba se ha seguido estudiando el tema de la emigración, siguiendo la lógica de los años 90, de los 2000; y hay investigaciones actuales sobre su evolución, a partir de personas que están de acuerdo en colaborar en este orden; es decir, no es algo que se está haciendo en uno o dos casos, es un proceso de investigación que se viene realizando.
Mylai Burgos: Quiero mover un poco este debate porque está muy centrado en los Estados Unidos, como es lógico. Coincido con muchas de las cosas que Ana y Jany comentaban. Llevo veintiún años viviendo en México, y quiero hablar un poquito más de los contextos de los que se van; porque pensar la emigración en esta coyuntura de crisis económica, política y social que tiene Cuba, y todas las fases migratorias, debe incluir todos los grandes momentos migratorios que ha habido en Cuba, que son diferentes, y hay que definir cuándo se dan, y con qué objetivos. Por ejemplo, ahora hay gente que sale a estudiar porque quiere otras formas de vida, pero hay quien busca estudiar como una forma migratoria.
Creo que hay tres retos fundamentales para los que residen fuera de Cuba, que tienen que ver con su integración y su adaptabilidad. Son económicos, legales y socioculturales. En lo económico, se tiene que comprender el espacio a partir de la profesión o la ocupación, insertarse y generar redes para después lograr una sobrevivencia mínima y más tarde una vida digna. Si no se puede, ahí es donde podrían incidir políticas de retorno. Yo llegué a México en 2002 y me acuerdo de artistas que volvieron a Cuba en los años 2000 porque en México la situación no estaba como para que ellos pudieran sobrevivir. No voy a decir nombres, pero son muy conocidos, de hecho.
Desde el punto de vista legal, es un problemón, por el estatus migratorio, si es como estudiante se debe cambiar al laboral; para eso, hay que tener recursos económicos. Si bien los Estados Unidos tienen una política específica con Cuba, no en todos los países es así. En México y en la mayoría de los países, el cubano es un inmigrante normal que tiene que realizar una serie de pasos para su condición migratoria, si es estudiante, si puede o no trabajar, cambiar el estatus, etc. Eso genera un proceso complejo, porque todas las legislaciones tienen sus características y sus peculiaridades.
En el ámbito sociocultural, quiero hablar de dos procesos. Uno tiene mucho que ver con un tema que se ha planteado aquí: la adaptabilidad, que en este aspecto también es difícil, incluso para la comunicación en el propio idioma. A los quince días de llegar a México yo no entendía lo que decía la gente en la calle, todo el slang y todas las formas del habla cotidiana de las personas. Pasó mucho tiempo, aunque todos hablábamos español, para entender su variante mexicana. Pero eso sucede no solo con el idioma, sino cómo se vive, qué se piensa; eso lleva un proceso que lleva un año, dos años quizás, y no es fácil, no es una cosa que llegas y te insertas.
La adaptabilidad es compleja, pasa por el habla, por las costumbres, por la vida cotidiana, por las creencias, y por lo que Ana ya comentó: la discriminación.
La discriminación no es un acto específico, tiene tres fases, la primera, el acto de minusvaloración; la segunda, que es un rasgo impositivo, no es cualquier desdén que le hagan a una persona; y la tercera, que le violen sus derechos humanos. Y siempre hay una relación de poder.
Cuando se trata de un extranjero hay una condición, un rasgo específico que es el origen nacional, que está, incluso, previsto desde que se configura y se teoriza la discriminación. Yo, la verdad, he vivido una experiencia maravillosa en México en este sentido, porque no me han discriminado, excepto un par de veces, una de ellas justo cuando estaba aspirando a ser profesora a tiempo completo en la universidad, y un profesor dijo: «Ella es extranjera, no puede tener la plaza», y todos los colegas lo miraron como diciendo: «Usted está loco». México tiene una regulación específica con respecto a la contratación laboral entre extranjeros y nacionales.
Voy a hablar, en un último punto, de una discriminación diferente. No sé cómo se da esto en los Estados Unidos, pero en México es muy interesante el nivel de cubanocentrismo que generan los cubanos. No me incluyo porque he hecho un proceso de adaptabilidad; mi esposo es mexicano, llevamos veinte años juntos, y estoy insertada en una familia mexicana, con lo cual mi proceso de interculturalidad y de transculturación es alto, Entre otros cubanos pasa lo contrario: tienen parejas cubanas, amigos cubanos, y se quedan en la cubanidad todo el tiempo, se insertan menos, incluso generan un proceso de rechazo a lo mexicano, por lo menos a una cierta cultura, porque ese país es multicultural. Tengo que decirlo porque es una actitud con la cual me he sentido incómoda, no como cubana que salió de Cuba, sino como cubana que vive en México, frente a compatriotas que no aceptan la identidad cultural de la sociedad en la que estás viviendo.
Y lo último que quiero comentar es cuán diferenciado o peculiar es el flujo de los que se van ahora comparado con los anteriores. Con respecto a México, creo que hay muy pocas diferencias con lo que he visto en los últimos años, y yo me interrelaciono bastante con una comunidad cubana migrante allí. Sí percibo una pequeña diferencia en estos momentos: un activismo contra el sistema político cubano, que siempre ha existido, pero que ahora se ve más por la emergencia de las redes sociales, y que se asocia a la posición ante el actual gobierno de Andrés Manuel López Obrador. No es un activismo del nivel de los Estados Unidos o España, por ejemplo; pero sí se visibiliza más en esta nueva oleada migratoria.
El otro fenómeno es que México es una puerta de transición migratoria hacia los Estados Unidos, y una peculiaridad de su política es la contención. Está dando visas humanitarias y posibilidades de inserción en el país, con procedimientos mucho más fáciles que antes, O sea, México tiene una política migratoria que invita a quedarse, a no seguir hacia los Estados Unidos, Pero los cubanos siguen, y es una forma de sentir a ese país en el centro del proceso migratorio cubano y no entender que también en México se puede hacer muchas cosas, contribuir con la familia, tener una vida digna, intercambiar con otras culturas. La experiencia que tengo en esto es muy cercana; soy profesora en una maestría en derechos humanos, y conozco que en los dos últimos años casi todas las personas que han llegado se han ido al norte.
Antonio Aja: Nuevamente se han puesto sobre la mesa los temas de identidades, asimilación, racismo, discriminación. Ahora vamos a devolver el turno al público.
Leandro Hernández: Viví catorce años en México y trece en California; me hice ciudadano mexicano, y después ciudadano norteamericano, Decidí venir para acá por repatriación, y el gobierno cubano se demoró mucho en reconocer mi segunda repatriación. A lo que me refiero es que oímos todo el tiempo que hay interés en un montón de cosas, y uno se dice: «Bueno, creo que eso se podrá», pero te ponen un montón de obstáculos. Y cuando vas a la población cubana, te preguntan: «¿A qué viniste?». Ya he decidido contestar: «Escoge cualquiera de las razones posibles, la que tú quieras, porque lo que yo diga, me vas a decir que no es verdad».
Hablando de identidad cultural y de racismo, yo trabajaba en una compañía de alta tecnología, en los Estados Unidos, y uno de mis colegas, graduado de Caltech, una de las mejores universidades del país, neurocirujano, hijo de una norteamericana blanca con un africano, un día me dijo: «Tú tienes que entender que para esta gente siempre vas a ser una minority», y yo pensé: «Yo soy yo, ellos no son más ni menos blancos que yo»,
Y aquí te tratan como extranjero. La persona normal de la calle te ve así. No hay manera de hablar con esa gente, no hay forma, cualquier cosa que yo diga, es porque «tú eres norteamericano, tú hablas eso porque te fue mal allá». Una locura completa.
Cuando surgió el tema de los nuevos actores económicos, pensé: «Déjame ver, a lo mejor puedo aportar algunas cositas», porque tengo un doctorado, conozco cosas de software, ciencia de datos, inteligencia artificial, hablo varios idiomas; pero no, suave, despacio, no hay repatriación, dependiendo de cómo se levante la persona; si es que sí, si es que no, si soy de aquí, si soy de allá. Conclusión: veo el título de este panel y me digo, ¿cuál soy?, ¿el que se va; el que vino para quedarse? Ahora hay mayor fluidez, lógicamente,
Yo entiendo que tengo una condición legal en otros lugares, que puedo estar aquí un tiempo y después no estar, y medir más o menos cómo está la cosa, si funciona o no funciona. Veo una diferencia en lo que me dice la gente, me da la fuerte impresión de que hay ciertas cosas que sí han cambiado, al menos técnicamente, pero que hay como un sector en el medio que tiene miedo o sabe que su posición va a cambiar, o lo que sea, y entonces meten una opacidad ahí; la conclusión es que hay una diferencia entre lo que piensan, vamos a decirlo un poco esquemáticamente, los que están arriba, la gente que está en el medio y la que está abajo, que es completamente escéptica a esos cambios.
Ernesto Rodríguez Chávez: Teniendo una visión un poco más hacia cómo están ocurriendo todos los procesos migratorios en el resto de la región, no solamente enfocando en Cuba o los cubanos en México o en los Estados Unidos, sino cómo se comporta la emigración en América Latina hacia cualquier país, yo llamaría a insistir sobre esta forma en que hacíamos las encuestas con Grenier. Hace veinte años que venimos arrastrando todo ese límite de la causalidad como estaba establecido. Eso se ha difuminado por completo, y hay que cambiar muchos de los instrumentos, encuestas sociológicas, que es a lo que me dedico yo también, y por tanto cómo estudiar el complejo multicausal de por qué te vas o por qué te quedas, o cómo se relaciona el de adentro con el de afuera en cualquier país. no estoy hablando solamente de Cuba, sino conceptualmente. Hago más el trabajo en América Latina; a lo que estamos tratando de ir hoy es a analizarlo de una manera diferente, mucho más compleja, de que no es por causas económicas, o por causas políticas o por causas familiares, o por la violencia, cómo difieren si es por la violencia o porque el trabajo no da lo suficiente en la economía de un centroamericano, para después entrar en otra discusión de cuán diferente es un migrante de Centroamérica de uno cubano. Pero lo fundamental que quiero señalar es sobre el enfoque, cómo habíamos traído la teoría migratoria en estos últimos veinte, treinta años, y tiene que ver mucho con elementos de la relación tiempo-espacio, algo de lo que decía Cabañas, ¿cómo se da la relación de comunicación hoy? Nada que ver. ¿Cómo se da un flujo migratorio de mil kilómetros hoy en tiempo y espacio en una semana? Nada que ver. Entonces esa relación tiempo-espacio, causa-origen, cómo me asimilan en el destino, es totalmente diferente. Para los que estamos en la academia, solamente quería llamar la atención de tenerlo en cuenta.
Antonio Aja: Solamente quiero apoyar algo que decía Ernesto, que es fundamental entender la multicausalidad en el análisis migratorio, que en el caso de Cuba es mucho más importante; y en segundo lugar, recordar que la migración es, esencialmente, consecuencia de otros procesos y no causa. No queramos entender causas de procesos de crisis en las sociedades emisoras, entre ellas la cubana, a partir del tema migratorio, porque en la mayoría de los casos es la salida de otras tantas disfuncionalidades sociales, económicas y políticas. Volvemos al público.
Caridad Masón: No soy estudiosa del tema, soy historiadora, trabajo en el Instituto Juan Marinello, pero tengo un hijo que vive en México hace seis años, y es máster en computación, graduado de la Universidad de La Habana. Cuando residía aquí, vivía muy bien, trabajaba en un lugar con todas las condiciones, tenía un buen salario; sin embargo, se fue. Creo que una de las cosas que más está influenciando en la migración cubana es precisamente que nos están ganando la batalla cultural, que tiene que ver con lo que la gente piensa, y anhela, sea verdad o sea mentira, porque aquí ha habido crisis desde casi siempre. ¿Cuándo hemos salido de un Período Especial? Yo nací con la Revolución, y me acuerdo que cuando cumplí quince años tenía un solo vestido, y me tiraron solo dos fotos para mi cumpleaños, y después vinieron muchas más cosas. Ganar esa batalla cultural tiene que ver con el trabajo político, pero no con el de los discursos, el de los teques, sino el que llega a través de la televisión, del móvil, los chistes, la música, de todos esos aspectos que influyen en la gente de manera que esta las toma con satisfacción aunque sepan que lo que se está diciendo es mentira. Y a Otaola todo el mundo lo ve, a ver qué rayos dice, pero eso pasa no solo con Otaola, sino con todos los demás como él, y los bretes que se arman, y los chismes. Por tanto, ¿quiénes nos están ganando?, ellos.
Tengo dos cuestiones que me parecen muy importantes: una, el retorno de los ancianos. En este momento los que están volviendo son, fundamentalmente, ancianos, gente que está comprando casas de los que se están yendo, para venir y terminar sus días aquí. La otra es la juvenización de la migración, o sea, que los jóvenes son los que se están yendo, y son los que se están llevando a sus padres después. Lo peor es que ahora las familias se han ido dividiendo por estos conflictos tremendos en el plano político. Creo que los investigadores deben prestar bastante atención a estas problemáticas que les estoy diciendo.
Cristina Escobar: Gracias a Temas por propiciar un debate como este, siempre tan interesante. Quiero provocar al panel con tres temas: uno es que no podemos seguir comprendiendo el comportamiento político de la emigración cubana en Miami como exclusivo de ese punto geográfico; estamos viendo la misma manera de actuar sobre los desafíos de la nación en Roma, en Barcelona o en Madrid, y eso tiene que ver con lo que decía el embajador Cabañas acerca de cómo ya la socialización de las formas de enfrentar y de metabolizar la política trascienden el punto geográfico de Hialeah o Coral Gables, o donde sea. Eso es muy preocupante. Entonces, ¿qué desafíos tiene eso para la reconciliación de la nación cubana, en un escenario de polarización tan particular como el que estamos viviendo?
El otro tema es que recientemente me encontré con un grupo de estadounidenses que tienen el propósito de reconectar con Cuba, y ellos dicen —no sé si esto es exacto desde el punto de vista estadístico, pero he leído varias fuentes de esa naturaleza— que una de las fuerzas más importantes que tiene Trump en el sur de la Florida son los new arrivals, es decir, los cubanos que están llegando. A mí me preocupa mucho que haya tantos trumpistas entre los cubanos que recién llegan a los Estados Unidos. ¿Qué dice eso de nosotros como país?
Y el tercero es un fenómeno de la migración del que raramente se habla —ya que aquí hay una psicóloga, eso me provoca mucho—: la gente que emigra para huir de sí mismo. Ese emigrante gay, o transexual, que se sintió excluido en su contexto, y luego dice que es por política, por economía, porque quiere tener otro trabajo, pero en el fondo está huyendo de sí mismo. Esa escena de Vestido de novia, la película de Marilyn Solaya, de Isabel Santos yéndose en una balsa, huyendo de su contexto, donde se sintió excluida, es un fenómeno del que he leído poco, que he visto poco en esos términos, y me gustaría provocar al panel en ese sentido.
Daybel Pañellas: Cristina me provocó también. En términos de exclusiones, creo que hay muchas hacia los actuales migrantes, no sé cuántas están contabilizadas. Cristina hablaba de las por género, pero también hay mucho resentimiento en los emigrados actuales relacionado con exclusiones políticas, y no necesariamente a disidentes. Ese es un punto.
Otro se relaciona con la socialización en las formas de hacer política, no solo con la reacción a nuestro sistema político, sino que hoy existen distintos modos de relacionarse con la política, de ser un ciudadano político, y nosotros somos unos ciudadanos globales más, como muchas cuestiones de las que los panelistas han estado hablando. De ahí se derivaría una pregunta: ¿tenemos estudios que comparen los modos de comportamiento de los migrantes cubanos en el exterior? No estoy hablando únicamente de las causas de la migración; de hecho, yo diría que también los psicólogos nos preguntamos no solo las causas, sino la persistencia de la migración. Creo que ese es un tema pendiente también.
Se hablaba de la multicausalidad, y quiero retomar lo que decía Ernesto en cuanto a la paralización de las metodologías de estudio, y obviamente, por esa razón tampoco responden a la dinámica real de los procesos subjetivos que están teniendo lugar, además de los estructurales, que son mucho más tangibles.
Yo sí les quiero preguntar sobre los que se quedan. Entiendo todo lo que dice Jany, pero aquí están ellos, y hay un tema recurrente, al menos en la Sociedad Cubana de Psicología, proveniente de los clínicos infantiles que dicen que cada día aparecen en sus consultas más niños y adolescentes con tendencias depresivas, suicidas, y muchas tienen que ver, por lo menos desde el discurso, con las dinámicas familiares alrededor de la emigración de sus parientes más cercanos. ¿Cómo hablamos de eso?
Aja hablaba del asunto de la migración como causa y consecuencia, pero podemos leerla también desde la dimensión de qué nos está diciendo de nuestra sociedad en general. Esa multicausalidad también nos está preguntando que si antes podíamos polarizar lo económico-político como un displacer en economía y política, con todos sus subacápites, si cada vez se amplía más la razón de esas causas migratorias, ¿qué estamos haciendo respecto a eso?
Y en cuanto a lo que decían Caridad y Cristina, ¿cómo lidiamos con eso? Jany hablaba de las redes sociales, ¿qué peso real tienen en la conformación de la opinión con respecto a múltiples procesos, no solo al tema migratorio? Pienso que las redes sociales también se convierten en un escudo, es muy fácil colocar en ellas las causas de lo que está ocurriendo, pero cuántos eventos y cuántas socializaciones tenemos acá que también pudieran exhortar o no al proceso migratorio o al de los que se quedan.
Jorge Enrique Torralba: (Psicólogo). Quisiera que el panel profundizara, en lo posible, en las connotaciones en los diferentes niveles. Si bien la migración no es una causa, y efectivamente es una salida a la crisis en sí misma, probablemente agudiza determinados fenómenos desde los puntos de vista económico, laboral, demográfico, social, que sería bueno abordar con mayor profundidad aquí.
La palabra berrinche casi me provoca uno cuando la escuché, pero lo que quiero decir es que si bien la migración es una salida a la crisis, que en sí misma tiene dolores como todas, en el caso cubano la migración y su historia, con todos los atravesamientos políticos, tiene dolores y heridas particulares, y en ese sentido, ese dolor ya tiene un sello y una marca transgeneracional; es decir, estamos hablando de procesos de traumas transgeneracionales —estoy usando un término obviamente psicológico, pero creo que se entiende—, donde hoy una madre de cincuenta años dice: «Yo soy la que le dije que se fuera, porque yo aposté y hoy no tengo nada». Ahí hay un dolor, porque si bien la cultura ha sido la abanderada, las familias han sido las que han impulsado ese proceso de reencuentros, de madres que dejaron de hablar a sus hijos, que ahora los tienen viviendo en su casa, retornados. Estoy pensando en casos reales. De ese ambiente de dolor, de heridas que tienen que sanar.
Tiene que haber, entonces, un proceso de reconciliación que no lo soluciona, por muy positiva que sea, la medida de los diez años de vigencia del pasaporte o la disminución de los costos. Debe haber medidas desde el discurso político, que no es responder a un programa de Otaola con un programa de Otaola cubano, porque así agudizamos la polarización y las etiquetas. No estamos, en mi criterio, construyendo reconciliación para sanar heridas, porque ese que se va está asumiendo algunas que quizás no son propias, pero sí son parte de la experiencia familiar, del barrio, de las historias.
Quisiera también que profundizáramos un poco en los que se quedan, porque también hay consecuencias para ellos. Caridad hablaba de la soledad de las personas mayores, la sobrecarga de las instituciones. Necesitamos estudiar la percepción ante el retorno; por ejemplo, tenemos profesores que no están dispuestos a que otro que se fue regrese al aula, porque dicen: «Yo me fastidié —para no decir la palabra que se usa— y estoy aquí, ¿cómo ese que estuvo fuera va a regresar ahora?». Es decir, ese proceso tiene un entramado muy complejo también en los que se quedan, asumiendo las múltiples connotaciones que tienen el irse y el quedarse, para no decir el conflicto que supone sus respectivos posicionamientos políticos.
Por otra parte, si bien las redes sociales no son un escudo, sí construyen un imaginario de éxito o de fracaso que también debemos estudiar. Pido al panel sus reflexiones al respecto, en la medida que puedan.
Gabriel Vignoli: Sabemos que la emigración es multidimensional, multicausal e interseccional, seguramente ahora más que nunca. Para mí eso significa que para volver a englobar esa emigración, mucho más diversa de lo que era hasta antes de la COVID-19, la clave es incorporarla en la visión de nación, nación-emigración, aparte de los eventos que se van a dar en el futuro. ¿Pero cuál es la visión de la nación que tiene lo que una amiga y colega llama la «emigración portazo»? Esa es la que se está dando ahora, cuando se va el hijo con el abuelo, con toda la familia, y no tiene intención de regresar a mediano plazo. ¿Cómo reincorporar esas diferencias en tanto mirada de la nación? El poder, de un lado, tiene una visión que relata el pasado desde Martí hasta la fecha; mientras muchos de los migrantes que se van ahora están mirando a McDonalds, que con el pasado no tiene nada que ver.
¿Cómo casar esas temporalidades diferentes, cómo casar esa persona o ese grupo familiar que tiene otra visión de nación? Eso, para mí, implica que tenemos que ampliar la que tenemos, y sería una nación menos de resistencia y mucho más de porosa, mucho más permeable de la que teníamos hasta hace poco, que, obviamente, por causas históricas, nació como autodeterminación y como resistencia a injerencias ajenas. Esas claves siguen siendo fundacionales, pero para mucha gente que se va me imagino que sean menos relevantes de lo que eran antes. Lo que estoy diciendo es que hay que imaginar: si la emigración es multidimensional e interseccional, también la idea de nación tiene que ser más multidimensional y más interseccional.
Por ejemplo, aterrizándolo, ¿cuál es el poder infraestructural de la nación hoy en día, con las muchas casas que se están quedando vacías? Hasta ahora, era la nación cubana, el pueblo, la gente, que cuidaba su casa; ahora, cuando la casa se queda cerrada, ¿qué pasa con ella, con los vecinos, con el barrio?, ¿y qué pasa con el poder infraestructural del Estado, literalmente con el agua, el gas, la electricidad? ¿O cuál es el poder que tiene el Estado de contrarrestar una cosa tan pequeña, y sutil, y banal, como la tasa de cambio del mercado informal de El Toque? Eso está muy vinculado con la oleada migratoria, porque mucha gente se va porque el peso cubano ya no vale contra el dólar. ¿Cómo uno puede englobar en vez de rechazar? Me imagino yo que eso conlleve una visión más simbiótica, más orgánica, entre nación y emigración que la que hemos tenido hasta ahora.
Rainer Schultz: Soy un migrante diferente, dejé mi vida en Alemania y en los Estados Unidos para vivir aquí, pero no quiero hablar de mí, sino hacer a los estudiosos del tema una pregunta que yo me hice: ¿hay estudios sobre la calidad de vida, a largo plazo, de los que se fueron? Los panelistas hablaron un poco de los fracasos, que es muy difícil admitirlos. En los casi veinte años que vivo aquí, los conozco de aquí y allá, los veo, y veo difícil su satisfacción a largo plazo. Al fin y al cabo ¿qué es lo que vale en la vida?: la calidad del tiempo de estar con la familia, no solamente en términos económicos, monetarios, y aspiración al consumo.
Desde mis ojos, aprecio que muchas de las personas allá no son necesariamente más felices, aunque sí ganan más, tienen más consumo y tal. No sé si hay métodos de medirlo, encuestas cuantitativas, pero es una pregunta que me fascina, y quisiera saber si hay estudios.
Antonio Aja: La tercera pregunta tiene que ver con el sentimiento, el efecto sentimental, familiar, de la separación; pero antes de pasar al panel, me voy a tomar el atrevimiento de recordar algo: la separación familiar está en todas las migraciones, en el caso cubano, en particular, es dura y, desde el año 59, de ruptura, más dura aún que la que hay hoy, porque en las décadas de los 60, y los 70, no había celulares ni comunicación, y además había una política en Cuba, que quien se quedaba era revolucionario, y quien salía era traidor, y eso implicó —lo digo así con toda propiedad porque está escrito— rupturas que hoy todavía se pagan, y heridas que no se han cerrado, y que significaban incluso que llamar por teléfono a la familia era una debilidad ideológica; así de sencillo. Cuando estemos valorando lo de hoy, pensemos un poco en lo que hemos tenido anteriormente y sus diferencias. No estoy minimizando los problemas de hoy; pero la diferencia es importante. Una persona que obtiene un parole, que va a otra parte, llama cuando está en el aeropuerto: «Salí», llama cuando llega, y al otro día, y vuelve a llamar, y a los quince días de tener la residencia ya está aquí. Eso era impensable en los años 60, los 70, y los 80. No fue hasta 1978 que este país empezó a modificar en algo la política. Son elementos importantes para poder poner en perspectiva lo que tenemos hoy. Eso implica que en la percepción de los de hoy, aunque ya existe un cambio en la ley migratoria, aunque se sabe que no son migrantes, aunque no pierden las propiedades, aunque pueden regresar, aunque tienen el carnet de identidad, siguen pensando y actuando como antes, y lo más seguro es que no regresen. Pensemos un poquito en eso.
José Ramón Cabañas: Creo que le debemos una respuesta a Leandro sobre la primera pregunta que hizo. Yo no conozco estudios sobre eso; y aquí debo decir de nuevo que muchas veces estamos tomando decisiones y ofreciendo opiniones sin haber estudiado por completo los fenómenos. Creo que en este tema, por suerte, hemos ido incorporando el conocimiento de cubanos que no están en Cuba; el profesor Jorge Domínguez, que está participando en este panel, acaban de hablar los profesores Ernesto Rodríguez Chávez y Gabriel Vignoli, y hay muchos otros, de los cuales tenemos referencias. Lamentablemente, hay otros que no logramos incorporar.
Su pregunta era en el sentido del posible impacto económico. Lo habrá y lo hay en estos momentos, porque hay un grupo de cubanos que han hecho uso de la nueva normativa respecto a las mipymes, y un por ciento, yo no sabría decir cuál, participa en el comercio minorista.
Yo siempre lo he visto con otra perspectiva, o sea, desde el aporte en la cultura, en las ciencias, en el deporte, de ese cubano que vive en el exterior. Quizás en el ámbito cultural hemos tenido los mejores resultados, que se deben ampliar a otras esferas, y podemos hablar de ejemplos claros que no pasaron hace doscientos años: el festival Artes de Cuba en el Kennedy Center fue casi mitad y mitad de artistas residentes en Cuba y residentes en el exterior, y fue una fiesta de cubanía; Cuba fue el país invitado al Festival de Jazz de Nueva Orleans, de 2017. Fue bajo Trump, y ahí había igualmente artistas cubanos de aquí y de allá.
Hay otros sectores, en las ciencias, la docencia, etc., donde hay ciertos acercamientos, pero definitivamente las mejores experiencias hay que reproducirlas. Soy de los que piensan que el presente y el futuro de este país tiene que ser contando con su emigración. Hay una frase que hemos visto, académicamente, muchas veces: el emigrado no es una amenaza, es una oportunidad; y no hemos tenido la capacidad, como país, de establecer programas para aprovecharla. Hay países que trabajan intencionalmente su emigración, con objetivos muy claros, no solo para el beneficio económico. Si bien hay que ver la emigración cubana, como decía el doctor Aja, en el contexto internacional, nuestras maneras de atender ese fenómeno deben estar en los marcos de aquellos que han obtenido los mejores resultados. No es un delito hacer eso, y lo hacen intencionalmente todos los países.
Quiero conectar dos o tres elementos que se han dicho aquí, pero sobre todo lo que decía la profesora Ana Niria en cuanto a la cultura, y yo diría que hasta socializar el tema, del cual se debe hablar más recurrentemente; se debe explicar fenómenos de por qué muchas veces decidimos sobre la base de percepciones.
Voy a poner ejemplos breves de esas cifras y esas otras cosas sobre las cuales no se habla tanto. Le preguntaba al profesor Grenier, y el profesor Jorge Domínguez lo ha explicado, sobre el total de cubanos que han llegado en estos meses a los Estados Unidos —todos no llegan de Cuba, hay cifras importantes de Europa, de América Latina, personas que cuando vieron la puerta abierta la aprovecharon. ¿Quién tiene la cifra aquí? Eso es parte de la percepción del «berrinche». Voy a referirme al concepto recientemente establecido, aunque no va a pasar a la historia.
Jorge se refería al fenómeno Trump, pero hay un «mini Trump» llamado Ron de Santis, que accidentalmente es gobernador de la Florida, y tiene su propia política extremista. ¿Por qué lo menciono? Porque revisando las redes sociales, conocí que un estudiante estadounidense en la ELAM considera que cada vez que De Santis aprieta con el discurso antiaborto, crece la cantidad de cubanoamericanas o cubanas residentes en los Estados Unidos que vienen a hacerse abortos en Cuba. Eso no está en la lista del «berrinche», no está en las cifras, pero son temas que conoce el sistema de salud cubano, y que los puede explicar, socializar. Existe un límite, por supuesto, sobre la información privada, hay que tener una ética en eso, pero estoy hablando de fenómenos generales, y ese es uno de ellos. Las cifras de repatriación no son comparables a las de salida ni mucho menos, pero son altas; las explicaciones, como se dijo antes, son varias, pero de todas maneras son cubanos con pasaporte y carnet de identidad; por las razones que sean, pero hay un regreso.
Hay otra cifra que, conociéndola durante años, no sé por qué nunca la hemos utilizado, en un momento de polarización política como el que estamos viviendo hoy. Aunque las épocas no se comparan, en la era de Bush me tocó la tarea de ser director consular en la cancillería cubana, y pude conocer que anualmente venían a Cuba setenta y cinco mil menores no acompañados, para pasar sus vacaciones aquí. Nadie manda a su hijo solo a un lugar que es «la gran desgracia».
¿Qué quiero decir con esto? De nuevo la idea que planteábamos antes: cuando las dos partes se ponen de acuerdo para que esa emigración pueda tener un flujo y un reflujo en la manera que lo entiendan, las cosas van mucho mejor.
Y en cuanto al «berrinche» que planteaba Jorge, hay algo que nos explican los propios investigadores que residen fuera de Cuba, que es lo que se llama efecto rebaño. El discurso contra Cuba es duro hoy, y hay 20% o 30% que aplaude, pero cuando el discurso cambia, aplaude para el lado contrario. Lo digo porque, volviendo a las estadísticas de las percepciones, debemos hacer un esfuerzo por precisar un grupo de cosas. Se han hecho preguntas aquí cuya respuesta es, al menos la que yo entendí, que no hay estudios sobre esos temas, aunque son muy necesarios. A lo más que podemos aspirar Aja y yo, que compartimos ciertos dolores de cabeza en esto, es que ojalá las decisiones que podamos instrumentar en el futuro estén basadas en la ciencia, en esos datos, en los resultados que estamos encontrando. En lo que a nosotros toca, parte de nuestro trabajo anual es hacer recomendaciones en ese sentido.
Jany Bárcenas: No por casualidad el tema familia es lo que moviliza realmente el proceso migratorio. Desde la psicología trabajamos la familia como su sujeto, que incluye los miembros que están aquí, que están allá, los que se mueven, a esos niños que vienen en las vacaciones al cuidado de abuelos, tíos y demás. La familia es quien ha logrado, en su espacio privado, la mayor reconciliación, la superación de esas tragedias y esos dolores, que estoy de acuerdo en que son transgeneracionales
No conozco esos estudios de que hablan, pero hay muchas exclusiones y autoexclusiones en el proceso migratorio. Durante mucho tiempo se trabajó la emigración, desde el enfoque psicosocial, como una estrategia evasiva a una cotidianidad en crisis. Es una salida, una huida de ese ciclo de múltiples exclusiones que hay a nivel social. Entonces las personas se mueven para ver si logran lo que no han logrado aquí.
El tema de la disonancia cognitiva, los conflictos, las contradicciones, tanto para los que nos quedamos como para los que se van, creo que explica algunas de las preguntas que han salido, como la de los trumpistas. Muchos de los que llegan a los Estados Unidos tienen que estar en contra de todo lo que no sea atacar a Cuba, porque deben justificar su decisión para sentirse mejor con ellos mismos.
Y entre los que se quedan, la disonancia cognitiva también está muy presente. Hay una contradicción muy grande, porque es también esa sensación, todo el tiempo, de cuestionar su decisión. Es la percepción del pensamiento cotidiano de que «todo el mundo se va», y se dicen «qué yo hago aquí?». Es como ir a contracorriente.
Ahí asigno mucha responsabilidad a lo institucional, a lo largo del proceso que hablábamos, del tema económico, de medidas que salen mal, el ordenamiento, la tarjeta MLC. ¿Cuál es la respuesta gubernamental, institucional para eso? Cuando alguien vive en una desesperanza constante, y vuelve una y otra vez a la crisis de expectativas sobre su bienestar personal, familiar, social, por supuesto, evalúa la decisión de permanecer en su país.
En la investigación más reciente hablamos del potencial migratorio de retorno; el profesor Aja ha estudiado muchísimo eso, cuántas personas quieren salir del país, pero también hay un potencial de retorno favorable. Muchas personas dicen que regresarían, estableciendo períodos, temporalidades, cuando logren acciones y metas concretas, objetivos. La mayoría de los entrevistados dicen: «Quizás; si Cuba mejora»; o «Cuando la situación mejore, sin dudarlo iría», y un porcentaje menor dice: «No; ¿a qué, con la situación que existe, con la crisis?». Pero al menos no niegan esa posibilidad futura.
Son cosas que, en el discurso oficial y en la subjetividad cotidiana, tenemos que ir abordando.
Ana Niria Albo: Voy a intentar responder algunas de las preguntas que se hicieron. Creo que epistemológica y metodológicamente sí necesitamos un cambio y una variación en los instrumentos que utilizamos, pero no utilicé la palabra epistemología por gusto; es decir, el cambio tiene que ser desde la base de la construcción del conocimiento, y a partir de ahí poder generar instrumentos que, si nos acabamos de ubicar en que tenemos que mirar la emigración de verdad multidimensionalmente y multicausalmente, nos permitan entender eso. Estoy de acuerdo con que lo que tenemos ahora no está cubriendo totalmente el problema, y las preguntas que se han hecho dan cuenta de ello.
Respecto a los que permanecen en Cuba, en mi pequeña encuesta salieron tres temas fundamentales: el hecho de que los que se quedan muchas veces constituyen una presión para los que se van. Leandro contaba que la gente le decía: «¿tú estás loco?», y en el texto de Consuelo salió, y yo también comprobé con mis amigas que el retorno se ve de manera negativa en la gente que se quedó. Es esa relación de ancla, de responsabilizar al migrante con el bienestar de la familia, lo que, de alguna manera, establece un compromiso y una presión. Por eso Daybel hablaba de que los cubanos estamos entrando en esa ciudadanía global a través de las redes.
¿Las redes constituyen un espejo real de lo que está ocurriendo? Yo creo que no. Una de mis tantas amigas hizo la ruta de los volcanes y estuvimos, increíblemente, todo el tiempo comunicándonos con ella. Cuando por fin llegó —después de un mes, porque llegaba a la frontera y la regresaban—, para ella había arribado a la tierra de la libertad, a donde quería estar, y las imágenes que subía eran de felicidad pura. Cuando le mandé la encuesta, me envió tres audios de hora y media, y en varios puntos se rompía, se echaba a llorar, porque la realidad que ella nos estaba mostrando a las amigas del lado de acá no tienen nada que ver con el hecho reflexivo al que yo la estaba invitando. Entonces, esa ciudadanía global está permeada por una ligera falsedad o una construcción que no es; pero, a la par, creo que hay mucho migrante cubano en el mundo, y también dentro de los Estados Unidos, que está deseoso de ser un ciudadano real de Cuba, participar, construir, colaborar, y ser escuchado. Opino que el país, sin pecar de ingenuo, tiene que acabar de comprometerse de verdad en ese diálogo no solo de reconciliación, sino de participación ciudadana real en todas las dimensiones —económica, cultural, política— de la vida cubana. Creo que eso es fundamental.
Creo también que no existen esas investigaciones sobre el que se autoexcluye y por eso migra. No soy una estudiosa del período, pero cuando El Mariel, hubo mucho de ese tipo de migrantes, por lo que estaba ocurriendo, en ese momento. El cine —Cristina lo mencionaba— se ha hecho eco de manera muy fuerte de la representación social de ese tipo de migrante, que tapa la verdadera razón o la verdadera causa de su decisión.
Las investigaciones acerca de esos dolores transgeneracionales hacen falta, no solo para entender qué está pasando con el que se está yendo, sino con los que estamos aquí, y si de verdad estamos preparados para entender esa reconciliación; porque eso que Torralba decía pasa no solo en el gremio de los profesores, sino en todos. Entonces, creo que ese diálogo, esa reconciliación, esa idea de paliar un poco ese dolor transgeneracional no se ha hecho de manera sostenida. Y hay que estudiarlo.
Mylai Burgos: Voy a conectar rápidamente algunos temas, no todos. Creo que la conexión sería las exclusiones y la vida del emigrante a largo plazo, como se dijo. Considero que eso depende de dónde se desarrollen. Yo, por ejemplo, soy una emigrante, y sé que hay un sacrificio familiar muy fuerte; o sea, no únicamente de los que están fuera, también de los que están acá; pero la resistencia depende de si hay o no redes familiares de apoyo.
Una exclusión que me parece importante está en la vida social y política. Yo la extrañé mucho, porque antes de irme tenía un activismo como dirigente juvenil, estudiantil, etc., y quería seguir participando; pero fue muy difícil por los problemas con los medios de comunicación, y sobre todo por la política migratoria. Lo que más yo anhelaba era venir y ver qué había en las librerías, qué se estaba publicando, qué se estaba discutiendo, quién decía algo, qué se investigaba; y me hubiera gustado también incidir en muchas más cosas.
Hoy hay una política migratoria, y me interesa mucho, estoy conectada con algunos temas recientes, como un cierto diálogo similar al del año 78, la nueva Constitución, el Código de las Familias. Sobre estos últimos, no recuerdo si fue el Ministerio de Justicia el que abrió un canal para que los emigrados diéramos opiniones. Se debatió muchísimo, pero ¿cuál fue el nivel de incidencia real de los criterios y cómo se manejaron estos para que quedaran en la Constitución? ¿hasta qué punto se recogió una propuesta de cambio? Considero que todo el proceso de consulta popular tiene un gran déficit, que se supiera cómo se manejaron los criterios, quedaran insertos o no. Quiero que la participación no solo sea cuantitativa sino cualitativa. Ahí hay un tema que tiene que ver con los derechos, no solo dar criterios, sino también tener una incidencia. creo que este es un debate que se tiene que dar, incluyendo la emigración.
Sabemos, sin ingenuidad, cómo está la relación confrontacional entre Cuba y los Estados Unidos, pero tenemos también que ver lo de la categoría ciudadana de los que estamos fuera. Yo sigo siendo ciudadana cubana, ese es el tema; no pasé por ningún proceso de repatriación. Siempre he tenido carnet de identidad; de hecho, voté la última vez que estuve aquí en abril porque realmente no verifican tanto —legalmente no debería votar, porque hay que estar unos años aquí, etcétera.
Lo que quiero decir con esto es que eso hay que debatirlo, y que me gustaría tener más participación social y política, que extrañé mucho en estos veinte años. Ahora tengo más por la comunicación, es verdad, pero uno está fuera y no te conocen aquí, si acaso, te recuerdan algunos de tu generación.
Por último, quiero apuntar algo sobre los derechos sociales —salud, educación, alimentación, agua, todos los que tienen que ver con la sobrevivencia. Creo que no se pueden eliminar de ninguna manera, porque son universales. Para las personas que regresan, todos los derechos sociales deben estar incluidos: el trabajo, evidentemente, la asistencia social, la seguridad social.
Antonio Aja: Ya nos queda poco tiempo, pero quisiera que algunos panelistas comentaran sucintamente las preguntas que quedan.
¿Qué impactos sociales y económicos tiene la actual emigración?, ¿cómo incide en la fuerza de trabajo? Está emergiendo un nuevo patrón de trabajo a distancia, ¿en qué medida quedarse es una condición inmutable y unívoca?
Jorge I. Domínguez: Quiero referirme tangencialmente al nuevo patrón de trabajo a distancia, donde algunos de los Estados Unidos trabajan para afuera, y otros de afuera trabajan para aquí; pero sobre todo a uno de los comentarios que se hicieron que me pareció muy importante: una visión de la nación. Ya el embajador Cabañas dio una respuesta, al ejemplificar con el evento realizado en el Kennedy Center con participación de cubanos tanto de la Isla como de quienes vivían fuera de Cuba, principalmente en los Estados Unidos; pero la primera persona, que recuerdo, en comentar una visión de la nación que incorporaba su condición de neoyorquina con la de habanera, con amor para ambas ciudades y sus culturas urbanas, fue Lourdes Casals, a quien conocí hace casi cincuenta años. Ella también se refirió en sus poemas, y en sus textos de ciencias sociales, a diversos temas que se han discutido aquí, inclusive a la discriminación racial, no solamente contra cubanos sino dentro de la comunidad cubanoamericana en Miami.
Pero para comentar ese aspecto en un marco social un poco más amplio quiero referirme a algo que me sorprende que no se haya mencionado hasta el momento, que es el Clásico Mundial de Béisbol. Algunos que me han leído o me conocen personalmente saben que yo leo, por Internet, el periódico Granma todos los días, con el café de la mañana, y quiero citar dos comentarios, uno del 8 de marzo: «El Clásico Mundial marca un momento histórico para Cuba ya que por primera vez jugadores que profesionalmente juegan en los Estados Unidos han sido incluidos en el roster cubano», y el 20 de marzo, decía lo siguiente: «El Team Asere, el equipo Cuba, se despidió del quinto Clásico Mundial de Béisbol con la cabeza alta, porque cautivó con su alegría, contagió con su unidad, e hizo regresar a la mayor de las Antillas al escenario de los cuatro grandes de la pelota en el orbe». El Team Asere hizo que el parque de la ciudad de Miami coreara ¡Cuba!, ¡Cuba!, donde también, con orgullo, sus aficionados vitoreaban ¡USA!, ¡USA!, pero Miami recibió al equipo que también es suyo y de todos los cubanos del mundo con satisfacción. Esa es mi visión de la nación.
José Ramón Cabañas: Creo que sucede un poco de todo lo que preguntas. Conocemos proyectos, gente trabajando a distancia desde aquí hacia allá. Los casos que conozco son de graduados en informática; los hay en los dos sentidos, cubanos que por diversas razones están fuera del país y se benefician con trabajos que hacen para aquí, y viceversa.
Hay una parte de la pregunta que tiene que ver con la circularidad, el llamado entra y sale. Soy de los que piensan que quizás en la actualidad tenemos una distorsión de lo que se fue haciendo normal, pero se va acabando. Vamos a regresar a la normalidad por diversas razones, porque el espacio se les reduce, en el lugar de destino principal, al grupo de emigrantes cubanos. O sea, ha habido un debate durante años, en los Estados Unidos, sobre si los cubanos deben seguir teniendo un tratamiento distinto al resto de los emigrantes; y eso les cierra puertas, y llegan a una economía donde los empleos a los que pueden acceder están precarizados, por tanto, va a haber menos oportunidades, menores salarios y menos remesas como efecto de ese problema. Aquí hay una respuesta que no va por Cuba, va por el lugar de la principal recepción.
Jorge mencionaba emocionado a Lourdes Casals, yo anoté cuatro nombres más, personas como Félix Massud, Lou Pérez, Emilio Cueto y Lisandro Pérez, quienes toda su vida se han visto a sí mismos como cubanos; donde quiera que han escrito, que han hablado, han puesto en alto el nombre de Cuba. Hay que mencionar a Jesús Arboleya, que conoce y trabajó durante años con muchos de ellos. A lo largo de estos años, con aciertos y desaciertos, hay muchas experiencias de las cuales aprender y multiplicar.
Antonio Aja: Mylai ha estado abordando la última pregunta, que trata de en qué medida la política migratoria vigente ha incidido en la relación de los de adentro y los de afuera, y los vacíos que permanecen. Aprovechando ese adelanto, voy a decir par de cosas porque no me puedo sustraer de ello. Primero, desde que comenzó la pandemia hasta el mes pasado, hay fuera de Cuba más de un millón de personas, que a tenor del Decreto 302 de 2012, no clasifican técnicamente como emigrantes: tienen carné de identidad, propiedades, trabajan fuera, pero puede ser que trabajen aquí, puede ser que remesen, que protagonicen o no actos de extraer población. Es una condicionante totalmente diferente a todo lo que hemos vivido, al punto de que hoy una cubana o un cubano puede tener su identificación oficial en Cuba y la residencia en Miami. Pongo el punto más álgido del asunto, pero pudiera poner su residencia en Bruselas o en Barcelona, y moverse, y protagonizar procesos transnacionales; esos mismos que hace tiempo conocemos que existen, cuando vemos una paladar al lado y decimos: «¿De dónde salió?».
En segundo lugar, la política migratoria de Cuba, o la propia política general, quiérase o no, hoy no tiene otra alternativa que seguir un proceso de flexibilización, normalización, y poner en el centro de la nación, igual que a los cubanos que están aquí, a los que están fuera. Entre los porqués está uno muy importante, que es demográfico y no lo acabamos de entronizar: que seamos hoy el país más envejecido de América Latina y el Caribe, con 22,3% de la población con sesenta años o más, y a la vuelta de cinco años casi va a ser 27% o 28%, y vamos a ser diez millones de habitantes. Eso no se revierte, y lo está decidiendo la baja fecundidad, que no va a modificarse en esencia, y casi en primer lugar, la población que se pierde anualmente. Hasta el Decreto 302, Cuba estaba perdiendo, está registrado, cuarenta mil, cincuenta mil personas anuales, pero acabo de decir que tenemos un millón fuera. Entonces, hay una matemática, de la más elemental, que nos está indicando que o Cuba cambia la política o va a tener menos población para todo, en sentido general, y ese es un elemento definitorio, a mi modesto entender, de lo que tenemos delante, guste más o guste menos.
No hay actualmente, desde el punto de vista político, ni técnicamente, y lo puedo decir con propiedad, elementos que impidan que un cubano o una cubana invierta en Cuba. ¿Dónde está el problema? En la percepción y las subjetividades de los que tienen que aplicar eso, y eso es resultado de una larga historia que no da tiempo contar aquí, pero que hay que entenderla.
Finalmente, sí, el Team Asere revolucionó algo que ya venía revolucionándose, y no voy a romper nada de la «secretividad»: dentro del Team Asere había varios peloteros que intentaron invertir en Cuba, ayudar a sus comunidades antes de que fueran llamados a jugar, y se les dijo que no, pero después se les llamó a integrar el club. Así de sencillo. Mientras esas dicotomías sean las que marquen el asunto, no vamos a empezar a solucionar el problema o a mover convenientemente las cosas. Cuba siempre ha necesitado a toda su población, y hoy más que nunca. Ese es el punto esencial del análisis.
Por último, la idea de Cristina es compartida, pero sobre todo es de Arboleya: la contrarrevolución, la disidencia, como queramos llamarla, está en Miami, en Barcelona, en Bruselas, no es que viva en cada una de esas ciudades, sino porque se mueve, va de un lado para otro. No pensemos que, por ejemplo, Bruselas se ha derechizado extraordinariamente contra Cuba. Veamos quiénes son, y cómo aparecen en varios lugares diferentes como siempre ha sucedido. Ahora bien, hay que buscar el año de nacimiento de esas personas, y el año en que salieron de Cuba, y a dónde llegaron. Cuando hacemos eso constatamos que se formaron aquí, y son el resultado de las disfuncionalidades políticas de este país. Afuera encuentran el caldo de cultivo, la forma, el dinero, pero se formaron aquí, como se formó la disidencia de los primeros años de la Revolución. Para mí, estos son puntos medulares.
Rafael Hernández: Nunca pensé que pudieran comentar las cinco preguntas, pero lo hicieron, porque las intervenciones se entretejieron de tal manera que crearon esta relación.
Este panel, que nunca tiene conclusiones, está clarísimamente diciendo que la emigración es estructural de la nación cubana, y que si mañana deja de haber berrinche con el gobierno (lo reclamo también para los que se quedan), cuando se acabe la depresión económica, si es que se acaba, cuando se acabe la crisis, cuando seamos prósperos y sostenibles, vamos a seguir teniendo la emigración, y esa emigración va a formar parte de la vida cubana como nunca antes. Eso es lo que ustedes han dicho aquí en el debate. Muchas gracias.
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