jueves, 21-11-2024
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Rafael Hernández: Hace trece años hicimos un simposio que tenía exactamente el mismo título y lo publicamos en Temas, en un número dedicado a ese mismo asunto. Este simposio fue coordinado y dirigido por Nelia Aguado, destacadísima jurista y colaboradora estrecha de la revista, que trabajó durante casi veinticinco años en el Ministerio de Justicia. En ese momento, ella atendía la dirección del Departamento de Legislaciones y Asesorías del Ministerio, donde estuvo hasta el final de su vida, el año pasado. En esta función, fue una de las redactoras jurídicas de un documento que se llama “Lineamientos económicos y sociales para el desarrollo de Cuba”, que sigue siendo central en las reformas de 2011. Impartió cursos sobre técnicas jurídicas, que era su especialidad, sobre cómo se redacta una ley, cómo se construye sólidamente una legislación. En los últimos meses de su vida me dijo: “Estoy muy contenta porque estoy trabajando en el proyecto de la Ley de Asociaciones”. Lamentablemente todavía no tenemos esa ley, pero seguramente su contribución a ese proyecto será fundamental.
Estando en esas funciones ella coordinó aquel simposio, que es polémico, Se van a encontrar—está disponible en la web de Temas— que hace trece años se decían cosas que ahora parece que se dicen solamente en Internet, en Facebook y otros lugares. Hace trece años ya estaban circulando esas ideas. También van a ver que algunas de las cosas sobre las que los participantes polemizaban, son realidad hoy en día. Por ejemplo, una Ley de Migración que asegure la salida y la entrada del país.
En las preguntas que yo he preparado para el panel de hoy están incluidas las que ella les hizo a los participantes hace trece años. De esta manera, ella está aquí moderando este panel al lado mío y haciendo estas preguntas. La primera es la siguiente: ¿si tuvieran que explicarle a un extraterrestre qué son los derechos humanos, qué le dirían?
Mylai Burgos: Las personas en general entendemos por derechos humanos los que son conceptualmente inherentes a la personalidad de los seres humanos; que hay consensos internacionales muy habilitados hoy sobre sus principios, características, sus contenidos esenciales, las obligaciones estatales que se derivan de ellos, cómo se protegen, etc. Esto, aunque bastante conocido, es muy teórico, y se refleja como conceptos en normas jurídicas. ¿Pero realmente qué es la práctica de los derechos humanos? Que estén regulados, establecidos, que estén en las leyes —y aquí me refiero a un ámbito muy amplio de normas jurídicas: desde los instrumentos internacionales, las declaraciones, los pactos internacionales, las convenciones internacionales, la Declaración Universal de los Derechos Humanos o los propios pactos universales de derechos civiles y políticos; los derechos económicos, sociales y culturales; las convenciones, como la Convención del Niño y la Niña; también, las constituciones y leyes específicas, ordinarias, como el Código de las Familias en Cuba. Toda esta legislación regula derechos humanos —así es como eso se plantea en la teoría—, pero esto no implica que sean realizados, cumplidos, garantizados o satisfechos.
Las prácticas de los derechos humanos son mucho más complejas. La parte normativa es la mínima, un punto específico dentro del derecho. La práctica implica un espectro mucho más complejo que incluye disputas, contradicciones sociales, luchas sociales. Se expresa en esas disputas y contradicciones sociales, en las luchas sociales: en su base lleva materialidad, y ella significa su realización, que se cumplan, que se satisfagan, que se garanticen. Su satisfacción implica que sean realizados: que si tenemos derecho a la alimentación o a la vivienda, estas sean las adecuadas; que si tenemos derecho a la educación, a la salud, a la vida, a las libertades, esto se vaya cumpliendo cotidianamente. Por eso, las luchas, las prácticas y las disputas son por reconocimientos; pero también por su cumplimiento, porque se satisfagan y, si son vulnerados, porque se garanticen. Puede ser que tengamos satisfechos determinados derechos humanos, pero resultan vulnerados, violentados ¿Por quién? Por el Estado u otros (personas particulares también). En ese sentido, necesitamos que la realización no quede solo en la satisfacción, sino que ofrezca garantías, mecanismos donde podamos invocar al Estado o a instituciones específicas.
La práctica de los derechos humanos tiene una esencia material, dialéctica, de contradicciones, de tensiones, que voy a comentar más adelante, y que implica siempre historicidad, un proceso histórico concreto y una ubicación situada a personas y grupos sociales. Realizar los derechos humanos incluye un conjunto de prácticas que no son universales, ni homogéneas. Al contrario, son muy diversas, y pueden variar no solamente por el momento histórico en el que estén (porque si estamos en el siglo xix, es un momento histórico; si estamos en el siglo xxi es otro; y una cosa es Cuba y otra es los Estados Unidos).
Cristina Escobar: Daré una respuesta mucho menos sofisticada en comparación con la panelista que me antecedió, porque me parece muy útil ese recurso de explicarle a un niño o a un extraterrestre qué es algo que habitualmente usamos en nuestro discurso y que asumimos que todo el mundo entiende. Esto es algo que me pregunto cuando voy a enfrentar la producción de todo tipo de contenido periodístico.
La práctica de derechos humanos es la ejecución de acciones que tienen como propósito asegurar, crear condiciones para la protección de la vida de los seres humanos, pero también para la construcción del bienestar y para una circunstancia ideal de respeto a estos, alcanzar la felicidad. Esta puede ser una comprensión menos científica de lo que son los derechos humanos y la práctica de ellos.
También le explicaría a quien no sabe que, en un momento determinado de la historia, el status quo en el que habitamos este mundo, se decidió hacer una Declaración Universal de los Derechos Humanos que lista una gran cantidad de estos derechos en un documento, que es más una línea de deseos de lo que debe ser la práctica de los derechos humanos, que la realidad. Pero esa declaración tiene como valor —y se lo estoy contando a un extraterrestre— que cuando deliberadamente se violan esos derechos, eso conduce a la barbarie, a la destrucción, a la amenaza de los seres humanos como especie.
Ahora, para cumplirlos (no estoy diciendo que el estándar exclusivo tenga que ser esta declaración de los derechos humanos, politizada, asumida por agendas políticas desde diferentes contextos, pero sin dudas un estándar cercano a lo que como individuos quisiéramos que nos respetaran). Para que se cumplan, tiene que haber determinadas condiciones económicas, sociopolíticas, que no existen de manera absoluta en ningún contexto del mundo. Porque que se cumplan implica que se practiquen, se ejecuten, se acaten; que unos van a tener asegurados esos derechos y otros no. No está solucionado en el orden mundial que todos tengamos esos derechos asegurados por igual o que las condiciones para practicarlos estén dadas y siempre tenemos que partir de la idea de que para que unos los tengan, necesariamente otros no los tendrán. Este es un ejercicio de provocación también que dejo para los próximos colegas.
El sistema capitalista mundial imperante —del que lamentablemente somos parte, si bien no de manera tradicional— tiene injusticias que impiden el cumplimiento y el ejercicio cabal, inalienable, entre todos como iguales, de esos derechos.
Como última reflexión, la primera forma y más fácil de violarlos o de que existan personas en el mundo que no los tengan, es que no conozcan que deben tenerlos. De nuevo, es una provocación para las siguientes preguntas. No porque sean los que nos rigen para concebir la forma en que construimos el bienestar y la felicidad, no por eso significa que todo el mundo entiende, los conoce, y que aquellos que los disfrutan como privilegio, lo hagan como conquista que tiene y que otros no tienen.
Isabel Cristina López Hamze: Al extraterrestre le escribí, en el caso de que hubiera que hacer una traducción a su idioma: “Lo primero que debes entender como extraterrestre es que los humanos somos seres muy contradictorios. La práctica de los derechos humanos es la mayor aspiración de la humanidad, su mayor sueño y su mejor estrategia de supervivencia. Los derechos humanos tienen que ver con la libertad, con el progreso social, con la dignidad y el valor de las personas, sea cual sea su posición social, económica, política, religiosa, sea cual sea su raza, su color, su sexo, su nacionalidad o su idioma.
“Contradictoriamente, hemos ido conquistando derechos y, al mismo tiempo, hemos ido destruyendo el planeta. Nos lanzamos a nuevas guerras mientras en otras regiones se siembran árboles para los humanos del futuro. Tenemos derecho a la vida, pero nos matamos, aunque dice el mamotreto que debemos comportarnos fraternalmente los unos con los otros.
“Tenemos derecho a igualdad de posibilidades, de atenciones y de protecciones por parte del Estado, pero también tenemos en la Tierra millonarios y mendigos, empresarios y emigrantes, países ricos y pobres; estos contrastes hacen muy difícil el cumplimiento de forma rigurosa de todos los derechos humanos en cualquier país del mundo.
“Aquí en la Tierra, que es muy grande, te puedes encontrar un lugar donde los niños son explotados y obligados a trabajar y, del otro lado del mundo, un sitio donde los niños son felices y tienen derecho a la salud y a la educación, pero te persiguen por tus ideas políticas; un sitio por allá lejos donde puedes vivir con lujos y tranquilidad, mientras no seas ni mujer ni homosexual; puedes encontrar un lugar donde se reciba a unos migrantes como héroes y a otros, provenientes de otros sitios, se les dispare a matar, o un lugar donde se reciba a los turistas con los brazos abiertos y se les niegue el regreso a los nacidos en esa patria; puedes aterrizar en un lugar donde un futbolista de algún país donde supuestamente se respetan todos los derechos humanos anota el tanto de la victoria sobre la sangre invisible de miles de trabajadores muertos durante la construcción del estadio, y medio mundo se levanta de su asiento para celebrar el gol.
“Así somos de complejos. Imagina que cuando se reúnen personas de diferentes lugares, cada una envidia lo que en el país de la otra tienen resuelto en términos de derechos humanos. Hay muchas tierras dentro de la Tierra, y entendernos aquí dentro ya es bastante complejo, imagínate tú, que vienes de allá afuera”.
Rafael Hernández: En las intervenciones está presente la relatividad, la diversidad, desigualdad en el aspecto mismo de la práctica. Los referentes no son homogéneos, no existen los universales, sino las diferencias, y todas las que han intervenido —es un panel de mujeres hasta ahora— han enfatizado en el aspecto cultural que tiene esta práctica, no solamente en la doctrina, en el carácter contradictorio o en la construcción intelectual, y en cuestiones como la dignidad de todos y de todas.
Una pregunta que Nelia hizo en aquel simposio fue cuáles eran los problemas para que sea realidad lo que dice la Constitución acerca de practicar los derechos humanos, cuáles los que dificultan u obstaculizan las políticas para que ellos estén garantizados: para que sea de verdad la libertad de credo y práctica religiosas, o la plena igualdad racial y de género, o que “las personas tienen derecho a dirigir quejas y peticiones a las autoridades”, sin tener que elevarlo a los más altos niveles del poder político, del Estado, del gobierno, del Partido por el perjuicio en el ejercicio de sus derechos; el de una persona detenida y sujeta a interrogatorio para contar de inmediato con un abogado, y el del principio internacionalmente aceptado de que todo individuo tiene derecho a salir de un país, incluso del propio, y a regresar a él. En el momento en que ella hizo esta pregunta eso no era exactamente así, y provocó una polémica entre los participantes. Hoy estamos en una situación diferente. ¿Cómo contestarían ustedes a estas preguntas de Nelia, de hace trece años?
Mylai Burgos: Es importante garantizar los derechos humanos, que pueden ser principios constitucionales (o se relacionan con ellos), como la igualdad, la no discriminación, la solidaridad, la equidad. Existen muchos principios que son transversales a los derechos humanos, como vida, libertad, derecho al voto, salud, educación, alimentación, etc. No me gusta separarlos tanto, porque son interdependientes.
Ahora, ¿cómo realmente se puede garantizar todos estos procesos? Aquí existen varios problemas, por lo menos tres —soy un poquito estructuralista en esto: materiales, problemas políticos y jurídicos (que siempre los llevo juntos porque el derecho es un fenómeno político por excelencia, no autónomo ni separado de la política, ni de la economía, hasta cierto punto) y problemas culturales, ideológicos y educativos. No me da tiempo a definir los tres aspectos, que son diferentes, pero diré que lo cultural es un poco más abarcador, tradicional. Las condiciones histórico-culturales tradicionales que puede llevar consigo una persona, un grupo, una sociedad. El campo ideológico no es solamente esta falsa conciencia desde el marxismo, sino también el conjunto de concepciones arraigadas sobre determinados temas en grupos y personas: unas condiciones sistémicas, muy arraigadas ideológicamente. Finalmente, lo educativo es un proceso también, y las tres áreas inciden y están relacionadas.
Aquí podemos destacar la falta de cultura sobre los derechos humanos en los funcionarios, dirigentes y personas que trabajen en cualquier ámbito que implique servicios estatales a la población, a la ciudadanía. De ahí se deriva una mentalidad vertical y autoritaria, de no respeto a los derechos y a los procesos institucionales relacionados con ellos, o sencillamente a su tiempo, sus necesidades y a la satisfacción de las mismas en su calidad de ciudadano; falta de una cultura del servicio público, entendiendo este como la construcción colectiva del espacio y sus prácticas en el que convivimos socialmente y nos sentimos satisfechos, protegidos.
También están los problemas vinculados a valores de las personas o grupos sociales: la intolerancia, el no respeto a la igualdad y a la diversidad —somos iguales como seres humanos, en la relación con el Estado, pero a la vez, somos diferentes y deben reconocerse y protegerse nuestras diferencias. Está también la existencia de una cultura de la violencia que desarrolla prácticas discriminatorias en cuanto a rasgos como el color de la piel, la identidad sexogenérica, las creencias y prácticas religiosas, el origen nacional, local, la condición social (pobreza), alguna discapacidad física y/o mental, por poner algunos ejemplos. En este caso, la violencia está sustentada en valores patriarcales, homofóbicos, xenofóbicos, aporofóbicos, de rechazo al otro o la otra, mediante el dominio o posición de poder de la persona que ejerce el rechazo y, al final, la violencia misma.
El problema material —creo que lo comentaste, Cristina— está muy vinculado a que todos los derechos humanos, y los principios mencionados, para realizarse, para que sean garantizados, necesitan recursos. Eso no es nuevo; de hecho, ha sido una lucha histórica. En Cuba no, donde llevamos sesenta y dos años con un reconocimiento de los derechos sociales, con mucha claridad, porque esa fue la concepción del sistema, del socialismo real; pero en el mundo capitalista, liberal, la visión es que los derechos sociales eran irrealizables porque necesitaban recursos; no se podían garantizar, no se podían satisfacer del todo, porque son antagónicos al sistema capitalista, que es por esencia acumulativo y excluyente.
Para garantizar todos los derechos humanos se necesita primero recursos. No pensemos solo en los derechos sociales, sino en unas elecciones, por ejemplo, que implican muchos recursos. En el caso mexicano, les puedo decir que es el país con las elecciones más caras del mundo, cosa que se quiere acotar. En estos momentos, existe una lucha política entre grupos y facciones para hacer reformas electorales, a la Constitución, y no lo permiten otros grupos, por lo costoso que es y se trata de un sistema electoral que podía serlo mucho menos e igual de eficiente. Entonces, se necesita recursos materiales para construir hospitales, para construir viviendas, para construir escuelas, para satisfacer todo lo que implica esto.
Y aquí voy a un punto rápido que sí tiene que ver con derechos humanos teóricamente (que es mi especialidad y quiero aportar un poco en este particular). Los derechos humanos se componen de un elemento llamado el empaque de los derechos humanos internamente, que refiere a la accesibilidad física (a esos bienes que están protegiendo) y a la asequibilidad económica. La accesibilidad física consiste en que el agua llegue a tu casa (o que llegue muy cerca; por ejemplo, en el ámbito rural); la asequibilidad económica implica que no tengas que pagar tanto por la satisfacción de estos bienes (porque estos bienes se expresan en servicios que son los que se pagan, no el derecho humano). En el anteproyecto de la Constitución de 2019 decía que el derecho humano agua se pagaba, y era erróneo: debe reflejar que se paga el servicio. Su asequibilidad económica depende de la condición social y de que sean disponibles; que se pueda ir a votar, manifestarse, acceder a un abogado; el acceso a la justicia, a la educación, y que todo esto esté disponible, que haya acceso también físico, económico, socioeconómico. Ese es un gran problema de los derechos humanos: el material.
También está el problema político-jurídico. Los derechos humanos siempre están en tensión, jamás se realizan de manera armónica, distendida. Las tensiones, que ocurren entre las personas y las prácticas, son coyunturales, políticas, de correlaciones de fuerza. Se trata de una disputa, una lucha política y luchas de clases sociales constante. En medio de estas contradicciones puede haber concepciones religiosas, culturales, políticas para realizar los derechos humanos, y va a haber un grupo que no estará satisfecho y otro que sí, eso siempre va a ocurrir. Entonces, ahí entran a jugar las autoridades, que tienen que dirimir cómo ponderar las soluciones.
Voy a poner un ejemplo: los grupos antivacunas y los provacunas, en el caso del Covid-19. Hubo personas que no se querían vacunar, pero si están compartiendo el espacio público con los que sí querían, pueden trasmitir el virus y enfermar o hasta provocar la muerte de otras personas. Entonces, existe una tensión en la práctica de los deseos y de las formas de ver la vida de unos y la garantía de los derechos humanos, a la vida y a la salud de otros. Los derechos, recordemos, son interdependientes, por tanto, vida y salud van juntos en este caso.
¿Y entonces qué hacemos? Como existe un conflicto, tienen que entrar a jugar un papel los árbitros. ¿Quiénes son? Pueden ser tribunales, instituciones jurisdiccionales, semi jurisdiccionales. De eso podemos hablar un poco después.
Otro ejemplo: manifestantes en las vías públicas, libre manifestación de ideas. Pero otras personas usan la vía pública para transportarse y no pueden pasar. Esto sucede muchísimo en América Latina: personas que cierran las carreteras porque no tienen agua, porque existe un conflicto en su comunidad y no dejan pasar a los demás. Este es otro conflicto en la práctica de los derechos humanos político-jurídicos y también debe resolverse qué es más importante. Ahí entra lo que en derechos humanos se llama ponderación, cuando hay un árbitro o un tribunal, o un ente no judicial, como las comisiones de derechos humanos o para prevenir la discriminación, que tome decisiones, emita recomendaciones y diga: “Es más importante que estas personas resuelvan su problema del agua y cierren la carretera”. Es un ejemplo, aunque las cuestiones pueden ser mucho más complejas.
Los conflictos en lo político-jurídico pueden darse también entre las personas y el Estado. Evidentemente, siempre va a haber tensiones alrededor de cómo se interpreta la realización de los derechos humanos. El uso de los recursos es un elemento esencial para satisfacerlos. Voy a poner ejemplos que tienen que ver con Cuba. ¿Quién decide cómo se usan los recursos? Quien decide está bien, las entidades estatales están para tomar esas decisiones, tienen facultades, competencias, etc.; pero, ¿cómo el pueblo puede controlar que se está decidiendo bien? Hay una polémica en Cuba, en la actualidad. ¿Hasta dónde se está invirtiendo en cuestiones económicas, de turismo, y no en asuntos sociales como vivienda, educación o agricultura, que es un problema mucho más grave y complejo hoy? Aunque todos son problemas, tienen su nivel de importancia. Esta relación entre la política pública y la toma de decisiones, de cómo la ejercen los decisores estatales puede suscitar contradicciones con los recipientes de esas acciones. Ahí va a confrontarse el derecho a la vivienda de un grupo con respecto a una inversión que, supuestamente, también los va a satisfacer; pero si no tienen información con transparencia, va a haber un conflicto todo el tiempo.
También tenemos ejemplos entre determinadas formas de manifestación de derechos humanos como la libre manifestación de ideas, reuniones, etc., y la cuestión de delitos que prohíben ir contra el Estado o el sistema. Hoy esas tensiones están, y hay que buscar vías de solución generando criterios de interpretación desde nuestros tribunales, donde haya ponderación y se pongan por lo claro cómo se deben ejercer estos derechos humanos, porque su práctica no es libre. No solamente porque se puede afectar a otros, sino porque se afectan procesos sociales que implican a grupos, y siempre va a haber un grupo que no va a estar satisfecho.
Los problemas culturales, ideológicos, educativos, también tienen estas tensiones, pero se van relacionando con los ejemplos que puse.
Cristina Escobar: Comparto con Isabel Cristina el sentirme una intrusa, porque es impresionante escuchar el dominio de estos temas que tiene Mylai. Hago una lectura de esto desde una posición en tensión, porque hacer periodismo en un país como Cuba siempre tiene un efecto de tensión entre el orden de cosas, el sistema de sanciones y presiones al que está sometido este país, y la mentalidad de plaza sitiada que nos transversaliza, porque eso está en los comportamientos, las formas y los criterios de interpretación, que es un sintagma nominal que ha usado Mylai, que me parece muy preciso.
El primer problema que enfrentan las políticas que se proponen garantizar principios constitucionales es que las personas no conocen qué son sus derechos humanos y ha sido un término secuestrado por el discurso opositor al gobierno cubano y a la Revolución cubana. Cada vez que se busca “Cuba / derechos humanos” en Google, 95% de los contenidos que se generan tienen un discurso crítico al gobierno cubano, desde plataformas claramente opositoras a la Revolución cubana. Incluso a nivel interno, cuando uno discute estos temas —si bien en algunos ambientes como Último Jueves y la revista Temas hay muchos expertos que hablan con gran naturalidad de los derechos humanos—, desde la práctica política, desde el discurso político tradicional de la Revolución cubana, del gobierno, de los operadores políticos, hablar de esto es raro porque es un concepto que ha estado secuestrado, porque siempre se habla de cómo se violan, o no se cumplen, o no se respetan, los derechos humanos en Cuba. Esto es lamentable, porque la Revolución cubana como proyecto de emancipación social puso de frente el cumplimiento de los derechos humanos, que nunca en este país había sido prioridad, e hizo, por ejemplo, una Campaña de Alfabetización en tiempo récord, inédita para la historia de este continente, donde se ejercieron derechos humanos fundamentales.
Yo entiendo cómo los juristas y los políticos repiten, una y otra vez, que los derechos son interdependientes, que son iguales, inalienables. Pero yo creo que el debate tiene que también tener en cuenta que el derecho a la vida, el derecho a la seguridad, el derecho a la alimentación, son derechos cuyo cumplimiento antecede a la posibilidad de votar, a la posibilidad de manifestarse en la calle. Recuerdo que la primera vez que viajé al extranjero, fui a la India, la llamada mayor democracia del mundo por el número de población. Ellos contaban con alegría la gran cantidad de personas que participan, números impresionantes en Asia, en elecciones que califican como libres, cuando alrededor de 30% o más de la población no sabía leer ni escribir. Me cuestioné, frente a los que nos estaban contando eso, cómo podían ejercer masivamente ese derecho sagrado que es votar en unas elecciones personas a las que violaban otro tan elemental como el de saber leer y escribir, el derecho a la educación.
Entonces, en este debate eso tiene que estar, que hay un algoritmo inevitable, donde si bien todos los derechos son importantes, el cumplimiento de unos depende del cumplimiento de otros. En el caso de Cuba, ese es un tema que también nos han secuestrado, como mismo el concepto de los derechos humanos.
Cuando le hablas a un funcionario público en Cuba sobre una violación de los derechos humanos, rápidamente la etiqueta gira en torno a que tú tienes un discurso de oposición al gobierno. Eso me molesta sobremanera, porque hablar de eso no puede ser capital de unos y privación de otros. Es un derecho que pueda usar eso como un elemento para defender los que pueden estar vulnerados en algún momento de mi vida, en cualquier contexto: una gestión en Vivienda, buscando la leche subsidiada que me da el gobierno para mi hija de dos años. Ahí existe un primer problema, donde si no se conoce qué es un derecho humano, cuáles se han conquistado y cuáles están por serlo; si no se entiende eso, es muy difícil que se luche por ellos. Ese es un primer problema para el que trata de ejecutarlos y también para conquistarlos o disfrutarlos a plenitud.
Otro problema que padecemos como sociedad y país tiene que ver con la carencia de instituciones que aseguren el ejercicio y la protección de esos derechos humanos. Cuando alguien siente que se los han vulnerado —las personas me cuentan muchas veces sus problemas no solucionados, hoy mismo a mí me pasó por la mañana—, el único consejo que le puedo dar es que acuda a las soluciones políticas, que escriba una carta al Partido de La Habana, que apele a la sensibilidad del primer secretario, que le escriba a Díaz-Canel. En lugar de existir instituciones que trasciendan las organizaciones políticas, que puedan responder —por ejemplo, a una mujer que tiene un hijo discapacitado, que está en una circunstancia de gran vulnerabilidad—, la única solución es acudir a una solución política, que muchas veces lo soluciona y otras muchas veces no. Desafortunadamente, hay que decirlo: la inexistencia de instituciones eficaces, efectivas, que protejan esos derechos es un problema fundamental para los que tienen que asegurar esas políticas.
Otro elemento importante cuando estudiamos y ponemos en contexto este problema en Cuba —si bien hay países en que, por ejemplo, el aborto no es un derecho, o donde que mujeres y hombres ganen el mismo sueldo por el mismo trabajo es aún una aspiración, que parecen cosas que damos por sentadas y que en muchos lugares no están aseguradas—, es tener en cuenta que el cumplimiento de los derechos, y la lucha por tener más, pasa por vivir en un país que está tratando de construir un proyecto de soberanía, de nación, bajo constante agresión por parte del gobierno y del país más poderoso del mundo. Eso no por repetido, mal o bien contado por los medios de comunicación tradicionales y oficiales en Cuba, deja de ser cierto. El acceso a la alimentación, a la vida, pasa por este hecho; hay niños cubanos que hoy no disponen de una doble cánula para una cirugía de trasplante de tráquea, porque donde mejor se consiguen es en los Estados Unidos y es muy difícil acceder a ese mercado. El país no tiene dinero, esa una realidad, yo no les estoy poniendo una cosa supuesta. La posibilidad de ejercer derechos económicos y políticos pasa por el hecho de que hay un país muy grande, muy poderoso, que está impidiendo eso por un montón de causas que conocen muy bien los que me escuchan. Es inexacto decir que el cumplimiento de los derechos humanos en Cuba está interrumpido por la acción intervencionista, imperialista, de los Estados Unidos sobre Cuba; pero no es mentira, porque, aunque hay muchas otras razones, indiscutiblemente esta tiene que ser parte de la conversación.
Isabel Cristina López Hamze: Los problemas para que esas prácticas de los derechos humanos se hagan reales, concretas, que las personas las vean realizadas en su vida cotidiana, como bien planteaban las otras dos compañeras, son diversos y tienen muchas variantes, aristas. Me voy a referir a una de ellas, con un ejemplo.
Creo que del papel a la acción hay un trecho grande, y de la aplicación correcta de una ley a una cualquiera también hay una distancia; pero crear leyes, políticas, estrategias concretas, es un paso importante. Para eso no se necesitan muchos recursos, o sea, primero está esa ley, esa plataforma programática de lo que se debe hacer y llevar a la práctica, y eso necesita, sobre todo, una voluntad política más allá de los recursos para ese plan. Ahora, siempre es absolutamente necesario un sustento económico, aunque se hagan esas políticas.
Voy a poner el ejemplo de todo lo que hemos ganado con el Código de las Familias, de cuántas personas que no tenían reconocidos sus derechos van a tenerlos ahora; cuánto hemos avanzado en nuestra cultura, en nuestra ciudadanía, como familia, como pueblo, cuánto hemos avanzado con eso. Sin embargo, hacen falta recursos para que eso se manifieste en todo su esplendor.
Voy a poner el ejemplo de la escuela y de los libros de texto. Tengo un niño que terminó el quinto grado, va para el sexto. Su libro de Cívica es el mismo que yo tuve cuando estaba en quinto grado. Uno se lo lee a los ojos de hoy, incluso mi hijo y sus amiguitos lo leen y dicen: “Ay, pero la familia que estamos viendo en este libro es de mamá, papá y nené”; no es una familia que puede tener una composición múltiple, como se está viendo, que se está haciendo una campaña nacional en favor del Código de las Familias. Hay una voluntad política y hay un deseo de ese cambio, incluso dentro de la propia enseñanza, dentro de la propia educación. A los niños les mandan a redactar un trabajo de Cívica en el que los contenidos formen parte del acontecer social, del apoyo a ese Código. Sin embargo, esos temas no están en los libros de texto, porque tienen años de atraso. Entonces, la culpa no está en los libros si no hemos avanzado como sociedad. Tendrían que cambiar todos esos libros, son miles que hay que actualizar, no solo en términos de nuevas lecturas y referentes para los niños, sino también en las imágenes, en otras proposiciones para que los niños vean la vida real y lo que hemos avanzado en términos de leyes. Otras personas los van a ver, sobre todo aquellas a las que se les veían violados esos derechos. Pero ¿cómo un niño va a tener eso en su vida y prácticas cotidianas? Ahí se requiere dinero, se necesita economía para hacer un cambio en todos esos libros de texto. Se trata de un ejemplo muy sencillo, pero puede explicar un poco el problema.
No solo es un problema económico, de recursos, también es falta de creatividad, estatismo. Muchas veces decimos: “Estamos bloqueados, no tenemos dinero, no podemos hacer eso”, y con el uso de las nuevas tecnologías esos libros de texto pudieran tener una versión en PDF, porque muchas de las madres de los niños o las maestras (hay computadoras en las escuelas) pudieran hacerlo. Entonces requiere de esfuerzo, de voluntad política de hacer ese cambio. A lo mejor no hay dinero para imprimirlos, pero sí se puede buscar otras vías. Se necesita recursos, economía, para que la gente vea que eso se hace realidad; pero también hay que tener creatividad, buscar otras maneras y vías de que se haga posible lo que hemos conquistado a nivel de leyes, de documento. Y que se haga posible no solo en la persona que se veía impedida de determinado derecho, sino que todas las personas lo sientan, como es el caso de un niño que pueda leer en un libro de texto que la familia puede ser dos papás y un niño, o dos mamás y un niño, o dos abuelitos y un niño. Es un ejemplo en el que se pueden imbricar esos tres factores: la voluntad política, la economía, pero también la creatividad, la búsqueda de otras soluciones, y no quedarnos en el “no se puede, porque no tenemos recursos”.
Rafael Hernández: Llegaron las cinco de la tarde y le voy a dar la palabra al público. La regla es solamente una, referirse al tema y hacerlo en tres minutos.
Carlos Alzugaray: (Profesor y ex diplomático). Voy a basar mis preguntas en dos anécdotas. La primera es de cuando yo era embajador ante la Unión Europea. En las discusiones que tenía allí recuerdo que un portugués de derechas, pero que era un gran admirador de Fidel Castro, me decía: “Ustedes no tienen un problema de derechos humanos, ustedes tienen un problema de relación del Estado con los ciudadanos”. ¿Tenemos en Cuba un Estado autoritario, una mentalidad autoritaria desde el Estado? ¿Son nuestros burócratas autoritarios, que muchas veces utilizan su discrecionalidad para imponer determinadas prácticas que no tienen nada que ver con los derechos humanos? Aquí hay también un problema de igualdad, si somos iguales; una sociedad que no reconozca la igualdad básica entre los seres humanos va a ser muy difícil que tenga buenas prácticas de derechos humanos.
La segunda anécdota tiene que ver con algo más cercano: cuando se discutió el Código de las Familias en mi circunscripción, una muchacha joven con hijos decía: “A mí me preocupa mucho esto de la patria potestad y la responsabilidad parental, porque dice que tengo que respetar la intimidad de mi hija. ¿Quiere decir que no puedo revisarle el teléfono?”. Le expliqué que el Código tiene un concepto muy interesante: la responsabilidad parental tiene que estar combinada con un proceso en que los padres se interesen por fomentar la autonomía progresiva de los niños. Las familias cubanas han tenido en el pasado una tendencia a ser patriarcales. Por ahí empieza un poco el no respeto por los derechos. Esto ayuda en esta discusión a enfatizar que desde que son niños tienen derechos y hay que enseñarlos a respetarlos. La muchacha, al final, dijo: “¿Creen que somos noruegos? No, somos cubanos”. Quisiera saber qué opinión tienen ustedes sobre eso.
Lisbet López: (Socióloga). Coincido en que el tema de los derechos humanos es muy complejo a la hora de tratarlo sociológicamente en Cuba, porque, como ha dicho Cristina, está secuestrado. Parece casi un pecado hablar de ello. Las ciencias sociales tienen un gran reto y es poder rescatar esos conceptos para nosotros, desde nuestro pensamiento revolucionario, para poder trabajarlos e incorporarlos a la agenda de toma de decisiones del gobierno, naturalizando que hay que hablar de ello para poder resolver y mejorar en ese sentido.
Cuando uno analiza las formas en que se hacen políticas públicas en Cuba, nos damos cuenta de que en aras de tratar de dar cobertura a esos derechos que están consagrados en su gran mayoría en nuestra Constitución, se procede desde una perspectiva que pudiera en algunos casos ser contraproducente. Porque a la hora de hablar de algo tan particular como la manera en que cada uno de nosotros vive el derecho que tiene y que está obviamente atravesado por el contexto, por la circunstancia, diría Ortega y Gasset, en que cada uno de nosotros existimos, pues debemos tomar en cuenta que las políticas públicas tienen una vocación universalista, y eso lleva a que sea la misma receta para todo. Entonces, la forma en que se llega a ese derecho no es efectiva para alcanzar lo que consagra la Constitución, como una vivienda digna, por ejemplo. Ese desempaque de los derechos que antes hablaba la profesora Mylai es, por eso, tan importante. ¿Qué cosa es una vivienda digna? Debemos saber para poder valorar cuán vulnerado o no están los derechos. Esa es una de las grandes dificultades en el debate hoy sobre el tema y, a partir de ahí, cómo hacer que esto sea mejor.
Primero, hay que crear mecanismos transparentes para esa gestión de las políticas públicas, que son las que operacionalizan los derechos humanos. También debemos tener en cuenta que, como se ha dicho aquí, hay operadores de la política pública que pueden constreñir el alcance que tiene eso, porque pasa por la subjetividad de un funcionario o funcionaria; de un aparato que tiene una limitación en su diseño y que puede estar dificultando la vía de hecho a eso. Ahí está el gran reto que se ha puesto sobre la mesa, llevar a vías de concreción derechos humanos en las condiciones que tenemos, donde nuestros ciudadanos —a diferencia de otros países— no tienen ni siquiera la posibilidad de ver cuál es la agenda de un funcionario público; cómo se ejecuta un presupuesto en un municipio; cómo se gestiona eso a ojos vistas de toda la población. Esos son de los grandes retos que tiene nuestro país y sistema político. Ahí estamos entonces abocados a trabajar para mejorar.
Antonio Raudilio Martín: Aquí hay que hablar de dos cosas, lo material y lo político. En el orden político formal —respondiendo desde hoy a la pregunta de Nelia—, el proceso constituyente y el Código de las Familias dio respuesta a todo eso. Llevarlo a la práctica pasa por todo esto, que brillantemente explicó Cristina Escobar, de lo material, la plaza sitiada, la guerra que nos hacen, etc., que no permite de verdad que eso funcione.
Acabo de visitar el Chaco argentino. Allí se dio la XVIII Conferencia de la Asociación Americana de Juristas. El tema central eran los derechos humanos y el papel de los juristas en su realización. El texto principal estuvo influido por los temas de Argentina, de Brasil, de Colombia, y algo de Chile. Escuché una conferencia magistral de un gran abogado argentino muy conocido, Raúl Eugenio Zaffaroni, que me impactó mucho. Habló de los derechos humanos, los convenios internacionales, y de los defectos, los problemas que tiene. Dijo algo que no se menciona casi en ninguna parte: que el principal defensor de los derechos humanos en este continente fue el Padre Las Casas, el verdadero defensor de los indios, que se opuso a la colonización, etc. También dijo que el principal violador —y los cubanos lo sabemos muy bien—, de los derechos humanos en el mundo era el imperio norteamericano.
Carlos García Pleyán: (Arquitecto). Se ha relacionado el ejercicio de los derechos humanos con algunos condicionamientos, fundamentalmente económicos, y se ha mencionado también la voluntad política. Desde un punto de vista práctico, real, concreto, en nuestro país, me falta uno, que no sé si si sería una buena descripción llamarle el desarrollo jurídico. Me refiero a lo siguiente: en la Constitución, que es donde normalmente están los grandes derechos, los tenemos prácticamente todos, pero se trata de enunciados de un nivel de abstracción máximo, absoluto. Uno se pregunta cómo funciona eso de tener derecho a correr, saltar, manifestarse, pensar, opinar, entrar en la Asamblea Nacional y ver qué discuten, etc. No recuerdo si en todos, pero en la mayoría de ellos, dice: “Su aplicación se regula en la ley”. Pero cuando se busca la ley, resulta que no existe o existió en algún momento una que se refería a eso, pero que ya no es aplicable, con lo cual uno se queda flotando en un mar, en manos de la discrecionalidad de aquel que regule esas cosas sin que haya una ley. Entonces, si lo quieren en forma de pregunta ¿esa falta, digamos, de concreción, tiene que ver con la economía, con la voluntad política o con algo que no es ninguno de los dos?
Rafael Hernández: Cristina hablaba de hacer periodismo en Cuba, de una cuestión que tiene que ver con libertad de expresión, hablaba del espacio en donde la gente pueda decir las cosas, y decirlas como las ve, incluyendo visiones críticas acerca de los problemas del sistema.
Si en términos comparativos seguimos sintiéndonos insatisfechos en relación con esto, si miramos atrás y miramos a momentos anteriores, en donde algunos temas simplemente no podían ni ser tratados, donde un panel sobre prácticas de derechos humanos probablemente hubiese sido muy difícil de hacer, mucho más difícil de hacer que cualquier otra cosa; que temas como sociedad civil, libertad, democracia, que hemos discutido en paneles como estos y que después hemos difundido, y que algunas de las cosas que se dicen no solamente en la libertad absoluta, digamos, de las redes, sino que ya forman parte de la conversación pública, del discurso público, nos encontraríamos grandes diferencias si el extraterrestre hubiera venido hace treinta años y volviera a aterrizar ahora entre nosotros mismos.
También se encontraría que nosotros —como decía Pablo Neruda— ya no somos los mismos. Tenemos una conciencia de los problemas que no era exactamente la que teníamos hace treinta años, incluidos aquellos de las cosas que vale la pena luchar para decirlas. El espacio público es una de las cosas sobre las que se requeriría más investigación, en el sentido de fundamentación, argumentación, información, porque tiene las características de algo que está presente, que todos vivimos, experimentamos, y que todos o que casi todos podemos contar anécdotas una y otra vez no solo, no por tres minutos, sino por tres horas, acerca de cosas escuchadas en público y que ahora están ahí presentes en las conversaciones de las personas, y que hace años, hace no tantos años no podían estar, o estaban presentes de una manera digamos sotto voce, no es porque esto se haya resuelto, sino porque se trata de nuestra propia manera de vivir nuestra historia.
Hugo Azcuy, que era el esposo de Nelia Aguado —mucha gente piensa en Nelia como la esposa de Hugo y no por su enorme contribución y su valor como jurista—, decía que muchas de las críticas a los derechos humanos sobre Cuba no eran sino objeciones al sistema mismo, cuestionamientos a su naturaleza. Se trata de algo que está en la naturaleza del sistema, es el animal el que está mal; no por el animal, la forma en que está pintado, su raza; es que el animal es un error, una equivocación de la historia. Si vamos al fondo de algunas de esas objeciones al tema de derechos humanos, nos podríamos encontrar la idea de que es el sistema lo que está equivocado, y si revisamos muchos de los debates sobre esto en las redes, no son acerca de la libertad, de la igualdad, de la solidaridad y de los derechos ciudadanos, sino acerca de la naturaleza misma del sistema.
Hablaban también acerca de la contaminación que el discurso del enemigo produce en las palabras, como libertad. Y es el tema del lenguaje. Una vez le oí decir a alguien: “Nos quieren meter aquí la sociedad civil”, como si fuera un veneno, o algo subversivo, y eso, evidentemente, aunque no pensemos todos lo mismo acerca de sociedad civil, también es otro momento.
Igual que la cuestión de las instituciones. Oía decir muy a menudo: “Si Fidel lo supiera, esto no pasaría”. Eso es la negación de la institucionalidad, del funcionamiento de las instituciones, de la ley, de un orden establecido. Porque si Fidel lo supiera… pero yo me pregunto si esa pregunta de Nelia, sobre recurrir a los altos niveles del Partido y del gobierno, no sigue teniendo vigencia para mucha gente en la cultura cotidiana, y la idea de que al menos al dirigirse a los altos dirigentes las cosas se saben, se dicen y se pueden investigar, revisar, y se puede hacer justicia. Esa variante, efectivamente, tiene que ver con una especie de rezago del pasado, que asume que los líderes son los que van a resolver el problema: quien va a contar en que sean respetadas la justicia, la igualdad, la soberanía, la independencia, es la persona del líder.
Llegó Oniel. El tren está andando, pero no sería la primera vez que alguien se monta en un tren andando.
Mi tercera pregunta —esto que he dicho no son más que acotaciones a las cosas que han dicho los que han intervenido— era ¿qué medios están disponibles para fomentar una cultura política que ejerza la práctica de los derechos como algo que no solamente se piensa, sino que se hace, que propicie la socialización de derechos concretos aquí y ahora? ¿Cómo lograr que la educación de los ciudadanos —a la cual los panelistas han hecho referencia, y también los que han intervenido— en las escuelas, las instituciones y organizaciones, los medios de comunicación, la producción artística y académica, contribuya eficazmente al desarrollo de esa cultura de la práctica de los derechos humanos? ¿Y en qué medida las consultas ciudadanas, los referendos, el ejercicio del voto, la opinión pública, la incidencia de la ciudadanía sobre las decisiones políticas, el control del de abajo sobre el gobierno, y la aplicación de la ley pueden contribuir a desarrollarla, no solo en relación con los derechos?
La pregunta que yo le he hecho a los panelistas —le voy a dar la palabra ahora a Oniel para que la conteste— es: ¿qué otros medios serían eficaces para lograr fomentar esa cultura política de la práctica de los derechos sin esperar por cambios generacionales (porque las nuevas generaciones y las que vengan detrás podrán ser educadas de otra manera, pero eso será solamente a través del paso de las generaciones)? ¿Qué medios están disponibles que sean eficaces aquí y ahora?
Oniel Díaz Castellanos: Me excuso por la llegada tarde. Esa pregunta me la planteo en el sentido siguiente: aún con las limitaciones que tenemos para garantizar el cumplimiento de todos esos derechos, ¿qué se puede hacer con lo que existe, qué podemos utilizar de lo que existe hoy, de lo que está establecido desde el punto de vista legal, por mencionar solo un aspecto, para garantizar o empujar para que el cumplimiento de esos derechos se vuelva realidad y no mera enunciación en una norma?
Aun con todas las limitaciones que puedan tener las regulaciones cubanas con respecto a varios aspectos de la vida cotidiana del país, muchas cosas están escritas, reflejadas en páginas, normas, documentos que están vigentes, y que, en ocasiones, por mero desconocimiento o por dolo de los funcionarios encargados de garantizar que eso se cumpla, no se hace.
La nueva Constitución de la República, la de 2019, y muchas otras normas, pudieran repercutir, a través de una acción positiva de la ciudadanía, de los actores de la sociedad civil, en un mayor cumplimiento o, al menos, en una mayor garantía de determinados derechos que están reflejados en ella, y que muchos de ellos son conocidos como los derechos humanos en la práctica.
Soy empresario privado, por lo tanto, mi experiencia viene de ese mundo, y suelo pensar bastante sobre los temas que afectan el emprendimiento. Hay uno en el cual tenemos cuestiones garantizadas por ley, que no se cumplen meramente porque no hay actores dentro de la sociedad civil que se encarguen de hacer que se cumplan. Me refiero, por mencionar un ejemplo, a los derechos laborales. En materia de legislación laboral, en Cuba hay cuestiones pactadas que son garantías sociales, que existen desde hace décadas, que son logros de las luchas sociales de este país, algunas antes de la Revolución, otras, a raíz de ella, y que no se cumplen. Para que se cumplan no hay que esperar por la administración, como se dijo en el caso del sector estatal, porque es privada. En su lugar, son los mismos trabajadores quienes tienen que hacer presión por el cumplimiento de esos derechos laborales en primera instancia. Soy de los empresarios privados que nos apuntamos en el razonamiento de que también es responsabilidad nuestra, pero el trabajador es el principal sujeto y objeto de ese tipo de regulación, que debería empujar y presionar porque que esas cosas se cumplan y se lleven a vías de hecho; que no quede solo en la buena voluntad, en la mente progresista o no del dueño de ese negocio privado, sino porque es ley, y porque además hay una fuerza, un actor de la sociedad civil que está activamente organizado y que empuja porque ello se cumpla,. Ahí entramos en el tema de la organización de los trabajadores.
Yo sé que Temas no es de ninguna manera una tribuna para compartir experiencias o anécdotas personales, pero quiero contarlo siguiente: como empresario privado, cuando constituimos la empresa, recibimos una llamada muy temprana de algún nivel de los sindicatos. Fui quien salió al teléfono (soy uno de los socios de esa empresa). El representante me preguntó si los trabajadores de Auge estaban interesados en sindicalizarse, y yo le dije: “Esa es una conversación que deben tener ustedes con ellos y no conmigo; al final yo soy el dueño de esta empresa, y pudiera estar de acuerdo o no —de hecho, no tengo nada en contra”. La reacción de la persona que me llamó fue: “No, usted está equivocado porque la administración en todos los lugares es parte del sindicato. Aquí, en Plaza de la Revolución, tenemos el Ministerio de Relaciones Exteriores, y el canciller de la República de Cuba también es parte del sindicato de los trabajadores de la administración pública”. Le contesté: “No soy canciller ni funcionario público, soy empresario privado, y me parece que esa es una cuestión esencialmente política. Ustedes tienen que venir aquí y hacer influencia y organizar a la gente, porque si el Código de Trabajo dice que son ocho horas laborales y yo me paso toda la madrugada escribiéndoles por WhatsApp a los trabajadores y pidiéndoles reportes, informes, y manteniéndolos en jaque, eso no es ser correcto”. Resultado: nunca vinieron.
Hago la anécdota para reforzar el punto de que hay cosas que están en la ley y que dependen simplemente de que los funcionarios las hagan cumplir, pero también de que la sociedad civil tome en sus manos lo que está en la ley aunque sea incompleto, aunque quizás esté, en determinadas cosas, desactualizado, y vele y empuje porque se cumplan y porque se avance en determinados aspectos vinculados a las cuestiones que se han debatido hoy en este panel.
Mylai Burgos: Carlos apunta justamente —nos conocimos hace varios años en un diálogo— si existe una mentalidad autoritaria de burócratas que imponen determinadas prácticas contra los derechos humanos, y si tenemos que cumplir la igualdad y todos somos iguales. El tema primero es —lo voy a relacionar ya con el punto tres que decía, los medios— la cultura pública, política sobre los derechos humanos. No solo hablaría de una cultura política sino pública política de los derechos humanos que incida en lo personal y lo colectivo. Eso nos hace falta, y no solo puede no estar en el funcionariado estatal cubano por la concepción de los derechos humanos. Primero, se trata de un término liberal cuyo concepto ha sido transformado por luchas sociales históricamente. Entonces, tampoco creamos que los derechos humanos también son tratados como lo suponemos en todos los países del mundo, ni mucho menos. Como comentaba al principio, hace veinte años que vivo en México. Para pensar aquí que los derechos sociales fueran garantizados o fueran invocados mediante un amparo pasaron muchos años. De esto apenas se habla hace diez años, y estamos en México, que es el creador del juicio de amparo en el siglo xix. Estemos también claros de que la cultura pública política de los derechos humanos se va construyendo. Puedo poner otro ejemplo, no es una anécdota personal. Hablo de luchas políticas y se trata de cómo los movimientos sociales se apropian de los conceptos de los derechos humanos, y los van usando y resignificando. Ello es parte de la cultura pública política, pero también tiene que entrar en las autoridades y en nuestras instituciones. Un poco estoy relacionando lo que dijeron Rafael y García Pleyán, en el sentido de que, por ejemplo, nuestros tribunales tienen que empezar a conocer, a meterse con profundidad en la teoría de los derechos humanos y, además, en todo lo que está legislado internacionalmente.
Lisbet se refería a qué cosa es una vivienda digna. Hay una observación general del Comité de la ONU que lo establece y delinea todos los contenidos esenciales: cantidad de metros cuadrados mínimos, ventilación, agua para el uso personal y doméstico, una serie de elementos. Además, la construcción fue histórica, a partir de una encuesta global que se hizo con amas de casa en el mundo. Tenemos que saber estas cosas y hay que darles, no publicidad (el término no me gusta) sino promoción, que es como se llama en temas de derechos humanos, mediante la educación, los medios de comunicación —ahí Cristina podría hablar—, arte, literatura —ahí la otra compañera, Isabel Cristina, podría exponernos muchas vías. Sobre la creatividad, el punto de que esos sean los medios para que empecemos una educación basada en derechos humanos de respeto, de tolerancia, de igualdad, de no discriminación, de no violencia (de cuáles son las que existen, porque las violencias son muchas) de género, de solidaridad, de equidad, etcétera.
En Cuba existen muchos de estos valores impregnados en la población. Sencilla y llanamente, ahora queremos que trascienda a una cultura de derechos humanos también, que es más amplia, que dice muchas más cosas. Por ejemplo, los procesos como el del Código de las Familias y el de la Constitución son impresionantes porque, aunque pensemos que no, que podían haber sido mejores y haberse hecho procesos deliberativos más complejos, el avance de lo que se dice en materia de derechos humanos —eso lo dijo Rafael ahorita—, de 2018 para acá, en Cuba, es indudable, desde el punto de vista de cómo la gente lo piensa. No estoy hablando solo del Estado. Los cubanos no hablaban de esto hace cinco años y hoy lo hacen mucho. Porque hemos tenido esos dos procesos de consulta con todos sus defectos, de referendo —que en sí no tiene un defecto, sino el hecho de que no está regulado y debía estarlo mejor y presente en la ley electoral: se necesita establecer su procedimiento exacto y ahí es donde nosotros tenemos que incidir.
Carlos decía: “¿Es que no hay cuerpos normativos?”. Sí, hay muchos, resultados de un consenso internacional. Se pueden usar perfectamente. No importa que Cuba no los haya ratificado, los puede traducir en leyes internas, los puede usar a nivel de interpretación argumentativa. El juicio de amparo lo van a tener que hacer todos los jueces y tribunales, por lo que se va a tener que usar; pero es muy importante que nuestro sistema judicial y el poder popular en Cuba tengan un papel muy activo también en la actuación de la educación pública política, porque ellos van a trazar criterios de interpretación, diálogos, sobre qué son, para dónde van, qué se puede hacer y qué no.
Un punto importante es que no puede haber impunidad. Tenemos que acostumbrarnos a denunciar, a dialogar, a usar los mecanismos jurisdiccionales, a ir a los tribunales —es nuestro derecho como población, como ciudadanía— y no tenerle miedo a esto. Sé que hay dificultades y que puede haber consecuencias sociales sobre todo, hasta cierto punto punitivas; pero tenemos que empujar y empujar para que todos esos criterios se vayan creando. La coacción y la coerción tienen que jugar un papel en este proceso. Si un funcionario viola derechos humanos hay que denunciarlo y debemos lograr que se establezcan estos criterios; que otros funcionarios sepan que eso no se puede hacer y no lo hagan, y así sucesivamente.
Creo que no tenemos mecanismos no jurisdiccionales en Cuba. Contamos con el juicio de amparo, la queja, los derechos de petición, todas estas vías. Creo que hay que empujar, por un lado, políticamente, con las instituciones que existen en Cuba y, por el otro, mediáticamente, con la prensa, aun con todas las dificultades que hay. Primero, ir conociendo qué son todos esos derechos, cuáles son esos contenidos que están regulados, que han sido debatidos y luchados por mucha gente. Estoy hablando de pueblos enteros luchando por vivienda y alimentación adecuadas, por muchas cosas. Eso nos puede ayudar mucho a decir: el Estado tiene que hacer esto hasta aquí con las regulaciones que tenemos —claro que las regulaciones pueden ser mejores, que podemos tener mejores instrumentos (eso se va a tener que ir construyendo). Pero ningún Estado comenzó con leyes tan abarcadoras de derechos humanos como puede haber en algunos países, como México, que tiene muchas leyes sobre derechos humanos, muchísimas, y donde, a la vez, existe la desaparición forzada, el secuestro; ya no se puede hablar de un narcoestado, pero sí de las fuerzas paramilitares, fuerzas del narco que confluyen y que están actuando e interactuando socialmente de una manera violenta frente al Estado, contra él y, a veces, en coalición con él: como en el caso de Ayotzinapa. Estamos hablando de un régimen, un sistema que hace cuatro años apenas cambió y tenemos un sistema anterior en México brutal, cuando tenemos miles de leyes de derechos humanos y de procedimientos muy interesantes, bien hechos.
Entonces, cuidado también con pensar —y con eso quiero cerrar— que esta es la práctica, que los derechos humanos son la panacea. No, son el lugar adecuado para fomentar una cultura política pública, y tenemos que verlo críticamente. Tenemos que construir mucho en Cuba y avanzar. Vamos a tener dificultades por la situación de plaza sitiada, la relación geopolítica con los Estados Unidos, eso me queda muy claro; pero que también la práctica en sí implica un cambio de conciencia personal y colectiva de la población y las instituciones, donde empecemos a respetar otros criterios, a ser transparentes, a no ser verticalistas, etcétera.
Creo que toqué casi todos los temas, me faltó uno solo. Quiero comentarle a Raudilio que desde el pensamiento jurídico crítico de América Latina —el cual nos haría falta muchísimo; muchos hacemos pensamiento jurídico crítico marxista— hemos realizado muchas creaciones sobre temas de derechos humanos, en función del marxismo y de las sociedades actuales nuestras, y que el de Bartolomé de las Casas lo tenemos construido por un autor mexicano, Alejandro Rosillo, sobre la nueva historicidad de los derechos humanos. No comienzan con la Revolución francesa ni inglesa, sino en la conquista de América y en la lucha y las demandas con respecto a los indios e indias y todas las personas. Con gusto les puedo compartir los archivos digitales, pero es un libro incluso premiado por el Premio Pensamiento Crítico de Venezuela, y es muy citado en América Latina decolonial, sobre el tema de la historicidad de los derechos humanos. Nos hacen falta las academias críticas, marxistas o críticas en general, comunicarnos con Cuba y estar juntos en este proceso de construcción nuevo.
Isabel Cristina López: Voy a tratar de responder algunas de las interrogantes en una intervención centrada en la cultura de los derechos humanos. Generar una cultura de los derechos humanos a través de los medios que tenemos implica necesariamente una del debate, en la que se ha ganado mucho en los últimos años, pero me parece que le tenemos pánico al debate, al enfrentamiento, a las opiniones divergentes.
Por ejemplo, cuando se organiza un panel de teatro en un festival nacional casi siempre se piensa en no poner a dos personas que piensen distinto en una misma mesa, para no generar un enfrentamiento; cuando eso sería lo rico de ese debate. Entonces, primero hay que seguir ganando en una cultura del debate y del respeto a la opinión del otro.
También, ese debate sobre los derechos humanos tiene que hacerse dentro de Cuba, pero también un poco salirse de los marcos para que uno tenga una conciencia real de qué estamos hablando. Por ejemplo, viajé a Dinamarca a un evento de mujeres y ellas hacían espectáculos de diferentes temas, que eran las necesidades artísticas de cada una de ellas. Había mujeres latinoamericanas que hacían espectáculos sobre los asesinatos de mujeres (todos los días asesinan mujeres en Brasil, en Colombia, en México). También hacían en sus espectáculos denuncias sobre los asesinatos de líderes indígenas. Sin embargo, las mujeres de algunos lugares de Europa hacían espectáculos sobre el veganismo, sobre prácticas de respeto al medio ambiente, a los animales. Entonces, el problema de cada uno depende del contexto. Es importante mirar, desde el contexto cubano, el resto de los contextos para podernos ubicar y decir cómo estamos; sin necesidad de la comparación absurda que a veces hacemos, con los más ricos y con los más pobres, y siempre salimos ganando. No se trata de eso, sino de tener una conciencia de que existen muchos y de cuánto tenemos ganado, avanzado. Me gusta siempre pensar en positivo.
Hablando de los medios, creo que una parte de la sociedad ha hecho una especie de rechazo a la política, a lo político, una parte de la sociedad que no pertenece a los extremos, y creo que esa parte necesita nuevos medios y maneras de acercarse a ese público para generar ese debate y una cultura que tenga que ver con los temas de los derechos humanos. No estoy hablando necesariamente del periodismo ni de la televisión, sino de otras formas que entren desde la seducción y la conexión con la vida cotidiana de la gente. Estoy pensando en el teatro, el cine, en las telenovelas, los dramatizados, la música, la danza, la literatura; que a esa gente les llegue de alguna manera ese debate, no necesariamente desde la teoría, desde la voz de los investigadores, que de alguna manera hablamos desde el privilegio. También que les llegue desde las voces de otras personas que están en franca desventaja. Los relatos, las narrativas, las ficciones, tienen una gran importancia; son generadores de un pensamiento político y de una cultura de la participación, a través de esos otros medios.
Lo otro que quería mencionar es que muchas veces decimos lo que nos falta por conquistar, los problemas que tenemos. Algo que se conquistó para bien o para mal, como todo, ha sido el acceso a Internet, que es, además, el acceso a la información y a una mayor cultura; a ver qué está pasando en el mundo y cómo te ubicas en medio de los acontecimientos de todo el planeta. Es muy importante que nos haya sucedido, quizás tarde con respecto a otros lugares, pero es importante. Además, es un medio que la gente tiene para hacer reclamos, para pedir una rendición de cuentas ante las autoridades o ante determinadas instancias. No me refiero solamente a hacer una directa de alguien quejándose de algún problema concreto, sino a plataformas que están creadas para eso como puede ser el Portal del Ciudadano y otras páginas de instituciones. He visto respuestas que les dan a las personas sobre quejas que han planteado directamente y, como tiene un espacio tan grande de visibilidad, tiene gran importancia en la vida cotidiana; mucho más que un encuentro en un lugar cerrado, en una oficina o salón. El Estado, las instancias de gobierno le hacen caso, y se trata de un espacio de participación que la gente se ha agenciado como ha podido, que ha conquistado, arrancado, con todo lo malo que puede traer la Internet, las redes, toda la guerra mediática que se está haciendo contra Cuba, todo tiene sus pro y sus contra. Sin embargo, ahí la gente ha encontrado una manera de expresar y también una manera de que se les explique, se les diga, se les rinda cuentas. Eso pudiera ser mejor utilizado, incluso por las instituciones, para dar respuesta y generar un mayor nivel de participación de la gente, sin necesidad de satanizarlo: bien organizado, apoyado y pensado puede ser una herramienta importante de participación de la gente en los espacios.
Antonio Raudilio Martín: El tema sindical, que trató Oniel, tiene una importancia grande. Los métodos tienen que evolucionar profundamente. El ejemplo que él ha puesto es una expresión burocrática del sindicalismo —yo lo hablo así bien claro— porque en estos días circularon temas para la capacitación laboral y no había nada referido al artículo 120 de la Constitución, el de los colectivos laborales. Ahí está la clave, ahí está todo, ¿si los colectivos laborales no funcionan, adónde vamos? Esa es la respuesta, dije colectivos laborales en primer orden.
Cristina Escobar: El profesor Alzugaray apuntaba un problema de comunicación del gobierno con los ciudadanos. Lo corroboro, lo sufrimos y está muy lejos de resolverse, ya sea por las instituciones. Hasta por el hecho de que, en una muestra de gran compromiso con escuchar al otro, el presidente cubano Díaz Canel, posterior a los sucesos del 11 de julio, ofreció su tiempo durante varios días para escuchar a muchos sectores del país, incluyendo a la prensa. Estuve en una de esas reuniones y muchas de las cosas que se le dijeron al presidente están muy lejos de resolverse. Entonces, si incluso cuando uno habla con el más alto nivel hay muchas cosas que no se resuelven, a uno le da por pensar que sí es un problema de comunicación, pero no solamente del que está en la base con la más alta dirección del país, sino de esta con las formas intermedias de ejercer la política y de operar las soluciones.
Hay un ímpetu legislativo saludable y prolífico en Cuba en este momento. El resultado más visible ha sido el Código de las Familias, y qué bien que así sea. El problema es, y me lo respondió así mismo una de las redactoras del Código en una entrevista que le hice, me dijo: “Los desafíos siguen siendo, primero, los ciudadanos, que tienen que conocer ese Código; segundo, los operadores del derecho, cómo las personas que tienen que asegurar esos derechos lo van a hacer”. No podemos tener una ley escrita en papel y que no se cumpla. Por poner un ejemplo, uno de los derechos reconocidos en este Código es la posibilidad de todos los tipos de familias de tener hijos. Muchos de ellos tienen que pasar por una fertilización in vitro, asistida, en el sistema de salud, en un sistema de salud que no ha sido capaz de responder a las necesidades de miles de parejas heterosexuales que durante años han estado en listas de espera para acceder a este servicio, porque no ha habido condiciones concretas, materiales, para ejercer ese derecho. Entonces, suman a los que ya estaban en espera una gran cantidad de parejas que potencialmente pudieran desearlo. Entonces, cómo tú tienes el derecho reconocido en la normativa, pero no eres capaz de tener las condiciones materiales para que ese derecho efectivamente sea disfrutado; es decir, el ímpetu legislativo tiene que estar acompañado de los libros de educación cívica de los hablaba Isabel Cristina, y también de condiciones concretas que permitan el disfrute de ese derecho.
Sobre el Código de las Familias, siempre me ha llamado mucho la atención que durante años hemos cubierto que, desde la caída del campo socialista, el tema principal dejó de ser el comunismo en este país, sino la violación constante de los derechos humanos; es el discurso oficial del gobierno de los Estados Unidos, de la extrema derecha republicana, del exilio crítico hacia la Revolución, de los sectores anticubanos. Hay muchos nombres que podemos decir de ahí para abajo, siempre ha sido que en Cuba se violan los derechos humanos. Entonces, en el momento que más recientemente se ha hecho un ejercicio tan amplio de adquisición de derechos, que se ha adquirido no porque se ha regalado —hay que entender que el Código de las Familias es un resultado de años de trabajo, de dolores y discusiones, y muchas personas y grupos sociales que no contaban con los privilegios que contábamos otros, esas mismas personas han argüido que la razón por la cual tiene Cuba que estar bloqueada y aplicar una máxima presión es porque se violan los derechos humanos, y en el momento en que hay una adquisición masiva de derechos han pedido votar no contra ella solo porque proviene de una promoción, que está supuestamente redactada desde el gobierno. Ello ilustra que el cuento de los derechos humanos en la voz de los operadores políticos que están en contra la Revolución cubana es una excusa que se utiliza según convenga, cuando la realidad es que, lo hayan escrito expertos cercanos al gobierno o no, atribuye derechos humanos a grandes cantidades de personas que no los tenían antes. Sobre las maneras de enfrentar y de adquirir más derechos, tenemos que irnos con la esperanza de que sí es posible adquirirlos, como ese referéndum en el que ganó la adquisición demás derechos.
¿Cómo lograr, en ese grupo intermedio del que hablaba Isabel Cristina, más derechos? Está la prensa, muchas veces se identifica que la prensa tradicional, la llamada oficial, pública, sí denuncia, y sí, de su acción, pueden venir nuevos ejercicios de derechos. También, de prensas que no sean apegadas al gobierno de Cuba y que no reciban líneas editoriales del Partido Comunista de Cuba. Ha pasado que una denuncia en un blog ha detenido el ejercicio de una prueba de ingreso en este país, donde la prensa con una agenda abiertamente opositora al gobierno ha introducido temas que no están en la tradicional por carencias del funcionamiento del sistema de prensa cubano. Se trata de modelo en transición y todo lo que quieran, pero tiene carencias en el vínculo con las audiencias y su encargo social está profundamente erosionado. Muchas veces, quienes han venido a suplir esos vacíos han puesto en la palestra pública temas que de otro modo no iban a estar en esa prensa. Por eso, siempre he sido una defensora —independientemente de comprender cuáles son los fondos y las motivaciones de esa otra prensa— de entender que con eso hay que coexistir, porque viene con el derecho de tener acceso a Internet y de que no haya un monopolio por parte del Partido ni del gobierno, de las fuentes de información y entretenimiento de la gente. Es decir, la adquisición de derechos implica aprender a ejercer otros y a defenderlos, independientemente de que eso pueda ir en contra de las opiniones políticas de quienes están al cargo.
Y sobre la pregunta, que me parece muy interesante —con esto cierro—, sobre lo que no se cumple (si se trata de un problema político, de voluntad política o de uno material), hay que comprender también la sociedad cubana. Algo que yo he aprendido —sinceramente lo digo, sin guataquería— de Rafael Hernández, que lo articula mucho mejor que yo, gira en torno a la idea de que en Cuba, porque haya un solo partido, no hay una sola manera de comprender la evolución política de este país. Hay gente que estaba muy a favor del engagement con los Estados Unidos y había gente que no (eso todo el mundo lo sabe). ¿Cuál bando fue el que ganó en ese diálogo y discusión? Eso está en constante tensión, se avanza un paso y se retrocede otro. Pasa lo mismo con el sector privado. Todo el rato estamos viendo cómo hay pasos de avance y esperanza y luego vemos un retroceso —a lo Ruperto, un paso para alante y dos para atrás—, con el pésimo mensaje que ofrece eso para las nuevas generaciones que están tratando de apostar por hacer una vida en Cuba.
Existen tensiones internas, lo que son oscuras y no siempre las sabemos ver, no siempre entendemos quiénes son los rostros, las voces, los que influyen sobre uno y otro; pero, en ese sentido, sí somos un poquito como el mundo, donde no todos pensamos lo mismo y las luchas por las conquistas de los derechos van en el mismo sentido. Mucha gente en este país con gran poder estaba en contra del Código de las Familias (eso no me lo tiene que contar nadie, porque vivimos en un país patriarcal) y ganó la institución, el grupo que pensó que esto era lo mejor para las grandes mayorías. También por la ganancia política que tenía para este gobierno, hay que también verlo de esa manera.
No es un tema fácil, que se pueda debatir en los mismos códigos con que se debatió hace trece años; pero que si existe un espacio en el que se necesita salvar la posibilidad que tiene de ejercer derechos humanos somos estos que estamos aquí en este Último Jueves, uno de los espacios donde se ejerce la diversidad y el discurso políticos, en un ambiente seguro y de aprendizaje real y mutuo, incluso, con aquellos que no estamos de acuerdo. Por eso, siempre regreso a este espacio para aprender y tratar de construir esperanza y bienestar hacia el futuro, que es el punto; independientemente de pensar en lo que no tenemos y sí en cómo vamos a lograr lo que hace falta alcanzar aún en esta materia.
Oniel Díaz Castellanos: Coincido con lo que comentaba Cristina hace unos breves segundos. Nada de eso se puede concebir sin dos cuestiones: una, hay que reformular la manera de hacer política en Cuba, cambiarla radicalmente y adaptarla a los tiempos que corren en este siglo y que sea totalmente distinta a la manera en que se ha hecho política por más de sesenta años en este país. Contextos, pueblo, liderazgos diferentes; nos ha tocado vivir situaciones a nivel internacional completamente distintas y eso implica una reformulación, una transformación en la manera en la que se hace política en Cuba. El Estado, el gobierno, el Partido, sus organizaciones, tienen un rol protagónico en ello; pero también le corresponde a la sociedad civil, a los diferentes grupos sociales refundar la manera en la que se participa en esa política. Si esas dos cuestiones no se modifican, cambian, adaptan, seguiremos arando con las mismas carencias que se ha estado hablando en este panel; seguiremos describiendo el mismo problema, sin poderle aportar una solución diferente que nos encamine a un país que garantice, de forma más eficiente y completa, los derechos humanos, que son inherentes a cualquier persona por el solo hecho de nacer y le traen equilibrio al mundo.
Rafael Hernández: Decía antes que el tema de los derechos humanos es el del fortalecimiento y de la capacidad de las instituciones, pero también es el de la capacidad de las personas de luchar por cosas que son valiosas. Ninguna libertad o derecho importante cae de arriba, sino que es el resultado de luchar por ellas. Por eso valen tanto y cada generación tiene que conquistar sus propios derechos. La lucha les da valor a esos derechos, no simplemente heredarlos de las generaciones anteriores. Si contamos con profesoras que vivan en México o en otro país, como Mylai; periodistas, como Cristina, emprendedores, como Oniel, y gente de teatro, como Isabel Cristina, esa conquista está mucho más cerca de lo que pensamos. Muchísimas gracias a ustedes por la presencia.
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