“En 1968, las relaciones entre la Revolución cubana y la Unión Soviética apenas tenían diez años. Se habían iniciado en la segunda mitad de 1958 cuando las fuerzas rebeldes, en busca de armamentos, hicieron los primeros contactos con Europa oriental. En ese breve lapso, dichos vínculos pasaron por diferentes momentos: uno inicial, de sorpresa soviética, que duró hasta finales de 1960, cuando Jruschov se percató de la trascendencia histórica de lo acontecido y decidió jugarse el todo por el todo en apoyo a la joven revolución. Además, Cuba parecía la confirmación de su hipótesis de que, en las nuevas condiciones, los trabajadores de los países capitalistas podían hacer por sí solos sus revoluciones sin ayuda externa. Por si fuera poco, los barbudos de Fidel rememoraban, para los revolucionarios soviéticos, sus propios momentos de gloria…”